Jaime Olate Escritor activo
Cantidad de envíos : 2341 Fecha de nacimiento : 17/01/1941 Edad : 83 Localización : Santiago de Chile Fecha de inscripción : 01/08/2008
RECONOCIMIENTOS Mención: -Escritor con textos DESTACADOS Mención: Lobo ,El Detective. Texto EXCEPCIONAL Premios: 1ºLugar Concurso "Ecología" parte Textos, Octubre de 2010
| Tema: Fantasmas en el Bosque de Abedules (1/5) REVISADO Mar Jul 12, 2016 4:25 pm | |
| –¡–¡Qué venga el Inspector Carrados! –El bramido del Prefecto Jefe del área hizo saltar en su silla en la oficina cercana al Ayudante Juan “Arrastrado” Fernández, un “ detective de escritorio” que eligió soportar el mal humor del viejo y no salir a las calles a enfrentar a los delincuentes. Naturalmente también debía soportar las pullas de los valientes policías y compañeros de curso de la Escuela de Investigaciones que lo trataban con evidente desprecio. –A la orden, Señor Prefecto. –Musitó y, desesperado, corrió a colgarse del teléfono. –Habla el Ayudante del Prefecto del Área. –Su voz sonó autoritaria cuando escuchó al otro lado de la línea la voz del funcionario Oficial de Guardia. –A sus órdenes, señorrrrrrrr. –En seguida se oyó la risa incontenida del detective que no perdía la oportunidad de burlarse del “Arrastrado Culebra Fernández”. –El Señor Prefecto quiere ver inmediatamente en su oficina al Inspector José Carrados y a su ayudante … creo que es de apellido González. –Sí, urgente, colega y … no se haga el chistosito conmigo. –Continuó amenazante– Mire que puedo ”hacerle la cama” por estos lados. –Sí, como no, señor “Arras”. ¡Huy, qué miedo” –En medio de risas, el burlón detective le cortó sin miramientos, dejando rojo de ira al “Arrastrado”.
El Inspector José Carrados estaba terminando una larga lista de personas buscadas, junto a su fiel ayudante el Detective González. Tenían planeado ir al gimnasio para la habitual práctica de defensa personal, donde no había diferencia de grado y se daban duro porrazos que los dejaban agotados. El plan continuaba con la práctica de tiro en la galería subterránea, antes de retirarse a descansar en la casa particular que hospedaba a muchos detectives. Cuando el puntudo Oficial de Guardia le dio el recado del “Culebra” Fernández, con su rostro siempre inmutable dio un breve “gracias”. Poco después estaban frente al siempre pesado e iracundo Prefecto, reviejo al decir de Carrados, que ya debía estar en una silla balancín jugando con sus nietos y no estar regañando a los funcionarios que, cuando lo enfrentaban, les daba una tentación enorme de retirarse de la fuerza policial. –Señor Carrados … –Comenzó su conocida danza de caminar por su gran oficina mientras carraspeaba, hurgando en su mente rebuscadas palabras en un vano intento de impresionar al joven investigador. –Verá usted, …. ¡Jum, jum! –Aclaraba su garganta– estoy rodeado de inútiles. Hace ya cerca de dos años que la esposa de don Gumersindo Ochoa desapareció, sin dejar rastros,–le echó un rápido vistazo a su imperturbable subalterno, quien le asintió con un pequeño movimiento de cabeza– y ¿puede creer que los encargados de efectuar la investigación por Presunta Desgracia hasta la fecha no saben nada? –Me permite tratar de recordar ese caso, señor Prefecto. –Con su voz casi monocorde, el sabueso logró su objetivo de tranquilizar al “viejo”– Si no me equivoco se trata del caso de la desaparición de la esposa, doña Nora Negrete, una mujer joven que era la dueña de la hacienda “Los Totorales” en la provincia sureña de Ñuble y de quien nunca más se tuvo noticias. Como en todos estos casos de desaparición, el primer sospechoso es el cónyuge, pero … no hay cadáver, no hay pruebas, en fin no hay nada de donde asirse para llevar detenido a alguien. –Exacto, –la respuesta tuvo un tono agrio– y ya que sabe tanto de este desagradable asunto le ordeno que vayan hasta esa hacienda y continúen la investigación. El viejo se rascó su barbilla. –No vaya a creer que lo estoy castigando … no, no –su rostro tuvo un momento de humanidad–. Por el contrario… ¡Jum! ¡Jum!, debo reconocer que desde un principio debió ser usted quien hiciera tal investigación. Dio largos pasos por su oficina y quedó mirando a ambos jóvenes. –Cuando tengan mi edad comprenderán que la experiencia guía al hombre. He seguido su carrera de investigador y … bueno … ¡Qué diablos, debo reconocer su gran capacidad! Lo miró y, señalando la puerta, su voz tronó para no perder la costumbre. –¡Tiene poco tiempo para ir a provincia, lo quiero mañana temprano haciendo las averiguaciones que los ineptos no pudieron efectuar! … ¡Qué tengan un feliz viaje! Con este rugido les dio la espalda y los dos sabuesos comprendieron que era su manera de manifestar su orden ahora ¡Ya! Con un suave “Gracias, señor Prefecto”, Carrados y González abandonaron el cubil del Jefe cascarrabias. Una vez en el pasillo del edificio el Detective González se atrevió a abrir su boca. –¡Huy, qué estaba amable el viejo Frankinstein, casi me hace llorar de emoción! No esperó ni siquiera una sonrisa de su “jefecito” Carrados, quien, siguiendo su inveterada costumbre de hablar con cara de granito, se limitó a comentar. –Le he dicho, señor González que no trate de viejo al anciano Prefecto.
Como siempre el joven Detective se quedó un paso atrás para taparse la boca y no reír a carcajadas delante de su admirado superior jerárquico.
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