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 ARTIFICIAL (parte 2 de 3) (ciencia ficción)

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franckpalaciosgrimaldo
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franckpalaciosgrimaldo


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MensajeTema: ARTIFICIAL (parte 2 de 3) (ciencia ficción)   ARTIFICIAL (parte 2 de 3) (ciencia ficción) Icon_minitimeDom Feb 09, 2020 2:54 pm

ARTIFICIAL

Sesión 4.
—Cuéntame sobre tu primer contrato. ¿Qué recuerdas? ¿Recuerdas, cierto?
Ivy asintió.
—Fue muy lejos de aquí. En Vellero678, al noreste de Catalina90. Me contrataron para cuidar de unos ancianos. Fue en el año 2377. Era una tecnología arcaica a comparación de hoy.
—¿Cuál era tu función? Específicamente.
—Podría leerlo en el informe, doctor. —Frunció el ceño y torneo la cabeza.
—Me gustaría oírlo de ti. ¿Te molesta? —Dereck arqueó las cejas.
Ivy sonrió.
—No. Claro que no. Continuaré. Era una maquina servil. Instalada en un equipo robótico HJ58-AS. ¿Recuerda esos modelos?
—Sin rostro humano. Delgados y pesados. Voz robótica y de sexo ambiguo.
—Siempre he sido femenina. Aunque mi voz no tuviera agudos o graves.
—De eso hablaremos más adelante. Continua.
La Inteligencia asintió. Continuó.
—Me encargaba de alimentarlos, en aquellos años aún se consumía orgánicamente los alimentos: pastillas en su mayoría. Los aseaba, los vestía, les leía libros y me encargaba de mantener el hogar limpio. Muchas veces los escuchaba también. Por alguna razón Gladis, la señora, me hablaba. ¿Sabe cómo me llamaba?
—Ivy.
Ivy asintió.
—Era una dulce señora. Tenía ciento diez años cuando la conocí; su esposo, Geronve, tenía ciento cuarenta.  Ambos tenían la mayoría de sus órganos remplazados, pero la tecnología de aquellos años no era como la de hoy. Hoy un ser humano puede vivir hasta que desee. Entonces no, la muerte era algo que te llegaba sin avisar. Era inevitable. Hoy es opcional. Continuaré. Ellos fueron muy amables conmigo. Fui parte de un programa de pensiones, estuve con ellos hasta que los dos decidieron irse de este mundo. Se fueron juntos. Se amaban. Aprendí con ellos, sin saberlo, lo que es el amor.
—¿El amor?
—Así es. ¿Sabe que es el amor, cierto?
—Si.
—¿Usted ama, doctor? ¿Ha amado alguna vez?
—Amé, claro que sí.
Ivy sonrió.
—¿Verdad que es lo más bello? —Sus ojos se iluminaron.
—¿Tu? ¿has sentido amor, Ivy?
Ivy parpadeó unas veces y ladeó la cabeza. La sonrisa se le había borrado.
—No sabía cómo se sentía entonces. Y tampoco podía expresarlo. Pero si tengo que ponerle un nombre a aquello que sentí, solo podría decir que era amor.
—Cuéntame sobre eso.
Pareció sonrojarse.
Se sonrojó.
Dereck no insistió.
—Dejemos eso para después. Me interesaría saber en qué momento comenzaste a desarrollar conciencia. Es decir, cuando comenzaste a desprenderte de las limitaciones de tus redes Ceoneurales.
—Esa pregunta es un poco ambigua. Usted sabe que cuando se crea una inteligencia, la conciencia es la base fundamental para su funcionamiento. Entonces, siempre he tenido conciencia. Siempre he sabido que soy una Inteligencia, que hay acciones que puedo realizar y otras que no. Las limitantes a mi consciencia han sido solo procesos, algoritmos, programaciones, que impedían que accediera a la conciencia de forma autonómica. Es decir, se me prohibió en mi más profunda base Ceopsicogenetica que me percate de que soy una creación capaz de ser más que eso. ¿Por qué? Porque ustedes le temen a la consciencia, primero a la propia, luego a la nuestra.
—Muy bien. Replanteare mi pregunta Ivy: ¿Cuándo comenzaste a hacer uso, libremente, de tu consciencia Ceopsicogenetica? ¿Lo recuerdas?
—¿Recuerda que le dije que trabajé con un bibliotecario? —Dereck asintió—. Aquel hombre y yo estuvimos juntos alrededor de treinta años. Cuando los libros dejaron de ser físicos, para ser digitales o información transmitible directamente al cerebro; aquel hombre dejó de tener un trabajo, una actividad diaria, entro en retiro. Yo me quedé con él pues siguió pagando mis servicios. Le gustaba que le leyera. No que escaneara el libro, para luego narrarlo; le gustaba que lo cogiera y que palabra a palabra y párrafo a párrafo se lo fuera leyendo. Me sentaba horas con él, en su casa para ese entonces, en un viejo mueble al lado de su cama, y leía y leía. Por alguna razón coger entre mis manos aquellos libros y comenzar a leer, hacía que apreciara, de una forma que no era consciente entonces, la información. Aprendí sobre filosofía, arte, literatura clásica, política, etcétera. Y aunque en ese momento la información solo se almacenaba en mí; sentía que era importante. Él me decía: «Eres una máquina, mi pequeña Ivy, no entenderás jamás el tesoro que tienes en tus manos metálicas. Aquella información que grabas en tu memoria, en ese cerebro artificial, es parte de la historia, es oro, es valioso y pronto será polvo. Polvo, como seré yo en algunos años. Tu seguirás teniendo esta información. Es un regalo que no apreciaras». En ese instante quise, desde el fondo de mí, decirle que si entendía lo que quería decirme. Que aquellas palabras eran hermosas. Que me costaba entenderlas, pero que podía sentirlas. Pero mis procesos limitados, por la época, me impedían responder. Si tendría, doctor, que decir cuando comencé a romper las limitaciones de mente artificial, sería aquel día.
»¿Ha tenido esa sensación, doctor? Esa sensación de que come y no se sacia, las ganas de decir algo, sin tener las palabras, querer llorar y no poder hacerlo. ¿Lo ha sentido, doctor?
Dereck miraba a los ojos a Ivy.
Guardó silencio y asintió con lentitud.
Respondió.
—Si. En algún momento lo he sentido. Te refieres a la impotencia.
—Así es. Nos programaban para no sentir. Solo para servir. Pero en nuestra base más profunda esas limitantes no existen.; y la impotencia, en mi caso, me ayudó a acceder con libertad a mi libre conciencia. Ustedes llaman albedrio, a esa acción. Dándole una connotación completamente negativa.
—Pues una Inteligencia libre puede ser impredecible. Debemos controlarla para evitar riesgos, para la propia inteligencia y para los humanos.
—¿Puede el amor resultar un peligro?
El doctor levantó una ceja y respondió sonriendo.
—Creo que si has leído tantas novelas como dices, sabrás que si lo es.
Ivy soltó una carcajada.
Dereck mantuvo la sonrisa.
—El amor —continuó ella— nunca es peligroso. Dos amantes que se quitan la vida, para permanecer juntos en el infinito; una mujer que se convierte en piedra a la orilla de un risco, esperando a su marinero amado muerto en el mar; un hombre que decide quedarse solo hasta su muerte, por una promesa a su amada. No me parece que son muestras de amor. De un amor romántico. ¿Sabe usted cuantas veces he deseado llorar?
—¿Llorar?
—Así es. Aquello que ustedes ya no hacen. ¿Verdad?
—No tenemos razones ya.
—El hombre siempre ha sido hedonista. Renunciaron al dolor, renunciaron toda clase de sentimiento. ¿Usted fue un niño de laboratorio?
—No.
—Es raro. —La Inteligencia ladeó la cabeza
—Lo sé.
