COMO SÓLO FALTAN UNOS DÍAS PARA LA NAVIDAD, ME ATREVO A OFRECEROS ESTE CUENTO NAVIDEÑO QUE TIENE SU HISTORIA. LO ESCRIBÍ EN LAS NAVIDADES DE 1990 COMO HOMENAJE A MI MADRE FALLECIDA AQUEL MISMO AÑO. LUEGO, HACE UN PAR DE AÑOS, LO PRESENTÉ EN EL CONCURSO DE CUENTOS NAVIDEÑOS EN UN FORO LITERARIO EN EL QUE ENTONCES PARTICIPABA Y, PARA MI SATISFACCIÓN, FUE EL GANADOR.
ESPERO QUE OS GUSTE A TODOS VOSOTROS. MAGDA.
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ImageShack.us "EL REGALO DE LA ABUELA"
Érase que se era un día de Nochebuena...en el país de los cuentos donde todo puede suceder...
En el roble más viejo del bosque, vivía una familia de ardillas que se preparaban para celebrar la festividad de la Navidad.
El papá ardilla se llamaba Don Tomás, a la mamá ardilla se la conocía como Doña Pucuca; ardillita mayor y el protagonista de nuestro cuento tenía por nombre Simón, y los dos hermanitos pequeños atendían por Sebastián y Norberto. Aquella noche había nevado y hacía mucho, mucho frío. El bosque estaba completamente blanco y vacío, nadie se atrevía a salir de casa y el humo de todas las chimeneas olía a mazapán y rosquillas. Los animalitos que habitaban en aquel enorme bosque, se resguardaban en sus madrigueras preparando la cena de Nochebuena, y los adornos de acebo y muérdago, lucían en puertas y ventanas. Pero no todo era felicidad y contento en aquel bosque escondido en el país de los cuentos porque la familia de ardillas que vivía en el viejo roble, se encontraba bastante triste.
Nos acercamos despacio, poquito a poco, para que nadie nos vea, y observamos lo que está sucediendo... ¿Estamos todos listos? Pues vamos allá. ¡Schhhh! ¡Silencio!..., empieza el cuento.
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-¡Tengo que hacer algo! ¡Tengo que hacer algo! ¡Tengo que hacer algo!
Simón, el hermano mayor de la familia de ardillas, daba vueltas a la castaña pilonga que tenía en su boca mientras decía estas palabras y caminaba de un lado para otro alrededor del roble viejo. Con las prisas por salir se le había olvidado ponerse la chaqueta de lana, la antigua, aquella tan calentita que le había regalado la abuela hacía unos años por Navidad y que, aunque le quedaba ya un poco pequeña y estaba zurcida por los codos, era la única que tenía. La verdad es que comenzaba a notar su falta porque se estaba quedando más heladito que un sorbete. Su mamá le había dicho que debía esperar un año más para poder comprarle otra pues como papá ardilla se había quedado sin trabajo, no había dinero suficiente para gastos extras, pero no creáis que este era el motivo de la tristeza de la familia de ardillas, no. A Simón no le importaba ir con la chaqueta algo remendada y un poco estrecha por eso le dijo a su mamá que no se preocupara, él era joven y fuerte y aguantaba bien el frío, estaba seguro de que para el próximo año, todo estaría mejor, tendrían trabajo y dinero para comprar lo que necesitaban.
Como hemos dicho antes, era el 24 de Diciembre, había nevado y Simón caminaba dando saltitos para no congelarse los pies y menos se atrevía a sentarse en el suelo porque entonces lo que se le congelaba era el rabito. Aunque presumía de no tener frío, la verdad es que aquel día era de esos que te dejan la nariz como un tomate y las orejas como dos carámbanos y, para abrigarse un poco más, dio una vuelta a la bufanda que le resguardaba el cuello, ajustó los pantalones de cuadros, se abrochó el chaleco hasta arriba y con las manos en los bolsillo, siguió dando vueltas y mas vueltas a la espera de que se encendiera en su cabeza la lucecita de las ideas maravillosas. No podía consentir que aquellas fueran unas Navidades tristes. Lo pensó en el instante en que, aquella mañana cuando observaba como su mamá batía la masa para hacer las rosquillas típicas de todos los años, vio extrañado como temblaba en el borde de sus pestañas una gotita de agua que, al desprenderse, fue a parar al cuenco donde se batían los huevos, la mantequilla, la harina, el limón y todas aquellos ricos ingredientes con los que cocinaban las famosas rosquillas de Navidad.
En un principio, no distinguió que aquella gotita transparente parecida a una perla de cristal que veía en los ojos de mamá, era una lágrima, no había motivos para estar tristes, todo era bonito, alegre... Aunque no tenían mucho dinero porque papá no tenía trabajo, estaban todos juntos, los tres hermanos, papá y mamá; tenían calor en la casa y no les faltaba lo necesario aunque sabía que tampoco eran los más ricos del bosque, pero en el momento en el que la mamá ardilla doña Pucuca, dejó el cuenco de la masa sobre la encimera de la cocina para limpiarse la nariz y los ojos, fue cuando se acordó de que eran las primeras Navidades en las que la abuela no estaba presente. Se había marchado para siempre al verde y tranquilo cielo lleno de pinos y nogales, donde las ardillas descansaban eternamente, y ya no volverían a cenar todos juntos las rosquillas navideñas que ella siempre cocinaba. Ahora, la encargada de hacerlas era la mamá. Seguro que recordaba otros años cuando era ella quien la ayudaba a dar forma de lazo a las porciones de masa y a freírlas en aquel abundante aceite caliente que llenaba la casa de un aroma que alimentaba, y por eso, las lágrimas llegaban a sus ojos. Sin embargo, Simón no podía permitir que la tristeza se adueñara de la familia en aquel día tan señalado, tenía que hacer algo. Algo para que nadie echara de menos a la abuela. Y allí estaba, en el camino junto al roble, intentando averiguar qué podía hacer.
