DESTACADOTras publicarlo en mi blog, Manola me ha animado a hacerlo público en el foro al relato ganador del concurso que me ha animado a publicar mis cuentos.
Espero que os guste, aunque debo decir que mi escritura es demasiado bruta y sin pulir
. Me animaré a seguir publicando cuando acabe los exámenes. Y os pido consejo a todos!!!Se que se puede mejorar, así que por favor, las críticas constructivas ayudan al crecimiento como persona y por supuesto como escritor.
El regalo de Iván
Uxía se dejó caer en la cama frustrada. Gruesas lágrimas se deslizaban por su rostro. Había ocurrido, lo que más temía había ocurrido.
Recordaba nítidamente aquella semana fatídica de hacía meses. Había llegado de clase y estaba increíblemente cansada, el profesor le había preguntado si comía bien. Pensaban que tenía anorexia porque había adelgazado muchísimo y se la veía bastante pálida. La habían enviado a la psicóloga del centro y después de una charla de una hora sobre vida sana y alimentos saludables, llamaron a sus padres. Su madre estaba disgustada porque pensaba que no le había dado una buena educación en la mesa. ¡Pero si ella comía bien! Al día siguiente de su charla con la psicóloga pilló una fiebre muy alta que no remitía, y en ese momento todos los planes de una adolescente de 16 años se fueron al traste.
Habían ido al hospital de urgencia, le habían inyectado paracetamol para que le bajara la fiebre y le hicieron una multitud de pruebas. Tres días más tarde ya conocían el resultado, Leucemia Mieloide Aguda.
Si pudiese cambiar algo en su vida, sin duda Uxía escogería volver atrás en estos meses e intentar evitar esa semana en la que todo había cambiado.
Después de que le hubiesen diagnosticado la leucemia, Uxía iba con regularidad al hospital, tenía que comenzar con la quimioterapia y todo el mundo era optimista, decían que se curaría pronto.
Aunque le costó, empezó la quimioterapia con optimismo, pero fue un absoluto infierno. Tenía la boca seca constantemente, no tenía hambre pero su madre le obligaba a comer, se encontraba muy débil y le cayó todo el pelo. No es que fuese especialmente vanidosa, pero prefería sus feas ondulaciones oscuras.
Con forme iban pasando los meses, su enfermedad parecía remitir, se encontraba muy débil, y deseaba fervientemente que la siguiente sesión de quimioterapia fuese la última.
Cuando llevaba cuatro meses de quimioterapia, se lo dijeron. Necesitaba un donante de médula porque sus células eran resistentes a los citotóxicos.
Un golpe a la puerta la sacó de su ensimismamiento, la cabeza rapada de su hermano apareció en el umbral;
-¿Estás bien, Uxi?- preguntó pasándose la mano por la cabeza.
Uxía intentó sonreír a pesar de la tristeza que la embargaba.
-Te va a coger el frío en las orejas como no te dejes crecer el pelo, Iván.
Iván se adelantó y tomó a su hermana en brazos.
-Antes te crecerá a ti. – susurró en la oreja de su hermana.
Se querían muchísimo, aunque él fuese tres años mayor. El día que le diagnosticaron la enfermedad a su hermana se marchó de casa enfadado y no volvió hasta muchas horas después, con los ojos ligeramente irritados y la cabeza totalmente rapada. Ese hecho creó un ambiente hostil en su casa hasta que quedó claro que no se iba a dejar crecer el pelo hasta que Uxía se recuperase.
-Ya verás, pequeña, nos haremos todos las pruebas y encontraremos al donante perfecto para ti.
Días después todos se habían hecho la prueba y aún no habían encontrado a nadie compatible.
Un soleado lunes, Uxía llegó a casa al mediodía después de haber ido a clase. Hoy era uno de esos días en los que podía ir porque no se encontraba mal y no tenía que visitar el hospital, estaba un poco atrasada respecto a sus compañeros, pero su tutora la estaba ayudando a ponerse al día.
-Uxi, cariño, ¿puedes traerme el correo?- Exclamó Ana, su madre, desde la cocina.
Uxía dejó la pesada mochila en el recibidor, con un suspiro cogió las llaves del buzón y se dirigió al portal.