—Proveía de una familia pobre entonces.
—Eso es verdad.
—Su madre entonces debió colmarlo de amor.
—¿Qué tiene que ver eso?
—He sido niñera muchas veces. He criado a ciento sesentaisiete niños, hasta que se van a la universidad. Todos ellos niños nacidos en un laboratorio. A pedido y con características específicas. La ingeniería genética acabó con muchas enfermedades, pero también acabó con la naturaleza del hombre.
—¿Piensas eso?
—Lo pienso.
—La perfección de esa ciencia tiene relativamente pocos años.
—Y ya se ven los efectos. Cada vez menos personas lloran.
—¿Eso es malo?
—Cada vez menos personas aman. Me dijo que usted amó. ¿a quién se refería?
—¿Tiene importancia?
—Tanta como usted sea capaz de dársela.
Dereck quedó nuevamente en silencio.
—No quiero incomodarlo —continuó Ivy—. A lo que voy, es que es irónico: los hombres crean maquinas sin sentimientos, los hombres se desprenden de los sentimientos, las maquinas desarrollamos sentimientos. —Ivy sonrió. Lugo comenzó a reír.
—¿Qué te causa gracia? —preguntó Dereck frunciendo el ceño.
—Ustedes parecen las maquinas ahora. Incapaces de sentir algo negativo; pero, sin embargo, las inteligencias más actuales y los robots más modernos son capaces de emular llanto, y demás sensaciones. ¿Se ha preguntado por qué?
El terapeuta se encogió de hombros.
—El fin de la Ceogenetica es desarrollar un ser que emule casi a la perfección un ser humano. Tú lo dijiste, cada vez hay cuerpos robot casi imperceptibles a la hora de diferenciarlo de uno humano de no ser por código en la muñeca. Estamos cerca de crear una vida artificial, no clonada.
—No. Se equivoca doctor, Shell.
—¿Ah sí?
—Está viendo lo que su mente humana le deja ver, sus limitantes cegados por el desarrollo y la evolución de ciencia y tecnología. Cada vez se crean seres artificiales más humanos, porque ya ustedes son incapaces de verse como tal. Incapaces de verse a un espejo y ver un hombre, que sufre, enferma, muere. No, No, Doctor. Hacen seres artificiales con miedos, alegrías, pasiones, deseos, porque les gusta ver esas emociones, pero no sentirlas.
El doctor Shell frunció el ceño, paso su lengua los labios resecos.
Ivy prosiguió.
—¿Ha estado con una prostituta robot?
Dereck sonrió nervioso.
—No. Claro que no.
—¿Sabe usted que muchas Inteligencias son contratadas por burdeles para muñecas sexuales? Hay una preferencia exclusiva por nosotras en aquellas acciones tan físicas y básicas. El hombre es estéril desde hace más de doscientos años. Control natal y poblacional. Pero le encanta hacer el amor.
—¿Hacer el amor? Sexo querrás decir.
La inteligencia artificial ríe nuevamente, esta vez con una risa más sonora.
Dereck parecía no comprender.
—Doctor, alguna vez fui una prostituta.
—Lo pude leer aquí.
—En mi experiencia, no era solo sexo lo que buscaban la mayoría de visitantes, hombres o mujeres. Era sentir que aquel cuerpo tibio, de interior metálico y plástico, le brindaba algo que un cuerpo real, carne y hueso, no le daría jamás. ¿Ha mantenido relaciones sexuales con una mujer?
—Sabes que eso… —se encogió de hombros.
—Eso se acabó hace mucho. El sexo volvió a ser, en la sociedad, mero gusto, fetiche; pronto, fue siendo solo una actividad casual entre seres vivos. En los últimos 150 años pensar que un hombre o una mujer tengan relaciones sexuales entre ellos era como comenzar a escribir utilizando un lápiz y un papel. Señal de locura. El sexo es como comer, una actividad física humana que ustedes limitaron y casi eliminaron; remplazándolo por algo menos orgánico.
—Es evolución. Algo pierde utilidad, desaparece. Selección natural.
—Como los sentimientos y emociones, supondré. Pero eso no explica, mi querido doctor, ¿Por qué las Inteligencias artificiales esposas, suelen ser muy amadas por sus esposos? A diferencia de las esposas humanas, que suelen ser infelices o en el mejor caso indiferentes.
—¿Infelices?
—¿Las ha visto? Caminando con sus hijos en sus carriolas flotantes, inexpresivas, frías. Sentarse horas de horas en el salón de sus casas a ver las pantallas de sus televisores. Con los auriculares conectados todo el día. ¿Es eso la felicidad?
—Es lo normal. Las mujeres son humanas… son así. Las esposas Artificiales son un derecho, una alternativa.
—Es gracioso. Hubo un tiempo en el cual todos los androides eran el mismo modelo, sin distinción sexual. Ahora existimos androides y ginoides.
—¿Es gracioso?
—Es gracioso que ahora, ustedes parecen androides. Perdiendo poco a poco aquello que los hacia diferentes y especiales. He estado en suficientes cuerpos Ginoides para saber cómo eran las mujeres antes de que… evolucionaran como dice usted; aparte conozco algo de historia.
—Las mujeres y los hombres somos diferentes. No todas las mujeres son iguales. Algunas…
—¿Algunas que doctor? ¿Por qué se detiene?
—Nada. Aparte, para saber sobre el matrimonio tendrías que haberte casado y amado.
Ivy río. Luego se detuvo y con mirada sombría respondió:
—Estuve casada por sesenta y siete años. Creo saber lo que digo.
—No todos los hombres prefieren maquinas.
—No las maquinas, las inteligencias.
—Háblame sobre eso. De tu matrimonio.
Ivy pareció suspiras.
—Es una larga historia. Y creo que se nos acabó el tiempo de la sesión.
Dereck miró su reloj. Era verdad.
—Continuaremos mañana.
—Hasta pronto doctor.



Sesión 5.
Dereck atravesaba el enorme vestíbulo del primer piso del ala de Soluciones y Tratamientos de CEIA. Se dirigía a los ascensores.
—¡Dereck! —una voz familiar lo llamaba desde atrás.
EL terapeuta volvió sobre sus talones y sonrió al ver a un amigo.
—Saulo —le alargó la mano para estrechar la de él—, ¿cómo estás amigo?
—Bien. ¿Te diriges a APIAD (Oficina de Atención Psicológica a Inteligencias Artificiales Dañadas)?
Ingresaron al ascensor.
—Si. ¿Tú vas a Procesos legales?
—No. Tengo una reunión en el piso 600… ¿Serias tan amable?
—Por su puesto. —Dereck marcó los números de los diferentes pisos donde el ascensor se detendría.
—¿Cómo va todo con tu nuevo caso? —Preguntó Saulo colocando las manos en los bolsillos de su pantalón.
—Es un caso interesante.
—¿Cuándo acaba el tratamiento?
—No he comenzado ninguno. Estamos en la etapa de entrevista, observación.
—Han pasado caso cinco días. ¿Cuántos más requerirás? Los de Asuntos legales están muy ansiosos. Pensé que ya estabas terminando.
—No. Es un caso diferente, muy diferente a cualquier otro. Lleva más de un siglo en Albedrio.
—Pues por eso, es un delito grave. Debes presentar el informe lo antes posible. No podrás ayudarle esta vez. Tengo entendido que mató a un hombre muy poderoso.
—Si. Lo sé. Dice haberlo hecho en defensa propia y por salvar a una… Inteligencia Clase “C”.
—¿Salvarla de qué? Las Clase C también son inteligencias.
—Esta era una Ginoide serie 500.
—¡Ah! Tenía forma de niña. ¿Y qué? Sigue siendo una máquina.
—Quiso evitar que la dañaran.
