EL PADRE Y EL HIJO

EL PADRE Y EL HIJO


La playa de estacionamiento se llamaba “El Rosario”, la camioneta como de costumbre, dormía muy cerca del árbol de la entrada.
Despertaba lagrimeando la humedad del rocío.
Como lo hacía habitualmente, llegó el hijo y se ubicó a un lado de ella. Prendió un cigarrillo mientras esperaba que con su lento caminar, el padre se acercara a la escena acarreando su prominente eventración inguinal.
El diálogo podía tener alguna variante pero, el libreto nunca dejaba de ser el mismo.
Cada uno a distintos lados del capot repetían la letra como interpretando una exitosa obra de mil funciones.
Pagame ahora, decía el hijo. El padre respondía calcadamente – ahora no puedo hijito, sabes que salgo de casa sin plata.
-Sé que encima traes lo que me corresponde, hacelo de una vez, no perdamos más tiempo. Si no lo haces, me vuelvo a dormir, replicaba el hijo.
El acto, entre reclamos y negativas duraba más de media hora, ya estaban acostumbrados, solo perdían un poco de tiempo.
Era demasiado temprano para ir por el botín. Los relojes marcaban las seis de la mañana.
El padre a regañadientes terminaba sacando el dinero de uno de los bolsillos de su viejo atuendo marrón.
Antes de las siete pasaban frente al bar, el muchacho era despilfarrador, algunas veces detenía la chata para tomar un café antes de salir de cacería.
Su padre lo esperaba suplicando al cielo poder ese día cobrar las piezas necesarias, mientras por cábala no dejaba de rascar la palma de su mano derecha.
A esa hora, tomábamos café con leche y pan con manteca, después íbamos a trabajar.
Como siempre, tomaban un camino diferente.
La hoja de ruta la trazaba el padre, acostumbrado a encontrar las presas en el momento justo. Era certero y despiadado, jamás dejaba que se escape alguna.
Desde la esquina del bar, lentamente perdíamos de vista las arabescas imágenes del humo que dibujaba el escape de la camioneta blanca.
Menos los domingos, todos los días del año regresaban a las siete de la tarde.
A esa hora, volvíamos cansados trayendo en los bolsillos un aceptable jornal.
La cacería de Marcos con su padre no era otra cosa que cobrar los alquileres de un sin fin de propiedades.
Un buen día el hijo, comenzó a mostrarse con hermosas mujeres, al tiempo compró cinco caballos de carrera, después un lujoso yate y también un coche sport. Más tarde recorrió todos los casinos del mundo.
Los interminables placeres no mellaron su fortuna incalculable.
Un 20 de febrero, Saúl, el padre, ya no pudo hacer más cábalas ni juntar dinero.
La impresionante eventración, que nunca quiso operarse por temor a un complot que le quitara la vida, inexorablemente lo condujo a la muerte.


reche

Extraño, pero interesante relato Reche. Saludos,
Jose

Sí José, es extraño pero, tanto como real. Era tan miserable que un día hechó a la calle a una viejita de casi 90 años porque no podía pagarle el alquiler de un miserable cuarto que ocupaba en un inquilinato de su propiedad. Una verdadera lacra.
Gracias por tu tiempo.

Poe, tal como dice Ricardo.
Es nuestro primer cruce, un gusto conocerte.
Lo malo es que ese viejo aváro sigue dándome asco y bronca. Bueno...como todos los miserables.
Un afectuoso saludo.

La técnica del zoom es interesante. Sobretodo, porque es inversa a lo que se acostumbra: de la camioneta que centra la charla padre-hijo y es presenciada, hasta el mundo que contiene los diferentes caminos de los hombres. Es un clásico de fácil comprensión: padre avaro que hace la fortuna contra hijo que quiere disfrutarla. La gracia está en el ejemplo elegido y en la forma en que se cuenta. No tiene el mismo trabajo la parte final del hijo pero el vientre que estalla funciona en varios planos: es simbólico y es realista (esas personas suelen ser muy desconfiadas, también en medicina, y reacias a gastar). El abismo generacional queda perfectamente registrado y el punto de inicio es magistral: la camioneta.

Agradezco tu paso por mi escrito
Un abrazo amigo Antifaz