ACUARELAS COLONIALES
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MOVELA
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por Alejandra Correas Vazquez
BAUTISMO en la MERCED
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ACUARELA DIECIOCHO
Cuando las luces rojas de la Oración anunciaban la muerte del día, después de rezar el rosario en familia, era corriente ver a mi padre acompañado por Tobías y conversando con algún paisano, casi en sigilo. Poco tiempo después presenciaríamos el bautismo de un nuevo lugareño, que habría de aumentar la población de la Merced.
Para el día elegido Tobías con su gran llavero abría la reja de nuestra capilla doméstica, ubicada en la gran galería. Se le colocaban manteles nuevos. Las velas preparadas por Micaela, con sebo y aromas, y las flores que nosotros los niños traíamos de los montes, o acaso en invierno solamente capullones dorados del estío, conjugaban una recepción emotiva al recién nacido. Ramona aportaba el agua salina contenida en un botellón de barro esférico, que el cura Don Dionisi, bendecía una vez al año en sus visitas veraniegas.
Ornamentado el escenario con nuestro entusiasmo, mi padre procedía a bautizar (en su función de Encomendero) al nuevo serranito, quien acompañaría nuestra existencia junto a su familia. Su pose tiesa y erguida, sus blancas manos rociando con agua bendita un rostrito trigueño y llorón, reproducía ante mi vista la estampa ya casi desdibujada del papasito Cirilo. De quien él heredaba su misión patriarcal, aquélla que algún día sería también la tuya.
Don Dionisio llegaba hasta nuestra sierra en períodos luminosos de sol, acorde con su temperamento placentero. Solía entonces, como sacerdote, casar a los lugareños cuyos hijos estaban ya muchas veces bautizados por mi padre. Fuera de temporada, nuestro cura familiar, sólo arribaba o admitía ser introducido en el carruaje que lo traía hasta casa, obedeciendo los imperativos de Gervasio. Con quien él tuvo siempre grandes desencuentros por la escasa paciencia del mulato a los cultores de la vida sedentaria. Pero llegaba en casos exclusivos .Eran antipatías que nos ocasionaban dificultades, ya que ambos intentaban aumentarlas, en lugar de soslayarlas, o aliviarlas.
Alegres o trágicas, sus visitas tenían algo de majestad, porque escapaban de lo corriente. Eran un cambio en la rutina de nuestras vidas, y su presencia traía algo de insólito. Gervasio, en cambio, manifestaba de antemano muchos nervios y mal carácter, cuando estaba obligado a traerlo. Algunas veces regresaba solo con los medicamentos que el cura proveía, o llegando con Don Dionisio, éste aplicaba jarabes o fomentos especiales, que alejaban la amenaza que lo solicitara. El viaje era muy largo y el arribo se producía al día siguiente o hasta tres días después. Muchas veces llegaba a nuestra casa, cuando la fiebre del enfermo ya había bajado, ayudada con los “yuyos” de Ramona.
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