Las tres mujeres estaban reunidas en torno a la mesa de la cocina, sobre la que quedaban rastros del café -acompañado de torta de naranja- que habían tomado hacía un rato.
-Yo no sé si a ustedes les pasa lo mismo, pero estoy harta de la profesión. No sé bien si de la profesión en sí o de lidiar con la gente, las autoridades y los colegas -dijo Ana, la dueña de casa.
Eran más o menos de la misma edad, cincuenta y pico. Su amistad databa de la época de facultad, la torturante facultad de Química. No estaban en la ruina total- físicamente hablando- pero los avatares de la vida les habían pasado la cuenta. Los desvelos, estudiando y cuidando hijos y padres enfermos, habían dejado su rastro. En síntesis, ninguna de las tres tenía futuro como top model, como cualquier mujer común y corriente de más de cincuenta años.
-Siempre hablamos de que contamos los días para jubilarnos como si fuéramos presos esperando el fin de la condena. Estamos en la misma, solas para parar la olla… pero ¿qué otra cosa podemos hacer a estas alturas? –se preguntaba Estela, divorciada y madre de dos niñas.
-Ustedes todavía se las ingenian para cocinar. Yo ni eso. Mis hijos se criaron a panchos, puré y sopa crema de sobre. No es extraño que aprendieran a cocinar cuando todavía estaban en la escuela.
Era Susana la que había hablado. De aspecto deliberadamente aniñado, después de diez años todavía estaba digiriendo su separación.
-Dale Susana, vos trabajabas en tres empresas para mantenerlos, no te culpes por no ser doña Petrona C. de Gandolfo ¿o era de Gandulfo? -dijo Ana, apretando el ceño como para exprimir los recuerdos.
-Aunque pusiéramos una rotisería y vos te dedicaras, ¿qué sé yo?… a las compras y a llevar las cuentas, se necesita capital, alquilar un local… además hay mucha competencia, todas las panaderías y autoservices venden comida y la habilitación de bomberos y municipal es una pesadilla -acotó Estela.
Ana se paró para largar otra vuelta de café. Mientras abría el tarro -inundando la cocina del exquisito aroma- su expresión delataba un cerebro que trabajaba a mil. Casi se podía escuchar el ruido que hacían las sinapsis de sus neuronas, como engranajes de una maquinaria en acción.
-¿Tiene qué ser honorable? -preguntó, volviéndose hacia sus amigas, con una chispa de picardía en la mirada.
-Por lo menos que no nos desprestigie y termine con nuestra reputación como profesionales. Porque al menos al principio vamos a tener que seguir con nuestros trabajos -dijo Estela.
-No estarás pensando en prostituirnos, ¿verdad? Nos moriríamos de hambre y siempre terminaríamos dependiendo de un matón que nos “protegiera”, que nos explotara, bah -dijo Susana, horrorizada.
-Tengo espejo, nena… ¡prostituirnos! ¿cómo se te ocurre? A veces parecés boba. Eso que eras la mejor en matemáticas...
-¿Qué pensaste? ¡Dale! -apuró Estela.
-En poner una hot line.
Las otras dos rieron hasta que les saltaron las lágrimas. Susana fue corriendo al baño, pretextando que se hacía pichí.
-Es en serio. La cuestión es que estén dispuestas a trabajar… bueno a atender el teléfono, cuatro horas por noche… que podrían ser tres, pero partamos de cuatro, después ya veremos. Cualquier otro emprendimiento interferiría con nuestros trabajos -siguió Ana.
-Ah, ¿pero no era una broma? -preguntó Estela.
-No del todo. La inversión mayor es sacar un cero novecientos, eso anda por los cinco mil dólares. Y al principio, gastar en publicidad, ya sea en el Gallito Luis, alguna revista medio sexista, buscar en internet donde poner avisos… no sé, hay que averiguar mejor -siguió Ana- ¿Les parece muy disparatado?
-Pero yo no tengo ni idea, mi marido me dejó por ser muy mala en la cama -protestó Susana.
-Menudo hijo de… no tenés que hacer nada, hablar y hacer algún ruidito… nada exagerado -dijo Ana.
-¿Pero donde pondríamos la línea? -preguntó Estela.
