LA MIRADA DEL ASESINO

Como cada noche éllos, los mayores, salían a la calle para acabar sentados en la acera de la calle larga y polvorienta donde permitían que las horas transcurrieran plácidas y tranquilamente, sólo se imponía una orden que más que tal era un concepto que era algo así como un código aceptado: no se permitía, en aquellas horas, la presencia de menores y menos aún de niños.

Los hombres todos reunidos en coro y a cierta distancia jugaban a cartas u otros juegos reunidos; a no mucha distancias las mujeres hablaban y de vez en cuando sólo se percibía un leve rumor de lo que decían, era entonces cuando las miradas se cruzaban y eran éstas las que marcaban el rítmo de la conversación. Mientras los hombres seguían a lo suyo pero cada cual poniendo algo mas que la vista en el juego: también el oído en lo que el viento o el sonido del silencio les hacía llegar, era entonces aquéllos momentos de duda de quién era quién; momentos y sensaciones envueltas en gritos sordos donde los ecos de gritos ya lejanos hacían recordar que aquéllos eran tiempos de oídos sordos, de bocas cerradas...De silencios cobardes.

En el subconsciente de todos y todas estaban aquéllas cruces colocadas a escondidas y por seres anónimos para recordar y hacer recordar que aún se les querían a pesar de las circunstancias, eran aquéllos los tiempos en que la presencia hoy en casa no garantizaba la misma mañana, eran tiempos cobardes, tiempos de miedo, tiempos de ausencia; tiempos en los que no hablar era sinónimo de decir mucho...Y más.

Por alguna rara intuición que la vida me regaló siempre supe leer las circunstancias que en todo momento subsistía en el ambiente, en el entorno en el cual y por la edad no tenía cabida; fue así cómo descubrí, en silencio, de qué se hablaba en aquéllas reuniones nocturnas y a la luz de las estrellas; supe entender en qué mundo nací y en qué mundo vivía; comprendí de aquéllas cruces colocadas en lugares casi siempre alejadas de caminos transitados, supe entender del porqué aquélla sociedad de mi niñez las rehuían al mismo tiempo que las temían y respetaban, supe más: supe con el tiempo porqué estaban allí y a quien pertenecían, y más aún; supe después quiénes las pusieron y porqué las vigilaban.

Eran aquéllos años de mi niñez años de Silencio, años en los que nunca se denunció nada salvo la cobardía colectiva que todos después descubrimos que nunca supimos afrontar. Por las noches eran las voces de los sin voz los que apenas podían decir algo, siempre en voz baja y siempre con el miedo en el cuerpo...Nunca nadie supo en aquellas noches si el asesino estaba, precisamente, sentado allí, frente a ellos o ellas.

Teknarit, África.

Eran otros tiempos...Eran tiempos de escased,después de una guerra y una posguerra,tiempos durisimos en que faltaban alimentos,en que abundaba la ignorancia y el analfabetismo y España estaba en desventaja con Europa y con el mundo.
Dices:"por alguna rara intuición que la vida me regalo..."etc...
Creo que era la curiosidad lo que te mantenia despierto y observador de lo que vivias en aquella época,y las cosas que veias que te llamaban la atención.
Tu curiosidad tan grande hacia que te mantuvieras bien ateno a lo que sucedia a tu alrededor.
Afortunado tú que aún hoy y después de haber pasado los años;creo que sigues manteniendo innata esa maravillosa curiosidad ,que hace que te sigas ilusionándo y con ganas de saber y conocer, como cuando tenias esos pocos años.

Un abrazo de flores!

ligeramente anecdótico pese al tema.
las palabras repetidas y la adjetivación popular lo sacan de lo que debió profundizar.