CUANDO HABLAMOS DE TIEMPO ESTAMOS HABLANDO DE NUESTRA VIDA
En mi opinión, tratamos el asunto con ligereza e insensatez cuando hablamos de tiempo, como si fuera un concepto hipotético, ajeno o relativo, mientras que el tiempo –y que nunca se olvide esto-, no es más que un modo teórico de medir nuestra vida.
Así que el tiempo no son segundos de un reloj, no es un espacio o un período, no es un calendario ni los días que van cambiando de nombre: es nuestra vida.
NUESTRA VIDA.
Y a pesar de que seamos capaces de llegar a comprender el sentido de esto, en demasiadas ocasiones derrochamos nuestra vida, la perdemos en pasatiempos, en inútiles distracciones, en matar el rato, o la perdemos haciendo algo que no nos apetece hacer sólo porque no somos capaces de sobreponernos a la pereza, o la apatía, y ponernos a hacer LO QUE REALMENTE QUERRÍAMOS HACER o LO QUE REALMENTE NOS GUSTA.
En cambio –en mal cambio-, nos quedamos la tarde entera tirados en el sofá, frente al televisor, soportando una programación inútil y aburrida, o desperdiciamos el tiempo sin darnos cuenta.
Aunque “hacer nada” no es perder el tiempo si uno decide voluntariamente que lo quiere es “hacer nada” expresamente, entonces está haciendo LO QUE REALMENTE QUIERE HACER. No está mal. Lo que deja una sensación desagradable es cuando uno se da cuenta de que se ha pasado la tarde, o el día, en un “hacer nada” indeseado que deja una sensación desagradable, una rabia más o menos disimulada.
Si fuésemos capaces de sentir con toda su contundencia, y con el peso drástico de su realidad, la limitación de nuestro tiempo en esta vida, la irrecuperabilidad y la irrepetibilidad de la misma, la imposibilidad de desandar lo mal andado, la imposibilidad de negociar un regreso a cada día de los que se han consumido –a pesar de nuestra desatención- y notáramos en el alma, en lo más sensible del corazón, el tesoro que se ha esfumado, la oportunidad que se fue desatendida, un estremecimiento cuanto menos debiera recorrernos imparable.
Y no es necesario hacer un drama por ello. Queramos o no, la atendamos o no, nuestra vida camina implacable hacia su destrucción como cuerpo físico y esto es innegociable, así que la mejor opción es aceptarlo –preferiblemente con mucho agradecimiento por la oportunidad de estar aquí aunque sea brevemente-, y no hacer un drama de lágrimas ácidas y un llanto continuo.
Lo interesante es darse cuenta de que esto es así y no tiene solución ni negociación posible. El regalo de la vida nos lo entregan con fecha de caducidad.
Por eso es trascendental no desatender este asunto, para evitar que llegue el día de la desesperación en que uno ya no pueda hacer otra cosa más que lamentarse por lo que para entonces no tendrá remedio.
Hoy estamos a tiempo de prestar atención a este presente y a todos lo que lleguen a partir de ahora.
Si ya hemos tomado conciencia de la seriedad del asunto, si ya somos capaces de mirar hacia atrás con el recuerdo y ver cómo desapareció el bebé que una vez fuimos, la niña que sólo pensaba en jugar, el niño que fue al colegio, o la joven que se convirtió en mujer... es un buen momento de verificar que esto de que se pasen los días de nuestra vida va en serio.
No hay que enfadarse –o sí, pero sólo un poquito-, lo pasado no tiene remedio. Podemos extraer, eso sí, y como siempre y de todo, lo positivo. Y siempre hay algo positivo. Aunque simplemente sea la verificación y confirmación de que la vida va pasando, y los días de vida se van descontando infatigablemente.
Cada día nos trae, cuanto menos, dos cosas. La primera es que nos garantiza que llegará a su fin de todos modos, sin estar condicionado por nuestra atención o desatención, ni que aprendamos ya de una vez o que les dejemos escurrirse de entre nuestras manos sin poder retenerlos, y cada día también nos trae una excelente, grandiosa, extraordinaria, impresionante, maravillosa, imponente, fastuosa, espléndida y magnífica oportunidad de comenzar de nuevo.
Esto es interesante.
Yo puedo gobernar en gran medida mi vida. Yo puedo decidir qué es lo que quiero y lo que no. Yo soy consciente y vivo en esa consciencia. Yo escojo y trato de escoger lo mejor.
Tomo consciencia de MI VIDA, y siento con orgullo y satisfacción ese privilegio y esa responsabilidad, me miro las manos, me noto, me acaricio, y compruebo que “soy yo” –aunque no tenga claro qué soy- y siento “estoy aquí” –aunque no tenga claro lo que eso implica-, y un escalofrío apenas perceptible debería acompañarme en este momento de claridad y comprensión sin palabras.
MI VIDA.
YO.
Estamos juntos: somos lo mismo.
Te dejo con tus reflexiones…
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(Borrado)