-Creo que lo mejor sería ponerla aquí, en casa. Derivarla a mi teléfono. Tengo que averiguar si puede derivarse a más de un teléfono, pero ustedes tienen hijos y -además de que no sería un ejemplo muy edificante- se arruinaría todo si están hablando con un tipo y de fondo sale una voz de niño preguntando donde están los Nike nuevos… se perdería el clima por completo.
-Ay, no sé, mirá si se entera mi ex-marido y me saca la custodia de los chiquilines -dijo Susana en tono compungido.
-Primero, que no tiene por qué enterarse y segundo ¿qué haría con tres adolescentes? ¿No decís que cada vez se los lleva menos?
-Si me los saca, me muero –gimoteó.
-Sólo a vos se te ocurre que tenga algún interés en encargarse de los muchachos... y el único que es menor de edad es Nico. Lo trágico es que suelen emplear eso como amenaza ¡y las mujeres se lo creen!
-Vos porque no sos madre -siguió Susana, en tono dramático.
-Sí, debe ser por eso que me resulta más fácil razonar que ningún hombre que deja a su mujer por otra veinte años menor y está jugando al noviecito -con canas teñidas y todo- quiere cargar con tres hijos…
-¿Lo viste? ¿se tiñe?
-Sí, lo ví, hasta bajó la panza. Salía del shopping con la nueva.
-Sos despiadada, sabés bien lo mal que pasé.
-“La verdad te hará libre”, ¿no es lo que suele decirse? Además ya sabías que se había ido con otra.
-Bueno, basta de telenovelas ¿lo ves factible, Ana? -preguntó Estela.
-Sí, tendríamos que conseguir tres mil dólares cada una para el costo de la línea y la publicidad. Yo voy a pedir el préstamo de la caja profesional.
-¿Estás dispuesta, entonces?
-Sí, Estela. Si sale mal, haremos de cuenta que nos fuimos de viaje para festejar las bodas de plata con la carrera.
-Susy ¿Qué opinás?
-Si me aseguran que nunca se sabrá…
-No saldrá de estas aburridas colegas.
Las tres mujeres volvieron a la mesa con otro ánimo. Estaban planificando una salida a sus problemas. Algo que podía cambiar sus vidas.
-¿Por qué hablabas de cuatro horas por noche?- preguntó Estela.
-Porque supongo que podríamos habilitar la línea durante doce horas, por ejemplo de ocho de la noche a ocho de la mañana… o de siete a siete. Ese horario no interferiría con nuestros trabajos. No creo que a nadie se le ocurra nada a las tres de la tarde.
-¿Te parece que podremos hacerlo?
-Estelita, no hay nada más fácil que excitar las fantasías de un tipo, tienen facilidad para hacerse el bocho… porque si nos viera, ya sería otro cantar-rió Ana.
-No va a llamar nadie -sentenció Susana.
-Depende de cómo lo promocionemos. Es la ley de la oferta y la demanda. Todo se puede vender, si hay compradores… hay muchos tipos de mediana edad que están solos -o no- se toman cuatro o cinco whiskies y no salen de su casa por miedo a que les saquen la libreta si les hacen el test de espirometría.
-¿No atenderíamos mujeres?
-Yo no creo que pudiera, pero en principio no veo inconveniente… aunque creo que es más una tendencia de hombres. Voy a buscar un block para tomar notas -dijo Ana mientras se dirigía a un escritorio tapado de carpetas y biblioratos.
-Como les decía, nos turnaríamos para atender el teléfono cuatro horas cada una. Podríamos cobrar cien pesos el minuto… o un poco menos, eso hay que estudiarlo bien.
-Yo quiero el segundo turno, así dejo a los chicos cenados y durmiendo -dijo Susana.
-Está bien, elegí vos Estela, yo estaré en mi casa… me sirve cualquier turno.
-Yo creo que el primero. Mamá puede quedarse con Lucía y Vale y darles de cenar. Yo puedo decir que estoy haciendo una capacitación en Ingeniería -que tiene unos horarios delirantes- o que en el Laboratorio me ofrecieron hacer horas extra en el turno de la noche porque hay mucho atraso en Producción.
-Bien, ahora tendríamos que abocarnos a estudiar los roles, que tipo de mujer queremos representar… también hay que pensar en un alias, Jessica, Samanta o algo así -dijo Ana- ¿qué les parece si seguimos mañana? No es por echarlas pero todas nos levantamos temprano.
-Sí, tenés razón. Te alcanzo, Susana -dijo Estela.