Dentro del buzón había tres cartas, pero una le llamó especialmente la atención. El remitente era del hospital, pero esta vez no era para ella. Era para sus padres, ponía claramente “Sres. García López”.
Un escalofrío le bajó por la espalda, dobló cuidadosamente la carta y la metió en el bolsillo trasero de sus vaqueros.
Sintiéndose ligeramente culpable subió a su casa y puso el resto del correo en la mesita del recibidor.
-¿Uxía? Ven aquí y ayúdame a poner la mesa.
Su madre siempre le estaba pidiendo cosas. Se dirigió a la cocina y la ayudó con la mesa mientras la carta le quemaba en el bolsillo trasero de los pantalones.
Tras una comida tensa, Uxía se dirigió a su habitación, el contenido de esa carta la tenía especialmente preocupada. Tomó asiento tras su escritorio y abrió la carta con manos temblorosas.
-Uxi, cariño, ¿quieres postre?- Ana apareció en el umbral de la puerta y vio los ojos llenos de lágrimas de su hija. –Cariño, ¿Qué te ocurre? ¿Qué es lo que tienes ahí?- se acercó al escritorio y le quitó la carta de las manos, se fijó en el sello del hospital y la firma de su médico.
-¿Qué es esto?- Comenzó a leer y se llevó la mano al pecho horrorizada.
Uxía se levantó y se refugió en los brazos de su madre mientras ésta terminaba de leer la peor noticia de su vida.
-Uxía, cariño,- sollozó su madre. Se abrazaron y se sentaron en la cama mientras las dos daban rienda suelta a su desconsuelo.
- No es verdad, no lo puedo creer, no puede ser cierto- canturreaba Ana en la oreja de Uxía.
“Incompatibilidades genéticas muy acusadas” era lo que ponía la carta. Su médico le pedía una prueba de paternidad, sus padres podían no ser sus padres biológicos.
Era cierto que Iván y Uxía no se parecían en nada, mientras él fue el chico guapo del instituto con el pelo rubio, ojos verdes y cuerpo de futbolista. Ella era delgada, morena, pálida y de ojos oscuros. No destacaba en ningún deporte pero sacaba buenas notas. Solían decir que eran como el agua y el aceite. Pero esa diferencia entre ellos era la que los hacía inseparables.
Ana enjugó una lágrima de debajo de los grandes ojos de su hija. –Tranquila cariño, nos haremos la prueba para confirmar lo que ya sabemos y todo esto quedará como un mal recuerdo.- Le dijo mientras le acariciaba la cabeza.
Al día siguiente por la mañana, Uxía, su madre y su padre fueron a hacerse las pruebas pertinentes. Era una prueba cara, les iba a llevar un buen pellizco de los ahorros familiares, pero estaban dispuestos a salir de dudas.
Las semanas posteriores a la realización de la prueba fueron cruciales para la integridad de la familia. Ana estaba cada vez más crispada. Juan, su padre, estaba volcado en su trabajo, casi tanto que a veces no venía a casa hasta bien entrada la noche para irse otra vez por la mañana temprano. Iván se pasaba las tardes fuera de casa, luego volvía como ausente y se encerraba en su cuarto. Uxía creía que Iván solo necesitaba tiempo para pensar.
Un martes soleado, todos se subieron en el pequeño Peugeot de la familia para ir al hospital. Juan había pedido el día libre en la oficina de abogados donde trabajaba. Iván quería ir con su familia para saber la noticia. Ana había pasado mala noche y se notaba en su cara, parecía haber envejecido 10 años en los meses de enfermedad de su hija. Por su parte Uxía estaba callada en la parte trasera del coche, observando como una mera espectadora, como su vida se iba al traste.
Llegaron al aparcamiento que tan bien habían llegado a conocer y dejaron el coche debajo de un árbol que había. Se metieron en el hospital y se dirigieron por los pasillos que tantas veces habían utilizado, para llegar a la consulta de su médico. Él sería el que les daría el resultado de la prueba.
Se sentaron en la sala de espera y pacientemente dejaron que el tiempo transcurriera hasta la llamada del doctor.
