LA MÁQUINA DE LAS MONEDITAS

LA MÁQUINA DE LAS MONEDITAS
Un cuento de mi amigo Reinaldo Chetto


Caminé lentamente las cuatro cuadras.
La lentitud me permitió descubrir cosas que nunca antes me habían llamado la atención.
Siempre recorro ese trayecto pero, con la lengua afuera por miedo a llegar tarde a mi empleo.
Me sentí como un turista en un país lejano, solo me faltaba la cámara colgando del cuello para documentar lo apacible y pintoresco de esos paisajes.

El césped de las veredas lucía perfectamente cortado, las combinaciones florales de los jardines eran canciones para los ojos, el olorcito a milagro caliente que provenía de la panadería, convocaba al apetito con manteca y café con leche y las coloridas bufandas de los chicos entrando a clase, parecían pintar de alegría la vieja escuela.

La ambulancia circulaba a marcha moderada y sin estrepitar con su sirena… ¡Increíble!
Hasta el barrendero me sorprendió, le daba artística forma al montículo de hojas que luego volcaría en la bolsa.
Todo resultaba tan diferente que bien podía yo, estar invadiendo los decorados de un corto de cine.
Al ferretero lo tenía registrado desde el ombligo hasta el jopo, siempre atrincherado en el mostrador detrás de un montón de porquerías. Muchas veces me pregunté ¿tendrá piernas este hombre?

Efectivamente las tenía, ahí venía cruzando la calle para abrir su negocio. Yo lo hacía más alto, pero eso no importa porque me saludó con una amplia sonrisa, olvidando poner cara de tornillo milimétrico tal como lo hace cuando uno llega a él en busca del mejor consejo para arreglar la persiana o el sifón de la bacha.
Al llegar a la avenida noté con asombro que la larga cola para viajar había saltado por el trampolín de los recuerdos, solo un par de individuos me antecedían.

Dormir cincuenta minutos menos, resultaba un precio muy económico para comprar a diario estas mañanas de ensueño. Prometí en lo sucesivo no remolonear más antes de levantarme.
Sin duda, esta forma de empezar el día le daba a mi vida otro sentido.
Seguían ocurriendo cosas impensadas, la siguiente sorpresa fue el micro. Se aproximó a la parada en menos de tres minutos, subimos entre recíprocos buenos días con el chofer.
El interno lucía brilloso y perfumado y su comandante, mientras nos hacía escuchar a Vivaldi lo guiaba con verdadero esmero, además tomé asiento. Ese fue otro milagro.

La siguiente parada sería el cruce de Bernasconi, ahí con seguridad se completaría el pasaje. La intersección esta situada a escasos metros de la terminal del ferrocarril.
Los pasajeros se fueron repartiendo entre asientos y pasillos, me tocó ofrecerle el mío a un anciano cargado con bolsos y paquetes, al tiempo que mujeres y hombres se acomodaban en silencio.

Llegó apurada, poco faltó para que el piloto cerrara las puertas del micro.
Cuando la vi dejé escapar un ¡Ah…bueno! Lo que faltaba. El morocho que estaba a mi lado me miró con sorpresa, no sabía de qué se trataba.

Después de usar la máquina de las moneditas se abrió paso y quedamos frente a frente.
Jamás pensé que la encontraría ahí, fustigó los míos con el verde esmeralda de sus hermosos ojos, quedé estupefacto.
Era ella, la reconocí de inmediato, sobriamente maquillada, con su corte de cabello afrancesado y envuelta en un abrigo color vicuña al que acompañaban sus zapatos de taco y un bolso de mano en fino cuero.
Sin dudas que era ella, la de mis sueños. No dejamos de mirarnos con un deseo frenético. También ella me había encontrado.

De pronto su mirada pareció hablarme y se dirigió a la puerta, hizo sonar la chicharra y antes de bajar volteó una vez más.
Un mar cálido me empapó el cuerpo, no podía dejarla escapar, tenía que poseerla. Tras ella descendieron algunos otros y yo también.
Me adelantaba por dos veredas, cuando giró en la esquina apresuré el paso, no quería perderla.
Antes de entrar en un edificio volvió a mirarme, recorrimos el largo pasillo, de pronto abrió con rapidez una puerta y entró, sin vacilar hice lo mismo.
El lugar estaba entre sombras. No la vi pero, escuche su pedido. Como implorándome dijo- Amor mío, cerrá la puerta por favor- Cuando lo hice se encendió la luz de una lámpara y apareció su imponente figura.

Se agiganto ante mi como una montaña, en ese ámbito lucía mil veces más bella.
Tras un instante de silencio infinito con tenue voz preguntó ¿cómo te llamas? Sergio le respondí y tu nombre cual es?
No contestó la pregunta, dijo- acercate, quiero que me veas bien.
Mis pulsaciones volaban otras galaxias, di tres pasos y nuevamente me invadió su subyugante perfume.
Comenzó por desprender uno a uno los botones del abrigo mientras decía, nunca otros ojos me excitaron tanto, deseo pertenecerte.
Cuando dio cuenta del último botón tuve ante mis ojos su completa desnudez. No podía creer lo que estaba viendo.

Su boca se abrió para decir - Soy Mario ¿te gusto?


RCh.
29.07.12

Gracias Reinaldo

Todavía riéndome de los chistes, tan ingeniosos como oportunos, noto lo bien integrados que están al texto. O sea, hay un escritor de buen pulso para la narración que no se distrae del objetivo. Son descripciones agudas, como corresponde (los chistes, como las imágenes de los poetas o las descripciones de los narradores, deben sacarse en el momento oportuno o no logran el efecto deseado. Y estar al servicio de la
idea, complementarla).

“Dormir cincuenta minutos menos, resultaba un precio muy económico para comprar a diario estas mañanas de ensueño” es propio de un texto mayor. Pero también, cae en su sitio sin forzar la narración.

Ya con la aparición de Vivaldi, deja el racconto popular para pasar a una segunda lectura. ¿Esto es así o así debería ser?

Luego viene lo personal de la mano de unos ojos verdes y retoma el aire general festivo. Pero nada es perfecto, debió terminar “…y no me importó que se llamara Mario (para casar inteligencia y humor)-

PD: al terminarlo el título aporta una nueva luz: es profesional de precio accesible.

Muy buen texto Ricardo. Mis felicitaciones a Reinaldo. Un abrazo,
Jose

Antifaz, soy nuevo en esto, tales así que no sabía como agradecer los comentarios.
No se si seré muy activo. En todo caso, no seré el que reprima las musas.
Desde ya que valoro ya agradezco tu tiempo.
Un saludo afectuoso y otra vez, ¡muchas gracias!

Fobio, ¡Un gustazo! soy Reinaldo, desde ahora en más con el seudónimo "reche"
Me alegro que haya sido de tu gusto. Sinceramente te doy las gracias por tu comentario.

Excelente,en primer lugar felicitar a Ricardo por traernos tu cuento,y en segundo lugar felicitarte a ti por dejarnos deleitarnos.
Un texto increíble,con un humor muy fino que como bien dice Antifaz,no distrae al narrador de su objetivo,sino que hace mucho más ameno el relato.
Un final inesperado que me sorprendió con una sonrisa.Y juro que no era yo,menos mal que vivo en Montevideo.

Un abrazo,Mario

Mario, por ahora no hay sospechas, a menos que al quitarte los lentes aparezcan dos faroles verde esmeralda.
Muchas gracias por tu comentario, me alegra que te haya gustado.
¡Un abrazo!