-Bueno, son sólo dos cuadras pero no me gusta andar sola a estas horas.
Se despidieron con un beso y la promesa de encontrarse al día siguiente, después del trabajo.
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Ana era, de las tres, la que trabajaba más tiempo desde su casa. Eran cerca de las siete de la tarde cuando sonó el timbre. Era Estela, enfundada en su traje sastre de uniforme, que contrastaba con la imagen de Ana, en pijama, pantuflas y salto de cama capitoneado, comprado en una liquidación del día del abuelo.
-Hola, estoy helada. Esta mañana salí sin tapado y tuve que dejar el auto a la vuelta.
-Ya te preparo un té, yo iba a tomar mi lechita ¿querés? Así rememoramos las épocas en que estudiábamos orgánica.
-¡Ay, sí! ¿no tenés Vascolet?
-Tengo cocoa.
-No, lo que vos tomes estará bien.
-Bueno, entonces café con leche para dos, porque conociendo a Susy, llegará a cualquier hora.
-Es cierto ¿Averiguaste algo más?
-Estuve buscando algo en Google. Es infame, solicitan chicas de dieciocho años para atender hot line y les ofrecen casa, comida y buenos ingresos. Es una esclavitud de veinticuatro horas. Andá a saber lo que encubre esta actividad.
-¡Imaginate! se presta para todo.
-Pero nuestra iniciativa “elimina el intermediario”, como decía el slogan de un político.
Se enfrascaron en una charla con múltiples ramificaciones, como sólo las mujeres son capaces de llevar.
Cerca de las ocho cayó Susy con una imagen renovada, fruto de pasar por la peluquería, ese templo de la autoestima femenina.
-¡Te hiciste claritos! –dijeron las otras a coro.
-Sí, tenía bruto crecimiento y tengo que prepararme para el “physique du rol” ¿qué están tomando?
-La leche, pero te preparo lo que quieras.
-Si tenés leche descremada, haceme un café con leche.
-Claro, dejá el tapado por ahí.
-Para mi otro chiquito -dijo Estela- Susy, ¿vos tenés claro que no van a verte?
-No importa, yo tengo que convencerme de que soy una diosa sexy para poder hacerlo.
-Sí, no le falta razón -concedió Ana- no digo que haya que cambiar de aspecto, pero sí de mentalidad. Es una actuación. Tenemos que lograr que el tipo… perdón, el cliente, se sienta cómodo y prolongar la duración de la llamada lo más posible y para eso hay que transformarse en lo que cada caso requiera.
En un ambiente con aroma a café y pan tostado, brindaron por el éxito del emprendimiento.
-Tengo que ver si está libre el siete tres nueve seis -dijo Ana.
-¿Por qué ese número?- preguntó Susy.
-Porque son los números correspondientes a SEXO, es un recurso nemotécnico. Uno de los puntos importantes es el texto de la publicidad. Tiene que marcar la diferencia con las otras ofertas.
-“Mujeres solas, hambrientas de sexo”-dijo Susy
-Descartado -dijo Estela- veamos otros del ramo y de ahí sacaremos ideas de que poner o evitar poner.
-Buenísimo. Pasando a otro punto: Susy, vos que tenés tres varones agiornanos en el lenguaje que emplean los jóvenes, aunque no creo que la clientela sea joven.
-No, los jóvenes no tienen un mango y sí facilidad para conseguir compañía entre sus pares -dijo Estela, estremeciéndose al pensar que pronto sus hijas serían adolescentes y tendría que amoldarse a la época… tan diferente a aquella en que transcurrió su adolescencia.
-Del ítem publicidad me encargo yo. Busco en internet y después lo vemos juntas. Ahora lo que podemos ir adelantando son las premisas, hacer una especie de punteo- dijo Ana.
-¡Quién te diga que encuentre al hombre de mi vida! -dijo Susana.
Las otras dos casi se la comen. Lo más suave que le dijeron fue “tarada”.
-Bueno, esto puede servir para que comencemos con el punteo -dijo Ana tomando una lapicera, dispuesta a poner por escrito las instrucciones- veamos:
1. No dar referencias personales, nunca.
2. No establecer contacto con los clientes fuera del marco de la hot line, perece obvio, pero ya no estoy segura -dijo mirando a Susana de soslayo.
