DESTACADOCUENTO CORTO PARA GATOS TRISTES
Hoy desperté con ganas de escribir un cuento. Uno cortito que hablara de la lluvia y de las estrellas, manojos de estrellas -eso se escucha bien- lo leí en alguna parte. Me decidí a escribir la historia de un gato, un enorme gato gris de ojos verdes con grandes bigotes, afinados en LA menor a manera de guitarra. Un gato silencioso y triste, más bien aburrido y cuya característica principal era que tenía una cola muy esponjosa, demasiado esponjosa dada su condición de macho.
Quise contar la historia de este gato, y de su cola; alguien robó su cola, robó también su sombra y su maullido. La robó mientras dormía, o tal vez cuando estaba entretenido con su comida, esas croquetas con forma de pez y sabor a pollo que tanto le gustan. Vaya si le gustan, es su preferida, lo que más le gusta en el mundo, además de su cola.
—Ese gato merece un cuento, alguien que con palabras precisas le ayude a encontrar su cola, su sombra y su maullido— pensaba esto en voz alta, mientras preparaba café y miraba un pájaro sin chiste posarse sobre los cables eléctricos, esas estrías eléctricas que cortan de manera imprecisa y arbitraria el recuadro de cielo que compré con esta casa.
Rodolfo ese era su nombre. Rodolfo el gato de cola esponjosa. Rodolfo el gato triste de cola esponjosa. Rodolfo el gato triste de ojos verdes y de cola esponjosa. Rodolfo el gato triste de ojos verdes y cola esponjosa de enormes bigotes afinados en LA menor a amanera de guitarra. Rodolfo. Ese es un buen nombre para un gato.
“Rodolfo dormía al pie de un sillón, soñando pequeños cielos donde las nubes además de multicolores eran, madejas de estambre. La lluvia, cabos sueltos de estas madejas. Un cielo de gatos. Un cielo ador…..”
Me tomé un respiro, encendí un cigarro. Volví a llenar la taza de café. El cielo estaba ennegrecido, el pájaro ya había volado, los cables seguían ahí, con su vida eléctrica viajando a diez mil kilowatts por minuto. El café sabía bien, el cigarro llenaba mis pulmones de humo y mi sistema de nicotina. La nicotina calmaba las ansias e impulsaba mí espíritu creativo.
El cuento, la historia del gato triste de enormes bigotes, continuaba dispersa en el aire matinal que yo iba consumiendo a bocanadas. Ahí estaba, detecté su rastro recién estaba despertando. Justo ahora mientras expulsaba el humo de mi cigarro, se formaba su cabeza gris y sus ojos tristes, incluso me pareció escuchar una tonada, muy tenue afinada en LA menor, aunque esto último quizá sólo lo estuviera imaginando.
“Rodolfo regreso de su sueño amodorrado, pasó su lengua por su pata delantera izquierda, cinco o seis veces. Luego hizo lo mismo con la derecha. Su pelaje gris brillaba con destellos de plata. Se levantó sobre sus cuatro patas, hizo un estiramiento completo, su cuerpo a manera de puente, con sus patas sosteniéndolo y su lomo erizado hacia lo alto. Ahí fue cuando se sintió raro, quiso mover su cola, su cerebro de gato triste mando la señal hacia su
apéndice peludo, nada. Se enroscó sobre si mismo, hizo otro movimiento y nada. Su cola ya no estaba. Alarmado se paró cerca de la pared, a contraluz, de nuevo nada. Ni su sombra, ni su cola. Quiso gritar a la manera como gritan los gatos, y nada. Ni su cola, ni su sombra, ni su maullido.”
Estaba hecho un lio, al cuento le faltaba argumento. Además yo odio los gatos. Una antigua novia tenía uno, era totalmente blanco y se llamaba bombón, lo odiaba. Pero Rodolfo era diferente, era un gato gris y de ojos tristes, que necesitaba encontrar su cola, su sombra y su maullido. Y sólo yo podía ayudarlo a recuperarlas. No sabía hacía dónde dirigir la historia, me quedé en puntos suspensivos, con los dedos retacados de verbos, pelos grises en la lengua y la cabeza de maullidos. No encontraba la manera de desenredarla, estaba atrapado en ese cielo de gatos con sus madejas, con sus cabos sueltos y multicolores, en su telaraña de nubes.
—Allá voy Rodolfo, juntos encontraremos tu cola, tu sombra y tu maullido, luego te serviré croquetas con forma pez y sabor a pollo—seguía pensando en voz alta, y ahora lo repetía a manera de disculpa. De alguna forma yo era culpable de que Rodolfo estuviera triste, y de manera indirecta era también culpable de haber robado su cola, su sombra y su maullido. Estaba perdido, no encontraba forma de ayudarlo.
Abrí la ventana buscando inspiración en ese pedazo de cielo azul ennegrecido. Detecté el zumbido eléctrico, detecté también un claro olor a gato triste, a ojos verdes, la mañana completa olía a gato de enormes bigotes. Escuché claramente -y ahora si puedo asegurarlo- una melodía sostenida en LA menor a manera de maullido. Ahí estaba, difusa entre el aburrimiento y la electricidad a diez mil kilowatts de potencia, la historia de Rodolfo el gato triste de ojos verdes, pelo gris cola esponjosa y enormes bigotes. Encontré un cabo suelto que me llevó directo al cuento, estaba listo para contarlo.
Antes de eso, fui a rellenar mi taza —Allá voy Rodolfo, no desesperes— Necesito más café, un poco de música y más nicotina.