Cuento nostalgioso: El último viaje

Sentada en el viejo sillón de gobelino, la vieja estaba cansada. En ese domingo sola la nostalgia le crecía cual insolente monstruo que no da tregua ni respiro, la sopa apurada y la siesta programada habían pasado como rayo y ese reloj de péndulo que solamente marcaba las tres de la tarde.


Cómo llenar esas horas de eterno pasar, tomó sus medicamentos y en un viejo Winco, el viejo disco de pasta hacía sonar una antigua canzoneta napolitana una y otra vez. Trabajosamente sus brazos alcanzaron la caja, volvió a su sillón y comenzó a repasar su vida a través de las postales diminutas, las cartas de amor, prolijamente fechadas, los boletines de la escuela de los hijos que partieron porque la vida es así, sus nietos casi adultos que de vez en cuando llamaban, dejando su huella en pequeñas esquelas de aquél tiempo en que los cuidaba, cuando sus padres apurados con el trabajo, descuidaban la tarea de ser padres y de ser hijo, como si los años rompieran los lazos forjados en una niñez de sueños abrigados y comida caliente.

La música sonaba, el viejo tocadiscos no fallaba y cada vez más absorta seguía viajando al tiempo de las risas, los gritos, los llantos y peleas, cuando el sillón de gobelino tenía olor a nuevo, su carne estaba firme y los hijos se prendían de su falda, buscando su guía para encarrilar sus juegos. Aquél, el tiempo de la vida con mayúsculas, planeando, proyectando. El olor a tuco de los domingos y la mesa larga de años después cuando su compañero compraba las pastas en la fábrica de la esquina y el llamado telefónico, a echar los fideos que ya llegan.

Recorrió imágenes de esos momentos de vida plena, pequeños dolores, alegrías compartidas y la familia que crecía y paradójicamente se separaba, el viejo que fue al cielo, los huesos que dolían, el alma que a veces lloraba.

Se levantó y se hizo un té de hierbas recomendado por su hija, no se estaba sintiendo bien en estos días pero no lo decía - para no molestar vecina, ellos están muy ocupados –


Regresó al sillón respirando con dificultad, y el brebaje le calentó el desgastado cuerpo, retomó su tarea, y en el racconto que hizo de su vida a través de las imágenes volvió a vivir cada momento, su cara plácida esbozaba una débil sonrisa.

La música sonaba cada vez más lejana, los dedos sin voluntad dejaban caer las fotos, desesperadamente no quería perderse un segundo de recuerdo, gozaba cada instante como si lo estuviera volviendo a vivir, presintió que era el final, en la última ráfaga de conciencia, su corazón le dijo que era una bella manera de dejar este mundo en que después de todo había sido casi feliz.

Y se durmió enlazando el bagaje de añoranza que le llenó por completo el alma en la última bocanada de aire.



























































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Uff compañera, no se porque pero me erizo la piel este texto, pense en mi madre, en mi abuela con sus once hijos, y como la vida va llevando a todos por distintos caminos,una historia de vida como tantas, pero que sinembargo duele al leerla.
Enhorabuena un placer leerte.

Con un dejo de meláncolia,,pero la propia que nos da el ver a esos seres que han vivido tanto y van quedando solos.
Una narrativa excelente ,como ya te he dicho, que hace que el lector se involucre con el texto.
Excelente compañera, es un placer leerte.

Una de las ventajas del ser que llega a la vejez, es la de repasar los eventos ocurridos en su vida, incluyendo lógicamente las personas. Dicen que recordar es vivir y estoy plenamente convencida de ello.
Cuando estaba más joven me apenaba pensar que una persona que llegaba a la vejez, solo tenía que pensar en la muerte, sin embargo vamos caminando y vamos cambiando de manera de ver las cosas. Un tema para reflexionar.
Un beso, Ethel

Excelente relato. Nostalgico, pero sentido y vestido de una gran belleza plástica. En sus letras siempre deja razones,, pensamientos, sensaciones y enseñanzas. Alabo su narrativa como ensalzo su magnifica pluma.

Un beso.