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 La Posada de los Brujos. Capítulo 17.

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Jaime Olate
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MensajeTema: La Posada de los Brujos. Capítulo 17.   La Posada de los Brujos. Capítulo 17. Icon_minitimeSáb Feb 11, 2012 12:44 am

Capítulo 17

Ventajas de la riqueza.
Durante el resto de la jornada ambos permanecieron en la “Sala de Comunicaciones”, un cuarto relativamente pequeño que contaba con un computador, un sistema cerrado de televisión con monitores encendidos prácticamente en toda la casa que vigilaba todos los rincones de la propiedad; debieron tener siempre presente que una prestigiosa empresa de alarmas había instalado rayos infrarrojos con comunicación directa a la policía y que debían evitar activarla. Un moderno transceptor que se comunicaba con diferentes bandas, quizá para algún radioaficionado, completaban la eficiente batería de guardianes electrónicos, todos con fuentes de poder que funcionaban independientes del sistema de alumbrado público; en buenas cuentas, la mansión nunca quedaba aislada ni en el peor de los terremotos. Después se enteraron que cada automóvil de la familia tenía conexión vía satélite, GPS, de modo que siempre sabían la ubicación de todos los vehículos.
Lucas estuvo pegado al teléfono y le dictaba datos a su joven amigo, quien tomó muy en serio el papel de ayudante de detective. Así en orden, iban recopilando antecedentes de todos los servidores de la mansión y la mayoría coincidió con las informaciones que la propia señorita Matilda les había proporcionado.
Entre las indagaciones, descubrieron el por qué el matrimonio de ancianos, Pascual Arriagada y su esposa Angélica, vivían gratuitamente en la hermosa casa cercana a las otras viviendas del personal de servicio.
Llevaban tantos años trabajando como mayordomo y ama de llaves de la familia Carusso en Italia, que, cuando eran jóvenes, prácticamente criaron a la generación de las dos hermanas con fidelidad y devoción; el matrimonio siguió sirviendo hasta la fecha de los hechos, aunque su rol se limitaba sólo a un aspecto protocolar, lo que hacían muy bien.
Tuvieron dos hijos, Fernando y Reinaldo, el primero de los cuales falleció en un trágico accidente automovilístico y el segundo se desvió del buen camino y comenzó a delinquir, razón por la que fue desalojado de la mansión hacía alrededor de 15 años. El anciano matrimonio amaban a los Carusso y sufrían como si fueran de la familia; este sentimiento era correspondido por el aristocrata clan con esa sencillez de personas de gran corazón.
De los Ríos centró la investigación sobre Reinaldo Arriagada y sus excolegas de la institución lo buscaban afanosamente.
¿Venganza de un delincuente echado de la mansión donde se crió? Otra quemante pregunta que se hacía el artista y que su joven compañero se la había hecho presente, demostrando el grado de inteligencia para adaptarse a esa nueva y peculiar situación.
Las amas del lugar vieron con satisfacción como el detective trabajaba con eficiencia, pensando en todos los detalles que pudieran servir a la investigación que aclarara quién era el desalmado que atentaba contra los moradores de la casona. El joven usaba de todos los conocimientos adquiridos en la policía y, por supuesto, las amistades tanto de la policía como de servicios públicos que lo recordaban como un magnífico sabueso.
La frugal cena fue en el gran comedor, Lucas y su amigo Sergio, muy atentos, conversaron con las dos elegantes damas y, naturalmente, estuvo presente la pobre sobrina que actuaba como una autómata. Detrás de sus gruesos anteojos, sonreía cuando le sonreían, respondía con monosílabos a las preguntas de sus solteronas tías. Como su feroz cancerbero, la mujer araucana permanecía en pie detrás de Gina que comía con la delicadeza que su fina educación le había enseñado.
El joven pintor sabía que afuera estaba José, el marido de la médica mapuche, con su aspecto de luchador; volvió a pensar que el gigantesco indígena era la pareja perfecta para María.
Dejó que Checho, su amigo del alma, a quien quería como el hermano menor que no tuvo, derrochara su simpatía de alegre muchacho, sano de cuerpo y alma. Le hizo una discreta seña para retirarse a dormir y su compañero de aventuras comprendió. Se pusieron de pie y con galanura pidieron excusas y se dirigieron a sus habitaciones en el piso superior; al salir, se cruzaron con las dos hermosas y curvilíneas mucamas y Checho no pudo evitar mirarlas por detrás, ante el disgusto del joven investigador. Ellas, coquetamente, voltearon levemente para mirarlos con una pequeña sonrisa.
—Por favor, “Chechito” —recordó que el mote molestaba al muchacho, debemos guardar respeto a la casa de las señoritas Carusso.
— ¡Claro! ¿Crees que no te he visto las miradas de lobo feroz que le das a Lupita? Como si te la quisieras comer —por respuesta recibió un suave coscorrón con los nudillos de la mano del investigador, quien no pudo evitar la tentación de despeinarlo de nuevo.

(Continuará: “ La Noche Erótica de las Vírgenes”)
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