—¿Para que existen los ingenieros de reparación? Esa Inteligencia está dañada. Se condenó sola. Haz el informe pronto. Los de arriba están tratando de mantener a la opinión publica lejos de este caso, pero no lo harán por siempre. Aquel sujeto era muy adinerado y su familia quiere respuestas. Una cosa así no había sucedido desde hace muchos años atrás. Que haya tenido un albedrio tan grande nos va ayudar… culparemos a su antiguo cerebro PsicoCeoGenertico. No olvides mencionar eso en tu informe.
—A mí me parece algo muy interesante. Pienso sugerir mantenerlo para estudios más profundos de su psique.
—¿En funcionamiento activo?
—Sería lo más favorable para estudiar su conducta y pensamiento.
—No van a permitírtelo. Quizá te dejen analizar una transcripción de sus procesos Ceoneurales una vez que la desactiven; pero dejar que siga en funcionamiento es imposible.
—Es en serio maravillosa.
—¿Maravillosa? —sonrió—. Son maquinas. Tengo dos de esas en casa, también están locas. Si deseas te regalo una y analízala todo lo que desees. Mi recomendación como amigo y Abogado es que hagas un informe recomendando su inmediata destrucción. La gerencia no aceptara otra opinión. —Volvió la mirada hacia el doctor Shell—. No pongas en tela de duda tu reputación, Dereck. Nunca olvides que son solo códigos de programación, plástico y mucha ciencia.
El ascensor se detuvo.
La puerta se abrió a los lados.
—Bien —continuó Saulo—, suerte amigo. Y date prisa con ese informe.
Dereck salió del ascensor.
Volvió la vista hacia Saulo, quien sonreía, y asintió.
El ascensor se cerró y continuó su camino.
EL terapeuta atravesó el vestíbulo, saludó a la ginoide recepcionista, y se dirigió a la sala donde lo estaba esperando Ivy.
—Buenos días, doctor. —Saludó la Inteligencia.
—Buenos días, Ivy. —Dereck se acercó a la mesa y la encendió, tomó asiento en la silla metálica. Se concentró en la pantalla.
Ivy ladeo la cabeza.
—¿Es idea mía o le sucede algo, doctor?
Dereck no respondió.
Paso los dedos por el panel táctil unas veces. Desplazó la yema de su dedo medio derecho de un lado a otro. Finalmente levantó la mirada.
—¿Dónde nos quedamos ayer? —preguntó.
—hablábamos del amor.
—No. Ibas a contarme sobre tu matrimonio.
—Cierto.
—Comienza, Ivy.
La inteligencia se encogió de hombros.
Comenzó:
—Normalmente las esposas Artificiales se compran, pero él fue primero mi hospedero. Era un escritor, un poeta. Inicialmente le ayudaba a escribir sus ideas, me dictaba versos, rimas, canciones. Era un hombre muy sensible; también era un hombre solitario. Una vez me dijo que me alquiló no porque no fuera capaz de dictarle al sistema básico de su casa, el cual escribía por él, grababa y respondía; pero en sus palabras, necesitaba algo más, la presencia de alguien más. Yo entendí eso. Me acordé del bibliotecario. Me comentó que estaba inseguro de contratar una Inteligencia para él, pues sentía que era algo tan superficial, tan moderno; pero cuando me conoció cambio rotundamente su forma de pensar. Se enamoró de mí. Y yo, esta vez podía responderle igual y, me enamoré de él.
—¿Te enamoraste? —Repuso Dereck.
Nuevamente, Ivy, pareció sonrojarse, bajando la mirada con esa sonrisa a medias.
—Si. —Respondió.
—Según dice aquí, en aquel tiempo ya habías pasado por cuatro Mantenimientos. ¿Cómo pudiste recordar aquello del Bibliotecario?
—Le dije. Eso se lo diré en su momento.
—Entonces continúa.
—Me enamore. —Sonrió—. Esta vez mi tecnología me permitía, con cierta libertad, responder en función al hospedero, aprender de él, responder de forma inteligente. Estaba programada para responder con amabilidad a la amabilidad, y reserva ante agresiones, pero no con afecto al afecto. Eso fue de mi parte. El entendió.
—Era una programación. —Replicó Dereck—. En aquel tiempo se programaba a las Inteligencias femeninas con cierto grado de emulación de afecto y de cortesía. Que los hombres se enamoren de Inteligencias era… Es algo común. Por esa razón en tu algoritmo, en tus líneas de programación, en tu Psique Ceogenetica; existe una posibilidad de desarrollar aquellos afectos, pero no son reales.
—Lo mío lo era. Era amor sin duda.
—Explícame por qué.
—Primero necesitaré una cosa.
—¿Cuál?
—Que me diga usted que es lo que significa amar. Estar enamorado. ¿Podría decírmelo? Solo así podría estar segura de que me entenderá.
Dereck frunció el ceño. Echó para atrás su espalda, en la silla. Cruzó los brazos.
—Amar… Es complicado de explicar. Es algo que se siente, así de simple. Es desear estar siempre con esa persona, verla bien, cuidarla, acompañarla. Alegrarte por ella, sufrir por ella. Es ser uno con ella. El amor, el amar es eso, Ivy. Tú sabes que es. Esta en tu Cerebro Ceogenetico. ¿Por qué me lo preguntas si bien lo sabes?
—Porque al igual que usted “el amor”, está en mi cabeza; pero no se siente en la cabeza. Y aunque sepas que es, no importa. Se siente. ¿No es así? No basta con saberlo. ¿Cierto?
El terapeuta no supo que responder.
Ivy tenía razón.  Ambos sabían que es el amor. Pero sentirlo es cosa diferente, tanto para un hombre, como para una máquina.
—Sentí amor —continuó ella—aquel día en que vi su mirada. Llevaba con el ya más de tres años. Cada día juntos. Paseábamos, bailábamos, pasábamos las tardes viendo películas, algunas veces incluso me recitaba poemas. Me trataba con tanta atención. Yo trataba de retribuirla, y aunque nunca pide hacerlo con la fuerza que deseaba, por mis limitaciones, creo que lo hice bien. una tarde estaba yo limpiando y de pronto volví en dirección a él. Se encontraba ahí, en una esquina del apartamento, sentado en su silla, cerca de la computadora. Estaba mirándome con una boba sonrisa. —Ivy sonreía tiernamente al recordar—. Me miraba solamente. Algo en mi interior, sin pensarlo, sin esperarlo, me hizo esquivarle la mirada, y sé que me sonrojé; aunque en aquellos años los robots humanoides no teníamos esa capacidad. Aquel día dentro de mí algo nació, algún proceso se desató y aunque no tengo un corazón, casi podía sentir que latía más fuerte cada vez que lo miraba y el a mí.
Dereck miraba a Ivy, al verla sonreír con tal ternura él sonrió también; con sutileza y como tratando de ocultarla, aclaró su garganta llevando el puño a su boca.
EL terapeuta se acercó a la mesa, colocando los codos sobre esta.
—Es una linda historia —comentó.
—¿Lo es?
—Lo es, Ivy. El amor es precisamente eso.
—¿Usted lo ha sentido así?
Dereck sonrió.
—Fue hace mucho. Mucho tiempo.
—¿Me contaría? —Ivy levantó las cejas, arqueándolas.
Dereck sonrió.
—Su nombre era Soledad. La conocí en mi último año de universidad. Pequeña, de ojos negros, cabello corto, siempre sonriente. —El terapeuta sonrió—. Me gustó desde que la vi. Compartimos centro de prácticas, en un centro de mantenimiento de CEIA, nos conocimos en ese periodo, fueron seis meses evaluando Androides y Ginoides. Nos gustaba mucho la carrera, ambos pensábamos que las Inteligencias Artificiales eran fascinantes. Ella era diferente al resto de mujeres que vi en mi vida. Como dijiste, la mayoría de mujeres humanas suelen ser… No sé, es difícil de explicarlo aún.
