LA VERDE IRLANDA
Sentada frente a la ventana de la vetusta casa, descansaba la vista en el prado cubierto de flores amarillas, blancas y rojas mientras contemplaba mis recuerdos como si fuera una persona ajena a ellos. Mis manos cubiertas de arrugas descansaban sobre la mesa en la que permanecía cerrado el último de mis "Diarios". El cuerpo cansado por el paso de los años, reposaba en una butaca donde los almohadones mitigaban un poco los dolores de mis viejos huesos. El tiempo, implacable, había llenado de hebras blancas mi cabeza en otra época adornada por un cabello del color del trigo maduro y la mirada marchita de aquellos ojos que una vez fueron claros, regresaba al interior de mi mente para recordar mi vida... mi llegada a la verde y bella Eire.
Fue un día claro y soleado cuando comenzaba Septiembre. Sólo tenía veinte años en aquel momento en que pisé los extensos y encharcados prados de la colina. Las ovejas manchadas de negro, me miraron con sus ojos tristones como si me consideraran una intrusa en aquellos valles donde la lluvia intermitente, tapaba el sol a intervalos para regar los pastos y mantenerlos lozanos. Anduve unos metros por el camino de tierra hasta que divisé la casa y una mezcla de temor, esperanza y remordimiento por haber dejado atrás todo lo conocido y amado, paralizó mis pasos. Allí estaba mi futuro inmediato, impredecible. La primera idea, a la que, inmediatamente impuse el criterio, fue la huida. Había tomado una decisión y debía llevarla hasta el fin, no era momento de dudas. Y con mi maleta en la mano y la bolsa colgada del hombro, llegué a la entrada.
Lo primero que me sorprendió fue el espacio no acotado. La casa no estaba vallada ni por muro de piedra ni por verja de hierro. Estaba al aire. Donde terminaba el prado, comenzaba la tierra que rodeaba la mansión porque cuando la examiné más de cerca, fue esa la impresión que me causó. Una mansión de muros de mampostería a los que se había añadido una mano de cemento, tal vez para restaurarla. De una manera un poco incongruente, me fijé primero en el tejado de tejas rojas como pocas veces luego vi en aquel país donde acostumbraban a techar con lajas de pizarra. Dos chimeneas, una más pequeña y ancha entre las dos torres y otra más alta en la parte trasera donde, adelantado el tiempo, supe estaban los establos. La fachada era hermosa sin ser espectacular. En las dos torres se podían ver sendas ventanas de cuatro cuadros y en el espacio central, entre ellas, una más pequeña de dos cuadros que, más tarde, descubrí era la de la escalera que comunicaba con los pisos altos de ambas torres.
Me paré frente a la casa, descansé la maleta en el suelo, descolgué mi bolsa de mano que puse sobre la maleta y seguí contemplando aquella vivienda que iba a ser mi hogar durante un corto tiempo. Eso pensaba yo en aquellos momentos ahora ya tan lejanos.
El piso bajo o primera planta mostraba un ventanal cuadrado y grande en la parte izquierda y a la derecha, otro en forma de arco dividido, en el que divisé unos visillos blancos ligeramente recogidos. La puerta central también estaba construida en arcada con dos hojas de mdera que en aquel momento estaban entreabiertas, entonces lo vi a él.
Un poco sorprendido me sonrió y en su rostro se formaron unos hoyuelos que se acentuaron mientras se acercaba a mí con paso apresurado.
- ¿La señorita Irene?- preguntó en un español muy forzado.
-Sí...- respondí. La mirada asombrada y profundamente azul, eclipsó los hoyuelos de las mejillas. Me encontraba ante un hombre joven, no más allá de 25 años, calculé, y extremadamente hermoso. Alto, con el pelo muy corto y rubio que debía de ser rizado si lo mantenía largo pues los dos o tres centímetros que había sobre su cabeza redonda y bien proporcionada, se rizaban en pequeñas ondas muy disimuladas. Lo primero que pensé fue que no le gustaba su pelo y por eso lo cortaba casi al cero.
-¡No la esperábamos hasta mañana...!-dijo muy sorprendido mientras cargaba mi bolsa al hombro y cogía mi maleta con una facilidad que descubrió unos musculosos biceps.
Esta declaración me dejó indecisa y pensé si me había equivocado de fecha, pero mi avión tenía el vuelo para aquel sábado de Septiembre y le dije:
-Creo que en el cable que les envié puse la fecha de hoy...
-Yo creí que era mañana, lo lamento- y al decir estas palabras sus ojos se oscurecieron -era yo el encargado de ir a recogerla, va a tener que perdonarme...