3. Interesarse en lo que hacen, eso puede derivar en una especie de consulta psicológica y van corriendo los minutos. Para eso me tengo más fe.
4. Describirse a sí mismas como quieran, pero de modo que excite la fantasía del tipo, perdón, el cliente.
-Por ejemplo le podría decir que salí de la ducha cuando sonó el teléfono y estoy húmeda, que manoteé una camiseta que se me pega al busto… y no tuve tiempo de ponerme ropa interior -dijo Estela.
-¡Excelente!, podés invitarlo a que te acompañe a la ducha -rió Ana.
-Yo quiero ser dominante, tratarlos mal -dijo Susy.
-Como quieras, me parece que tenés una voz un poco aguda para ese papel… pero podés probar -dijo Ana, con un suspiro de resignación- A ver, chiquilinas, expriman sus pervertidos cerebros.
-Creo que no hay que exagerar en la respiración agitada, hay que diferenciarse de una actiz porno barata -dijo Estela.
-Perfecto, ese podría ser el punto cinco. Eso que dijiste puede ser nuestra fortaleza, frente a gurisas que digan “puédamos” y otras bestialidades. No veo la necesidad de disimular que tenemos educación. En el caso de veteranos solitarios la conversación podría derivar en temas ajenos al sexo y se les puede seguir una charla de nivel, mostrar comprensión y empatía… capaz que deliro y la clientela son sólo viejos putañeros.
-La selección la podemos hacer estableciendo precios superiores a los de la competencia. Ya que nos jugamos, que valga la pena -dijo Estela.
-De acuerdo, ¡buena idea!
-¿Cómo vamos a dividir las ganancias? -preguntó Susana.
-Igual que la inversión, entre tres -contestó Ana.
-Pero para vos será más fácil porque no tendrás que molestarte en salir de tu casa.
-Bueno, pero les proporciono el servicio de catering -ironizó Ana.
-¡Susy!, mirá que sos roñosa -exclamó Estela.
-Yo quiero aclarar todo antes de meterme - se defendió- por ejemplo, cuando sea el cumpleaños de mis hijos yo no voy a venir.
-Ahí veré si es posible que dé ocupado, lo que nos añade puntos. Parecerá que estamos muy solicitadas. No se trata de esclavizarse sino de conseguir una fuente de ingresos. Prosigamos con el instructivo, creo que vamos en el punto seis.
-Habrá que amoldarse al cliente en cuanto al léxico -dijo Estela.
-Buen punto, no creo que se maneje lenguaje técnico, hay personas que se excitan simplemente con pronunciar ciertas palabras. Entonces: 6. Adecuarse al léxico del interlocutor -escribió Ana.
-Ya habíamos hablado de utilizar un alias, cada una se lo piensa -dijo Estela.
-Yo quiero llamarme Morgana, va bien con mi rol de sádica dominante -dijo Susana.
-Como quieras -dijeron las otras a dúo, con resignación.
Siguieron con el punteo hasta que les vino el sueño.
-¿Tenés idea de cúanto tiempo llevarían los trámites? -preguntó Estela.
-Mañana voy a ANTEL y a la caja a tramitar el préstamo. Pero pienso que en unas semanas estaríamos arrancando. Supongo que las primeras semanas serán de espera inútil. Pero pueden trabajar en mis computadoras, hacer solitarios o leer para matar el tiempo…
Se despidieron, dejando la próxima reunión en suspenso, pero comprometiéndose a pensar en la publicidad.
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Ana estaba entusiasmada. No había tenido inconvenientes con la obtención del préstamo ni con la tramitación de la línea 0900, que resultó menos costosa de lo que había calculado. El número elegido ya estaba tomado, de modo que optó por el tres siete seis siete, “Eros”, dios del amor en la mitología griega. No era tan fácil de recordar como el otro (Sexo), pero no se le ocurrió otra palabra alusiva de cuatro letras.
Se habían citado esa tarde para continuar con la planificación.
A las siete cayó Estela, que venía directo del trabajo. Se saludaron con un beso.
-Compré Vascolet ,¿te prendés? -preguntó la dueña de casa.
-¡Sos loca!, bueno, yo traje unas masas del Ombú… pocas, esta semana tengo que hacerme análisis para el carné de salud.
-¡Qué fastidio! ¿pegan las masas con el Vascolet?
