MI PADRE REGRESO PARA IRSE

Hacía ya tantos años que no sabía de su padre. Él se había marchado después de la navidad del año 1977, lejos, sin decir donde. Su madre siempre le había hablado de él, nunca con alguna descalificación o mal recuerdo, a pesar de que él, ahora que ya era un hombre y padre también, había descubierto el verdadero motivo que su madre le había ocultado. Su padre se sintió ineficiente, impotente de poder surgir y darles el bienestar que según él, merecían. Se culpaba de ser el de la mala suerte, pues todo lo que tenía cerca, se veía de alguna manera afectado. El carácter de su padre fue cambiando con el tiempo, poco a poco se fue tornando violento, agresivo, sin tener motivos, a veces agredía verbalmente a su madre, por temor a llegar a maltratarla físicamente, se marcho, se olvido que era esposo, padre y amigo. En ese entonces él tenía seis años. Vio el sufrimiento de su madre, como la vejez fue decayendo sus brazos, como fue perdiendo su sonrisa, la mirada dulce y tierna y como su cabello se fue convirtiendo en platinado. Ahora él era un profesional, médico cirujano, muy admirado y reconocido, se había casado con su amiga de la infancia, Leonor y tenían dos hermosos hijos, una casa cómoda, sin mayores lujos y por supuesto, su madre con ellos.
Siempre en estas fiestas, sentía el deseo de saber que había sido de su padre, por medio de amigos en constantes ocasiones intentó ubicarlo, pero pareciera habérselo tragado la tierra. Lo último que habían sabido de él, es que lo habían divisado en una ciudad del extremo sur del país, pero nada habían logrado averiguar. Nunca le guardo rencor a su padre, bueno, su madre siempre le inculco el respeto, el amor, el perdonar y ser perdonado, es por ello, que si algún día lograba dar con su padre, lo perdonaría. Sabía que en el fondo del corazón de su madre, existía la esperanza de poder verlo antes de cerrar los ojos del día.
Meditando estaba, cuando el sonido del teléfono lo arrancó de sus pensamientos. Debía acudir a una urgencia, un accidente en la autopista 19. Avisó a su esposa y madre, volveré pronto, pero si me tardo, cenen ustedes, no dejen que la cena se enfríe. Ustedes saben, mi trabajo, no perdona ni navidades, ni años nuevos ni cumpleaños.
Llegó a la urgencia, rápidamente lo pusieron al tanto de lo ocurrido. Un bus había chocado con un camión de mudanzas, había doce personas fuera de peligro, diez heridos leves, dos graves, un anciano gravísimo y tres fallecidos.
Casi todos saben que cuando se presentan estos casos, hay prioridades, aunque suene frío y cruel, siempre se socorre al más joven, no es que se dejen a los ancianos de lado, pero se ve desde el punto de vista generacional. A la persona joven le queda vida y camino por andar, la persona anciana, ya ha recorrido el camino, ya ha sembrado semillas. En todo caso, nunca él había estado de acuerdo con esto y trataba de que el personal colaborara eficazmente para salvar las vidas.
Acudió a examinar al anciano, no supo por qué, pero su corazón se agitó con desesperación, al ver al hombre. Estaba muy moribundo, en estado de coma. Conectado a las máquinas, ahí inerte. Preguntó si tenía alguna identificación, si viajaba con alguien, algún teléfono de emergencias. Una enfermera se acercó a él y le tendió un sobre pequeño, arrugado y manchado. No sabía porque le temblaban las manos, se apartó hacia un rincón del cuarto, abrió el ajado sobre y de el extrajo una carta, escrita por ambos lados, al extenderla para leer su contenido cayeron al piso dos fotografías. Las recogió y quedó como petrificado, era la foto de su madre con un niño, era él. Entonces, este hombre era su padre. Giró casi en vuelo, se acercó a la cama en donde el hombre estaba postrado, tomó su mano, una lágrima corría por sus ojos, una emoción que lo aniquilaba. El anciano pareció reaccionar, abrió sus ojos lentamente, una leve sonrisa se dibujo en sus desfigurados labios y declinó su cabeza, quedándose quieto y de la vida aislado.
Si, era su padre, había regresado, para morir ahí, casi en sus brazos. No pudo contener el llanto, le llamó padre, padre soy tu hijo y hace mucho te he perdonado. Una luz ilumino el lecho y pareció escucharse un respiro de profundo alivio y todo el cuarto de una tranquilidad muy quieta quedo impregnado.
Cuando contó a su madre lo sucedido, esta irrumpió en un llanto, pero no desconsolado. Leyeron la carta del hombre, bajo la sombra del avellano que él, su mismo padre había plantado. Se miraron en silencio, no había ningún comentario, sólo dar las gracias a Dios por haber traído a su arrepentido padre de regreso, a morir en el lugar del que se había marchado hace tantos años.