Era un día entre semana, aburrido y soso. Un día laborable - eso claro- siempre y cuando tuvieras trabajo. Nada especial para remarcar, excepto el calor; era un día extremadamente caluroso. Un día de mierda, de esos que ni siquiera sirven para morir.
Era un martes o un miércoles de esos intrascendentes, de los muchos que hay en el año. Salir no era una opción, la televisión no era un escape. El aburrimiento y la apatía, traían como consecuencia la sensación de que se desperdicia el tiempo. Era desesperante, el calor fundía hasta las ideas más primitivas. Sobrevivir era simplemente consecuencia de la monotonía.
Una sustancia gelatinosa cubría las paredes, las calles, los perros y los cuerpos se dejaban abandonados al fastidio. Uno podía llega a sentirse como un caracol, un enorme caracol arrastrando su caparazón, dejando su baba escurriendo, por la hirviente arena de un desierto nada metafórico e infernal. Caliente como el infierno, o quizá más.
Hay un tipo dentro de una casa de dos habitaciones, cocina y baño. Lo suficientemente equipada como para dar una sensación de normalidad. El tipo esta tranquilo, no hay aire acondicionado y debido a eso, esta en calzoncillos, sin camiseta y con un solo calcetín. Tiene una cerveza sujeta con la mano izquierda haciendo presión sobre el parietal del mismo lado. Camina de una habitación a otra, no busca nada, sólo camina. Pretende darse un baño, meterse bajo la ducha y dejar que el agua pueda refrescarlo. Rechaza la idea rápidamente, bajo estas condiciones, el agua seguramente estará hirviendo, y no quiere más calor sobre su cuerpo.
Se acerca a una de las ventanas, recibe un golpe de calor, el sudor empieza a perlar su frente, sus axilas están empapadas, también su entrepierna, huele mal, lo sabe, pero que carajos. No importa. Observa detenidamente hacia la calle, vacía y silenciosa. Caliente. El sol, como una enorme bombilla desparrama su calor por todas partes. Destapa su cerveza, bebe la mitad de un trago, su garganta se refresca, momentáneamente se siente bien, el liquido aun frió cae hasta su estomago y luego hierve con los jugos gástricos, y el calor recorre de punta a punta su cuerpo. Sus poros se abren y absorben el aire que lo rodea, es un aire espeso y sofocante, a una temperatura superior de lo normal. Algo pasa allá afuera, el puto sol esta creciendo. Su cerebro no puede procesar de mejor manera todo el calor que esta sintiendo. No tiene fiebre, no esta enfermo.
Un auto blanco y brilloso se detiene frente a la casa. Solo se alcanza a ver el perfil del conductor. Nada interesante. Se retira de la ventana, sus pasos son lentos y dubitativos, a cada paso siente el sudor pegajoso entre sus muslos. Llega a la cocina, abre el refrigerador, de adentro sale una bocanada de aire fresco, se obliga a cerrar los ojos y deja que el aire explote sobre su piel, se reanima. Toma un pedazo de queso, un par de aguacates, sin cerrar la puerta da la vuelta, el aire fresco se disipa antes de alcanzarlo. El refrigerador suelta un murmullo eléctrico, como si fuera una queja. Le da un leve empujón a la puerta y esta se cierra. De una alacena alcanza una bolsa de pan rebanado. Quedan cuatro o cinco piezas, algunas muestran una orilla verdosa, nada grave, las arranca y las deshecha. Consigue un pequeño cuchillo dentado, abre con el un aguacate, raspa la pulpa y embarra una rebanada de pan sin orillas verdosas. Pone sobre el un pedazo de queso, se dispone a embarrar otra rebanada de pan cuando escucha que llaman a la puerta. Con fastidio se acerca de nuevo a la ventana, observa, el coche esta vació. No se observa nadie, espirales de calor suben desde la acera. Vuelven a tocar la puerta. Maldición. Mierda. De pronto tiene una erección, sin motivo aparente, su verga esta tiesa. Podría follarse una vaca, una mujer, a un maricon o a un orifico sobre una pared. No importa.
Siguen tocando a la puerta, ahora con insistencia, deja pasar la idea de ponerse algo encima de los calzoncillos, gira la perilla, abre con un gesto de insolencia dibujado sobre su rostro. Se encuentra de frente con un agujero negro, de pronto deja de sentir calor, deja de sentir hambre. Su insolencia, pasa a sorpresa y luego mutó a incredulidad. El conductor del auto blanco estaba parado justo frente a el, le apuntaba con un arma equipada con silenciador. Era un tipo de mediana edad, delgado, calvo, extremadamente blanco, largos mechones de cabello canoso colgaban detrás de sus orejas. Usaba gafas de aumento y un traje gris que le iba demasiado grande. Todo esto carece de importancia, el tipo en calzoncillos no se percata de nada. Su vista se concentra en el silenciador, que ahora la parece un gran hueco amenazante.
Algo lo alcanza sobre la mejilla derecha, siente el golpe. Luego todo se vuelve negro. Recibe dos disparos mas, uno sobre el ojo y otro a mitad de la frente, ya no los siente. El conductor cierra la puerta, guarda el arma, se quita sus gafas, saca un pañuelo de su bolsillo. Con movimientos mecánicos, limpia las leves gotas de sangre que hay sobre ellas. Se seca también el sudor. Hecha una mirada a la calle, está caliente y vacía. Da media vuelta, vuelve al auto.
Dentro de la casa queda un cuerpo que de a poco se va enfriando. Antes de morir ha manchado los calzoncillos. La sangre cubre gran parte de su rostro. Le cae sobre barbilla, sobre el cuello, y lentamente gotea sobre el suelo. Afuera, el conductor limpia de nuevo sus gafas. Arranca el motor. El coche se pierde sobre la ola de calor y se desliza.