Libertad desconocida
Parecía un sueño… un hechizo fraguado por un perenne deseo.
Sucedió que estaba ahí, casi en agonía, con la perpetua sensación de querer escapar de una incomodidad. Me invadía una incertidumbre y miraba mi rededor con los ojos dilatados por el miedo. Escuchaba el caer del agua, la lluvia era mi único sosiego; gotas ligeras de constante resonar; rumor relajante de humedad, gotas que bajaban prontas entre mi cuerpo recordándome extrañamente mi propia mi existencia.
Era un momento mágico, el sol iluminaba el lejano horizonte donde mi caudal de esperas al fin ocurrirían, después de mi obstinado imploro.
Sin más, mis manos se extendieron ─siempre quise a la lluvia como cómplice, recuerdo mi chacotear con los pies descalzos y anegados de su frescor vivificante─ como quien recibe un impulso de iniciación. Alcé las manos al cielo, los relámpagos me atemorizaron, aún así no me detuve, un misterioso ímpetu me sostenía, mis manos se fueron enfriando, mis pies se aligeraron y deje de caminar, mis articulaciones se desvanecieron, concebía mi cuerpo liviano, mis brazos se hicieron alargados, sentí satisfacer la avidez de extenderme con total amplitud, sentí desparpajo y ligereza, ambos invitándome a revolotear, mientras que paulatinos movimientos corporales antecedían un sinfín de contracciones, tirones y estiramientos. Mi cuerpo se hizo alargado, mis pies se expandieron pisando firme, sentí la picazón de un salpullido seguido de brotes que hacían surgir suaves plumas de un tibio y blando cobijar, mi cuello comenzó a menearse impaciente, me percibí entonces envuelta de un plumaje blanco y espeso, mis labios, endurecidos, comenzaron a crecer formando un pico alargado. Una cumbre encendía el horizonte en cada movimiento. Mi palpitar rápido se hizo evidente.
Quieta aún, no lograba entender lo que estaba viviendo, la lluvia comenzó a cesar, vi pasar de largo a las garzas que volaban ligeras en el alto cielo. Me sentí entumida. No sé si era el frío o el miedo.
No podía quedarme ahí, ya muchas veces había tenido la sensación de volar. Un instinto natural me alentó; mis alas se desplegaron y comenzaron agitarse con cadencia, mientras que mis delgadas patas se levantaban horizontalmente, comencé a deslizarme por el aire sin sentir la gravedad, sincronizaba aleteos con deslices ganando altura. La holgura de mis extendidas alas me hizo concebir una libertad desconocida. Mi anhelo inmediato fue juguetear en el aire; un ritmo interno y natural me hizo deslizarme con vaivenes placenteros provocando emitiera graznidos de alborozo; volaba y volaba disfrutando cada instante. Arrebatadamente alcancé el iluminado horizonte.
Transcurrió largo tiempo. No sé cuanto.
Marina Greco