Relajados, paseando por el parque, conversando de cosas cotidianas, sin prisas, desmenuzando la tarde, haciendo tiempo, para no terminar de encontrarnos.
Hacía ya tiempo que simplemente nos acompañábamos, para no estar definitivamente solos, cobardes por no querer buscar otras metas, temerosos de posibles cambios, nos habíamos convertido en compañeros, que no amantes, acostumbrados a nosotros mismos.
25 años de convivencia que pesaban como losas, aplastándonos en lo habitual, lo monótono.
El amor hace tiempo que se nos había acabado, nos quedaba el cariño de dos personas que se habían amado mucho, pero como pareja muerta éramos solamente amigos, casi hermanos.
Algunas veces, cuando caminaba sola una lágrima asomaba por la comisura de mis ojos, echando de menos el calor humano que ofrece el amor perdido, no me imaginaba con otro hombre a mi lado, eso no, pero si tenía envidia de las otras parejas que paseaban por los mismos caminos, parejas mayores que aún eran capaces de gozar de ellos mismos, que no habían perdido la magia de la juventud. Añoraba ir de la mano como cuando nos conocimos, añoraba los largos besos llenos de pasión que secaban nuestras bocas, añoraba los abrazos apasionados en la intimidad de la alcoba.
Si tenía envidia de las parejas que aun pasando los años eran capaces de preservar su intimidad.
Algunas veces había intentado hablar del tema, pero no era nunca buen momento, pues no pasaba nada importante, no había necesidad, estábamos bien, nunca quisieras afrontar ese problema, simplemente convivir con él.
Eran momentos tristes, llenos de amargura, que me hacían mirarme al espejo durante interminables minutos, para llegar siempre a la misma conclusión, tristeza asomando por los ojos formando una película que no me dejaba ver.
Compañero para siempre, mi amor… te quiero, aunque sigamos juntos aunque de todo menos de amor hablemos, aunque juntos durmamos quiero que sepas que te echo de menos.