Recubierto de polvo por dentro y por fuera, como ella pronto lo estaría,
el fusca anaranjado del Ministerio de Agricultura y Pesca atropellaba
imprudentemente el camino vecinal. Al máximo de su potencia,
amenazaba tragarse el paragolpes delantero que tenía casi desprendido
en un extremo. Lo gobernaba la Ing. Agr. Carla Mancuso consciente del
daño que le hacía. Lo sabía y lo disfrutaba, cada cosa que se estropeaba
aumentaba un grado su indignación. Vientos napolitanos la arrasaban.
¡Ya iban a ver esos idiotas cuando los agarrase!
¡Maldito Verseri y su famoso atajo por Camejo! ¡Y estúpida ella que
se había dejado convencer! Ese camino sólo existía en la imaginación
del imbécil que diseñara el plano de rutas. Era apenas unas huellas que
bordeaban el arroyo del mismo nombre a la vera del monte nativo.
Claro que su compañero habría supuesto que se llevaría el jeep, pero
ella había preferido la comodidad del auto. Después de todo, iba a la
inauguración de una cooperativa agraria y el Director le había
encargado el discurso en nombre del Ministerio.
¡Pero tenían que atravesarse esos zopencos para completarla! La
camioneta salió como jabalí espantado, con la música al mango, tras
una curva cerrada en un bajo que la arboleda convertía en túnel ciego.
Clavó el freno y volanteó yéndose sobre el alambrado, pero no pudo
evitar que le enganchara el paragolpes. Tuvo que esperar un buen rato
a que el polvo se asentara para evaluar los daños, maldiciendo a todos
los campesinos del mundo, so pedazos de verdaderas bestias. ¡Ni
siquiera se habían detenido a disculparse!
No bien entrara en el bendito atajo se había asado dentro de esa
cafetera, que por supuesto no tenía aire acondicionado, por no bajar las
ventanillas para no arruinar el desacostumbrado maquillaje de media
hora, el peinado de peluquería que no frecuentaba, el vestido que
estrenaba, el perfume comprado para la ocasión… ¿Y para qué, si todo
se había ido al carajo? ¡Tanta plata malgastada por culpa de esos
abombados! ¡Pero bien que se lo iban a pagar! No en balde había
estudiado y se había recibido en un mundo de machitos, haciéndose
respetar más que cualquiera.
Luego, con el vestido arremangado para que no se le pasparan las
piernas, había iniciado la persecución siguiendo las nubes de polvo que
la camioneta levantaba a la distancia, con el indicador de temperatura
augurando que el motor se incendiaría en cualquier momento. Iba a los
tumbos y no fueron pocas las sorpresas que evitó sacudiéndose en el
asiento. Le ardían los ojos derretidos, sentía las axilas pegajosas y
apenas podía levantarse el pelo con el dorso de una mano. Las pulseras
pistoneaban en los cambios y las sandalias en los pedales, más que el
motor la impulsaba una furia ciega que ansiaba encontrarse cara a cara
con el cretino que conducía la camioneta. Cada tanto se afirmaba en la
bocina que sonaba ridícula y la exasperaba más.
Quién sabe si el paragolpes aguantaría hasta que llegase. Cierto que
ya estaría medio podrido como todo en el Ministerio, había plata para
tonterías pero no para reparaciones. Pero ése no era el caso, no era el
auto sino el hecho. ¡Bien que los hombres la insultaban cuando hacía una
burrada! Con todo hubiera podido llegar a tiempo porque los kilómetros
ahorrados compensaban la marcha tortuosa. ¡Pero ahora, minga que
llegaría!
Por fin en un repecho la camioneta frenó un instante y dobló a la
derecha. Ella fue aflojando la marcha para pasar despacio y ver de qué
se trataba. Era una chacra sin señas particulares, la portera estaba
abierta y se veía parte de la casa al final de un camino de acacias. Sacó
el auto del camino lo más que pudo y tamborileó sobre el volante
pensando en lo que haría. Esperó un rato por si volvían a salir, y como
no, se compuso lo más que pudo y bajó resuelta.
No ladró un perro, sus pasos y los pájaros en los árboles era lo único
que había. La camioneta estaba antes que la casa, junto a una senda
escalonada que subía hasta una terraza enrejada; por la enorme
sombrilla sería una piscina. Un hombre, seguramente el conductor, la
ignoraba de ex profeso.
-¡Llegó, echate ahí! -dijo el hombre. Inmediatamente se arrojó al
agua y salió enseguida estirándose el cabello hacia atrás.
Aunque le faltaba el último tramo supo que eran ellos. El hombre se
hacía el indiferente dándole la espalda ancha y brillante; llevaba puesto
únicamente una malla de baño profesional que lo partía en dos como un
cinturón. Detrás, el otro, que parecía un adolescente, estaba echado
como un perro; melenudo, todo de un mismo color, completamente
desnudo. ¡Buen par de degenerados serían, pero si querían comedia, la
iban a tener!
El hombre se sentó en una banqueta plegable, inclinó hacia adelante
la cabeza y la miró fijo bajo el entrecejo fruncido. Enseguida abrió las
piernas y se palmeó un muslo invitándola a sentarse. La mujer se puso
a tiro, le sonrió cínicamente y le soltó un cachetazo que le dio vuelta la
cara. Pero el gesto estaba previsto y el hombre respondió con un revés
que la hizo tambalear volteándola en el piso. Antes de que pudiera
reaccionar ya lo tenía encima y la doblaba en tamaño y peso. Entonces
comprendió lo que le pasaría.
…
La mujer salió gateando, jadeaba todavía cuando se dio vuelta para
verlos como realmente eran. Iba a decir algo pero el hombre había
terminado y simplemente estiró una pierna para empujarla al agua. El
muchacho recuperó su aspecto juvenil, armó salto y entró como una bola
estruendosa. El hombre resopló, paró la banqueta que se había volcado,
enderezó el palo de la sombrilla y caminó a la piscina como si no
existiera, cayendo por ausencia de piso. Agradecidos del bálsamo frío
para los cuerpos irritados, quedaron como cabezas equidistantes hasta
que la presintieron.
Desde la puerta de la reja una mujer los observaba. Estaba de pie en
posición de reposo, como mueble a la intemperie para ser cargado en
una mudanza. Vestía una faja de cuero tachonado que la oprimía entre
las axilas y los muslos dando la impresión de inflarle el resto del cuerpo.
Unas sandalias de alta plataforma la elevaban aún más y parecían lo
correcto para aquellas piernas gruesas con depresiones en las rodillas y
brazos similares rematados en amplias muñequeras al tono. En cambio,
la cabeza posaba como un globo incongruente para el conjunto, con el
cabello albino atado muy tirante. Su aspecto de grotesca muñeca se lo
daba la piel sonrosada casi sin detalles y la cara como dibujada por un
niño, dos puntos y una raya. La única femineidad eran los veintiún
toques carmesíes de las uñas y la boca apretada ahora en el asombro.
Como correspondía, habló:
-¿Qué hacen en el agua? ¿Y por qué hay una mujer? Yo no pedí
ninguna mujer, era El Hombre y su Perro. En fin, empecemos.
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"Aprendemos de todos y entre todos"
Taller de Escritura (Aula Virtual)
Mis cuentos:
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