Sonreí sin comentarios y entramos en la casa que en un principio me pareció oscura como si fuera el paso a un castillo medieval. Lo único que lo hacía algo más actual era el reloj de pie con un péndulo todavía en funcionamiento que, a lo largo de mi estancia en la casa, supe se atribuía al relojero inglés Harrison.
Se desprendió de las maletas junto a una puerta acristalada cubierta con visillos situada a la derecha de la sala o recibimiento en donde nos encontrábamos y, abriendo la puerta, me ofreció el paso. El interior me deslumbró. Había pocos muebles pero me parecieron de gran valor, dispuestos sobre una alfombra azul de cenefa gris y amarilla de dibujos geométricos. Un piano permanecía abierto con una partitura sobre el pequeño atril. Varias butacas tapizadas estilo isabelino estaban dispuestas un poco desperdigadas. Junto a la puerta de entrada, una vitrina estrecha, mostraba en su interior objetos de porcelana muy antigua y colocado de manera un tanto estratégica, se veía un escritorio de tapa y tablero deslizante con una hoja de papel sobre él, como si alguien hubiera interrumpido su escritura. Justo casi apoyada a la pared frente a la puerta, una mesa auxiliar, rectangular, ofrecía un té en un juego de plata y porcelana fina. Sentado, permanecía un hombre mayor cuyas facciones me recordaron a las de los auténticos marinos de los cuentos. Una cara surcada de profundas arrugas con una nariz larga y dura firmeza en un mentón cuadrado recordaba a cualquier pintura de un "lobo de mar". El joven le habló en inglés algo que entendí como "la señorita española", el resto del párrafo lo perdí.
-No me he presentado, todavía- dijo el joven dirigiéndose otra vez hacia mi- Me va a tener que disculpar muchas veces, la verdad es que estoy sorprendido por su llegada inesperada. Me llamo Patrick y él es mi padre.
Ambos me saludaron con un apretón de manos y un "espero que se encuentre bien entre nosotros" del más viejo que continuó leyendo un periódico en el que yo no me había fijado.
-Le enseñaré su habitación- dijo Patrick guiándome otra vez, hacia la puerta acristalada.
Al lado de ella una escalera de piedra, alfombrada de azul oscuro, subía hacia el segundo piso y en el lado izquierdo, al final de la escalera, estaba mi habitación.
La primera impresión fue de belleza para pasar a la de confortable. Luminosa, con un ventanal desde el que se divisaba un pequeño bosque, mejor decir arboleda, estaba pintada de un blanco "matado" por un tono gris clarísimo. La cama con dosel de gasas blancas y rosas parecía de princesa de cuento lo que me transportó al de la Bella Durmiente. Sobre un tocador también blanco en el que reposaba un espejo de mano y una especie de cubitera de cristal, destacaba un espejo grande con marco ondulado pintado de blanco y adornado en su parte alta por unas mariposas en color rosa de las que no pude adivinar el material de su construcción, parecían estar volando sobre el cristal. A su lado una cómoda butaca tapizada a rayas blancas y rosas finalizaba el mobiliario donde un armario ropero ocupaba una de las paredes de la habitación de lado a lado.
-Es una preciosa habitación-dije sin poder disimularlo y entonces vi a Patrick que no perdía detalle de mis sensaciones. Fue aquel el momento exacto en el que supe que aquel hombre iba a ser algo importante en mi vida. Igual que si alguien lo dijera en alta voz, así sentí el aviso. Patrick era el hombre por excelencia y supuse que, el misterioso azar, me avisaba de ese amor siempre esperado y todavía no encontrado. Era tan viva la percepción que al pensar podía ser descubierto por él aquel pensamiento, un rubor inevitable enrojeció mi rostro hasta la raíz del cabello, lo que intensificó la sonrisa y el dominio del muchacho que mantuvo la mirada sobre mí obligándome a bajar los ojos.
-Mi hermana ha ido a la ciudad con los chicos... mis sobrinos...-aclaró. Mi trabajo en aquella casa era precisamente el cuidado de dos niños de 7 y 9 años, niño y niña, y la enseñanza del español para ellos. Ese era el cometido que firmé en la Agencia de trabajo que me contrató y sin poder conocer el motivo, me alegró su ausencia en aquel momento. -Vendrán por la noche y entonces podrás conocerlos. Espero que os gustéis mutuamente- dijo sin dejar de sonreír y dirigiéndose hacia la puerta, se despidió: -El baño es la puerta inmediata a ésta. Te dejo para que descanses y pongas tus cosas en orden- Miró su reloj para ubicarse en el momento del día y continuó antes de cerrar la puerta: -A las cinco tomamos el té. Ya te avisaré.