-¡Dale!, ¡Acordate cuando lo tomábamos con milanesas al pan!
-¡Tenés razón!¡Qué épocas aquellas en que se podía comer de todo sin pensar en el colesterol! Hacíamos cualquier mezcla.
-De todos modos ya no me apetecen muchas de esas mezclas -dijo Estela.
-Es cierto, todo tiene su momento -dijo Ana, mientras preparaba los jarros- ¿sabés que estuve sopesando los pro y contras de esta locura en la que las metí?
-Imagino el motivo: Susy -dijo Estela, poniéndose seria.
-Sí, tal vez ella no esté lista, no pueda separar sus expectativas románticas de lo que debería ser tomado como algo impersonal. Tiene un mambo importante en la cabeza… no quiero decir que esta aventura no pueda afectarnos también a nosotras… porque puede…
-Te entiendo, eso no lo sabremos hasta ponerlo en práctica. Pero ella es más vulnerable.
-Mirá, siempre pensé que ese aire de fragilidad, de ingenuidad, era un recurso para obtener ventajas, un personaje. Vos la conocés mejor, vinieron juntas desde el mismo pueblo y hasta compartieron alojamiento cuando estudiaban.
-Es cierto, aunque no he logrado descifrarla. Comparto tu juicio acerca de su exagerada fragilidad. Sufrió mucho con el abandono de Gustavo. Fue una separación fea, él ya estaba con esta muchacha… y la trató mal…
-Temo que pueda sufrir un daño sicológico, pero más me preocupa que ponga en peligro el anonimato. Acá se trata de protegernos, nosotras -y nuestra familia- de algún loco. Si mete la pata nos puede llevar a la ruina.
-No es tonta -acotó Estela- Vas a estar aquí, si ves que dice algo que nos pone en riesgo, desconectás el teléfono y damos de baja la línea. Ya la incluimos, queda horrible dejarla afuera.
-Quedarme a escucharla es muy incómodo para las dos.
-Sólo las primeras veces. La rondás como bobeando, hasta que veas cómo lo lleva.
-Nunca hablamos de tu separación, pero no fue tan dramática, ¿no?
-Y… nunca es lindo, pero fui yo la que tuve que invitarlo a que se fuera de casa. Hacía un año que lo habían despedido del trabajo y se instalaba en el living a ver tele o jugar al play station. Cuando yo llegaba, muerta de cansancio, no había hecho nada, ni el pedido al super, ni puesto una carga a lavar… ni siquiera ayudado a las nenas con los deberes… hablé con él muchas veces pero no cambió su actitud. Su inercia me cansó.
-¿Cómo lo tomó?
-Bien, se llevó el play station, se fue a la casa de la madre y meses después emigró a España. A veces llama por teléfono, para el cumple de las nenas o en Navidad.
Sonó el timbre. Era Susana, a juzgar por las bolsas que cargaba, había estado de compras.
-Chicas, disculpen que hable medio raro. Me hice Botox ¿Qué les parece?
-Estás toda hinchada! -dijo Ana.
-Iba a ponerme alrededor de los ojos, pero como una vez que se abre la ampolla la cobran completa, me puse también en otros lugares. Las llamé para ofrecerles compartir el gasto, pero sus celulares estaban ocupados y el doctor estaba apurado.
-Yo paso, gracias -dijo Estela.
-¿Esperabas que tomáramos la decisión así, a golpe de teléfono desde la consulta del médico? -dijo Ana.
-Tampoco es para tanto, ¡ni que fuera una cirugía de alto riesgo! -se justificó.
-Susy, decime que esto no tiene que ver con lo de la hot line.
¡-No, Estela! Hace tiempo que quería hacérmelo, ¿y si fuera por la hot line? Ya les dije que tengo que meterme en el rol, creerme una “femme fatal”.
-¿Tomás algo? -preguntó Ana, con un suspiro.
-¿Tenés sorbitos? Entonces lo que tomen ustedes -contestó- Ay, que rabia, hay masas y yo no puedo comer nada.
-Estamos tomando Vascolet -aclaró Ana.
-Entonces preparame un té con leche descremada, el Vascolet engorda y después me salen granitos. Ay, quiero mostrarles lo que me compré hoy al mediodía. Voy a tu cuarto a probarme -dijo, mirando a Ana.
-¿Te compraste ropa? ¡Qué bien! -dijo Estela.
