Que Los Hay ... Los Hay
(EL FANTASMA DEL RIVERA)
Córdoba la Docta, ciudad de Argentina con tradición colonial y universitaria, es hija de los profesores Jesuitas expulsados por un rey Borbón (Carlos III de mala memoria), de sefaradís lusitanos acusados de circuncisos, vascongados de origen protestante, andaluces y valencianos con pasado islámico, todos ellos llegados al mismo tiempo en tiempos coloniales (s.XVI al XVIII). Y luego más adelante con la inmigración del siglo XIX de italianos carbonarios o españoles anarquistas.
Esta sociedad provinciana cordobesa con liberales a ultranza, no era devota (como las demás provincias argentinas) de las numerosas Vírgenes importadas o Isis Negras locales.
A saber: la del Valle, la de Itatí, de la Carrodilla, de Luján, sean autóctonas o llegadas allende los mares. Incluso la importada propia cordobesa desde el Perú y un mentado naufragio —la Virgen del Milagro— era por su condición misma, totalmente oficialista y burocrática.
Córdoba no tenía los mitos “virginales” propios con resonancia popular de cuño católico que se evidencia en otros rincones del país. Córdoba era intelectual, racionalista y profanaba las iglesias en medio de la Semana Santa de 1918 durante los días álgidos y movidos de la Reforma Universitaria (desnudando a los santos cubiertos por telas moradas).
Así nacería la agrupación de consejeros estudiantiles llamada “Franja Morada”.
¡ Pero en sus fantasmas sí creía !
No tenía esto una explicación válida o posible. La única explicación era que los habían visto o sentido caminar… simplemente...
El Monserrat, el Paseo Sobremonte, el Calicanto, el teatro Rivera Indarte, el Pabellón de las Industrias o las antiguas casas Jesuíticas, eran su permanente escenario. Estaban todas estas residencias plagadas por formas emergentes de la cuarta dimensión.
El fantasma del teatro Rivera Indarte era muy peculiar.
Pedía solamente un asiento, un palco, una fila, un piso... que llevaba siempre el número 2. Asiento 22. Segunda fila. Palco 2. Piso 2. O fila 22 ...Etc.Etc.Etc.
Se lo describía como un hombre fino de apariencia madura, muy elegante, de frac o traje negro, realmente un habitué vestido para una gran gala, aunque apareciese cuando el teatro estaba sin función.
No es el Rivera Indarte un teatro que pueda estar cerrado durante las horas diurnas, pues al ser él una propiedad provincial sus numerosas e inmensas dependencias son utilizadas para varias actividades culturales. Cualquier ciudadano lo encuentra abierto durante el día .
¡Entonces llega el señor del número 2..!
Nunca se lo ha visto entrar desde la calle pues vive allí. Los encargados de cobrar las entradas no lo han visto ni adquirirlas, ni entregar su ticket. Pero espera en los pasillos o escaleras al acomodador. Solicita el palco 2, o la segunda fila, o el asiento 22, cuando casi no hay público, porque está ansioso de ocupar su lugar (según explica) pues él llega entre los primeros en los días de concierto u ópera.
El desprevenido muchacho de uniforme abotonado lo lleva hasta el sitio requerido, se lo ofrece con ademanes estudiados, torna la cabeza en atención a la elegancia del caballero, comienza a articular unas palabras elegidas que lleva especialmente preparadas para el caso...¡ y ya no lo tiene más a su lado!
Otras veces llega después de una función de gala, pero siempre elegantemente vestido, como si fuera día de ópera. En esos casos se acerca a una de las oficinas de la sección cultural y saluda siempre con fineza. Habla con alguno de los oficinistas allí habituales (quienes en realidad son gente de alcurnia intelectual a cargo de una secretaría oficial) y le dice que ha olvidado un objeto de su propiedad, la noche anterior al retirarse del teatro. El aludido lo mira con sorpresa pues no es horario de función... Pero lo escucha.
Ha olvidado un guante claro (y le muestra el otro) o una bufanda también clara que hace juego con su obscuro traje de gala. Siempre ha perdido algo: prismáticos de nácar, billeteras llenas, paraguas con mango labrado de marfil en días de lluvia. Todo suntuario. O se ha dejado alguna cosa pequeña escondida detrás de un asiento y de mucho valor, que debe buscar personalmente pues no confía en la honradez del encargado de limpieza. Por precaución, desea llegar antes que él.
Habla con serenidad. Tiene convicción. Tiene distinción. Y hay que acompañarlo con premura hasta el palco 2, el piso 2, o el asiento 22.
El personaje de la oficina cultural deja entonces sus carpetas, su máquina de escribir, sus archivos, para acompañarlo. Le recalca al elegante caballero que ésa no es su función allí, en el Rivera, pues él no es un conserje ni un barredor de teatro. Pero no importa, ya que el señor es muy elegante.
Lo acompaña. Sube con él las largas escalinatas de mármol blanco en dirección a los palcos. Siente atrás suyo sus pasos por esas escaleras que llevan hacia el segundo piso.
O entra en la platea delante de él, en la semipenumbra del Teatro Rivera Indarte, cerrado. Busca el número 22222 solicitado. ¡Y comprende que está solo!
¡El Fantasma del Rivera Indarte se ha burlado también de él ...que es un intelectual!
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Alejandra Correas Vázquez