luis tejada yepes Escritor activo
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| Tema: Los Gatos Alejan a los Ratones II. Cuento Sáb Jun 07, 2008 1:27 pm | |
| Los Gatos alejan a los Ratones II.
El Mayor ya había analizado la posición y las dudas de la policía frente a la llegada de las tropas. Habían arribado sin avisar, pues los organizadores de la operación, no querían filtraciones que pudieran derivar en una emboscada en el largo camino, lleno de recovecos y vegetación apta para esa labor. Fuera de las minas terrestres que podían ser sembradas en cualquier punto del trayecto para volar por los aires los camiones de transporte del personal. Entendía muy bien el recelo mostrado por los policías ante su presencia. Por lo que decidió dirigirse a hacer acto de presencia ante la comandancia policial. Se dirigió hacia la puerta de la alcaldía en donde asomaban tímidamente los policías de guardia. Estaban atrincherados a unos pocos metros de donde se encontraba y todos con los dedos en los gatillos de los Galil. Se acercó cuidándose de no hacer ningún movimiento extraño que pudiera mandar un falso mensaje a los nerviosos policías parapetados en las improvisadas trincheras. Una vez en la puerta del edificio lo recibió un policía con cara de no muy buenos amigos. El mayor le dijo mostrándole una gran tranquilidad: -Hola agente, bájale a la adrenalina, estás ante propias tropas, soy el mayor Alberto C, llámeme al comandante del puesto, necesito hablar con él.- -¿Que se le ofrece?-. Dijo una voz con acento costeño desde la penumbra, un poco más allá del reforzado portón de entrada del improvisado cuartel de la policía. -Hola, con permiso sigo, soy el Mayor…- El costeño no lo dejó continuar. -Ya lo oí Mayor, no me informaron de su llegada, me perdonará pero necesito su identificación, comprenderá es mi obligación, además le advierto, llamaré a mis superiores para informarles de esta anomalía-. El mayor se apresuró, a pesar de la arrogancia del subalterno, considerada inaceptable en las relaciones jerárquicas militares, a aclararle las cosas. -Claro mire aquí está mi credencial y este documento… es para usted, en él se le informa lo pertinente-. Ante el ofrecimiento del mayor, el subintendente, un negro grandote oriundo de la costa atlántica decidió salir de la penumbra y darle la cara al mayor. Al ver los sellos en el documento, bajó un poco la agresividad y el fusil… con el cual no había dejado de apuntarle durante toda la conversación. La rivalidad entre la policía y el ejército era ancestral en Colombia y tenía origen histórico. Las funciones de cada fuerza eran diferentes. Aunque en los últimos años la policía había tomado un carácter semi-militar y a cada día se le asignaban tareas de combate del enemigo interno. Esto los colocaba a un nivel similar al ejército, pero eran mirados por este como ciudadanos de segunda. La guerra los colocaba frecuentemente en el mismo camino, adrede o accidentalmente. Esos encuentros no coordinados muchas veces daban como resultado consecuencias fatales para ambas instituciones. El mayor era consciente de la importancia de la misión a realizar en la región y no podía echarle leña al fuego a una contradicción estúpida, sobre todo en áreas de guerra. A verle la cara le dirigió la mejor de sus sonrisas tratando de ablandar al negro de rostro adusto que lo recibía en la puerta del edificio de la municipalidad. -Intendente, supongo ya tienen información de la declaratoria de esta región como área de operaciones militares, por lo tanto nosotros nos haremos cargo de la autoridad de la zona según decreto emanado de la Presidencia de la República. Le pido a usted… le ordeno, poner sus tropas bajo mi mando-. Le dijo con un tono de superior a subordinado, tratando de retomar la autoridad sobre el policía un tanto envalentonado. A pesar de que estas palabras no le sonaron nada bien al intendente, él había sido militar antes de entrar a la escuela de oficiales de la Policía Nacional, por lo que conservaba un alto sentido de la disciplina jerárquica en las fuerzas militares, a manera de reflejo condicionado, le respondió mecánicamente poniéndose en posición de firmes haciendo sonar sus tacones con toda la energía posible: -Como usted mande, pero antes comprenderá, debo verificar las órdenes… mi Mayor-. Claro, verifique, pero antes todos los policías aseguren las armas no vaya a ocurrir una tragedia, ¿está claro?