CONCILIAR LO SUPERIOR Y LO HUMANO
“Cada paso que doy hacia lo inferior me capacita para ir un poco más a lo superior, y cada paso que doy hacia lo superior me capacita y me obliga a ir un poco más hacia lo inferior”.
(Autor desconocido)
En mi opinión, no es posible estar solamente en la zona que denominamos como Superior y negar la existencia, y la influencia, de lo que se denomina –equivocadamente- lo Inferior. Su denominación real debiera ser, en ambos casos, Lo Humano, ya que Lo Humano es la confluencia de todo y el lugar donde se han de desarrollar todos los complementarios.
Si fuésemos sólo Lo Superior no tendríamos necesidad de estar aquí, o seríamos tan espirituales y tan perfectos que el Mundo se asemejaría a lo que imaginamos que es el Cielo. “No sé qué hago aquí, ni por qué o para qué estoy, pero sé –con la certeza que es posible tener, y si no me engañan los sentidos- que estoy aquí”. (Esta premisa es conveniente entenderla más allá de su obviedad. Requiere una reflexión muy atenta).
En la misma medida que uno se abre a Lo Superior, tendrá fuerzas para aceptar su Humanidad al completo; cuanto más acepte uno las complejidades de existir como Ser Humano, mayor disponibilidad y fuerza tendrá para elevarse a Lo Superior.
Aunque no se ajuste exactamente a la realidad, en general aceptamos que Lo Superior es una combinación de lo más elevado que se le supone al Ser Humano y de lo que está por encima de él; de todo lo que tiene que ver con la Espiritualidad, con lo Divino, lo noble, lo religioso, las virtudes y cualidades… mientras que en Lo Humano, metemos –muy equivocadamente- tanto lo tosco de la persona como los vicios y bajezas, la sombra, lo que uno sabe que no es bueno o no está bien, lo que no es agradable de sí mismo, aquello en lo que se equivoca o se tropieza, lo que es dudoso o inepto, lo material y lo imperfecto, etc.
Ponemos una línea divisoria donde no existe ni es necesaria.
En mi opinión, somos un conjunto que lo reúne todo y que aspira, con mayor o menor intensidad, a conciliar ambas denominaciones para lograr un conjunto en el que Uno se sienta bien, cómodo, seguro, y con la sensación de manejarse bien tanto en sus momentos más “espirituales” como en los más “terrenales”.
Ni la espiritualidad es solamente para los místicos, ni la religiosidad es solamente para las beatas, ni la voluptuosidad es solamente para los pervertidos.
Hemos de ser el mismo en la risa que en la oración, el mismo jugando que en el trabajo, el mismo acariciando un bebé que sexualmente embravecido con el ser amado, el mismo en los miedos que en la felicidad.
No somos varios, aunque usemos varios personajes: Somos Uno.
Y es interesante comprender lo que encierra esta frase y no quedarse solamente en las palabras, ni solamente en la opinión que en su día formamos de esta frase ya tan manida. Realmente Somos Uno.
Es bueno repetirla en voz alta tantas veces como sea necesario, hasta que se encienda una luz en nuestro interior que alumbre la intuición y, de pronto, la comprendamos. (Comprender es abrazar, contener, entender, alcanzar, incluir en sí algo)
Cuando comprendamos eso de “Somos Uno” lo habremos hecho tan nuestro que entonces seremos totalmente nosotros mismos. Somos Uno yo y aquellas partes en las que me divido para entenderme mejor. Somos Uno yo y el resto de la humanidad.
Ni hemos de tener miedo a la responsabilidad tan grandiosa que es ser divinos –que lo somos- ni hay que escandalizarse por ser a veces tan ordinarios –que lo somos-.
Es bueno caminar con naturalidad del Mundo al Cielo y sin tropezarse. Es bueno sentirse cómodo en la oración, en la meditación, en la reflexión, en el éxtasis, así como en los placeres, en las emociones y en los sentimientos.
Soy Uno y me siento bien en este Uno.
Soy Uno, pero no soy cada uno de los personajes que interpreto: esposa, empleado, confidente, el que ríe, la que se enoja, el atormentado, el que duda, la madre… no soy ninguno y soy todos.
No hay fronteras dentro de mí.
Mi Dios y mi diablo deberían ser ya amigos de tanto tiempo que llevan juntos.
No debo negar ninguna de las dos cosas que he opuesto en ambos extremos: soy Divino y soy Humano. Me muestro a veces como una cosa, a veces como la otra, y a veces un término medio que acepta ambos pero trata de acercarse más a un extremo debilitando al otro. Pero en todos los momentos Yo sigo siendo Yo. O sea, ambos. Todos.
Pero siempre tendré un porcentaje de cada una de las cosas. Sólo Dios se reserva la potestad de la perfección absoluta, y sólo el diablo puede ser diabólico a todas horas.
Si aceptamos que en nuestra naturaleza –de la que no somos responsables y en la que no intervenimos- están todos los extremos posibles, ya sea por el Pecado Original o por la “imperfección” con la que nacemos, porque somos Hijos de Dios, porque disponemos de conciencia y alma, simplemente “porque somos así”, o por la razón que cada uno considere acertada, eso nos descargará de una onerosa responsabilidad que sentimos de un modo inconsciente.
Pero el que sea un asunto de nuestra naturaleza no nos exime de las responsabilidades cuando actuamos “mal” siendo conscientes de que actuamos “mal”. En ese momento deja de ser un asunto de la naturaleza para ser un asunto absoluta y conscientemente nuestro.
Ser “imperfectos” nos invita a buscar la “perfección”.
Y de eso se trata: de escuchar a la intuición o la sabiduría interna que nos indica lo que agrada a nuestra conciencia y de tratar de complacerla.
Ser Divino en lo Humano. O Ser, simplemente Ser, que incluye e implica Lo Superior y lo Humano.
Te dejo con tus reflexiones…
Francisco de Sales