A VECES PASAN COSAS BELLÍSIMAS EN NUESTRA VIDA
En mi opinión, no siempre, ni siquiera a menudo, más bien sólo de vez en cuando, pasan cosas bellísimas en nuestra vida. No tantas veces como nos gustaría… ¿o sí pasan a menudo pero no nos damos cuenta?
Hay momentos brillantes en nuestra vida, de esos que podemos recordarlos con las más emocionantes lágrimas o con las carcajadas más sonoras o con los escalofríos más agradables. Algunos de esos momentos han sido de tal intensidad emocional que no existe el modo de explicarlos, pero cuando uno los recuerda aún se siente recorrido por un estremecimiento y se le ponen los vellos de la piel erizados.
Es casi seguro que todos hemos vivido algún pequeño milagro –aunque no hayamos sido del todo conscientes de ello-, que todos hemos tenido experiencias conmovedoras por tanta emoción o belleza que contenían, y que en ocasiones no hemos podido evitar que una sensiblería inhabitual nos haya hecho emocionarnos hasta la exaltación.
En esos momentos uno puede llegar a creer –y con razón- que la vida aporta momentos indeseados, otros duros y difíciles, muchos agradables, pero que cuando ocurre una cosa de esa intensidad emocional merece la pena todo lo pasado hasta haber llegado al momento vivido.
Vivimos muchos otros momentos que los dejamos en una categoría inferior a la que les corresponde porque no somos plenamente conscientes de ellos, porque no nos paramos a tomar conciencia de lo que estamos viviendo, y porque a veces valoramos como algo rutinario lo que son auténticas maravillas y verdaderos milagros.
Necesitamos vivir de otro modo las cosas. Coger en brazos un recién nacido teniendo las lágrimas a punto de explotar de placer y asombro. Parar la vida, parar el mundo, pararnos… para darnos cuenta de la gente andando por la calle, los pájaros volando, los árboles con sus hojas, las flores calladas, el sol, lo tremendamente hermoso que es abrazar y ser abrazado, dejarnos embaucar por una sonrisa, extasiarnos frente a una mirada que nos sonríe, deslumbrarnos ante el juego introvertido de un niño que está absorto en su mundo, y asombrarnos ante aquellas cosas que decimos que son “otra vez lo mismo”.
La magia no está en las cosas sino en nuestra forma de ver las cosas.
Todo aquello que miremos con amor y atención nos mostrará su grandeza.
La belleza está en nuestros ojos y no solamente en las cosas. Desde una mirada rutinaria que tiene el filtro de la rutina todo se ve de color rutinario.
Son las emociones y los sentimientos agradables los que ponen magia a las cosas y a la vida. Somos nosotros quienes debemos promocionar que esas emociones y esos sentimientos se nos instalen y se manifiesten. De nosotros depende que nos pasen las cosas bellísimas que nos pueden pasar.
Y eso puede pasar en la vida más infortunada, a la persona más desdichada, al más afligido… no hay restricciones, no hay desahuciados, no hay persona por la que no pueda pasar la majestad de las cosas que enternecen hasta el estremecimiento.
Es uno mismo quien tiene que promocionar algunas de esas cosas, y también quien tiene que darse permiso para experimentarlas, quien tiene que aceptar el derecho a que le sucedan, y eso se puede conseguir con una atenta vigilancia de la vida, con ganas de apreciar lo que se vive y con mucho Amor Propio.
Ahora, tú decides si quieres que pasen cosas bellísimas en tu vida.
Te dejo con tus reflexiones…
Francisco de Sales