- Le dijo el mayor al intendente preocupado por la actitud agresiva de los policías. Para él no había pasado desapercibido el hecho de que en ningún momento le habían dejado de apuntar con los fusiles desasegurados. A algún nervioso se le podía escapar un tiro e iniciar un tiroteo de nefastas consecuencias. Considerando que el mayor tenía toda la razón del mundo ordenó a todos los policías asegurar los fusiles Galil y a continuación les pidió se relajaran porque estaban ante propias tropas. -¡Ah!…Intendente, se me olvidaba algo muy importante. El tercer piso del edificio lo ocuparan los soldados, por favor ayude a su instalación. En los camiones llegaron elementos de intendencia como camarotes y colchones-. Le informó al policía antes de dirigirse nuevamente hasta donde sus hombres para organizar la ocupación del tercer piso del edificio. -Como ordene mi mayor-. Le contestó el costeño. De inmediato se aprestó solícito a realizar todo lo pertinente para que las tropas recién llegadas se sintieran cómodas. Pero antes fue a la radio para verificar ante sus superiores la veracidad de todo este embrollo, pues nunca se sabe. Pasada la tensión, empezó a ver con claridad las ventajas de este refuerzo de tropas. La primera consecuencia positiva era el alivio de la presión mantenida por los guerrilleros sobre los policías, respetaban más a los militares y seguramente las cosas mejorarían en lo referente a poder salir, más allá del cuartel, sin peligro de ser atacados por guerrilleros mezclados entre la población civil. Las tropas cumplirían el mismo papel de los gatos donde hay ratones: la sola presencia de aquel basta para alejarlos. -Oye mi capi… mire hacia allá, donde le estoy señalando. Ve ese tanque, de ahí es donde puede venir un ataque. Necesitamos asegurarlo. Mande algunos soldados a tomar posición en los alrededores, al menos por esta noche, después vemos como lo aseguramos permanentemente-. Le señaló con el dedo índice, a su segundo al mando, el tanque del acueducto que se erguía en la distancia. El capitán tambien llegó a la misma conclusión, ese era el punto débil del esquema de seguridad. -Cómo ordene mi mayor- Le contestó el capitán, y se apresuró en ordenar la marcha de los soldados hacia el punto señalado. 2 El mayor Camina por la Selva. Se abre paso con una mano por entre la maraña de ramas y cortantes hojas que se empeñan en interrumpirle la marcha. El ruido monorrítmico de la jungla había cesado ante la presencia humana. Era un silencio aterrador, signo de malas cosas por venir. Está muy pendiente de las trampas cazabobos. Pueden ser cualquier cosa. La más usada es la granada piña encajada en una horqueta, con el pasador que asegura la espoleta de ignición amarrado a uno de los extremos de una cuerda. La otra punta se lleva al otro lado del sendero y se amarra a un arbusto. La cuerda queda tendida a la altura de los tobillos. Cuando el soldado inconscientemente la arrastra con el empeine del pie tira del pasador y la granada queda desasegurada… pumm… hombre muerto o gravemente herido y posiblemente los compañeros que lo están secundando. Existe una técnica para tratar de esquivar esta trampa, pero desgasta mucho al caminante. Por eso el mayor camina de una forma extraña, alzando los pies lo mas alto posible y dejándolos caer con firmeza, que no arrastren. Las manos le transpiran a chorros. Aprieta con fuerza la culata y el portamanos del fusil Galil. Una sombra pasa rauda por entre los árboles. Los ojos y el punto de mira se funden en un solo cuerpo. Apunta sobre el fantasma en la maleza. Un soldado imprudente se le adelanta, no tiene tiempo de gritarle que tenga cuidado con las cazabobos. Una gran explosión, superior a una granada antipersona, mina claymore. Estas generalmente se arman con desechos de proyectiles de artillería pesada, llenas de cuanto pedazo de metal pueda hacer daño, tornillos, tuercas, clavos, pedazos de alambre de púas y además untadas de mierda o ácido. Aturdido y desesperado dispara a la loca el fusil. La oscuridad y el humo dificultan las cosas. Después de algunos largos minutos grita con toda su fuerza ¡enfermerooo…!. Despierta del agitado sueño, sudoroso y un poco tembloroso. En unos segundos toma consciencia, se encuentra en el pueblo y no en la jungla. En el ambiente se escuchan los ronquidos de los otros oficiales. Trata de dormirse nuevamente. Era tan real la pesadilla que creyó por un momento que estaba de regreso en las selvas del Caquetá. Antes de dormirse nuevamente un sin número de recuerdos afloran a su cerebro. Dormir en la selva era una interminable tortura, excepto cuando llegaba un alto en el camino. No se sentaban, se desmayaban por el cansancio. Caminar en busca