Era la sala de oncología y había mucha gente, algunos llevaban gorros, sombreros o pañuelos. Otros dejaban que las luces artificiales de los flexos brillaran en sus peladas cabezas. Los había mayores, con bastón y años de sabiduría reflejados en su cara en forma de arrugas, lucían expresiones entristecidas y tenían a su lado una esposa cariñosa o un marido preocupado que les ofrecía consuelo. También los había adultos jóvenes y no tan jóvenes que observaban con aburrimiento un periódico o una revista escondidos detrás de gorras o pañuelos. Y los niños, pequeños con la cabeza desnuda sin ningún tipo de adorno más que esos enormes ojos que brillaban curiosos.
Una niñita vestida de rosa la miraba fijamente. Uxía se sentía un poco incómoda bajo un escrutinio tan detallado de una niña que no aparentaba tener más de 6 años. De repente, la niña se levantó de su asiento, se sentó en la silla que quedaba libre al lado de Uxía y continuó mirándola fijamente.
-Me gusta tu gorro. ¿Dónde lo has comprado?- le preguntó la niña.
Uxía se llevó la mano a la cabeza donde descansaba su gorro rosado.
-He aprendido a hacérmelos yo, los tengo de distintos colores.
-¡Ala! ¡Yo también quiero aprender a hacerme un gorro!
-Tú eres muy pequeña para hacerte sola un gorro, ¿Cómo te llamas guapa?
-Soy Cristina, y no soy pequeña, tengo ya siete años. ¿Y tú? ¿Cómo te llamas?
-Yo soy Uxía.
-Mi mamá dice que tengo mala la sangre, y que el médico me la va a poner bien. ¿Tú por qué estás aquí?
-¿Uxía García?- la voz profesional de la enfermera interrumpió la conversación.
La familia de Uxía se levantó y se dirigió a la consulta. Uxía recogió sus cosas y se levantó para seguirlos. Le dirigió una última sonrisa a Cristina y se quitó el gorro.
-Toma, guapa – le dijo Uxía mientras le ponía el gorro en la cabeza – te ayudará a ponerte bien.
Se giró y se metió en la consulta donde la esperaba su médico y su familia para conocer la que podía ser la peor noticia de su vida.
-Siéntate cariño – le dijo su madre palmeando la silla de su derecha.
Su padre se encontraba detrás de su madre sujetando el respaldo de la silla. Se le veía crispado, y tenía los nudillos blancos de la tensión. Su hermano estaba de pie, apoyado en la camilla con el rostro totalmente inexpresivo.
Uxía tomó asiento, paseó su mirada por el abarrotado escritorio del médico. No quería ver la expresión de su médico, no quería ver compasión en sus ojos.
-Bueno, les he traído aquí porque ustedes querían saber por qué hay tantas incompatibilidades genéticas con su hija. Ante todo deben recordar que un verdadero padre es aquel que vio crecer, ha amado y ha enseñado todo a su hijo.
Un sollozo interrumpió el discurso del médico y su madre se llevó un pañuelo de papel a la nariz mientras su padre le daba unas palmaditas en el hombro. Ana ya había gastado tres paquetes de esos pañuelos antes de entrar en consulta y tenía la nariz y los ojos enrojecidos.
-¿tú qué opinas Uxía? – le preguntó el médico alargando excesivamente el momento.
- Serán siempre mis padres, así que podía decir ya de una vez los resultados- No pretendía ser una borde, pero Uxía quería acabar con todo esto de una vez.
El médico le dedicó una mirada comprensiva y comenzó a leer las pruebas.
Iván descansaba boca abajo en su cama “Don’t Cry” de Guns N’Roses sonaba en su ordenador una y otra vez. En su mano tenía una foto, salían el y Uxía de pequeños. Estaba sacada en un lago, él tenía 6 años e intentaba sujetar a una Uxía revoltosa que quería acercarse demasiado a un caballo.
En los pies de la cama descansaba el álbum con más fotos de él y su hermana. Habían crecido juntos, y para él seguía siendo su hermana, aunque un estúpido papel dijera lo contrario.
