BRILLOS de CHUQUISACA
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ACUARELA TRES
(CONTINUACION)
por Alejandra Correas Vazquez
La satisfacción de nuestro padre ante tu verbo, ahora estilístico, con el cual nos sorprendías. O el esplendor que te produjera el contacto con ese Alto Perú —tan distante de nosotros— que supo revelarte los códigos de una vida mundana. Mas la exaltación juvenil por haberte presentado allí como un enviado de nuestro padre, ante Real Audiencia de Charcas ...Tus exámenes en Chuquisaca para doctorarte… No dejaban empero ocultar las emociones galantes, que se adivinaban en la complicidad de Ambrosio.
Las ancianas de nuestra casa te observaron de otra manera. La abuela Inés, cautamente, en su personal estilo. La casi centenaria bisabuela Aurora, con su emotividad incontrolable ... quien llegó discutiendo con Micaela, haciendo resaltar con ira sus pequeños ojillos azules, porque mi niñera intentaba ayudarla tomándola del brazo, para acercarla a tu encuentro.
Luego, Ramona... tu protectora de siempre. Una india de edad imprecisable, altiva, saliendo de la cocina con su vestimenta blanca, impecable, muy lavada, sin adorno. Con su pañuelo negro atado como vincha, cubriéndole todo el cabello, que destacaba su rostro inmóvil, sin arrugas, milenario ... Indio.
Todas ellas juntas frente a ti, sumaron su eco al sombro... ¿Cómo habrían las ancianas de reconocer en este galante joven llegado de Chuquisaca y Charcas... al travieso Cirilo de antaño, quien escapaba por los corredores de las reprimendas indignadas de Tobías?
—“No ... No es el nuestro”— murmuraron entre sí al mirarte las ancianas
—“Ninguno de los dos son mis muchachos”— meneó con asombro la cabeza Tobías
El sol se ponía ardiente, sonoro en su silbar de vientos cordobeses, que alejaban como un hechizo las calles tapizadas de Charcas y su decoro de salones.
—“¿Hay nostalgia?”— te pregunté entonces, como si yo sintiera una emoción contagiosa
—“Siempre hay nostalgia —me contestaste— La de las chicharras en Charcas, la de los salones en Córdoba”
Y fue ése el momento de nuestro reencuentro, al pensar que yo quedaría, cuando la hermanita hubiese pasado en tu memoria, como la chicharra nocturna evocada a la distancia, sobre el escenario ciudadano del mundano Alto Perú.
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EL RANCHO de PIEDRA
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ACUARELA CUATRO
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(Bosquejos del Pasado .en nuestra niñez)
El sol expandía fuegos por el paisaje y una eclosión brillante de mica tapizaba el escenario de la sierra, en aquella siesta inmaculada de blancura. Sobre esa dimensión asoleada y eterna, el perfil recortado en curva de Hermenegildo, con sus pómulos emergentes y sus ojos zarcos, sobrevivencia de una raza india inextinguible, declaraba su estampa milenaria como imagen de un vacío intemporal.
Fue el instante en que salimos a su encuentro, como dos niños serranos y casi silvestres, atravesando el bosque de talas y huyendo de la vigilancia de Tobías. Por momentos, en el silencio caluroso del verano donde el ardor cae en vértigo sobre la tierra, un leve rasguño a la distancia parece un alarido, y el temor que producíanos nuestra huída, hacía precipitar el color rojo de las mejillas.
Nos colocamos sumisamente a su lado entre las peñas del contorno, junto al alero de paja de su rancho de piedra, que emitía hondas intensas de calor… para él imperceptibles.
Nada lo conmovía. Cualquier ambiente, el presente de fuego o la escarcha invernal, le eran indiferentes. No nos hablaba. No emitía tan siquiera el rumor de sus pensamientos ... Lentamente, como saliendo de un pasado inmaterial, reparó en nosotros, a través del hueco profundo de sus ojos claros, recortados sobre el cobre brillante de su piel.
—“Íbamos veinte arrieros … Con veinte carretas cargadas de cueros secos, carne de charqui y vinos, camino de Arica para traer sedas de Oriente ... Don Cirilo se apeó del pescante para ver de cerquita al Atacama, y el Tobías, mozo entonces, había quedado dormido con las armas al cinto “¡Vaya cuidador!” ... dijo Don Cirilo “¡Si yo debo protegerlo a él, durmiéndoseme ansí en el peor lugar!” … Era hombre “juerte” y decidido Don Cirilo ...arrogante... conmigo le bastaba y él lo sabía. Mi lanza era suficiente. Pero quería pasear y probar al mulato, tan joven entonces, darle la “juerza” de un gaucho porque se criaba en la casa entre “mojeres.”
Y se iluminaron los ojillos indios de Hermenegildo como micas al sol, reviviendo esa emoción juvenil de rivalidad gauchesca contra los mulatos, siempre asiduos a la vida doméstica de nuestras familias.
—¡“Yo seré un Don Cirilo como aquél!... y llevaré cueros más lejos, con más mulas, y Ambrosio no se dormirá en mi carruaje”— …Interviniste entonces para que yo te oyera y admirase, como héroe desvalido al que sermoneaban todas las tardes.
—“¿Endeveras? ... velay ... Cirilito ... Cirilito … ¡Don Cirilito!...”
Su silencio volvió a invadirnos y retornó nuevamente al estatismo, mientras cruzaban en sus recuerdos los macizos nevados andinos, que los años habían apartado de su vista. El ronroneo del mate que él llevaba a la boca como atenuante a la sed, con aroma a yerbabuena en ese ardiente verano, le devolvía cierta apariencia humana.
De sus dedos nudosos y cobrizos asomaba el porongo natural, fundiéndose en una sola especie. Su mate espumante y con la bombilla presta, parecía mantener la única realidad de aquel instante. Cerró los ojos y la mansedumbre del sueño se posó sobre su cuerpo, con la fuerte osamenta sentada en silla baja y los brazos cruzados en una perfección de estatua.
Y allí lo dejamos después de un largo rato, sin que ningún movimiento involuntario lo privara de aquel equilibrio casi sobrenatural.
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CONTINÚA