Ese fue el primer contacto con aquella casa y sus moradores que, ahora, era toda mía. La primera vez que vi a la mujer del bosque fue cuando llevaba viviendo cerca de un mes en "Magical hill", nombre con el que se conocía la mansión. Fue una mañana cuando al salir a pasear por el pequeño bosque, como a mi me gustaba llamar a aquel oasis verde cubierto de árboles, con Patty y Richard, los dos hermanos que estaban a mi cuidado, al acercarme a un riachuelo de abundante corriente a causa de la lluvia nocturna, la vi sentada sobre una piedra situada junto al río. Me pareció una mujer peculiar, imposible de identificar por su edad. Pálida de rostro, una melena oscura, ondulada y bastante larga, le daba un aire misterioso y etéreo pero lo más curioso era su vestido blanco con una especie de túnica fina sujeta a la cintura por un cordón que me pareció dorado como si fuera de un hilo de oro puro. Inmediatamente la identifiqué en mi mente con una de las hadas de mi tierra asturiana, las Xanas, y ante aquella idea absurda, sonreí al mismo tiempo que la saludaba con unos correctos "buenos días". Me senté a su lado sobre la piedra y pude cerciorarme del perfume que exhalaba. Un perfume tierno, húmedo, a helechos y flores del campo que me embriagó. Sus ojos eran del mismo color del agua del arroyo, transparentes con un fondo ligeramente verdoso como si en ellos se guardaran los líquenes de los lagos misteriosos. Me sonrió y comenzamos a hablar, del aire, del tiempo, de la lluvia y la tormenta; del cielo y las nubes... Oí gritar a los niños y me levanté para llamarlos:
-¡Richard, Patty!
-¡Estamos aquí, no pasa nada!
Al volver para sentarme junto a la bella mujer, la roca estaba vacía, había desaparecido. Durante unos momentos la busqué entre los olmos del río, a izquierda y derecha pero no había rastro de ella. Fue entonces cuando tomé consciencia de nuestra conversación. ¡Habíamos estado hablando en español! Y aquel extraño detalle en el corazón de la verde y bella Irlanda me desorientó.
La compañía de Patrick comenzó a ser para mí una necesidad diaria. Su sonrisa, dulce, suave, en ocasiones algo guasona; su acercamiento que, con astucia, intentaba cada vez un poco más. Su mirada a la profundidad de mis ojos como si quisiera descubrir mis más íntimos sentimientos. El roce de su mano, su amistad, su ayuda... se convirtió en imprescindible. Lo necesitaba como la respiración. Él se ocupaba de los caballos del establo, no muchos pero de buena raza y al conocer mi falta de conocimiento para cabalgar, su risa se convirtió en apoyo protector.
-¡Oh, no. Tu vas a cabalgar ahora mismo...!
Y sin decir más palabras montó una dócil yegua blanca y ofreciéndome su mano, de un tirón, me subió frente a él. Noté su cuerpo viril contra mi espalda que me alteró, su brazo fuerte alrededor de mi cintura y una mano grande que me abrazaba con seguridad mientras con la otra cogía las riendas y salimos a galopar por los prados verdes y extensos que rodeaban "Magical hill". Pronto fui perdiendo el miedo y aprendí a montar, primero al trote para, poco a poco, aprender el galope con soltura. Fueron los momentos más felices de mi vida. Cualquier momento libre era aprovechado para un paseo a caballo. Cierto día, descansamos en el riachuelo donde encontré a la hermosa dama vestida de blanco que no había vuelto a ver y le expliqué el hecho.
-¡Vaya! Tú también la has visto- me miró con sus ojos escrutadores esta vez muy serio. Se quedó pensativo moviendo entre sus manos una hierba recién arrancada y luego volvió a mirarme.
-¿Me creerás si te digo que ese ser es una hada que cuida de estos lugares y muy especialmente de nuestra mansión "Magical hill"?
La sorpresa me dejó por un momento indecisa pero no incrédula. Cualquier cosa que me hubieran dicho sobre aquel ser misterioso lo hubiera creído y entonces recordé como, yo misma, la había comparado con las Xanas asturianas y así se lo dije a Patrick. Volví a encontrarme con su mirada silenciosa y profunda y luego oí su voz:
-Se cuenta que aquel a quien esta dama se aparece, se casa en el plazo de un año con el heredero de "Magical hill".