del enemigo invisible era sumamente peligroso y tensionante. Cuando menos se esperaba había que salir de la inconsciencia a las malas y comenzar a responder el fuego enemigo. Mientras se dormía, apretaba con fuerza el fusil con una mano e introducía el dedo índice de la otra en el aro del seguro de una granada. Pero la peor pesadilla, recurrente, era la de encasquillársele el fusil en medio de una carga del enemigo; impotente y aterrorizado veía como se le venía encima con la bayoneta calada dispuesto a atravesarlo. Nuevamente logra dormirse. Los helicópteros hicieron el vuelo estacionario a unos dos metros del suelo. Con todo el peso del equipo a la espalda, al arrojarse al suelo, así fuera de un metro de altura, podía fracturarse fácilmente un tobillo. Salta en medio del fuego cruzado, entre los artilleros del aparato de apoyo bautizado Arpía y un grupo de guerrilleros emboscados en trincheras camufladas a unos cien metros desde donde desembarcan. Una ametralladora M-60 vomita plomo como respuesta al fuego del helicóptero. El pelotón recién desembarcado queda diezmado. En medio del fragor del combate escucha un canto guerrero que le llega flotando a los oídos: Ecos lejanos gritos de victoria, alguien cae, todo es silencio, solo se escucha el orgullo de los hombres, nuevamente apuntan sus fusiles, eligen su objetivo reanudando ansiosos el combate, disparan y observan el efecto por encima de la mira, cambian posiciones, el tumulto, se presta atención a los caídos... Nuevamente se despertó sudoroso. Definitivamente esa noche no podría dormir, seguro era el cansancio el que le provocaba las pesadillas, además ya casi era hora de la diana matinal.
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El batallón al mando del mayor se desperdigó por todo el municipio. Abrió una oficina de atención a la población civil en una casa alquilada para el efecto. Se le ocurrió enclavar a un lado de la puerta, hacia la calle, una urna para recibir anónimos con información. Esta recibió en los siguientes días, no solo valiosos datos de interés para la inteligencia militar sino múltiples amenazas y soeces insultos. Además delaciones que, a las claras, eran maldades de un vecino en contra de algún otro, con el cual tenía cuentas domésticas por cobrar. Asistía a cuanto acto social se programaba en el pueblo y era el primero en llegar a los bailes y celebraciones del vecino, los cuales estaban viendo en él un amigo con el cual compartir momentos íntimos. Como las fiestas de la minería que contaron con una parada militar como acto de comienzo de las mismas, con banda de guerra incluida. Era un espectacular desfile de soldados en uniforme camuflado, mostrando todo su poderío y capacidad para defender al pueblo de los violentos, acompañados de la banda municipal entonando marchas militares. Las mujeres militares organizaron verbenas y reinados dentro de la programación. En fin, al final todo este compartir con la comunidad acabó rompiendo el recelo de la población con los militares. Durante su estadía no hubo ni un solo atentado. Los policías fueron los más beneficiados, por fin pudieron visitar los lugares de diversión. Incluso algunos contrajeron nupcias con algunas damas de la población sin que fueran asesinadas por los guerrilleros. Definitivamente las cosas cambiaron en el pueblo olvidado. Lo único a lamentar fue el asesinato de un muchacho de trece años a mano de la guerrilla acusado de informante por los milicianos que mantenían una continua vigilancia sobre la casa de asuntos públicos del Mayor. Resulta que el niño ingresó a vender unas boletas para la rifa de un televisor, como certificaron posteriormente en la escuela, pues la maestra lo había orientado a que fuera a donde el Mayor a ver si le compraba alguna de las boletas, actividad destinada a recolectar fondos para reparaciones locativas. Como bien había supuesto el intendente de la policía: los gatos alejaron a los ratones. Meses después casi sin despedirse el batallón se marchó. Algunos amigos, los más allegados, recibieron esquelas de agradecimiento por su colaboración, las cuales fueron destruidas de inmediato. De pronto por algún descuido caían en manos de los guerrilleros y…. Dejaron atrás un pequeño grupo de soldados al mando de un capitán… varios embarazos no reconocidos y algunas deudas. Se llevaron el botín más preciado, la información recopilada y algo muy importante, listas de personas clasificadas por categorías de acuerdo al grado de contaminación subversiva. FIN | |
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