OTRO DÌA...

Moría la tarde.
Los arreboles abrazaban la colina; las aves retornaban a sus nidos y el mar dejaba libre sus olas para que durmieran silenciosas bajo el malecón.
Meciendo sueños en mi hamaca, contemplaba el inclemente paso del tiempo sobre aquel paisaje de ensueño.

Había sido uno de esos días para olvidar.
Desde temprana hora pintó mal.


Mi coche: un viejo Land Rover que antes que rodar se arrastra, llenó mis pulmones de humo cuando quise darle ignición. Explosionó quizás para advertirme que no estaba preparado para el viaje.

…Y logró su objetivo.

Un poco alterado, lo dejé en la puerta del garaje y abordé un taxi.

El tipo: igual que yo, estaba de mal genio. Con algo de arrogancia interrogó hacia dónde iba y al indicarle mi destino me lanzó una mirada desafiante y me dejó en medio de la vía…

No tuve otra opción que regresar a casa y tomar mi motocicleta: una Honda CBZ color negro que en ocasiones utilizo para viajes largos. Esta vez sólo eran 30 kilómetros pero sobre una vía con unas condiciones especiales…un camino carreteable donde hasta los burros se atascan.

Al principio, una enorme polvareda echó a perder la pulcritud de mi ropa y poco antes de finalizar el viaje me sorprendió un aguacero. Como era de esperarse, llegué con barro hasta en las pestañas.

Concluida mi labor, regresé bajo un atardecer grisàceo sintiendo la caricia de la brisa en mis pómulos y contemplando la majestuosidad de la naturaleza: aves por doquier entonando sus cantos y una llanura apacible disfrutando de las últimas gotas de lluvia.

Unos dos kilómetros antes de llegar a la ciudad terminó mi contemplación. Se pinchó una llanta de la moto y la llantería más cercana se encontraba a cinco kilómetros.

Pocas veces pierdo el control…pero la suma de todas las dificultades del día, me hizo rabiar y hasta maldecir.
Claro que de nada sirvió…los ciento y más kilos de la moto tuve que empujarlos hasta llegar donde estaba la solución.

Al fin llegué a casa.

Algo bueno debía suceder.

Y sucedió:


Mi perra: una cachorra basta pero más fiel que cualquier puro, se abalanzó sobre mí. Le abracé como se abraza a un niño; con ternura…Me senté y dejé que lamiera mis manos y entregara su afecto.
Fue lo más gratificante que hasta ese momento me había sucedido durante el día.


Luego de asearme, llevé la motocicleta al lavadero y mientras la dejaban otra vez como nueva, me fui para la playa y alquilé una hamaca que colgué de dos cocoteros.



El final de la tarde embriagó mis sentidos y olvidé otro día…uno de los tantos que han quedado a la vera del camino...



Jorge/2010

Los dias con sus dificultades,sus prisas,malestares,agobios...
Cuando termina el dia un pequeño gesto,sencillo y lleno de ternura;es suficiente y hace que se olviden ésos duros momentos y que recobremos la calma y tranquilidad en éste caso en el balanceo cálido de una hamaca.

¡¡Abrazos de flores de colores!!