Cedric, abandona ahora su camerino, y mientras cruza la puerta de la calle, se limpia los restos de sangre que han quedado en sus labios, con la manga oscura de su chaqueta. Su mirada, de un azul glaciar, se ha endurecido y ha dejado atrás a ese azul cristalino, rebosante de compasión.
La noche, y la niebla, reinan ahora en las calles de Londres. A causa de la humedad, el pavimento y los adoquines permanecen mojados. Cedric aprovecha la tranquilidad de las calles para pasear. Durante la noche, su piel blanca no parece tan mortecina. Aunque los transeúntes que se encuentran con él, lo miran desconfiados. Su altura 1,90 –demasiado para la época- y la dureza de su rostro, no deja a nadie indiferente.
De repente, su paseo y sus pensamientos se ven turbados. El hombre detiene en seco su paso, cierra los ojos con una mueca de dolor, y se lleva sus manos a las sienes. Concentrado, ahora, escucha en su cabeza, una voz de auxilio que lo pone alerta.
-“¿Quienes sois? ¿Qué queréis? Dejadme marchar.... No me hagais daño, por favor...”
Cada día oye cientos y cientos de voces distintas de la gente. Su condición inhumana le permite escuchar los pensamientos de los humanos. Lamentos, penas, alegrías, risas y como en ésta ocasión, llamadas de auxilio. Pero esta vez, la llamada ha captado su atención. Normalmente Cedric, pasa por alto y olvida todo lo que oye, sin embargo, en esta ocasión, no puede evadirse, por más que intenta no pensar en lo que está escuchando.
Cegado, por la voz desconocida, y asimilando que nadie le observa, a una velocidad que lo hace invisible a la mirada humana, se presenta en el callejón oscuro, del que cree que proviene la petición de auxilio. Una vez allí, sus ojos observan la terrible escena con desprecio. Un par de jóvenes -por las ropas parecen aristócratas- empuñando una daga en la mano, retienen a la fuerza, a una joven, con su vestido desgarrado, y el cuerpo semidesnudo.
-Soltadme... por... favor... –suplica la joven con la voz desgarrada.
-Vamos guapa... divirtámonos un poco por lo menos...
Mientras los dos muchachos siguen desgarrando el vestido de su víctima, Cedric se acerca a ellos por la espalda, sigilosamente. Sus pasos a penas audibles, lo acercan a los individuos, como si fueran presas y él, estuviera de caza.
-Me parece que no le gusta vuestro juego.
La voz de Cedric deja a los delincuentes petrificados. En un acto reflejo, ambos se giran sorprendidos, dejando a la joven caer despavorida al suelo, casi sin aliento. Las miradas de ambos se cruzan como incrédulas. El tamaño de Cedric les parece descomunal, y sus ojos rojos de rábia, casi parecen brillar en la oscuridad.
-¿De dónde ha salido? –se preguntan uno al otro.
-Del infierno... –les contesta él, acercándose en dos zancadas a sus presas.
En un movimiento audaz, el hombre levanta un cuerpo con cada mano, de los individuos, y los arroja con brusquedad a cada lado de la calle. La joven malherida, observa aterrorizada, la fuerza del descomunal recién aparecido.
CONTINUARÁ...