JOAQUÍN

JOAQUÍN

Su imagen era aterradora, estaba dotada de una fealdad lacerante.
Mis ojos se abrieron con expresión de pánico, no pude evitarlo.
Preferí hablar con él para no mirarla pero, me extendió la mano. Sin remedio tuve que dársela y contestar sus buenas tardes.

La voz me sonó a sótano y el pelo era como un malvón muriendo de sed en las fauces del verano más tórrido.
La frente se estrechaba, apretándose contra las cejas de grueso erizo, mientras que los hinchados párpados custodiaban las pequeñas pupilas de sus ojos de huevo duro.
Descendiendo por el continente del terror estaba su tamaña nariz ladeada a la izquierda, donde un estoico lunar asomaba brotes oscuros y después…antes de llegar al sur de la grotesca mandíbula, su boca exhibiendo un catálogo de negras ventanas entre pocas piezas amarillentas con incrustaciones de cromo.
De haberla soñado, me hubieran hallado muerto con los ojos como piedras apuntando al techo de mi cuarto.

Era la madre de Joaquín, mi vecino del campo.
No pude negarme a su pedido, él es todo corazón y hacedor de los favores más variados. Jamás un pero, se juega hasta la última ficha para ayudar a quien sea. Un pingazo.

Se cerraba la tarde y Doña Eduarda subía a la camioneta.
Después de pasarme la dirección de su madre, Joaquín colocó la valija en la caja y salí a la ruta con tremendo recado.
Debía llevarla a la ciudad, al día siguiente entraría al quirófano para una operación de vesícula.
Joaquín agotó todos los medios para poner en marcha su viejo jeep pero, no logró hacerlo.

Nunca antes había conducido con tanta atención, ni por casualidad sacaba los ojos del asfalto, mientras tanto escuchaba los avatares de su salud y también historias de muertes por anestesia, mala praxis y otras aberraciones que relataba Doña Eduarda. La mujer sentía miedo.
Las dos veces que intenté mirarla, la tenue luz de la cabina me la devolvió tan espantosa que quedé horrorizado.

Cuando llegamos a Leguizamón 623, estaba su hija esperándola.
Tenía puesta una bata manchada de varios colores y la boina recostada sobre uno de sus ojos. Tanto insistió que tuve que entrar. Sirvió café y no cesaba en agradecimientos por la molestia.
Doña Eduarda hizo lo propio y después de saludarme, por suerte desapareció de la escena yéndose a descansar.

Silvina me condujo a su atelier, pintaba óleos impresionistas.
Desde el mismo momento en que la vi quedé fascinado, era imposible no caer rendido ante tanta belleza.
La cabellera y sus grandes ojos, negro azabache, la piel ligeramente morena, su boca encarnada y húmeda como recién besada, la voz goteando sensualidad a cada palabra y sus mínimos pies, paseando la armonía del cuerpo frente a mis ojos que danzaban en llamas.
Tomamos más café, la noche nos envolvió en un montón de palabras y piel a piel…nos fundimos con labios de fuego.
Al llegar el verano, fuimos de vacaciones.
La otra cara de la moneda, ya sin vesícula, quedó en casa de mi cuñado que seguía luchando con el distribuidor del jeep.


reche

Las vueltas de la vida, aunque la belleza esta dentro dicen.
Un buen cuento,con un giro radical de la historia.

Gracias Mario.
Y Joaquín parece empecinado en hacer favores Ja,ja!!
Un abrazo
reche

Muy buen relato Reche. Y si la belleza está adentro, como dice Mario, en el caso de doña Eduarda yo me pregunto: Cuán adentro? jajaja...
Un gusto leerlo. Saludos,
Jose

Sin duda que fulera la veterana. ¡Insalvable!
Un saludo.

Un par de imágenes bien metidas, como la de los malvones, sostienen el interés de un viaje rápido, otra virtud.

Leído y disfrutado nuevamente querido amigo.
Que orgullo me da que integres este grupo de almas en esta querida pagina.

Amigo Antifaz, aprecio lo concreto de tu comentario y muchas gracias
Un abrazo

No me haga decirle gracias Don Garay, que me da vergüenza pero, a quién le debo la inclusión si no es a usted amigazo.

APRESURADO EL FINAL,PERO JUSTO PARA LO QUE SE QUISO MOSTRAR.
ME GUSTA SU ESTILO.

Gracias Mateo
Un abrazo