Apareció a los pocos minutos metida en un corset negro con portaligas, medias negras con puño de encaje de lycra y botas largas de taco alfiler.
-¿Estamos en Halloween? –dijo Ana.
-¿Tenés una cita? -preguntó Estela.
-No, es para el trabajo. Ah, miren -dijo, sacando algo de una bolsa.
-¡Un rebenque de juguete! -dijo Ana.
-No es de juguete, se lo regaló mi suegro a Nico cuando era chico, para que lo usara cuando montaba un potrillo que había en la estancia.
Ana estiró la mano para tomarlo.
-Es una muy linda artesanía -dijo- pero ¿qué relación tiene con el disfraz?
-No es un disfraz, es mi traje de Morgana, la sádica dominante.
-¿Vas a atender el teléfono vestida así? -preguntó Estela, aunque sospechaba cual iba a ser la respuesta.
-Por supuesto, ¿ustedes?
-Susy, sacate ese disfraz -dijo Ana.
-¡No es un disfraz!¡Es más bien un uniforme!
-Bueno, sacate el uniforme que te vas a morir de frío y vení a tomar el té.
Susy obedeció refunfuñando.
-Tal como temíamos -dijo Estela, con tono de preocupación.
-Ahora hablamos con ella. Tiene que ser una broma que nos gastó -dijo Ana, mientras servía el té para Susana.
Del dormitorio venía Susana entrompada, ya no se sabía si por el Botox o porque estaba alunada por la poca receptividad de sus amigas para con sus chiches.
-Sentate Susy. Ah, olvidaba el sorbito ¿no podrás comer una masa tiernita? -dijo Ana.
-No.
-Susy, nos preocupa el modo como te estás tomando el asunto -dijo Estela.
-¿Cómo me lo tomo?... según ustedes, claro.
-Exagerás. Se trata de atender el teléfono, nadie va a verte… y esa es la ventaja, la que nos da seguridad… el anonimato -dijo Estela.
-Mirá Susy, nos da miedo que olvides que no son candidatos a novio, sino clientes. Hombres de los que no sabemos nada y pueden ser trastornados o muy malos bichos que pueden hacer pública nuestra identidad, acosarnos… lastimarnos y hasta matarnos -dijo Ana.
-En ese caso sería culpa tuya -se defendió.
-¿Mía? A ver, ¿por qué?
-Porque vos nos metiste en esto.
-No Susy, somos mujeres grandes, Ana no nos obligó a nada. Es más, puso su casa a disposición y se tomó muchas molestias para armar un emprendimiento que proporcionara ingresos a las tres.
-Me tratan como si fuera estúpida. No les voy a dar mi dirección ni teléfono a mis clientes.
-¿Estás segura de que no estás mezclando tus expectativas de conquistar a alguien con este trabajo? -preguntó Estela.
-Ya les dije que necesito elementos para armar mi personaje. Estudié teatro, sé más que ustedes de esto. A mí me divierte más vestirme así y sentirme otra.
-Si sólo se trata de eso, podés ponerte lo que quieras. Debemos dejar claro la importancia de que no se nos vincule con mujeres que atienden una hot line -dijo Ana- nunca, por ningún motivo.
Susana no respondió, seguía entrompada… pero bien podía ser efecto del Botox.
-Estuve buscando información en internet y según parece vamos a tener que cobrar menos de lo que pensamos. En España cobran alrededor de un euro treinta que serían unos treinta y dos pesos, podemos cobrar cincuenta pesos el minuto.
-¿Pensaste en el texto de la publicidad? -preguntó Estela.
-No, ayúdenme porque no se me ocurre. Creo que menos es más, quiero decir que tiene que ser corto y sugerente.
-Hoy no tengo cabeza para nada, si me disculpan me voy a casa, todavía tengo que trabajar en la compu antes de acostarme. Menos mal que mamá le dará de cenar a las nenas -dijo Estela- ¿te llevo Susy?
-Sí, esperá un momento que recoja el uniforme -dijo, dirigiéndose al cuarto de Ana.
Estela y Ana se miraron. No hacía falta ser vidente para adivinar sus pensamientos.
Susana venía con todas sus bolsas.
-Bueno, chau, no te doy beso porque estoy hinchada -dijo, a modo de despedida.
Ana cerró la puerta tras ella. Su preocupación no se había diluido ni un poco.