UNO NO ES QUIEN DICE SER, SINO QUIEN DEMUESTRA SER
En mi opinión, generalmente hay una notable diferencia entre quien uno cree ser y quien realmente es, así como también la hay entre lo que uno dice que hace y lo que realmente hace –porque no siempre coincide-.
Es fácil eso de “venderse” como alguien especial, y tasarse por encima del verdadero valor –excepto los que tienen una autoestima baja o inexistente -, y es cierto que la mayoría de las personas nos sobrevaloramos y tenemos un auto-concepto bastante idealizado, porque eso nos interesa y porque no es agradable reconocer los defectos y la cara que ocultamos. Pretendemos seducir a los otros- y a nosotros mismos- enseñando sólo la cara bonita.
Pero… uno no es quien dice ser, sino quien demuestra ser.
“Por sus obras los conoceréis”, dice la Biblia. Y es cierto. Hay quienes pertenecen al grupo de “mucho ruido y pocas nueces”, y toda la fuerza se les va por la boca, no ponen en marcha ninguno de los proyectos que prometen… porque mueren en ese mismo instante.
Hay otros cuya labor es callada, tapada, pero sus resultados son claramente visibles y evidentes. Son personas que pasan desapercibidas hasta que uno presta atención y se da cuenta de que brillan en su silencio, que no van haciendo una exhibición por donde pasan, pero dejan un poso de paz. Su presencia es un ejemplo, su discreción es su seña de identidad. Están siempre disponibles cuando se les necesita.
También los hay que son la alegría viva -escandalosos pero queridos- y que van exhibiendo siempre una sonrisa y contagiando su vitalidad, su optimismo, que son nuestra admiración y también nutritiva envidia.
Y, además, estamos nosotros, que recorremos todos los estados y reunimos todas las contradicciones. “Vivir es conciliar nuestras contradicciones”. Así que es habitual –más que normal- que nos conozcamos en todos los extremos posibles, que nos movamos por la euforia unas veces y otras nos cueste sujetar las lágrimas, o que las dejamos escurrirse y explayarse porque no sabemos cómo amarrarlas, o bien es que nuestra humanidad nos da permiso para sentirnos mal a veces, entusiasmados otras, perdidos a menudo.
Uno también es débil, sensible, valiente, sincero, cariñoso, dubitativo, una montaña rusa y un mar en calma. Y uno recorre todos esos estados y los muestra si realmente se atreve a ser como es. La sinceridad es imprescindible al mostrarse. Y no es malo mostrarse con naturalidad y con la verdad.
Por encima de todos esos estados pasajeros se mantiene intacto el que realmente uno es. El que es amable y buena persona, el que no es capaz de hacer daño intencionadamente, el que se interesa por el bienestar de los otros, el que ama.
No es necesario ni conveniente vender una imagen falsa, una imagen que después va a demostrar que es solo fachada y nada cierta y nos va a hacer quedar peor que muy mal. Es mejor la naturalidad, la sinceridad, mostrar siempre lo poco o mucho que uno es, quién es de verdad, y eso es más cómodo que inventarse una irrealidad y vivir en una propia mentira.
Ser uno mismo da mucha tranquilidad y bienestar, por la sinceridad, por el reconocimiento que hay de la situación personal actual que, por supuesto, siempre se podrá mejorar cuando se considere necesario.
Todo se demuestra con hechos. Muestra y demuestra quién eres.
No digas quién eres: sé.
Te dejo con tus reflexiones…
Francisco de Sales