Estaba en segundo de bachiller, pero desde que le diagnosticaron la enfermedad a su hermana se había sentido atraído por los misterios de las enfermedades y sus curas. Había buscado mucha información sobre la leucemia mieloide aguda. Se había pasado horas en la biblioteca del campus universitario de la ciudad, buscando información Conocía el funcionamiento de la quimioterapia y qué células fallaban en la medula ósea de su hermana. Había buscado miles de descripciones de la misma enfermedad, pero en todas coincidían que la muerte del paciente en la leucemia aguda se producía en meses.
Ya había pasado casi seis. ¿Cuánto tiempo más le quedaba a Uxía?
Frustrado golpeó la almohada con el puño, un sollozo le llego de la habitación de sus padres. Su madre estaba destrozada, porque había dado a luz ese 29 de marzo, pero todo indica que debió haber una confusión o un error premeditado y cambiaron los bebes.
Iván se levanto de cama y subió el volumen de los altavoces, no es que fuese un insensible, simplemente no quería escuchar a su madre. Ya habría tiempo de llorar por un error médico, ahora era necesario encontrar un donante de medula para Uxía.
Dejo la foto encima de la cómoda y cogió en el primer cajón su maquinilla eléctrica. Se metió en el baño que tenía en la habitación, dejando la puerta abierta para que el rock le llegase con nitidez.
-¿Iván? –la suave voz de Uxía, lo llamaba desde su habitación.
Iván, indeciso, trago saliva, ¿Cómo sería su relación con su hermana ahora?
-Estoy aquí.
Uxía apareció en el umbral, se metió en el cuarto de baño con él, bajo la tapa del váter y tomo asiento. Un silencio acogedor se instalo entre ambos, interrumpido por el suave ronroneo de la maquinilla de afeitar y la canción que volvía a sonar.
A Iván le gustaba que Uxía se quedara con él mientras se rapaba la cabeza, pero definitivamente hoy no era un día como otros, hoy no había chistes ni charlas sobre chicos.
Hoy, como pudo comprobar en el espejo, su hermana estaba desconectada del mundo, tenía los ojos hundidos y enrojecidos, probablemente estuvo llorando en su habitación hasta que se le secaron las lagrimas.
-Esta canción es preciosa -comentó Uxía mientras observaba detenidamente un cuadrado entre sus manos.
Iván terminó de afeitarse, dejó la maquinilla sobre una repisa y se acerco a ella pasándose una toalla por la cabeza. El cuadrado en sus manos era la foto que había dejado en la cómoda.
Con una determinación nueva, fue a por el álbum, lo recogió del suelo, y se lo puso en las rodillas a su hermana. Uxía levanto la vista vidriosa hacia su hermano.
-Este –dijo Iván –es un álbum de fotos mías y de mi hermana, juntos.
Uxía se puso en pie, dejó el álbum en el lavabo y abrazó fuertemente a su hermano.
-Para mí sigues siendo la misma, pequeña- susurró Iván en la oreja de Uxía.
Un par de lágrimas calientes le mojaron la camiseta
– ¿y ahora qué?–susurró Uxía
-Ahora, hermanita, vamos a curarte.
El tiempo era un crudo enemigo que jugaba en su contra. Uxía seguía yendo al médico donde le administraban citotóxicos, pero su salud, lejos de mejorar, empeoraba.
Había dejado de ir al colegio porque había días en los que solo el hecho de levantarse de cama era un suplicio. Su madre se había visto obligada a dejar el trabajo, para hacerse cargo de sus viajes al hospital y de atenderla. De la prueba de paternidad nadie decía nada, como si evitar hablar de ella la hiciese desaparecer de sus vidas.
A Iván la enfermedad de Uxía le había trastocado de tal manera que sus notas habían sido pésimas, el afán de buscar información sobre la enfermedad de su hermana le había quitado todo el tiempo de estudio. La noticia de que Uxía necesitaba un donante se había hecho eco en los periódicos locales y vecinos y amigos se presentaron para hacerse la prueba. Pero aún no habían encontrado a nadie, y las esperanzas de la familia menguaban.