De pronto tuvo una idea que le pareció genial, pero tenía que realizarla sin que nadie lo supiera, debía de ser una sorpresa. En silencio volvió a entrar en la casa. Sus dos hermanos menores, Sebastián y Norberto, jugaban sentados en la alfombra, papá ardilla Don Tomás, leía el periódico mientras fumaba su pipa y mamá ardilla seguía trajinando en la cocina. Tarareando un villancico para disimular, subió hasta la buhardilla. Cerró la puerta tras él y comenzó a rebuscar entre los trastos acumulados para darles a todos la sorpresa. Le costó un poco de trabajo preparar las cosas porque lo que encontró ya estaba usado de otros años pero cuando, después de un rato, vio finalizada su obra, se sintió satisfecho. Lo observó todo con atención, se metió las manos en los bolsillo del pantalón, silbó el principio de su villancico preferido y salió de la buhardilla cerrando la puerta con cuidado.
Entre unas cosas y otras llegó la noche. Olía a sopa de almendras y a rosquillas recién horneadas y aunque a la mamá ardilla le costaba mucho disimular su tristeza, cenaron todos con bastante alegría aunque sabían que aquel año no habría regalos pues quien siempre se encargaba de que llegaran los paquetes atados con cintas de colores, era la abuela y con su ausencia, ya no los encontrarían cerca de la chimenea. Aunque todos se habían conformado, aquel fue un momento muy triste y la mamá no pudo evitar el llanto mientras decía:
-¡Echo tanto de menos a la abuela! ¡Ella ya no está con nosotros ni lo estará nunca más!!- repetía secándose los ojos con aquel pañuelo grande adornado de líneas azules.
El papá la estrechó en silencio entre sus brazos para consolarla sin saber qué decir y los hermanos pequeños, Sebastián y Norberto procuraron esconder detrás de sus manos, los pucheritos de su boca para evitar las lágrimas que estaban a punto de brotar. Entonces fue el momento oportuno. Simón se encaramó en una silla y dijo con voz fuerte y alegre:
-¡Silencio! ¡Nada de lágrimas! ¿Qué es eso de que la abuela ya no está con nosotros?- dijo dirigiéndose a todos -Ella estará siempre a nuestro lado, sobre todo en Navidad. Venid conmigo- Y diciendo esto se encaminó hacia la buhardilla seguido de todos los demás. Cuando se reunieron frente a la puerta, Simón la abrió y apareció ante ellos aquel trabajo realizado a escondidas que los dejó maravillados.
Sobre una mesa algo desvencijada, se encontraba un cuadro con un retrato de la abuela adornado con espumillón de diferentes colores y alrededor de él, unos paquetes atados con cintas, presentaban el nombre de cada uno de los miembros de la familia. Se acercaron y, asombrados, cada cual recogió el suyo. ¿Cómo podía la abuela haberse acordado de los regalos? Bajo la atenta mirada del joven Simón comenzaron a soltar las cintas y al abrirlos se quedaron perplejos. ¡Eran los regalos de la abuela de otras Navidades pasadas! Sólo se oyeron palabras de admiración pero Simón vio también, que a todos ellos se les mezclaban las lágrimas con las sonrisas.
La mamá recibió aquel bolso tan bonito de hacía unos cuantos años al que ya le faltaba un asa. El papá unas zapatillas de fieltro de dos años atrás que estaban agujereadas, Sebastián una bufanda deshilachada tejida por la abuela el año que comenzó el colegio y Norberto, un gorro que ahora le quedaba pequeño, regalo de Navidad de hacía no se sabía cuánto tiempo... Entonces se oyó la voz de Simón que los dejó a todos expectantes:
-¿Lo veis? La abuela siempre estará con nosotros. Sólo tenemos que recordarla. Acordarnos del amor conque hizo esos regalos cuando todos vivíamos juntos, como si fuera un presente nunca recibido. Ella nunca nos abandonará.
Todos aprobaron sus palabras y Don Tomás, el papá ardilla, cogió el cuadro con la fotografía de la abuela. lo bajó al comedor y lo colgó en la pared para que presidiera la estancia y así nadie pudiera olvidar su compañía. Cuando ya todos volvían a sentarse a la mesa para terminar de comer las rosquillas, el joven ardillita Simón, vio cerca de la chimenea un paquete que nunca había estado allí y que llevaba su nombre. Miró extrañado a su familia para buscar una explicación, pero cada uno seguía admirando los antiguos regalos como si fueran únicos y recordando los años pasados. Simón abrió el paquete y en él encontró una chaqueta de lana nueva con una nota que decía: "Para mi nieto preferido. De su abuela"
No dijo nada. Se la puso en silencio. Era suave y calentita y le quedaba justo a su medida. A sus oídos llegaron las campanadas de las iglesias cercanas. Eran las doce de la noche. La hora en que nació Jesús. De pronto, se encontró con la mirada de su madre que le preguntaba:
-¡Vaya! ¿De dónde has sacado esa chaqueta tan bonita?
Simón no respondió, miró a su madre y sólo vio que en la punta de las pestañas, volvía a estar prendida una gotita de agua parecida a una perla de cristal que resbaló por la mejilla y fue a perderse en la comisura de sus labios.
¡Y colorín colorado... este cuento, se ha acabado...!
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¿Os ha gustado, amiguitos? Pues ahora a dormir que los sueños bonitos están esperando par venir a visitaros. Mañana volveremos a abrir el libro de los cuentos.
¡¡¡FELIZ NAVIDAAAAD¡¡¡