EXPERIENCIA RELIGIOSA (SEGUNDA PARTE Y FINAL)

Luisa buscó el momento más bello y alegre en su corazón para revivirlo, imágenes cruzaban por su mente en forma fugaz, ninguna lograba detenerse, hasta que fijó una, el nacimiento de su primer hijo, con cuanto amor lo recibió en sus brazos esa tarde de julio, con un invierno cerrado y oscuro. La emoción, la alegría que sintió no la comparaba con nada, el tomarlo en sus brazos, el mirar su carita, el sentir su llanto, el palpar su cuerpo y ver sus ojitos, la embriagó de amor. Fue el momento más significativo y feliz para ella, a pesar de las circunstancias, era ella una adolescente aún, que importaba en ese MOMENTO como había sido concebido, si fue por la fuerza, si fue por engaño, si la gente le diera la espalda o la apuntara con el dedo, si tenía que dejar su casa o sus estudios, nada importaba, solamente ese niño pequeñito y frágil que estaba en sus brazos dormido. Si, ese había sido el momento de felicidad más plena.
Una nueva canción comenzaba a escucharse, su letra era de amor pleno a Jesús, agradecía por estar siempre presente, era de entrega al Jesús Santo, Salvador, confidente, amigo y amor.
El corazón de Luisa estaba emocionado, las lágrimas calientes seguían corriendo por su rostro. Respiró profundo, sonrió, sus ojos cerrados estaban como amarrados parpado con parpado y fue ahí que lo vio, el rostro de Jesús sonriéndole y sus manos extendidas , en un manto de luz envuelto, suspendido en el aire flotando hacia ella. Sintió una emoción, una seguridad inmensa, un calor paterno cuando Jesús la abrazó y ella lloró en sus brazos mientras Él acariciaba su cabeza. No dijo palabra alguna y así como apareció, se desapareció por completo, dejándola cubierta de ternura, agilidad, esperanza, paz y felicidad.
El sacerdote habló:
“Ahora, lentamente, irán abriendo sus ojos…”
El rostro de Luisa estaba húmedo y fresco. Comenzó a abrir sus ojos despacio, el silencio de la sala se vio interrumpido por suspiros y algunos sollozos. Observó a sus compañeros, sus rostros estaban algo demacrados, pero frescos de ternura y paz.
El sacerdote prosiguió:
“Bien, nos tomaremos de las manos y rezaremos la oración que Dios Padre nos enseñó, Padre nuestro…Ahora rezaremos a nuestra Santa Madre entregados a ella, a su amor y devoción… Dios te salve María…”.
Luego el sacerdote solicitó que alguna persona voluntaria contara su experiencia. Todos en silencio, se miraban, nadie se atrevía a hablar. Luisa alzó la mano y contó su experiencia religiosa con Dios.
Nadie hizo comentario alguno, todos continuaban en silencio y emocionados.
Finalmente, se dieron la Paz, con abrazos, con cariño y afecto, abrazo que se sintió vivo y con entrega en cada uno de ellos.
El sacerdote invitó a tomarse unos minutos antes de regresar a la sala de clases, podían tomar su desayuno o compartir experiencias.
Luisa salió al patio, completa de amor, de mil sensaciones de ternura, emocionada, sus ojos expresaban dicha, su corazón estaba lleno de gozo. Elevó su mirada al cielo y dio gracias por haber vivido ese encuentro con Dios Padre y Jesús hijo.

"GRACIAS SEÑOR, POR LO QUE ME HAS DADO Y POR LO QUE SOY"