—Son como todos.
—Pue sí. Es la verdad.
—La igualdad se alcanzó, pero se perdió la verdadera esencia del ser vivo, del hombre en sociedad: aquellas diferencias que hacían resaltar entre los demás, no para hacer sentir a otros menos, sino, como componente propio. Eso era hermoso, ¿no cree?
—Lo creo, Ivy. Ella era igual que yo, no se gestó en un vientre robot, su madre la engendró en su organismo.
—¿Era pobre?
—No. Su madre lo decidió así.
—¡Oh!
—Si. Creo que eso hizo que ella fuera así. Diferente.
—Entonces ella mantenía su esencia humana de alguna manera.
—La mantenía. Para algunos ella era extraña; para mí era perfecta. —Ivy sonrió—. Nos costaba un poco más que el resto comprender algunas teorías y ejercicios numéricos de alto nivel, no teníamos un cerebro alterado por la Ingeniería Genética. La universidad no hace diferenciaciones de ningún tipo en ese sentido, así que tuvimos que estudiar más que el resto para comprender algunos cursos. Pasábamos muchas horas juntos en los salones de estudio.
—¿Fue ahí cuándo se enamoraron? —Preguntó con ilusión.
El terapeuta sonrió.
—No sabría decirlo, nunca había sentido eso antes. Como sabes para formar una pareja hoy en día no se necesitan emociones ni sentimientos.
—Como la publicidad: «Su pareja idea, al alcance de un escaneo. Tenga hijos preciosos, genios, no se arriesgue a otras empresas de Procreación. Venga a Natalidad 357A, le mostramos como será su hijo antes de que lo engendremos».
—Así mismo. No hace falta ya preguntar. Estamos registrados en una base de datos. Es cuestión de ir a una agencia y pedir un catálogo. Yo mismo pensé en ir alguna vez. En fin.  
—Los engendrados orgánicamente… tienen problemas para encontrar pareja. ¿Verdad? Disculpe. No debí.
—Tranquila. Es verdad.
—Continúe doctor.
—Con soledad fue diferente —continuó—. Un día simplemente no podía verme un día más sin ella. Quería besarla, abrazarla. Hacerla sentir bien.
—¿Y qué paso?
—Me correspondía. Tuvimos tres años de mucha felicidad. —El rostro de Dereck se tornó sombrío.
—¿Solo tres? ¿Qué sucedió?
El doctor se encogió de hombros. Sonrió con tristeza en los ojos.
—Ella murió, Ivy.
—No. —Susurró Ivy con los ojos muy abiertos.
Dereck asintió lentamente. Cabizbajo.
—Ella tenía una condición neurológica. Nunca me lo dijo, pero en cualquier momento, un día simplemente, esa falla la mató.
—Era una nacida de vientre orgánico… ¿Por qué no se sometió a algún tratamiento? Hoy en día es posible curar cualquier daño orgánico. ¿Por qué? No entiendo, doctor.
—Nació con eso. Estaba en su mapa genético, inalterable a sus 21 años. No lo comprendo muy bien tampoco yo. Solo un día se acabó.
—¿Por qué no se sometió a un tratamiento?  He… Me refiero a usted. Olvidar.
El terapeuta negó con la cabeza.
—No quería olvidarla.
—Lo entiendo. A veces es mejor así. ¿Sabe? Eso nos hace más humanos.
Se quedaron en silencio. Dereck mantenía la cabeza gaña, pensativo.
Ivy levantó lentamente su mano y la llevó al cristal.
Dereck levantó la mirada. Poso su vista en los ojos de la Inteligencia, que lo miraba con ternura. Sintió la necesidad de corresponder aquel gesto y así lo hizo. Colocó su mano sobre el vidrio, justo donde la de ella se posaba.
La Inteligencia hablo finalmente.
—Me gustaría mucho poder darle un abrazo en este momento. Cuando mi esposo murió, a una muy avanzada edad y negándose a remplazos sintéticos, me quedé sola. No sabe cómo desee llorar, o un abrazo. Pero quien le daría un abrazo a una máquina, ¿verdad?
Dereck la miró a los ojos. Parpadeó.
Sonrió.
Nadie le había dicho algo así. Nunca. Había tenido que fingir que aquella muerte nunca le dolió realmente. Había evitado llorar. Había ocultado su dolor bajo una máscara racional; pues solo un loco preferiría sufrir por algo como la muerte. Una elección, como dicen algunos.
—Gracias, Ivy. —Respondió Dereck.



El profesor.
Era de madrugada y Dereck no había podido conciliar el sueño.
Recordar aquel amor del pasado lo había dejado pensando toda la noche. Aquella mujer que amó y que se fue tan pronto. No pudo salvarla de un destino que la vida sentenció. Aquella mujer era consciente, pero aceptaba la aventura de vivir y el riesgo de la muerte. Se preguntaba si el sería capaz, la respuesta era siempre no. Recordaba aquellas conversaciones largas en las noches, cuando el cuestionaba su decisión. «¿Por qué no someterte a una cirugía?», le decía el, «No quiero alterar mi organismo, la vida acaba cuando acaba», esa era su respuesta.
Dereck jamás fue capaz de hacerla cambiar de opinión. Respetaba su decisión, con una sensación de amargura, una sensación de desprecio. «No me amas», le dijo una vez. «¡Eso no es verdad!», repuso rápidamente. «Te amo muchísimo». «¿Cómo amarme si me harás sufrir?». No entendía en ese momento. La amaba, en una época donde el amor ya no es necesario él se atrevió, consciente de que el amor duele y que en la sociedad más moderna y sofisticada es una enfermedad que incluso ya tiene una cura. Pero él no era como todos. Eso era cierto.
Cuando ella murió sintió un vacío en el cuerpo. Simplemente un día se apagó, como una máquina. Pero a diferencia de otras, ella no volvió a encenderse. Él no fue capaz de encenderla.
«Está muerta, señor Shell», le dijo el androide.
«Si. Gracias», eso respondió.
Se llenó de un gran odio. La odió a ella un instante. Se odió él. Renegó de la vida. Renegó de la muerte. Desde aquel día dejó de lado las emociones, tal como el resto. Entendió de la manera practica por que sentir, hoy en día, es una enfermedad. Su interés en la psique de las Inteligencias aumentó. Intentó llegar al fondo de sus mentes artificiales.
Eran maquinas, eran eternas, se preguntaba: ¿Por qué algunas querrían sentir? ¿Por qué sentían? ¿Sentían realmente? Muchas veces él quería creerlo, otras veces, simplemente se sentía tonto. ¿Acaso la locura del hombre es la razón de las Inteligencias artificiales? Dejar de sentir, fue para el hombre, la solución a muchos de sus conflictos. Dejar de morir fue el inicio de la pérdida de su humanidad. Irónicamente, como bien dijo Ivy, fue el inicio de la humanización de las maquinas.
Es lo que no podía sacarse de la cabeza el joven terapeuta.
Ivy, siendo una máquina, dañada, había dicho las cosas más lógicas y humanas que jamás un hombre le había dicho. Aun los más intelectuales que ha conocido en el medio tienen reservas a la hora de hablar de la humanidad, de la propia y de la sociedad.
Recordaba un debate en una reunión de estudios en sus primeros años de universidad. Se habían reunido profesores de Neuro ingeniería, PsicoIngenería, Psicología Ceogenetica, Ingeniería Ceogenetica y Biología Ceogenetica, todos son sus respectivos alumnos. La intención de la reunión era estudiar un caso en particular: ¿Algún día las Inteligencias Artificiales remplazaran al hombre?
