CARTA A MI AMIGO ORTIGOZA

Carta a mi amigo Ortigoza


Hola Ortigoza,
Disculpe si le quito su tiempo pero, no pude reprimir el deseo de escribirle lo que descolgué a la hora de la siesta.
Debe ser que como estoy veterano a menudo dejo caer tomos del pasado, pero bueno… de algo estamos compuestos.
La cuestión es que el libraco quedó abierto sobre la mesa mostrando un pedazo de mis primeros años.
En ese entonces mi papá era inspector de obras municipales, su tarea consistía en controlar la asistencia del personal destinado al mantenimiento que el ente autárquico realizaba en distintos hospitales y otras dependencias del municipio.
Según sus relatos, antes de eso había sido arquero en el club Colegiales, vendedor en alguna que otra joyería y también organizador de quermeses.
Su trayectoria laboral nada tuvo que ver con la habilidad manual. Tal es así que una pinza, dos destornilladores y un tosco martillo que entre clavos oxidados descansaban en una lata de dulce de batata, fueron las únicas herramientas que habitaron en casa durante la niñez y parte de mi adolescencia.
No obstante desde chico, las vidrieras que más llamaban mi atención eran las de las ferreterías, que en ese entonces también ofrecían artículos de bazar, de limpieza, algunos juguetes, tarros de aceite de lino y otros de pintura marca Bull Dog.
Cuando acompañaba a mi mamá a comprar masilla o un carretel de piolín para el matambre, quedaba extasiado mirando la vitrina de las herramientas, además los pinceles que vendía Don Eusebio se veían más importantes que la brocha para afeitarse que usaba mi papá.
Corría la década del 50. La época garantizaba un futuro sin sobresaltos para quienes decidieran estudiar o trabajar. Los jóvenes con anuencia de los padres optábamos por las distintas tendencias.
El éxito radicaba en la dedicación y honradez del desempeño, precepto tan machacado como la sopa del mediodía o la clásica purga en los cambios de estación.
La orientación vocacional se encontraba en casa o en el vecindario al charlar con los mayores, siempre dispuestos al mejor consejo.
A menos de cien metros de cualquier hogar se podía encontrar algún taller, eso hacía que los jóvenes puedan aprender los diversos oficios guiados por fanáticos de cada profesión, hombres despojados de egoísmo que participaban al alumno de los secretos de cada rubro.
Contaban con el respeto de sus discípulos y sentían orgullo de ser maestros de esos purretes que seguirían sus pasos.
Para ellos “la obra” no era otra cosa que la trascendencia de su arte y para los alumnos el eterno agradecimiento a la enseñanza.
Sin embargo, la cosa era dificultosa, encontrar el oficio adecuado y además incursionar en el amor, tema que por la edad incendiaba hasta las palabras.
Así fue que después de experimentar en un taller de aparado de calzado, donde lo único que me atrapó del oficio fue la mujer del dueño. Una hermosa hembra dotada de unas piernas que en soledad llegaron a debilitar mi apremiante pubertad, también probé en una tornería, lugar al que renuncié avergonzado por romper un taladro de banco. Más tarde la tentativa fue la venta, para eso un amigo me cedió una moto Gilera con la que visitaba casas de repuestos para automóviles.
Sin duda que el fracaso era rotundo, no hallaba la veta laboral y el amor parecía un sueño irrealizable.
Por fin Don Conrado me presentó al amor de mi vida. ¡Que cacho de mina!
Fue un encastre perfecto, algo así como la tuerca exacta para ese bulón y me dediqué a ella pretendiendo conocerla hasta en sus intersticios más profundos. Después de tantos años, aún sigo redescubriéndola y amándola como el primer día.
La gama cromática de sus pupilas siempre la muestran interesante, por momentos esquiva y otras veces difícil pero, dejándose amar hasta el cansancio, devolviendo cada caricia con otra inmediata para los ojos y abrazando mi alma con placer y regocijo.
Fue amor a primera vista y el hechizo durará mientras viva.
Ella es eterna, después de mi muerte otros amantes engalanados de blanco la seguirán llevando para que su presencia embellezca lugares y aposentos donde nace el amor y emerge la vida, donde el color y la textura resuelvan ambientes para el bálsamo, la pasión, la meditación o la furia.
Maravillosa modista para cada gala, nacida para vestir al mundo.
En aquella oportunidad, quizás sin imaginarlo, Don Conrado el pintor de la barriada me había presentado a mi primera novia. La pintura.
Disculpe Ortigoza todas estas cosas que le cuento pero, hoy soy cola de un barrilete cargado de recuerdos.
Esperando su regreso, tenga presente los recuerdos de mi familia.
Un abrazo amigo.

reche

PRECIOSO ARTÍCULO CON UNA PROSA AMENA, INTERESANTE, EL CUENTO DE VIVENCIAS QUE FORMAN PARTE DE NUESTRA EXISTENCIA Y SE CONVIERTEN EN AÑORANZAS, EXPERIENCIAS SIGNIFICATIVAS, LECCIÓN DE VIDA Y RECUERDOS GRATIFICANTES. UN CORDIAL SALUDO.

TRINA

Muy linda carta, amigo Reche. Carta e historia de vida incluída. Fue un placer leerla.
Saludos,
Jose

Un buen texto en forma de epístola biográfica que se disfruta.
Un abrazo

Trina, José, Mario. Muchas gracias.

ME RECORDÓ A EL LAZARILLO DE TORNES,NO POR QUE TENGA ALGO QUE VER O CON ESA OBRA (QUE DICHO SEA DE PASO ME ABURRIÓ MUCHO JA),SINO POR LO QUE ENSEÑABA LA PROFE DE LITERATURA, EL LAZARILLO DE TORNES ESTA ESCRITO ASÍ,COMO TU CARTA,ES DE ESTILO EPISTOLAR Y ALLÍ VA CONTÁNDOLE A ALGUIEN (SU SEÑORÍA) DISTINTOS EPISODIOS DE SU VIDA.
LOGRAS LO MISMO,EN MENOS PAGINAS,LO QUE LO HACE MAS DIGERIBLE Y FÁCIL PARA EL LECTOR.
UN BUEN RECURSO QUE CREO SALIO MUY BIEN.