Cuando nacieron mis hijos, me empecè a interesar por las mascotas. Observaba la alegría que les producía la presencia de un perrito, en cualquier casa que visitábamos y empezamos aceptarlos en la nuestra. Tuvimos varios. Cada uno con una historia especial y diferente, pero de gratas vivencias.
Al cambiar de residencia para la ciudad de Mèrida (Venezuela), nos llevamos a Linda, mi perrita fiel que durò conmigo mas de diez años. Tuvo muchos perritos bellos como ella que parecía un peluche.
Era renuente para tomar medicamentos o aplicarle inyecciones. La atendiamos con cariño, la aseábamos, le cortábamos el pelo, la peinábamos, se le confeccionaba ropa, se cuidaban sus cachorros, seleccionando los nuevos dueños. Al ubicarlos, nos miraba a los ojos - y no es imaginación -, se ponìa triste y me reprochaba internamente, el derecho que asumIamos, para dejarla sola sin sus hijos. Muriò a finales del 2.007, la enterramos al lado de Valle Encantado, frente a la terraza de la casa que habitaba.
Una de sus hijas, era yusa – sin una raza especial-, parecida al cuento del patito feo: de cuerpo, orejas y rabo, largos, de color marròn con pintas mas oscuras a intervalos, patas cortas, era una mescolanza y siempre estaba al lado de su madre. En ese entonces, estaban pasando una novela brasileña, y le pusimos el nombre de la protagonista: Yuma Marruà y que nos perdone ella, pero bueno, nunca lo supo.
Un niño llamado Pedrito, pasaba todos los dìas y le tomò cariño. La acariciaba y jugaba con ella, a través de la reja del patio. Insistiò tanto que tuve que regalársela con muchas condiciones. Vivìan cerca de la casa, en el centro turístico Valle Escondido, en un sector denominado La Vega de los Benìtez.
El niño se dirigìa todos los días a clase, estudiaba en la Unidad Educativa Bolivariana: “Teresa de la Parra” y Yuma subia con el. Mientras el infante estaba en la escuela, ella se iba para nuestra casa, se pasaba el tiempo allà jugando con Linda, su madre y la alimentábamos. Cuando calculaba la hora precisa de la salida de clases, bajaba corriendo a buscar a su nuevo dueño. Esto se repetía diariamente, hasta que llegaban las vacaciones escolares.
Un dìa, bajè a realizar un censo de alfabetización. Al cruzar la esquina de mi residencia, sentí un mal olor. Contemplaba la hermosa vegetación de los paisajes andinos y fui avanzando y socializando con los vecinos. Al llegar a la vivienda donde estaba Yuma, me llevè una ingrata sorpresa. La tìa del infante, me contò que un desalmado había envenenado a nueve perros por esa calle, que ella fue una de las víctimas y que estaba preñada. Dijeron que en los estertores del envenenamiento, caminaba hacia mi casa, como para despedirse, pero no le diò tiempo y quedó a mitad del camino.
Eso me impresionò tanto, que hasta hoy no he podido olvidar el gesto de gratitud que a veces nosotr@s no demostramos. Siempre cavilo sobre estas circunstancias y algo por dentro, me sacude. Una no debería regalar los perritos, pero còmo hacemos con tantos?, què estrategias debemos planificar para despertar conciencia ciudadana sobre el cuido y amor que le debemos dar a los animales con los cuales compartimos parte de nuestra existencia?.
Sin duda alguna, el perro es el mejor amigo del hombre, es fiel, constante, nos cuida, sabe cuando estamos tristes o enfermos, nos proporciona momentos de alegría, de juegos, quiere ser el centro de atracción, es cariñoso según el trato que le demos, y cuando se van, los sentimos mala la comparación; como a un ser humano, porque se extrañan y se recuerdan siempre, mas si guardamos sus fotos.
Y pensar que existen personas que los maltratan, los dejan botados en cualquier lugar sin ninguna consideración.
Definitivamente, si yo fuese rica, tendría un sitio apropiado para recoger todos los perros callejeros. Asì dejarìa de preocuparme tanto por esta problemática, porque ellos son seres vivos que sienten igual que nosotr@s, aunque no hablan pero responden a sus instintos.
Yuma quiso remontar la subida que la alejaba de nuestra casa pero no alcanzò a llegar, sin embargo, y aunque muchos piensen que son tonterìas, nunca la he olvidado y cada vez que la evoco, me embarga cierta tristeza y la impotencia ante la maldad humana.
Trina Leé de Hidalgo
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De mi folleto: LA SUERTE DE LOS PERROS.