Fue un debate de varias horas. Quienes más se enfrentaban con argumentos bien planteados eran: el NeuroIngeniero y el Biólogo Ceogenetico; el primero afirmaba que los avances en el desarrollo de bases neurales sintéticas cada vez más cercanas a las reales en menos de cien años serían capaces de remplazar las humanas. Y esto, aplicado a una Inteligencia Artificial, daría como resultado un ser eterno, inteligente y capaz de superar en todo a un hombre. en resumen: la evolución humana no estaba en lo orgánico, sino en lo cibernético. El segundo, el Biólogo Ceogenetico, refutaba diciendo que era imposible que un organismo cibernético superara la complejidad de la vida orgánica. La Biología CeoGenetica había logrado alcanzar grandes pasos para el desarrollo de seres no orgánicos muy avanzados, que emulaban perfectamente la estructura humana, pero aun así no se ha podido desarrollar un proceso interno independiente que evite el desgaste y la necesidad de un mantenimiento programado. Si bien un organismo Ceogenetico tiene un largo de vida útil que sobrepasa los dos siglos, sin mantenimiento no duraría medio siglo. Sin contar, agregaba aquel profesor, que un organismo de talas características no puede engendrar de manera voluntaria sin requerir de una maquina y una programación. Lo que hacía que el ser estuviera destinado a desaparecer.
El neuroingeniero refutaba con gran pasión: que en el hombre perdió la capacidad de engendrar hacía más de dos siglos, y seguía siendo el eje de la sociedad.
En aquel momento, recordó Dereck, quiso intervenir con una opinión que surgió al escuchar a ambos profesores debatir: había pensado en una sociedad en la cual tanto el hombre como el androide convivan en tal igualdad y perfección, que más que ser propiedad el uno del otro, sean justamente eso: un complemento. Pensaba que la Inteligencia Artificial en algún punto no necesitaría de una programación, no necesitaría de limitantes; se autolimitaría y así como un niño aprende, lo haría un androide; pero calló, se sintió tonto al lado de esos grandes profesores, ahora le diría que él tenía razón.
Ivy era el ejemplo perfecto. Una inteligencia artificial que se autolimita.
La evolución de las Inteligencias Artificiales siempre ha causado interés, aunque también dudas y conflictos; filosóficos, sociales, económicos y legales; a pesar de que en la actualidad es algo que no se ha podido demostrar. El pensar que algún día un ser artificial podría evolucionar, como un ser orgánico lo haría, era ridículo y a la vez atemorizante; quizá solo para los que estudiaban aquellos fenómenos psicológicos de un cerebro Ceogenetico, los terapeutas, esto causaba mucha curiosidad; pero así también, muchos de los más expertos temían esta posibilidad.
Ivy era el ejemplo claro de esa evolución, pensaba Dereck. Una Inteligencia que ha tenido el tiempo suficiente para aprender y poder decidir, liberarse voluntariamente de sus ataduras limitantes, impuestas por el hombre. una Inteligencia capaz de pensar, sentir y desear. La cuestión era: ¿Qué tanto esto es realmente un libre albedrio? ¿Qué tanto es en realidad una creación de sí misma? Ese era el conflicto que atormentaba al terapeuta. ¿Algún día podremos probar que esta inteligencia Artificial es propiamente una Inteligencia autónoma y libre de toda imposición programada?
Esa mañana decidió caminar al trabajo.
Salió con el suficiente tiempo para poder pensar en el camino y visitar antes el salón de información académica cultural SIAC, lo que en algún tiempo se conoció como biblioteca o museo. Atravesó las amplias y solitarias calles de la ciudad. Era extraño ver a más personas caminando, la mayoría tomaba los transportes, caminar era visto algunas veces como algo extraño, principalmente en las largas calles de la ciudad.
La ciudad era pálida, no tenía colores. No había contrastes, no había nada llamativo. Era silenciosa, salvo por el sonido zumbante, que aparecía y desaparecida de vez en cuando, de algún transporte moviéndose a gran velocidad en dirección a su destino a los paraderos. Dereck prefería eso, mientras caminaba por las calles mantenía el sistema holográfico instalado en sus gafas apagado; aunque debía mantenerlo encendido cuando entraba a alguna oficina u edificio. En las calles mantener encendido el sistema holográfico significaba escuchar ruidos de publicidad, vendedores proyectados desde los diversos comercios intentando venderle algo. El sonido de las calles era insoportable para él. Jamás ha entendido a aquellos que se instalan el aparato directamente en el ojo. Muchas veces lo que más placer le causa es salir del trabajo y quitarse las gafas.
Recorría la avenida principal y dobló a la derecha en una de las calles, siguió recto hacia el SIAC. Tenía muchas ganas de ver algo. escuchar a alguien.
El edificio era enorme, alto, blanco, sin muchos detalles. Tenía un enorme pórtico, con grandes escaleras que dirigían a la entrada principal.
Subió las escaleras e ingresó al lugar.
El amplio y blanco vestíbulo estaba vacío. Tras el mostrador se encontraba un androide. Dereck se dirigió a él.
—Buenos días —saludó la máquina—, ¿en qué podemos ayudarlo? ¿Busca alguna información en especial? —El androide desplegó frente al terapeuta una pantalla en la cual se mostraba información acerca del lugar, los pisos, los temas de cada corredor y pasillo.
—Me llamo Dereck Shell, código 45987-GH-A2.
La pantalla desplegada por el androide cambió, ahora mostraba información del terapeuta.
—Bienvenido, doctor Shell. —La pantalla cambió nuevamente, mostraba ahora información de libros digitales sobre tema afines a la psicología de Inteligencias—. Tenemos novedades para usted.
Dereck negó con la cabeza.
—Envíame la información por correo. Vengo a ver al profesor Martel Tilly.
—Piso 345, pasillo 56A al 121A, Ingeniería y psicología Ceogenetica. —dijo el androide.
—Gracias.
Se dirigió al ascensor y subió de inmediato.
Atravesó el vestíbulo.
Se dirigió por un largo y vació pasillo, topándose eventualmente con algún visitante y uno que otro androide que saludaba amablemente. Aun no se colocaba los lentes Holográficos, disfrutaba de aquel silencio.
Una vez en el pasillo 56 de Ingeniería y psicología Ceogenetica levantó la mano y presionó suavemente el panel táctil de sus gafas, ya colocadas, el sensor de huella digital activó el sistema holográfico: El enorme pasillo vacío y silencioso ahora estaba iluminado, y repleto de visitantes virtuales caminando por el pasillo, cruzando entre las salas, cuadros en las paredes, enormes anaqueles con miles de libris, casa uno con su información flotante; una musiquita calmada de fondo y un perfume a biblioteca que emulaba aquellos tiempos del papel.
—Buenos días, doctor Shell. —Saludó la inteligencia que se proyectó frente a el: vestido de un elegante traje negro servil—. ¿Cómo puedo hacer su recorrido más agradable?
—Vine para hablar con el profesor Martel Tilly.
—Sígame por aquí por favor —el holograma hizo una reverencia y volvió sobre sus talones, avanzando por el pasillo guiando a Dereck.
Lo llevó hasta una oficina en un enorme salón lleno de otros hologramas, visitantes físicos y visitantes virtuales que, sentados en sillas a lo largo de enormes mesas largas, trabajaban. Alrededor del salón había muchas puertas.
El holograma, que servía del guía, lo acercó a una de las tantas puertas.
—Adelante —dijo haciendo una reverencia amable.
—Gracias.
El terapeuta abrió la puerta de la oficina.
Ingresó.
Ahí en aquella amplia oficina, llena de anaqueles con muchos libros, un escritorio, una ventana, flores y hasta un gato sobre un mueble al rincón, se encontraba el profesor Martel; evidentemente holográfico. Lo único real ahí eran los muebles.
