CAPÍTULO 8 - ¿QUIÉN SOY? o ¿QUIÉN ESTOY SIENDO?
(1ª parte)
Este es el capítulo 8 de un total de 82 -que se irán publicando- en los cuales se explicarán los conocimientos necesarios acerca de TODO LO QUE HAY QUE CONOCER PARA HACER BIEN UN PROCESO DE DESARROLLO PERSONAL.
“Conócete a ti mismo y conocerás el Universo y a sus Dioses”.
(Adagio)
“Uno es la suma de todos sus modos en todos sus momentos.”
“¿Hay algo más absurdo que pasarse toda la vida con uno mismo
y no llegar a conocerse?”
“Nuestra actitud común es “yo soy esto”. Separe tenaz y perseverantemente el “yo soy” de “esto” y trate de sentir
lo que significa ser, simplemente ser, sin ser “esto” o “aquello”.
(Sri Nisargadatta Maharaj)
“El buscador es quien está a la búsqueda de sí mismo. Abandone todas las preguntas excepto una: ¿Quién soy yo? A fin de cuentas, el único hecho del cual puede estar usted seguro es que usted es. El “yo soy” es cierto.
El “yo soy esto” no lo es. Esfuércese por descubrir que usted es realidad.
(Sri Nisargadatta Maharaj)
Descubra todo lo que usted no es: el cuerpo, los sentimientos, los pensamientos, el tiempo, el espacio, esto o aquello. Nada, concreto o abstracto que usted pueda percibir, puede ser usted El propio hecho de percibirlo muestra que usted no es eso que percibe.
(Sri Nisargadatta Maharaj)
¿Quién soy?
¿Quién es yo?
¿Qué es Yo?
Responder a estas preguntas es una ardua tarea que nos ocupará toda una vida, para encontrar, en el mejor de los casos, una respuesta que ha de ser, como casi todas las respuestas, provisional.
Y no provisional sólo porque se dude, que siempre se dudará, sino porque es la única forma de dejar abierta y viva la pregunta, para que se vaya actualizando y siga buscando nuevas respuestas, ya que a medida que vayamos evolucionando como personas iremos ampliando o modificando las respuestas.
Si fuésemos Seres Totalmente Evolucionados, Grandes Místicos que han conocido el Cielo, Verdaderos Iluminados, no tendríamos ninguna duda, ni tampoco la necesidad de dar una respuesta, pero acertaremos respondiendo “soy”, o “yo soy”, o “yo soy el que soy”, o “nadie”, o “nada”, o “¿qué más da?”, o “la definición no va a cambiar mi esencia”, o “alma, corazón y vida”, o podemos dejar la respuesta vacía porque no es necesario encerrarla y acotarla en una definición, ya que lo importante no es saber la respuesta sino saberse y sentirse un Uno Mismo.
Pero aún no llegamos a tan evolucionado estado.
Aún estamos en esa etapa en que no nos hacemos las grandes preguntas, y no porque pensemos que son para gente muy inteligente, sino por miedo a no encontrar las respuestas y quedarnos peor que antes de preguntar, o por no querer preguntar no vaya a ser que no nos guste la respuesta; o estamos en la etapa de posponerla porque en el primer segundo no aparece la solución como cuando nos preguntamos cuántas son dos más dos.
Son preguntas latentes que se repiten aún en silencio, aunque no nos demos cuenta de ellas, aunque no tengan palabras que las delaten, porque a veces surgen de un modo clandestino y, aparentemente, son otras preguntas.
Lo importante al responder una pregunta no es conseguir una sucesión de palabras bien ordenadas acordes con lo preguntado, sino sentir dentro de Uno Mismo, y de un modo irrefutable, esa respuesta, aunque uno no se sea capaz de definirla.
Sepultados y escondidos por caretas, traumas, miedos, complejos, acontecimientos ingratos, conductas automáticas, auto-controles, llantos, represiones y otras dificultades de semejante tamaño, si rebuscamos bien y desechamos muchas mentiras y errores, podremos encontrarnos.
Lejos, muy lejos, y ocultos, muy ocultos.
Desconocidos incluso para nosotros mismos.
Eso sí, callada y ardientemente ansiosos de ser rescatados y sacados a la luz.
Nos hemos conformado durante mucho tiempo con creer que somos ese que vemos a diario en el espejo, el que se despierta todos los días a la misma hora que nosotros, y el que se relaciona con una serie de personas que le reconocen, lo cual le da una relativa tranquilidad.
A veces, intuimos que tenemos que ser otra cosa distinta de lo que estamos siendo, y que nos gustaría ser de otro modo, y que esto de vivir tiene que ser algo más que llegar, sufrir y marcharse sin habernos enterado de qué va todo esto, y aunque negamos lo evidente y despreciamos lo sublime, tampoco nos entra una prisa urgente por reconocer que es un asunto prioritario, y lo vamos aplazando… lo vamos aplazando… lo vamos aplazando…
Envidiamos a esos que pisan fuerte porque parecen saber quiénes son, los que son siempre el centro de atención donde quieran que estén, los que triunfan en su vida.
Sólo en muy contadas ocasiones nos dejamos contagiar por nuestra verdadera esencia, que se encuentra desolada por ser tan desconocida, y a veces se manifiesta como una tristeza de origen desconocido, como una pregunta, “¿qué me pasa, si no me pasa nada?”, como un aire que cruza por delante diciéndonos algo sin voz, “vamos, tienes que saber lo que es, soy yo, eres tú, te llamo, te llamas, búscame…”
Generalmente, cuando buscamos, lo que encontramos es una distracción, casi siempre un asunto material y terrenal: nos vamos de compras, ponemos la tele, llamamos a otra persona para hablar de nada… y todo eso para no escucharnos, para no quedarnos a solas con nosotros mismos.
