¿Dónde está Dios ante el mal? Es la gran pregunta. Se escucha que también en la experiencia del mal se puede encontrar a Dios. El poeta César Vallejo escribió en Heraldos negros: “Yo nací un día / que Dios estuvo enfermo / grave”. Si no hay nada más sucio que hacer sufrir a los pobres, el Dios de los ricos no puede ser el de los pobres. Tampoco al que clamó Benedicto XVI en su visita a Auschwitz (“¿ por qué, Señor, has tolerado esto ?”) es el mismo que el Ser Supremo (Dios, Alá, Yahvé, Buda,
etcétera) del que habló Epicuro. De esto habla con sabiduría Karen Armstrong, quizás en defensa de Dios, o tal vez en su contra.
El problema de fondo es la incompatibilidad de dos atributos de Dios: bondad y omnipotencia. No es teodicea de primero de seminario sobre un texto de Tomás de Aquino, sino el pensamiento que viene de Epicuro, en una formulación que deberían angustiar a los estudiantes del Astete por poco que hayan reflexionado:Dios, frente al mal, o quiere eliminarlo pero no puede (1); o no quiere (2); o no puede y no quiere (3), o puede y también quiere (4). En el primer caso, Dios no sería omnipotente; en el segundo, no sería bondadoso o moralmente perfecto; en el tercero no sería ni omnipotente ni bondadoso o moralmente perfecto, y en el cuarto, Epicuro plantea la pregunta acerca de cuál es el origen de los males y por qué Dios no los elimina. El ateo Voltaire se preguntó lo mismo tras el terremoto que destruyó Lisboa en 1755.
Del libro ¿ Algo nuevo sobre Dios ?
De Kare Armstrongs.
Teknarit, África.