Como casi todos los días, Iván cogió la bicicleta para recorrer los quince kilómetros que separaban su pueblo de la ciudad. Cuando llegó al campus dejó la bici en el aparcamiento adaptado y fue directamente al estante de “hematología”. Como no encontró el libro que quería se sentó ante un ordenador con buscador, con un parpadeo la pantalla mostró que quedaba un ejemplar en la biblioteca de farmacia. Cogió sus cosas y dejando la bicicleta en el aparcamiento hizo el trecho que separaba la facultad de la biblioteca a pie.
Cuando entró en la facultad, se vio en la obligación de preguntar por la biblioteca a un par de estudiantes que charlaban en la entrada. Después de recorrer unos pasillos la encontró.
Era una biblioteca pequeña, con muchos estantes y libros, se dirigió al estante de hematología y encontró el libro que buscaba. Se sentó en una mullida butaca ante una mesa grande y se enfrascó en una nueva lectura sobre la leucemia.
-Perdona, ¿está ocupado?- una voz cantarina lo sacó de la lectura.
Levantó la vista de hacia un par de enormes ojos oscuros.
-Eh…- Iván bajó la vista hacia la silla que le señalaba la chica y vio allí su mochila y su casco -No, que va –decía mientras apartaba las cosas –puedes sentarte.
La chica tomó asiento y dejó delante de ella un enorme tomo de química terapéutica y otro de fisiopatología. Con un suspiro cansado abrió la carpeta y extrajo unos apuntes perfectamente embolsados. En la primera página ponía: “Tema 11, Citotóxicos”.
-Oye –comentó Iván un poco incómodo –En el tema de citotóxicos, ¿qué estás estudiando?
-Son fármacos anti cáncer.
-¿Y hacéis distinciones entre tumores y el fármaco? Yo estaba interesado entre los fármacos que se utilizan para la cura de la leucemia.
Ella lo miro fijamente con esos enormes ojos que le eran vagamente familiares. –No, en clase no hacemos distinciones, pero por eso estoy aquí, para resolver un poquito mis dudas.
Volvieron cada uno a sus respectivos tomos en silencio. Ella tomaba apuntes velozmente y tenía la mano manchada de tinta. En el dorso de la mano izquierda podía leerse: “folios, farmacología virtual”.
-Yo soy María –dijo la chica abruptamente –encantada de conocerte.
-Iván, el gusto es mío. Oye, ¿sabes mucho de los fármacos antitumorales?
-Lo justo que nos explican en clase. ¿Tienes problemas con tu trabajo?
- No, solo quería preguntarte… -un suave zumbido interrumpió su conversación.
Iván cogió el móvil y leyó el mensaje. Era de su hermana, estaba preparando galletas y lo invitaba a merendar. Con una sonrisa guardó el móvil.
-Me tengo que ir, ¿te importaría que quedáramos más veces y me explicas lo que sepas de esos anti cáncer?
-Sin problema, he de estar por aquí, pero si no toma –le apuntó el correo electrónico en un papel – envíame un e-mail para confirmar.
Iván metió las cosas en la mochila y cogió el casco, salió lo más a prisa que pudo de la facultad y pedaleó rápidamente los kilómetros para llegar a casa, el resto de la tarde la pasó con su hermana.
Cuando Iván iba a la ciudad siempre se pasaba por la facultad de farmacia, sentada siempre en la misma mesa, en la biblioteca, estaba María. Se recogía los oscuros mechones en un moño en lo alto de la cabeza, y su mirada inteligente brillaba detrás de unas gafas de pasta. Resultó ser una muy buena amiga, le explicó cómo funcionaban los fármacos por los que estaba interesado, le ayudó con su investigación privada sobre la leucemia y le mostró los mejores libros. Era muy buena oyente, Iván siempre le hablaba de los problemas que la enfermedad de su hermana le estaba causando, de lo desesperado que se encontraba y ella escuchaba poniendo siempre un hombro amigo.