Cuando he preguntado a otras personas: “¿quién eres tú?” han contestado mil cosas distintas: “una parte de la divinidad que está castigada a estar en este mundo extraño e inhóspito”, o bien “un ser celestial que no recuerda ahora mismo su origen”, o también “una parte del cosmos encarnada en este pesado lastre de ser una persona que algún día retornará a las estrellas con su luz recuperada”…
Nunca he oído decir a alguien que es la última encarnación del demonio. Todos tan espirituales y tan místicos. Todos tan apegados y aferrados a una definición que sirve de consuelo, aunque no estén seguros de ella. Todos necesitados de ser algo que se pueda definir.
Yo he pasado algunos ratostratando de encontrar una respuesta y he llegado a un desenlace, quizás no acertado: no me importa quién soy en cuanto a ponerlo en palabras que expresen una idea.
No me importa, porque considero que se pierde demasiado tiempo en llegar a esas palabras que no van a cambiar en absoluto lo que ya soy aunque no lo defina. Valoro más el sentimiento que tengo de mí. Aprecio más el concepto que tengo de mí, la relación conmigo, lo que me aporto, aunque no sepa qué o quién soy. No importa la definición porque yo no soy la definición, simplemente soy.
Yo soy. Sin más. No necesito adjetivos ni explicaciones. Las palabras que añada no me cambiarán, porque por sí mismas no tienen la capacidad de hacerlo.
Ya lo has oído muchas veces: la palabra agua no quita la sed; la palabra fuego no calienta; la palabra cuchillo no corta.
Hay que ser, y eso es lo único que importa. Para hacerlo, y poco a poco, hay a aclarar conceptos, hay a poner las cosas en su sitio y mirarlas con otro modo de ver; hay que ser alquimistas, sabios, incrédulos, preguntadores incansables… y pacientes.
Por tanto, habrás de estar dispuesto a modificar lo que consideres que es necesario modificar para tu bien y tu crecimiento. Vas a averiguar quién eres, pero por ti mismo, no en comparación con los demás.
Te adelanto que responder a estas preguntas es ocupación de toda una vida. El que eres hoy no tiene nada que ver con el que eras cuando tenías dos años, o quince, ni con el que serás en otro momento posterior, por eso la respuesta será provisional.
Del niño de dos años sólo te queda el nombre y los apellidos. No tienes aquel pelo, ni los dientes, ni están ya las células que se han ido muriendo, ni el cuerpo… por lo tanto, eres algo más que el cuerpo.
Se puede ver “quién soy yo” a la luz de la psicología, que es la ciencia que estudia el comportamiento, los estados de conciencia, y todo cuanto atañe al espíritu y la mente.
Todos, cuando nacemos, tenemos una identidad. Como niños expresamos esa identidad inmaculada e individual que uno es en ese momento. A medida que uno va creciendo irá dejando de ser yo y se dividirá en múltiples yoes -como verás en el capítulo de yo y yoes-.
PENSAMIENTO DESCALABRADO
¿Quién soy?
¿Quién es yo?
¿Qué es yo?
“Es que es un follón esto de meterse en el mundo de lo profundo y lo esotérico, con todos los timos y falsedades que hay, y peor aún ir al psicólogo, que yo no estoy de atar, y si le cuento a un amigo esta inquietud me va a decir que me deje de chorradas, que al mundo se viene a vivir y a disfrutar y no a preocuparse, y que a esa voz que reclama de vez en cuando se le emborracha y se le acalla.
Y es peor el remedio que me acaban de dar mi amigo, porque ahora me han pegado una etiqueta de tipo raro que me va a afectar.
Mejor me olvido.
Va a ser verdad lo de mi rareza.”
TRABAJA TÚ
¿Si averiguo quién soy yo voy a tener que cambiar y ser otra persona?... te puedes preguntar.
No vas a ser otra persona, vas a ser Tú Mismo, te responde en tu interior una sabiduría misteriosa.
Sí, pero… ¿quién soy yo?
Creo que antes de obsesionarte con la pregunta, y con adjudicarle una respuesta de diccionario, deberías aprender a convivir contigo mismo, sin adjetivos ni distracciones, sólo estar en silencio, atento a tus latidos, a las posibles voces, a los sentimientos, a darte ligeros caprichos como una tumbada en el sofá con una música suave de fondo y dejar pasar el tiempo sin prisa, en armónica convivencia. Redescubrirte y amarte es un buen comienzo.
Es bueno que te preguntes ¿qué siento? y es bueno no angustiarte con las definiciones, que la pregunta no es para definir lo que sientes, sino para darte cuenta de lo que sientes: cosquilleos, una ligera brisa de preocupación, un vacío insondable, inquietud…
No importa. No tienes que asustarte ante la avalancha de sensaciones o respuestas. En realidad todo eso estaba ya ahí aunque antes no te hubieses parado a escucharlo, y negarlo no va a hacer que desaparezca. Sigue en el sentimiento.
¿Qué siento a solas conmigo?
¿De qué modo me siento a mí?
¿Me soporto bien?
¿Me encuentro a gusto?
¿Me siento bien en esta experiencia nueva?
¿Alguna vez pensé quién o cómo quería ser?
¿Soy el que quería ser?
¿Soy el que quiero ser?
Quietud, no inquietud.
Así es.
No hay prisa ni en este momento importa el tiempo. Puedes seguir esta noche o mañana, puedes aprovechar el viaje en el autobús, el tiempo de subir en el ascensor o el momento de la ducha (¿cuánto tiempo hace que no tomas consciencia al ducharte de cómo es el cuerpo y cuánto hace que no te acaricias?)