HOY ES UN BUEN DÍA

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(Sacado de mi libro de relatos “VENTANAS”)





HOY ES UN BUEN DÍA



Según acostumbraba a decir mi hermana Margarita, aquella mañana me levanté un poco descolocada. La noche la pasé inquieta, a ratos despierta, a ratos dormitando, porque no se podía llamar sueño profundo al duermevela continuo con el que oí pasar las horas. Esas horas nocturnas que se hacen interminables llenas de un sinfín de preguntas retóricas con las que se intenta analizar hechos sin ninguna explicación, a los que se da vueltas y más vueltas en espera de esa luz opaca que anuncia, al fin, la llegada del día.
¿Por qué las noches son aliadas de los nacimientos y las muertes, de las crisis en las enfermedades o de las urgencias infantiles? ¿Por qué las horas diurnas pasan sin pena ni gloria, rápidas, y las noches acongojan con su lentitud?. Cuántas veces al llegar la oscuridad te dices a ti misma “Qué rápido ha pasado el día”. Nunca se dirá lo mismo de una noche. La oscuridad es larga, amiga del silencio, conspiradora, se confabula con esos momentos difíciles en los que resuelves o aceptas problemas. En algunas ocasiones es dolorosa, inmensamente dolorosa. En esas horas estáticas de un hijo agonizante en las que, durante el día, atisbas una mejoría, hay un.. tal vez.... ¡ahora está un poco mejor...!, pero llega la noche y su salud se estanca, todo se para, sólo deseas que llegue el alba para volver a tener un rayo de esperanza...con la luz puedes decir “ tal vez hoy...”. Las noches son malas compañeras, esa oscuridad, esa lentitud en la que parece que no se mueven las agujas del reloj por más que lo mires, todo está tan quieto... Quién no ha cuidado a un enfermo durante una noche inacabable con el deseo imperioso de que amanezca para que se mueva la vida, para que todo funcione otra vez, como si la sangre sólo pudiera correr en los cuerpos cuando luce el sol, cuando ya empieza a querer clarear. La noche es traicionera, no suelta su presa y aquel hijo que parecía mejorar, expira a las cinco de la madrugada, en ese mismo momento en que el día intenta imponer su dulzura. Sin embargo, la noche no se lo permite, es aliada de la muerte, antes de que surja la luz, ha de llevarse las almas.

Por eso me levanté descolocada como decía Margarita. Noche toledana había pasado y el día se presentaba insustancial, sin ánimo, deslavazado, poco firme, vacío... podía compararlo con una noche cualquiera y eso me asustó. No, no era posible. Allí, fuera de las ventanas lucía el sol que daba color a las cosas. De noche todo es uniforme, nada se diferencia. Y ahora la hierba era verde, las amapolas rojas, la flor de la jara blanca. El rumor de la calle despertaba a la vida que empezaba, todo se movía otra vez. La noche quedaba vencida, se podía dar un suspiro de alivio. Ya se podía hablar en voz alta, se podía reír, se podían mover las cosas de sitio sin temor a romper el silencio nocturno. Los pasos no tenían por qué ser sigilosos. Las expresiones cambiaban, se tornaban alegres, confiadas, la esperanza renacía. ¡Llegaba el día!, era un buen motivo para entusiasmarse. Por fin la noche escondía sus garras. Pero, ¿por qué yo no respondía a estas señales? Entonces fue cuando me percaté de la verdad. No era la noche, ni el día, ni la oscuridad ni la luz. El silencio estaba en mi corazón envejecido. Poco a poco, como un ladrón que espera esa oscuridad que le ampara para cometer sus fechorías, la noche se había adueñado de mi corazón y este descubrimiento me dejó perpleja. ¿Cómo podía haber sucedido? ¿En qué momento instaló su poder dentro de mí? Debía erradicarla, echarla afuera, para siempre...y entonces también, fui consciente de que ya no era posible. La noche tenía un poderoso aliado...el tiempo... Juntos los dos, acababan con todo lo que pudiera haber de hermoso en la vida. Con la alegría, con las ilusiones, con esa esperanza que cuesta tanto comprender que ya no está... que la dura noche de los tiempos se la ha llevado con ella para la eternidad. Miras a un lado y a otro, la luz no dice nada, los colores se apagan, no se oyen las risas. Todo se acabó. Consciente de la oscuridad que anida en tu corazón dejas que la vida huya incluso deseas que desaparezca. Sin darte cuenta, con su vileza habitual, la noche ha ganado la batalla. Sí, te levantaste descolocada, lo dice siempre Margarita. Hoy, cuando venga a verte y el médico de la Residencia de Ancianos le diga: “La encontramos así esta mañana, sentada en el sillón cuando se disponía a desayunar”, no sabrá que tú, pensaste que hoy era un buen día para morir. – MAGDA-

letras que me dejan una triste desasón,quizas por que creo que se puede siempre encender una luz, aún en el corazón más cansado,más viejo, siempre
Por otro lado, saber que se es un buen día para morir me lleva a saber que fueron buenos los dias de vida,perfectos, donde todo cuadro como debia ser y la muerte entonces, sobreviene en el día justo.
Un excelente texto

Muchas gracias por tu comentario y detenerte en la lectura. Un beso.

Si...un dejo de tristeza al leerlo...pero ese final lo despeja (a mi parecer). No sé...tal vez el silencio de la noche sólo alarga los tiempos que el ruído diurno se encarga de tapar y aturdir; que la luz diurna encandila y no deja apreciar. Buen cambio de voces. Me encantó, Magda.
Un fuerte abrazo.
Silvina.

Una de las cosas por las que me gusta este foro es por la atención que se da a la estructura literaria. Gracias Silvina por esta atención. Me alegro de que te haya gustado. Un beso.

Un buen texto, bien armado, que se lee con melancolia, casi pausado, lento, como ese sentir que trasmite el escritor.
Un acierto el cambio de voces como dice Sgrassimel, lel cual, en cierto punto, le da una intensidad diferente a la narración

Un excelente relato con una muy buena narrativa. Deja un sabor amargo y, por supuesto, cada lector toma su posicion ante este tema. Pero se palpa y se siente la angustia que el autor quiso exponer. Felicitaciones y un cordial saludo,
Jose

Gracias amigos por vuestros comentarios que siempre tengo muy en cuenta. Un abrazo a ambos.