MEJOR POR LAS BUENAS QUE POR LAS MALAS
En mi opinión, y aunque me cueste un poco aceptarlo, parece ser que hay ciertas experiencias en la vida por las que tenemos que pasar inevitablemente.
Las que son agradables pasan desapercibidas. Estamos tan a gusto disfrutándolas que no se nos ocurre ponernos a pensar en otra cosa. En cambio, cuando nos toca afrontar algo desagradable, doloroso, o que aporta sufrimiento, entonces es cuando nos aparecen pensamientos de incomprensión -“por qué me tiene que pasar esto a mí?”-, y es entonces cuando nos sentimos las víctimas favoritas de todos los diablos.
No siempre sabemos la razón de por qué aparecen ese tipo de experiencias –que en muchos casos ni siquiera participamos en que sucedan-, pero aparecen. Y hay que afrontarlas.
Creo que nuestra única libertad en esos casos es escoger entre hacerlo por las buenas o hacerlo por las malas.
Lo “bueno” podría ser mantener como se pueda la tranquilidad ante lo que va a suceder, porque de todos modos es inevitable y es mejor enfrentarse de igual a igual, sin miedo y sin previa rendición y derrota, que hacerlo de mala gana, descentrado, refunfuñando o protestando a gritos.
Lo “malo” es negarlo y negarse, ponerse del lado del lamento y la protesta y no hacer cosas positivas y adecuadas.
El camino de la vida a veces es agradable y florecido, hay sonrisas y paz, pero otras veces hay obstáculos que ponen difícil el avance y barrancos y ciénagas y ventiscas… y dolor y lágrimas. Y, en muchas ocasiones es un camino impredecible porque es nuevo y nunca antes hemos pasado por él, y puede ser de flores o espinas, caminos alfombrados de hierba o lava ardiendo por el suelo, sol o infierno. El buen caminante trata de evitar las complicaciones, pero sabe que tiene que seguir y sigue. Lo que tiene que saber el caminante es que para llegar a la meta no es obligatorio hacerlo en línea recta y que cualquiera de los obstáculos puede ser salvado buscando –con serenidad- un camino alternativo. No hay que pasar las montañas por lo más abrupto y se pueden rodear y llegar al mismo sitio.
No todo lo desagradable tiene que incorporar el sufrimiento y el dolor. No son inseparables ambas cosas. Y el dolor, si se comprende, puede dejar de doler. La comprensión forma parte del alivio.
Es posible quedarse al margen de lo que pasa, aunque sea uno el que lo está pasando. Se puede lograr. “Tranquilidad. Esto es lo que me pasa en este momento, aunque no me guste. Tengo que pasar por aquí. ¿Cómo lo hago?”
“Es mi decisión mantener la calma –sí, a pesar de lo inaguantable que me está pasando- y es mi decisión no oponerme, respirar, salirme de lo que pasa para ver lo que pasa. Es mi decisión no tomármelo como un ataque del destino. Soy yo quien puede crear un estado de serenidad interna, una especie de imperturbabilidad, de protección ante las emociones para que no se desboquen”.
No es imposible. Se puede. Te lo garantizo. Cuesta un poco al principio pero, si colaboras y te esfuerzas, verás que se puede. Y entonces miras de frente a lo que te pasa y le dices “venga, cuéntame” y te escuchas en tu interior y hablas contigo y te desmontas todas las razones que utilizas para convencerte de que es mejor enrabietarse y protestar que resolver.
¿Qué no se puede? ya te he dicho que sí se puede. Sólo tienes que cambiar el convencimiento antiguo por el nuevo. Sólo tienes que mandar en tu vida y controlar tus emociones sin permitir que te arrastren en su caos y su capitulación. ¿Qué eso es de personas insensibles? No. Es de personas que saben cuidarse o de quienes saben que las pataletas son del ego y no suyas o de quienes mantienen la calma porque se saben por encima de lo que esté pasando, que es algo que sin duda tiene un final, y uno –cuando sabe quién es- está por encima de las circunstancias, de todas las situaciones, del entorno, de los sucesos.
Las cosas que le ocurren a uno pasan, pero Uno siempre permanece.
Te dejo con tus reflexiones…
Francisco de Sales