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ImageShack.us LOS ANCIANOS
Hoy he recibido un video con fotografías muy impactantes sobre un tema al que le han dado el siguiente título: IMÁGENES FUERTES DE ANUNCIOS POR GRANDES CAUSAS
Las fotografías son realmente impresionantes y muy bien adaptadas al tema pero, entre todas ellas, la que más me ha impresionado ha sido la que dice: “Más del 50 % de los suicidios son cometidos por ancianos” y me he parado a reflexionar.
Dado que soy una persona a la cual ya se le puede asignar el título de “anciana”, no he podido evitar el intento de adaptar mi pensamiento a esa extrema actitud ante la vida y, durante un cierto tiempo, he buscado en mi mente el motivo que puede llevar a un anciano a finalizar con su existencia en este mundo.
Naturalmente, como bien dice el refrán, “cada persona es un mundo” y no se puede generalizar en este punto puesto que, cada cual, tiene su propia realidad, sin embargo, hay una circunstancia en un determinado momento que es la misma para todos en general. Claro que a unos les llega un poco más tarde que a otros pero con poca diferencia y éste es, el deterioro físico, cuyos detalles no voy a explicar aquí pues, quien más, quien menos, los conoce, sino en carne propia, en ajena. Esto me lleva también a otro recuerdo impactante que leí, hace ya bastante tiempo, sobre un matrimonio, ambos médicos, con una familia estable de siete hijos a quienes encontraron muertos tumbados en su lecho después de haberse suicidado. En la nota que dejaron, parece ser decían que lo habían decidido a causa del deterioro físico comenzado a padecer, no deseaban seguir viviendo. Y esto me lleva a la pregunta final: ¿Tienen razón estos suicidas, hay un móvil justo para esta decisión? Yo diría que sí. Y aquí es donde expongo mis argumentos.
A lo largo de la vida, mientras se va adelantando en años, el cuerpo cambia y la mente también pero, cada día, trae una nueva esperanza de cambio, de algo nuevo, una expectativa diferente. Y ese sentimiento positivo es durable, casi diría yo que eterno si la vida no es excesivamente larga. Pero si se prolonga, llega un momento extraño porque no se sabe definir, una situación inesperada que surge de pronto, imperceptiblemente, como una serpiente sinuosa e insidiosa que nos comprime y, lentamente, somos conscientes de ese final, de ese no esperar nada porque todo se ha acabado.
Es entonces cuando se es consciente de la pérdida de la estabilidad; de pronto, no te atreves a salir sola ¿y si te caes? No deseas coger el autobús sin ayuda porque te cuesta subir y bajar y, sobre todo, mantener el equilibrio si no encuentras asiento. No puedes ir a comer o cenar con amigos, ni siquiera a tomar un café porque te avergüenzan los temblores de tus manos. ¿Y si se te cae el vaso? Las miradas de los compañeros de mesa son compasivas e, incluso alguno, indiscreto, oyes cómo dice extrañado: “Te tiemblan las manos” Todavía no se había dado cuenta de tu ancianidad, de tu deterioro físico. Es entonces cuando comienzas a encerrarte en casa, a no querer salir. Los amigos se pierden, aquellos que son de tu edad, se encuentran en situaciones similares y los más jóvenes, alargan las llamadas telefónicas, los correos, las invitaciones. Es entonces cuando eres consciente de cómo te has transformado en una carga para otros. Amanecen los días y cada uno de ellos trae una décima de desilusión que se va acumulando hasta formar una montaña de desánimo.
Los más compasivos intentan convencerte de esa utópica esperanza eterna que tu sabes muy bien ha dejado de existir y sonríes en silencio porque agradeces la buena intención pero conoces la verdad. Ya no hay esperanza, ya no queda nada. A tu alrededor, el vacío y en tu interior, un montón de nostálgicos recuerdos de algo que fue pero que, también, comienza a esfumarse, a desaparecer porque ya no sabes si esos recuerdos han existido o son producto de tu imaginación, de unos deseos soñados y jamás conseguidos. Eres consciente de las jugarretas de la mente. Olvidas, repites, ¿acaso también inventas? Comienzas a dejar de ser tú.
Por eso, al leer esta mañana ese enunciado en el cual se numeran a un 50% de ancianos que acaban con su vida, no me ha sorprendido, hasta me ha parecido normal aunque yo no sé si tendría valor para llevarlo a cabo, no quiero pensarlo. Espero y confío en que la vida sea lo suficientemente benévola conmigo y cierre mis ojos para siempre antes de ser una carga para otros, antes de que esa total, amarga y dura desesperanza, se apodere por completo de mi entorno.
Sé que debo poner la ilusión en algo que estimule mi deseo de vivir, cada cual tiene su secreto escondido en el armario. Rebuscando en los rincones, yo he encontrado el mío, el entretenimiento de la escritura. No voy a ir demasiado lejos con este proyecto, lo sé, pero mientras deje encendida una chispa de ilusión, lo conservaré como un tesoro… aunque mis escritos sólo sirvan para dar una pequeña luz a cada nuevo día e, incluso, aunque sólo unos cuantos bobos sean quienes se atrevan a leer mis palabras.
De momento, he tomado la decisión de asociarme a una ONG llamada “Derecho a morir dignamente” Ellos se encargan de que no se mantenga mi vida con medios artificiales si no hay posibilidad de cura. A lo que le tengo más terror es a finalizar mi existencia con una vida vegetativa. No. Que nadie lo permita. MAGDA.