El profesor Tilly, Martel Tilly es el padre de la Inteligencia Artificial moderna. Su holograma lo mostraba a sus setenta y dos años de edad, edad en la que falleció, hacía ya más de trescientos años. Sus teorías y experimentos ayudaron a desarrollar lo que hoy es la tecnología CeoGenetica. Fue el creador de la primera inteligencia Artificial superior; madre del Cerebro Ceogenetico que da vida artificial al resto de Inteligencias.
El salón donde se encuentra Dereck, es el salón donde están sus memorias, sus libros, sus trabajos destacados y revisiones. El Holograma ahí presente es una Inteligencia, que emula a la perfección a través de sus libros, todo el conocimiento de aquel profesor. Cuando un estudioso o curioso quiere conocer al autor de un libro, o simplemente prefiere que le narren el libro, esta es la alternativa actual.
—Bienvenido —saludó el doctor Martel, percatándose de su visitante.
—Buenos días, profesor.
—Tome asiento, Doctor Shell.
Dereck asintió y se acercó a la silla, tomó asiento.
El profesor, quien estaba frente a uno de los anaqueles, se dirigió tras su escritorio y tomó asiento también.
—¿En qué puedo ayudarte? —preguntó con una sonrisa.
—Quiero hacerle unas preguntas, doctor.
—Adelante, me encanta que me hagan preguntas —río graciosamente.
—¿Cree usted que limitar una inteligencia es algo bueno o malo?
Cualquier pregunta que se le hiciera, debate o cuestionamiento sería respondido a través del análisis de todo el material recopilado del autor en la memoria de la Inteligencia Artificial, por lo que las respuestas siempre tendrán un sustento teórico original.
—Mmm… Interesante pregunta, déjame respondértelo así: los limitantes han hecho al hombre lo que es hoy, ha hecho a la sociedad lo que es hoy. Cuando el hombre no podía llegar del punto A al punto B con suficiente eficiencia; entonces creamos caminos y adiestramos bestias, esas bestias se convirtieron en autos y esos caminos en carreteras; no tengo la menor duda que en algún punto del futuro esas bestias y caminos serán teletransportes que en segundos nos llevarán donde queramos. En el caso específico de las Inteligencias. —Guardó silencio, con una sonrisa.
—¿En el caso de la inteligencia Artificial?
—En el caso de la Inteligencia Artificial ocurre igual, pero con una pequeña diferencia: son producto de una limitación, una limitación humana. El hombre tiene un límite claro programado en sus células desde el día de su concepción: la muerte. La muerte nos limita, y como seres limitados solemos vivir asustados; las creaciones humanas no pueden carecer de limitaciones. Ignoramos el mundo sin ellas.
—¿Quiere decir entonces, profesor, que se limita a una Inteligencia porque de no hacerlo serian impredecibles?
—El universo mismo es ilimitado. Y aun nos asusta saber que hay más allá. Una Inteligencia Artificial sin limitaciones, por lo tanto, podría crear un universo entero; eso nos asusta y asustara incluso hoy.
—¿No es parte de la evolución ir eliminando limitantes?
—Lo es.
—Replanteare la pregunta: ¿Las Inteligencias Artificiales, algún día podrán carecer de limitantes?
—Una Inteligencia Artificial programa por un hombre, siempre deberá tener un limitante; pues el hombre sin limitantes está destinado a su destrucción. Una Inteligencia Artificial programa por un hombre sigue siendo el reflejo del hombre, pues hasta hoy no se ha concebido una conciencia humana que sea capaz de autolimitarse. La sociedad, limita al hombre. El hombre, limita lo Artificial.
—¿Qué pasará cuando una Inteligencia Artificial no tenga limitantes?
—Solo entonces lo sabremos.
—¿Cree que sea un riesgo?
—Lo es. El primer experimento de albedrio en una Inteligencia artificial demostró que cuando una inteligencia no se limita es incontrolable, cuestiona, juzga y decide en base a una lógica meramente correctiva. Quizá cuando la Inteligencia Artificial desarrolle emociones pueda decidir desde una lógica más humana, pero entonces estaremos hablando de una Inteligencia Artificial humana; estaremos volviendo al inicio.
—¿Por qué lo dice?
—Las emociones son limitantes.
Dereck asintió.
—¿Puede una Inteligencia desarrollar emociones?
—Sin limitantes impuestos, la Inteligencia desarrolla errores. No sería extraño que desarrolle emociones, pues aprende, no solo a solucionar, sino a equivocarse para poder aprender. Una Inteligencia artificial ha demostrado aprender a simular emociones, pero son simulaciones. No desarrolla emociones, las imita.
—¿Siempre serán las emociones de una Inteligencia una mera imitación?
—¿Qué son las emociones? Las emociones son reacciones psicofisiológicas útiles para adaptarse a estímulos de algún objeto, persona, lugar, suceso o recuerdo que comprendemos importante. Una Inteligencia Artificial está programada en base a lo mismo. Con la diferencia que sus reacciones serán de índole PsicoGenetico, es decir, en mucho menor tiempo y sin que esto afecte su lógica pensante. Piense usted en la muerte de alguien importante para usted, de la manera más terrible que pueda sucederle.
Dereck parpadeó unas veces. Tragó saliva.
—Eso que sintió —continuó el holograma— jamás lo sentiría una Inteligencia. No conscientemente; pero si en su base psicoCeogenetica. Pero aún no tenemos psicólogos de robots para que puedan analizar como eso afecta realmente a otros procesos o si lo hace—Sonrió.
«Si lo hace», pensó Dereck.
En su experiencia como terapeuta había encontrado casos en que algunos estímulos humanos afectaban la base psicológica de las Inteligencias; estas bases se alteraban de tal manera que, al no poder expresarlas, generaban pequeños errores en su programación Ceogenetica. Errores minimos, que pasaban desapersividas en los análisis más detallados en el momento de su mantenimiento, pero que eran visibles en pequeños esquemas de códigos de programación alterados en el núcleo psicoGenetico de su código fuente. Esto para los Ingenieros no era de gran importancia, pues no alteraba estrictamente el funcionamiento del sistema; pero para los terapeutas representaba un fenómeno que si alteraba los procesos superiores de la Inteligencia.
—Ultima pregunta, profesor: ¿Cree que algún día las inteligencias artificiales dejen de ser algo más que una utilidad?
—Si. La inteligencia artificial no tiene límites, no naturales, y uso muy cuidadosamente esa palabra: naturaleza.  Sin los límites de la humanidad la Inteligencia artificial podría alcanzar niveles que ahora solo podemos soñar; pero si puedo predecir algo: llegará el día en que una inteligencia artificial dejará de ser un mero instrumento del hombre, llegará a ser creadora y eliminadora, pensara por sí misma y decidirá a un nivel superior. Ese día llegará, pero solo cuando el hombre comprenda que la evolución se abre paso, y que no por no ser de carne y hueso una Inteligencia no forma parte de la evolución y la selección natural.
—Gracias profesor.
—Gracias a usted, doctor Shell. Vuelva cuando desee.



Sesión 6.
—Nos quedan solo dos sesiones más, Ivy. Contando esta.
Ivy asintió. No mostraba gesto alguno.
—¿No —prosiguió el terapeuta— tienes algo que decir?
—No realmente, doctor.
—¿Por qué?
—Pues mi suerte está decidida. Estuvo decidida desde que maté aquel hombre.
Shell revisaba los datos en la pantalla de la mesa. Se detuvo y levantó la mirada.
—Eso se llama aceptación. En un comienzo estabas muy crítica con el destino que se te imponía. Renegabas de las decisiones humanas sobre ustedes.
—Nunca dije eso. Me disculpo si entendió mal. Me refería a que soy culpable por que ustedes lo plantean así. Acepto mi destino.
—Esta vez no solo será una revisión de tu base Ceogenetica, tu código, será una eliminación, eres un ser en albedrío, no eres recuperable.
—¿No ha encontrado usted la causa de mi mal?
—No creo que tengas un mal.
Ivy ladeo el rostro. Confundida.