No sé si fue el hada, el ambiente húmedo, verde y ensoñador de los prados, el arrullo del riachuelo, o la compañía anhelada de Patrick pero aquel fue el momento de nuestro primer beso. Algo en el ambiente nos decía que nosotros éramos los escogidos por el destino.... o por las hadas del bosque.
Tardamos tres meses más en preparar nuestra boda. El ala izquierda de la mansión, donde yo tenía mi habitación, se convirtió en nuestra alcoba matrimonial y poco a poco la vida fue avanzando. Patty y Richard se trasladaron a Dublín con sus padres y más tarde fijaron su residencia en Inglaterra donde el padre tenía sus negocios. La casa ya tenía unos nuevos dueños, Patrick y yo. Pronto tuvimos el primer hijo y así hasta siete entre varones y hembras. El anciano padre de Patrick murió sentado en su silla del salón del piano con el periódico en la mano cuando principiaba un otoño y yo me quedé viuda un triste día, cuando ya todos mis hijos habían abandonado la mansión "Magical hill" al encuentro de su destino por el extenso mundo. Un caballo indómito lo derribó y se desnucó. No sufrió, me dijo el médico y cuando fui al encuentro de su cadáver en el bosque, comprobé que había sucedido al lado de la roca cercana al riachuelo donde se aparecía aquel hada irlandesa que a mi me parecía una Xana. Siempre pensé que ella me lo quitó pero nunca pude dar a esta idea una explicación coherente.
La casa, la mansión de "Magical hill" ha quedado para mí. Con el tiempo se la disputarán los siete hijos que tuve con mi amado Patrick pero ahora, mientras tanto, permanezco junto a este ventanal observando el prado cubierto de flores amarillas, blancas y rosas como cuando lo vi por primera vez aquel lejano primer día de Septiembre.
Todavía, al cerrar los ojos, veo la hermosa figura del hombre que amé, del hombre que siempre he pensado estaba destinado para mí. El azar, la vida, guía nuestros pasos de manera misteriosa e imprevisible. Con un deseo de visitar un nuevo país, al ver un recorte de periódico donde se anuncian trabajos nunca imaginados pero que despiertan el deseo incomprensible de conseguirlos. Una ilusión que debes alcanzar a pesar de muchos inconvenientes porque son las que te llevan a encontrarte con tu futuro, con los seres que has de amar... con esa vida desconocida que surge como una sorpresa día tras día.
Ahora sólo me quedan mis Diarios, mis recuerdos... entre sus páginas guardo un poema que me regaló Patrick el día de nuestra boda. Siempre ha permanecido conmigo y lo leo a diario como si fuera una oración que rezamos juntos. Dice así:
BENDICIONES DE LAS HADAS IRLANDESAS
Que el camino salga a tu encuentro.
Que el viento siempre esté detrás de tí
Y la lluvia caiga suave sobre tus campos.
Y hasta que nos volvamos a encontrar
Que Dios te sostenga con el puño de su mano.
Que vivas por el tiempo que tu quieras
Y que nunca quieras vivir tanto como vives.
Recuerda siempre olvidar
Las cosas que te entristecieron.
Pero nunca te olvides de recordar
Las cosas que te alegraron.
Recuerda siempre olvidar
a los amigos que te resultaron falsos,
Pero nunca olvides recordar
a aquellos que permanecieron contigo.
Recuerda siempre olvidar
Los problemas que ya pasaron
Pero nunca olvides recordar
Las bendiciones de cada día.
Que el día más triste de tu futuro
No sea peor que el día más feliz de tu pasado
Que nunca se te venga el techo encima
Y que los amigos reunidos debajo de él, nunca se vayan
Que siempre tengas palabras cálidas en un frío anochecer,
Una luna llena en una noche oscura
Y que el camino siempre se abra a tu puerta.
Que haya una generación de hijos
En los hijos de tus hijos.
Que vivas cien años,
con un año extra para arrepentirte!
Que el Señor te guarde en Su mano
Y nunca apriete mucho su puño.
Que tus vecinos te respeten,
Los problemas te abandonen,
Los ángeles te protejan
Y que el cielo te acoja.
Que la fortuna de las colinas irlandesas te abrace.
Que las bendiciones de San Patricio te contemplen.
Que tus bolsillos estén pesados
Y tu corazón ligero.
Que la buena suerte te persiga
Y cada día y cada noche.
Muros contra el viento,
Y un techo para la lluvia,
y bebidas junto a la fogata.
Risas para consolarte
Y aquellos a quienes amas cerca de tí,
Y todo lo que tu corazón desee....!
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(Este poema es de autor anónimo.)
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Mar Abr 13, 2010 2:38 pm
