“LOS HOMBRES EN LA COCINA”

(Versión mejorada)

Toda su infancia escuchó algunas frases de la boca de su mamá y especialmente de su abuela. Ella no las entendía y no sabía por qué las decían; cuando preguntaba siempre le respondían:

—No preguntes tanto.

Supuso que esas frases salían de bocas grandes. La mamá y la abuela eran mujeres altas y robustas y con el pelo negro anudado en la nuca. Sólo lo soltaban cuando estaban en la sala, porque las mujeres en la cocina debían tener el pelo amarrado, según ellas. Hubiese preferido que esas bocas tan grandes también las llevasen tapadas.

Sin embargo, Maury a todo le daba una explicación: Debe ser que en la cocina el pelo se les cae.

—Esta casa será para ustedes el día que yo me muera, decía la abuela y a veces ella esperaba ese día, porque se cansaba de tanta palabrería.

Los tres hombres de su familia hablaban poco. Su padre hablaba lo necesario, especialmente a la hora del almuerzo, y sus hermanos preguntaban si había que darle de comer a las gallinas y a las vacas.

Maury se aproximaba a la edad de contraer matrimonio y entonces se acentuaban para ella las frases de su abuela:

—El matrimonio es hasta que la muerte los separe, y a Maury no se le ocurría pensar quién los iba a separar, si ella ya había puesto los ojos en Juan, y lo veía tan bonito.

—Al matrimonio, debes llegar virgen.

No entendía el significado de estas palabras, pero nunca preguntó porque ya sabía la respuesta.  

—Mi abuela debe estar loca ¿cierto, mamá?

Su madre guardaba silencio y  bajaba la cabeza.

Andrés y Juan cortejaban a Maury y ella escogió al último, porque tenía la boca pequeña y así su vida estaría en ¡paz!
Claro que algo le preocupaba porque su mamá siempre decía de los hombres:

—El que es mal hijo, es mal esposo y mal padre.

Sabía que Juan se había volado de su casa desde muy pequeño y vivía con sus tías.

Ocho días antes de la boda, su madre preparaba el bizcocho para ese día. Los olores a canela, vino y nuez moscada, se metían por los rincones de la casa y del vecindario, invadiendo sus narices como invitados especiales.
Maury no sabía cocinar, siempre escuchaba decir a su madre y a su abuela cuando preparaban algún plato:

—El amor entra por los ojos y por la barriga.

Tampoco entendía por qué cuando sus hermanos entraban a la cocina, a punta de escoba los sacaban diciendo:

—Los hombres en la cocina huelen a rila de gallina.

Maury con disimulo los olía para saber a qué olía la caca de las gallinas, de vez en cuando iba al gallinero a olerlas pero no encontraba la diferencia, sus hermanos no olían igual.
Se casó y en su primera noche entendió a las malas qué era ser virgen y en esos momentos odió a su madre y a su abuela por no haberle explicado bien esa frase.  Ahora temía que las otras dolieran tanto.
Aprendió la culinaria sin mayor esfuerzo, la canela, el clavo, el ají, el jengibre, la pimienta los llevaba en las entrañas. Sólo después de muchos años entendió por qué el amor entraba por los ojos y por la barriga. Todavía le sonaba la frase aquella de que le pudo más el ojo que la barriga. Quería los ojos de su marido, pero no su barriga. Cuando quedó embarazada, supo entonces el significado de una verdadera barriga.

Su marido tenía noches en que no amanecía en su cama, nunca le preguntó nada por temor a que él le dijera:

—No preguntes tanto, además sabía que las bocas pequeñas no hablaban mucho porque en boca cerrada no entraban las moscas, decía contrariamente su abuela.

Una vecina le contó que su marido se estaba comiendo a Nancy la de la sancochería.  Comprendió entonces lo de los malos hijos. Sin preocuparse, continuó preparándole las comidas a Juan. Sus preparaciones eran audaces, contenían muchos colores y texturas como carnes fritas, chicharrón, papa con mayonesa; postres mil hojas con arequipe y leche condensada, beso de negra. Lo miraba con disimulo y sentía satisfacción al ver los ojazos desorbitados de él y su panza cómo se movía.

A ella le gustaba que la barriga de Juan creciera, disfrutaba del halago que salía de su pequeña boca, cuando con dificultad la montaba por las noches:

—Tú eres la culpable de que mi panza se haya vuelto así.

— ¿El matrimonio es hasta que la muerte nos separe?

Juan,  antes de roncar le contestaba:

—Nunca te voy a abandonar, me metiste el amor por los ojos y los tengo como los del sapo en una tomatera.  

Juan jamás le dijo a su mujer que sus amantes siempre lo abandonaban. Su panza las aplastaba, les estorbaba más que un marrano en la cocina.

Muestras un tipo de crianza, muy común por lo demás aun en estos días, digamos un tanto conservador, en que con simples frases heredadas de tradiciones antiguas ( por eso el mayor manejo de frases viene por parte de la abuela) donde esta chica desde su infancia no obtiene respuestas, complicidad de la madre que no entrega las armas suficientes para que el personaje pueda desenvolverse en la vida, y quizá vaya tomando ciertas decisiones equivocadas. Hay un contexto social que aún impera en nuestros días, temas tabúes, temas que la vida solamente con dolor nos va enseñando y que nos preguntamos, bueno y porque no me lo explicaron. Hay un tema de candidez extrema en Maury que le sigue aún después de casada.

Un relato bien llevado, desarrollas un tema con humor, el final es casi anecdótico y muestra lo cómico e irónico de la escena, pues la abuela tenía razón, la barriga es la culpable de que ese amor dure por siempre..

Saludos,

Ignacio

Gracias por sus comentarios, este fue un ejercicio para una clase que contuviera dichos o refranes y lógico medio realidad, pero también medio jocoso.

Felicidades

Hola Ingrid, síii, es un texto de otra época, un poco inspirada en la narrativa de Laura Esquivel.

Muy amable por tu comentario.,