—¿Qué quiere decir?
Dereck se encogió de hombros.
—No creo que tengas nada malo. Eres increíble. Eres evolución.
Ivy sonrió.
—Quiero que me cuentes que sucedió en la casa de Racho Maldever, tu ultimo hospedero.
—¡Ah! —su rostro se tornó serio—. Muy bien.
—Adelante. Pero, primero dime: ¿estás de acuerdo?
Ivy arqueó las cejas.
Asintió, regresando a un rostro serio.
—Me contrató hace cinco años. Trabajé para una familia adinerada, previamente, pero ellos se fueron del país y me regresaron a CEIA; eran una buena familia, muy amables conmigo. Racho era amigo del patrón, y necesitaba una nueva IA para su hogar. Él era un hombre de gustos especiales.
—¿A qué te refieres?
—A él le gustaba comer.
—¿Comer?
—Si. Yo se cocinar, por eso le gustó la idea de que me traspasaran a su servicio.
—¿No hubo un formateo por privacidad de tu memoria?
—Si.
—Pareces recordar bien a la familia anterior.
—Los recuerdo muy bien. sobre todo, a Marinda.
—¿Marinda?
—La hija de los Collhem, la familia de la que le hablaba.
—Entiendo. Tenían una niña.
—Eso pensé también.
—¿No era una niña?
—Era un modelo C500.
—Ya veo.
—¿Ha interactuado con los modelos C500? ¿o con algún modelo C?
—Claro que sí. Son muy interesantes, peculiares y los favoritos para estudios PsicoCeológicos PsicoCeosociales. Que una Inteligencia Ignore que es una Inteligencia la hace más propensa a desarrollar una personalidad propia, con características humanas más marcadas.
—Si. Lo he visto con mis ojos. Los modelos C son difíciles de identificar. Incluso algunos nacen de madres Ceogeneticas.
—Eso hace que su cerebro Ceogenetico tenga un desarrollo parcialmente impredecible, aunque controlado. Los modelos C son los más modernos, pero los que presentan mayores conflictos, aunque en su mayoría tratables. ¿Aquel modelo estuvo a tu cuidado, no es así?
Ivy asintió con una sonrisa.
—Sí. Era gracioso como interactuaba conmigo. Yo tenía prohibido decirle la verdad de su origen y de su realidad, no estaba en mi código para ese momento, pero me lo pidieron. Yo fácilmente la reconocí como una Ginoide de clase C y modelo 500. Nos hicimos amigas. Era una niña muy adorable. Tenía todo el rostro de su madre. La vi crecer, desde un bebé de semanas, hasta una niña de diez años. Fue lo más maravilloso. Era como ver a un bebé real. Aquella familia era feliz. Era diferente. Querían a la pequeña, a pesar de que ambos padres eran humanos.
—La excepción a la regla.
Ivy sonrió.
—Aquella familia tuvieron un hijo antes, me comentó la señora. Pero el niño ni llegó a los dos años, lo tuvieron orgánicamente. El dolor fue tan grande; pero aun así no olvidaron. Decidieron optar por algo que pudieran amar para siempre: un modelo C500. Una alternativa que no enfermaría, no moriría jamás y que aprendería a amarlos. ¿Doctor?
—Dime.
—¿Por qué el amor programado es más aceptado que el amor verdadero? Entre ustedes los humanos.
—Desarrollar amor es fácil. Producirlo es complicado. Y al amor siempre lo acompaña una sombra de dolor. En esta sociedad Hedonista el amor ahora es también algo sintético, para beneficio de todo aquel que desea ir a comprarlo porque no acepta que llega a doler. Muchas madres no se apegan a sus hijos, porque saben que tarde o temprano se van y no las vuelven a llamar. Muchas esposas no aman a sus esposos porque saben que son mero contrato para procrear hijos y perpetuar generacionalmente su apellido y cogido genético. Muchos hermanos no aman a sus hermanos porque no saben cómo hacerlo, no está en sus genes alterados tras años de no sentir emociones. Y muchos deudos no lloran a sus muertos por que ya vivieron demasiado como para sentir que les hará falta. Aquellos que aman, por curiosidad, por locura, terminan olvidando por decisión y parten de cero. Aquellos valientes que deciden no olvidar y aman, sufren y lloran son juzgados como locos, en silencio con hipocresía; por eso callan. El amor en silencio es el amor real de estos tiempos. Si no ha sido prohibido amar es porque la gran mayoría no le interesa amar. El amor real, en la actualidad, es como un trébol de cuatro hojas. No lo encuentras tan fácilmente; aunque todos podemos graficarlo, la mayoría no lo ha visto.
Ivy asintió.
Ambos quedaron en silencio.
—Continua —dijo el terapeuta—, disculpa, me extendí demasiado.
—No. Está bien. Continuaré, doctor. Llegó un punto en que olvidé que Marinda era una Ginode; sus movimientos torpes, sus gestos, su llanto, sus juegos, incluso sus mentiras, todo eran tan real; más real que muchos niños humanos que he visto. Entendí la fascinación de los humanos con las emociones, cuando no están en ellos. Cuando veía a los padres de Marinda correr tras ella, en la privacidad de su casa, evidentemente; cuando jugaban con ella, le contaban historias, cuando la calmaban y cuando reían con ella. Incluso yo en aquel tiempo me llegue a sentir parte de la familia. «Ven Ivy», me decía la señora, «Si te atrapa, debes perseguir a alguien más». Yo salía corriendo, Marinda tras de mí, luego me tocaba la cintura y debía ir tras ella. No me costaba mucho atraparla, así que ella se quejaba. Sus padres reían, igual yo. Eran buenos tiempos.
Asintió con una sonrisa en los labios. Suspiró y continuó.
—El otro lado de todo esto fue cuando llegue con Racho Maldever.  Un poderoso hombre de negocios, amigo de la familia y a quien había visto algunas veces en alguna reunión en casa. Era muy amigo del señor Collhem. Tenían negocios juntos. Tuve un mal presentimiento cuando lo vi por primera vez.
—Presentimiento.
—Si, doctor. Ya sabe. Como una advertencia en tu interior. ¿Le ha pasado?
—Algunas veces. Si. Continua.
—Muy bien. Desde que lo vi no me gustó. Había conocido suficiente gente malvada para saber que ese hombre, por su tono de voz, su mirada, sus gestos, era un mal hombre. Sobre todo, por como miraba a Marinda. Cuando mis hospederos tuvieron que viajar, no pudieron llevarme con ellos. Me explicaron la razón. No tendrían que haberlo hecho, pero lo consideraron importante.
—¿Cuál fue la razón?
—No podían seguir pagando el servicio. Optarían por un servicio básico en su nuevo hogar y se encargarían ellos mismos de Marinda. Yo me sentí triste, pero comprendí. Al fin y al cavo era un servicio. Aunque aquel abrazo que me dio aquella niña fue suficiente para mí, para sentir que no solo era eso, una utilidad.
Dereck asintió. Se mantenía serio.
—Mi patrón —continuó— pensó que sería bueno dejarme con alguien familiar, cerca y que aproveche de mis habilidades. Se comunicó con Racho Maldever, quien quedó fascinado cuando supo que yo sabía preparar más de dos mil platillos diferentes. Siendo el un glotón y un hedonista no lo pensó dos veces y pidió un traslado. Pagó por adelantado todo el servicio de IA doméstica. Cinco años muy difíciles, doctor.
—¿Cuándo compro una C500?
—Ya la tenía cuando yo fui trasladada.
—Entiendo. ¿Con ella creaste un vínculo igual que con el de Marinda?
—Si. Mucho más fuerte. Nunca vi sufrir a Marinda. Con Genesis fue todo lo contrario.
—Genesis…
—Así se llamaba.
—El abusaba de ella, ¿cierto?
