EL RELOJ DE PARED

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"Soy yo quien me hago a cada instante
y a nadie debo culpar pues, de mi modo de ser".
ANTONIO BLAY
"Creatividad y plenitud de vida"


EL RELOJ DE PARED



Está colgado en la pared, frente a mí, entre dos fotos muy familiares. Una, sentada en el regazo de mi madre junto a mi padre y mis ocho hermanos y otra en la que posan todos mis hijos, excepto la niña que quiso dejarnos antes de perpetuarse en nuestras mentes inolvidables recuerdos de su personita. Estas dos fotografías son muy entrañables para mí y las mantengo siempre a la vista allá donde voy, en ese rincón amable, luminoso pero solitario de la casa, que acomodo para recogerme en los momentos de descanso, de ocio y meditación. Y como un añadido más de querencia, colgué, junto a ellas, el reloj. Es pequeño. De esfera redonda, sin ningún valor monetario; un recuerdo sencillo de un viaje a París de alguien muy amado. En el centro de la esfera, situado un poco hacia la izquierda, se puede ver un dibujo en tonos sepia de la torre Eiffel, y en el lado opuesto, la imagen de una muchacha vestida con un abrigo o impermeable, que calza botas -deduzco pueden ser de agua, (las antiguas katiuskas)- porque se cubre con un paraguas de una lluvia invisible en el dibujo. La imagen de esta joven es el motivo de mi interés y la musa de este escrito. Sin embargo, no sé cuál puede ser la conexión para llenar esta página de letras porque sólo se me ocurre decir que, esa imagen de apariencia un tanto antigua, me emociona. Impulsa a mi mente hacia regresiones de tiempos pasados, a lugares pretéritos, olvidados entre esa amalgama de días y de años que se quitan el sitio a empujones unos a otros.
Aproximadamente cerca de un metro más hacia la derecha de la pared, se encuentra un cuadro en donde ha quedado plasmada mi imagen en un dibujo realizado cuando yo tenía 20 años y, de manera algo incongruente, creo tener un parecido a la efigie de la chica del paraguas pintada en la esfera del reloj. Es entonces cuando pienso en como los sucesos de la vida igualan a las personas. Ella y yo podríamos ser la misma; ella en Francia, yo en España... pero con el mismo estilo; en vestimenta, en pose, en ese aire indefinible de triunfo, de alegría, de no saber perder, que la juventud lleva siempre consigo. Un decir a gritos: ¡estoy aquí, miradme! ¡tengo toda la vida por delante! Y esa esperanza se refleja en el ser, en el estar, en el gesto, en ese "no se qué" triunfador, dominador. ¡Soy yo! La vida y el mundo me pertenecen.
Pero un poco más allá, unos 50 centímetros más hacia la derecha de la pared, muy cerca de un ángulo en donde se encuentra un espejo, hay otro retrato mío al carboncillo en el que ya me reflejo como una mujer madura. Ahí es cuando se derrumba el entusiasmo. ¡Qué cambio! El rictus de la amargura comienza a marcarse junto a los labios, la mirada intenta ser alegre pero una nube de tristeza no se lo permite, la sonrisa no cuaja, se esfuma, no se puede plasmar.
Ya no te pareces en nada a la imagen de la muchacha joven, ni puedes compararte a la de la esfera del reloj guarecida bajo su paraguas, exultante ante la vida, a quien no molestan las inclemencias del tiempo. Y de una manera tan simple, la vida me ha hecho recordar lo que soy, y me pregunto si cuando coloqué el pequeño reloj redondo en la pared, era consciente de aquel acto o si ese duende revoltoso, ocupado en recordarnos el deber de ser humildes mientras pone nuestra identidad en el lugar correspondiente, ha sido quien me llevó a colocar los cuadros en ese orden, para que yo, en un momento determinado, al observarlos, fuera consciente de lo efímero de la vida, de lo rápido del paso del tiempo y así pudiera dar importancia a lo interior y no a lo exterior. Qué importa ser joven, osada, triunfadora, si poco a poco es la vida quien gana la batalla y, agarrándote por las orejas, te obliga a colocarte en el lugar de la fila de donde te has escapado en uno de esos momentos arrogantes muy propios de la inexperta juventud. ¡Tú, aquí!, te dice. Y no te permite ir más allá. Tuviste tu tiempo y lo usaste mejor o peor, de todo aquello, ahora sólo queda el último dibujo, el que marca los rictus y vela los ojos de tristeza. MAGDA.

Como en todos tus relatos hay una calidad que se trasluce, un maraviloso decir, así le dás vida a quien vela tus sueños y comparte tus vigilias.
besos
Lili

Agradezco mucho tu comentario, Lili,por ser precisamente quien eres, una magnífica escritora. Gracias.MAGDA.

QUE LINDO RELATO Y QUE VERDAD DICE, SABES AUNQUE NO ESTUVIERA EL RELOJ,OTRAS COSAS NOS MOSTRARIAN ESE PASO DEL TIEMPO, NO SE DESDE LA DECORACION DE UN PLATO,A COMO SON AHORA LOS PLATOS,TAN INSULSOS Y SIN GRACIA,ALGUNOS DESCARTABLES, QUE MAS NOS MUESTRA LO EFIMERO DE TODO.
YO A VECES MIRO UN APARADOR QUE TIENE POE, HAY PLATOS INGLESES,CON UNA DECORACION EN AZUL DE PAISAJES, PERFECTOS TODOS, DESPUES TIENE UNOS PLATOS MEXICANOS CON UNA LINEAS GEOMETRICAS DE COLORES...Y VOY A LA COCINA Y VEO LOS PLATOS DE AHORA, TRASPARENTES, VIDRIO VIDRIO QUE DEJA VER EL MANTEL EN EL QUE SE APOYA,Y ME DOY CUENTA DE ESO,QUE NADA ES COMO ERA ANTES,Y ESO QUE SOY DE LA EPOCA DE LOS PLATOS DE VIDRIOS JA
ME GUSTO TU RELATO, Y TE CUENTO UN SECRETO JA,CYNTHIA TIENE,UFF,NO SE DOCENTOS RELOJES,NINGUNO FUNCIONA, TODOS ESTAN DETENIDOS EN UNA HORA DISTINTA,UNA VEZ LE PREGUNTE POR QUE NO USA UN RELOJ QUE ANDE,Y ME DIJO, QUE EN ESOS RELOJES ESTABA DETENIDO EL TIEMPO Y QUE ELLA IBA AL TIEMPO QUE MAS AMABA CUANDO QUERIA.

A mi tampoco me gustan los platos de vidrio transparente, los prefiero con adornos o todos blancos, ´Si vienes a Madrid comerás en los que más te gusten porque, seguro que comerás en mi casa, estás invitado, Mateo.
Es bonito coleccionar relojes y la respuesta de Cyntia...¡¡muy sabia!!
Gracias por leer este sencillo pensamiento. Un beso.