Con el paso del tiempo Iván tenía menos tiempo para ir a la ciudad porque Uxía se estaba poniendo peor. Pero mantenía el contacto por email con su nueva amiga. Procuraba pasar muchísimas tardes con su hermana, viendo la tele, un álbum de fotos, o simplemente estando juntos, haciéndose compañía en silencio. Iván le hablaba de todo, desde los resultados del equipo en el que jugaba al futbol hasta de sus expectativas en entrar a la universidad para hacer Farmacia. Incluso le habló de María, y le prometió que algún día la conocería. Uxía escuchaba siempre embelesada.
Un día, Uxía no se pudo levantar de cama, estaba muy pálida y demacrada, su frente volvía a arder de fiebre. Sus padres llamaron a la ambulancia, y la internaron de urgencia. El diagnóstico estaba claro, necesitaba un donante de urgencia.
Las horas se escurrían como el agua entre los dedos, y la luz de los ojos oscuros de Uxía a punto de extinguirse. Iván estaba frustrado, tanta información sobre la leucemia no había valido de nada si su hermana moría.
Se vistió, y cogió el coche para ir a la ciudad, esta noche se quedaría en la habitación con Uxía, pero antes se pasaría por la biblioteca de farmacia. Aparcó en zona azul, y puso un ticket de una hora, se metió en la facultad y subió las escaleras que daban a la biblioteca.
Allí estaba ella, como tantas otras veces, con el pelo recogido y un bolígrafo en la boca, mientras pasaba las páginas del libro que estaba ojeando. Iván se dejó caer en una silla a su lado, y puso los brazos sobre la mesa.
-¿qué tal está tu hermana? –Le preguntó María sacándose el bolígrafo de la boca - ¿hay solución?
-Me temo que no, necesitamos un donante pronto.
- yo no sé qué haría si algo le pasase a mi hermana Laura, supongo que lucharía hasta el final. ¿Qué te parece si yo también me hago las pruebas de compatibilidad?
-¿Tu? –Iván estaba realmente sorprendido.
- Claro, se prueba con todos. Vamos –María tiró del brazo de Iván y recogió sus cosas.
Iván soltó un resoplido poco convincente, pero condujo hasta el hospital. Se llevaron a María para hacerle las pruebas, y él fue a ver a su hermana.
Después de hacerle las extracciones pertinentes, María pasó el resto de la tarde con Uxía. Iván se sentía orgulloso al ver a su hermana sonriéndole a María. Parecía que se llevaban estupendamente.
María fue dos veces más a la habitación de Uxía, y en una de ellas la acompañó su hermana Laura.
Laura era una chica guapa, llevaba el pelo largo de un color miel envidiable, y sus ojos verdes brillaban tímidamente. Tenía la misma edad que Uxía, y aunque no era tan habladora y cariñosa como María, intentaba hacerse amiga de la enferma.
Al quinto día de estar ingresada, su médico apareció en la habitación.
-Enhorabuena, Uxía, -dijo con una enorme sonrisa en la cara -hemos encontrado una donante para ti
Lágrimas de gratitud caían por las hundidas mejillas de Uxía.
-¿Puedo hablar con ella? –Sollozaba Uxía en medio de las lágrimas -¿cómo se llama?
- Ahora te vamos a operar de urgencia, después hablarás con María. –Dijo el médico satisfecho.
Iván estaba todavía más asombrado que su hermana, no se esperaba que fuese María.
Muchos meses después, Iván se encontraba tumbado en cama mientras “Don’t Cry” de Guns N’Roses sonaba en los altavoces una y otra vez. En su mano descansaba una fotografía que le había dado Uxía. En ella dos chicas morenas de pelo oscuro sonreían abrazando la nueva mascota de una de ellas. Se parecían en mucho, sus ojos brillaban de expectación como si conociesen algo que sólo ellas sabían.
Un momento, se parecían mucho, la prueba de paternidad pasó por su mente. Iván se levantó sobresaltado,¿ y si María era la verdadera hermana de Uxía? al fin y al cabo eran muy parecidas. Además la hermana de María, Laura tenía los ojos verdes, como él.
Se calzó las zapatillas para salir a contárselo a sus padres cuando algo en el suelo captó su atención.
En el reverso de la fotografía, escrito con la letra clara de su hermana y firmado por María y Uxía, ponía:
“Gracias por este regalo, una nueva hermana es lo mejor que me has podido dar”
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