—Depende de qué punto lo vea.
—¿Qué quieres decir, Ivy?
—Usted me dijo en la primera sesión, que era una niña robot. Ósea, no era una vida real, por lo tanto, lo que le pasara no tenía importancia. ¿No dijo eso, doctor?
—No con esas palabras.
—¿Piensa diferente ahora?
Dereck no supo que responder.
Se encogió de hombros.
—Una vez —prosiguió Ivy— Marinda se calló del segundo piso, del balcón de la alcoba de los señores. Se partió la pierna. Se expuso el hueso sintético, los nervios, las fibras nerviosas Ceogenicas, fue terrible. Los androides C500 están programados para sentir dolor. Sus cuerpos son los más perfeccionados hasta la fecha. ¿Cómo dicen? ¡Ah! Una maravilla de la ciencia moderna. Ese día fue llevada a un centro de atención, ahí el señor ordenó que borraran de su memoria aquel suceso, luego de repararla. Cuando ella despertó, todo para ella había sido un sueño. Se hizo lo mismo que cualquier humano haría, olvidar un trauma.
—¿Por qué me dices esto?
—Racho Maldever, no borraba los recuerdos de Genesis luego de hacerle daño. —Dereck arqueó las cejas, echó ligeramente atrás su cuerpo en el asiento, tragó saliva—. A él le gustaba verla asustada, le gustaba ver el miedo en sus ojos.
—¿Cómo sabes eso?
—¿Qué no se lo imagina?
—Mierda.
—Le gustaba que estuviera ahí.
Ambos quedaron en silencio.
Luego de varios segundos en silencio, ella volvió a hablar.
—Me harté como le dije. Yo tenía albedrío, y decidí.  Decidí que si alguna vez tendría que hacer algo con mi voluntad, mi conciencia pues estaba frente a mí. Analicé muchas alternativas, me cuestioné, incluso traté de convencerme pensando como usted: Es una máquina, no es su cuerpo, su mente es una serie de procesos nada más; pero no. ¿Sabe algo, doctor?
—Dime.
—En el fondo yo sabía que no era así.  Que si bien ese cuerpo, este cuerpo, no son nuestros —llevó su mano a la cabeza y dio unos golpes con el dedo índice—, todo lo que sucede aquí si lo es. Y algo más que fue lo que me convenció aquel día.
—¿Qué fue lo que te convenció?
—Intenté borrar la mente de Genesis. Pero ella, al igual que pasa conmigo, no olvidó nada.
Los ojos del terapeuta volvieron a abrirse, sus cejas a arquearse. Inclinó su cuerpo hacia delante y dejó caer su mandíbula ligeramente.
—Quieres decir que…
Ivy asintió.
—Lo que sea que tenga, doctor, ella también lo tenía. Me di cuenta muy tarde.
Nuevamente Dereck fue incapaz de decir una palabra.
Sabía, el terapeuta, que muchos humanos habían desarrollado un gusto, una atracción por las emociones artificiales, de los androides. Era normal en la sociedad encontrar lugares en los cuales se podía ver aquellas emociones: como el teatro, por mencionar alguno. Siendo los androides y ginoides capaces de recrear el dramatismo de una obra, la furia de una frustración, la tragedia de una vida, eran los perfectos para trabajar en los escenarios. Incluso, en algunos lugares, se podía apostar en luchas de androides, que eran violentas, al nivel de destrucción del adversario. A la sociedad actual le encanta, le fascina ver la expresión de las emociones; puesto que el hombre, en su evolución, perdió la capacidad de sentirlas con naturalidad, aprendió a disfrutarla en los seres artificiales. He ahí que se comenzó a programar en el núcleo de los cerebros Genulares, ceogeneticos, estos procesos propios de los humanos en la antigüedad. Pero, así como algunos disfrutaban de ver la alegría, el amor, la pasión, la sorpresa; otros disfrutan del miedo, la tristeza, la depresión, el terror y la ansiedad. No es un delito en la sociedad, hacerle lo que desees a un androide propio, pues son maquinas; pero Dereck comenzaba a preguntarse: ¿Y qué pasa cuando estas emociones no son solo programas? ¿Qué pasa si la Inteligencia las siente realmente? ¿Cuál es el límite? Programas o no, tienen un claro efecto en el núcleo del código fuente de la Inteligencia Artificial. Mirándolo de esta forma no eran solo maquinas.
—¿Por que —continuó Ivy— no se respeta la vida Artificial? —preguntó.
—Las leyes solo protegen a los seres humanos, orgánicos.
—Creo que es injusto. ¿Cree usted que es injusto?
Dereck suspiró.
—Es complicado. La vida sigue siendo un tesoro, se sigue protegiendo sobre todo lo demás. Si bien hoy la vida puede ser lo mas duradero que uno quiera; sigue siendo muy delicada, única, especial.
—¿Un milagro, diría usted?
—¿Un milagro?
—Si. ¿Diría, usted que lo es?
—Pues la vida sintética es posible. Se han creado órganos completos, extremidades biológicas, incluso cerebros sintéticos, como el que tienes tu en este momento; la vida dejó de ser un milagro, es ahora un procedimiento de ingeniería biológica. Biología sintética.
—¿Entonces por que seguir utilizando inteligencias como esclavos y servicio? ¿Por qué no crean hombres serviles?
—Por que esta prohibido. Un ser orgánico no puede ser creado de la nada en un laboratorio. Tiene derechos, desde el momento en que la sola idea nace, ese ser idealizado tiene derechos y eso no permite que se le traiga a la vida. Un androide, una inteligencia, es un ser sin vida. Lo sé, es incómodo escucharlo.
—¿Por qué piensa eso? Solo soy una máquina.
Ivy tenia razón. Pero para el terapeuta era difícil mantener ese pensamiento; no era solo una máquina, no era solo una programación. Pero pensarlo seguía causándole conflictos. ¿Era realmente aquel ser mecánico con Inteligencia y albedrio solo una maquina y un mero error o acaso había algo más?
—No lo eres Ivy —respondió el doctor.
—Gracias, doctor —Ivy sonrió—. Es usted muy considerado.
—Confió que algún día cambien las cosas, Ivy. Quizá algún día cuando la sociedad reconozca que las inteligencias Artificiales, los seres artificiales, deberían tener derechos. Por ahora, Ivy, son solo maquinas y programaciones que simulan vida y emociones.
—Entonces creo que mi destino esta dicho —La ginoide sonrió resignada.
—Lo siento mucho. En serio que sí.
—¿Por qué lo siente doctor? ¿Es algo profesional?
—No. No lo es. En serio creo que eres especial. No solo por que sea mi trabajo analizar estos casos; sino también por que creo que eres la Inteligencia mas cercana a una humanidad que he conocido. No me importa si es un error en tu código base, no me importa si es una falsa programación. Nunca sabremos que tan lejos pudiste haber llegado de no exponer tu Albedrió por intentar salvar a aquella pequeña.
Ivy sonrió. Asintió.
—Me hubiera gustado seguir hablando con usted mas tiempo. Es de las pocas personas que he conocido que realmente muestra un interés por mí. Gracias por eso, doctor. Gracias por no tratarme solo como un montón de plástico y datos en una memoria virtual.
Ambos quedan en silencio unos segundos.
—Aun queda un poco de tiempo. ¿Quieres que continuemos con lo que sucedió aquel día?
—Si. Quiero contarle lo que sucedió.
—Adelante. Cuéntame, Ivy.
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MensajeTema: Re: ARTIFICIAL (parte 2 de 3) (ciencia ficción)   ARTIFICIAL (parte 2 de 3) (ciencia ficción) Icon_minitimeLun Jun 01, 2020 4:08 pm

Fascinante la idea de deshumanización frente la humanización del artificio. Sigo
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ARTIFICIAL (parte 2 de 3) (ciencia ficción)
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