DESTACADOTABLAS DE LETRAS
Exordio
Saludos reciban los que con sus manos vacías llenan las tablas ahuecadas de esta humilde taberna donde reyes, lectores infatigables de Telémaco – hijo de Ulises – han perfeccionado sus gobiernos, soñando quizá que a sus oídos, susurrante Maquiavelo, descifraba los signos del pueblo y la república. Qué nunca que vuestros medios impuros justifiquen vuestro fin.¡Nunca Más!
¡Pasad a esta taberna! No limpies vuestros zapatos, no os incomode el olor humano mezclado con el serrín de vuestro camino. Soy el primero en magnificar vuestro oficio y no preguntar por la acaudalada bolsa que lleváis colgada al cuello, y recordad: “que todos los hombres y mujeres nacen iguales, y, a partir de nuestro nacimiento dejamos de ser iguales: libres y esclavos, ricos y pobres, totalitarios y demócratas”
¡Entrad, entrad, entrad y sentaos!
Bienvenidos a esta limpia posada de pesado vino y olorosas rosas, donde largas mesas de la más limpia leña, se mantienen cada noche ordenadas con los mejores deseos en forma de cruz, para que sostengan tu alimento, y cientos de sillas humildes y cómodas se brindan pacientes para tu descanso. En este salón, el sol entra en forma de luz fraternal y plácida, iluminando sin destellos nuestros ojos, deslumbrados por tanto “Capitán sardina, sin espina y con muchas escamas”.
Hasta aquí llega la calima de la costa de Oran, y su miedo excluyente a la Peste, haciendo que besemos sin reparos a nuestro hermano en los labios fríos del espejo. Y en forma de geosmina – el olor a la tierra mojada - llega a nuestra piel, mezclada con el olor de las ramas de olivos plantados en mi patio, este saludo para nuestros cansados cuerpos:
¡Compartamos el pan y el vino del hombre y de las divinidades! ¡Siéntate simple Hermes a nuestra mesa, alaba y ensalza al mortal que teme al sempiterno! Que Diana, Celestina y Julieta preparen migas con el pan nuestro de cada día y que enriquezcan su sabor con el desasosiego de Otelo, la piedad de los Miserables, el calor de las Mil y una Noches, y si por un casual, algo olería desagradable en Dinamarca, será el pescado, el humo y la tragedia de los tiempos de la Iliada y la Odisea.
Para remediar este “spleem”, este manojo de Flores negras y de Mal que Homero, Aquiles y Helena traigan a nuestros oídos los lamentos de los templos derruidos en cien batallas por la Orden, y que Hugo, simplemente Hugo, maestro potenzado al igual que Verne, del Fuego, del Aire, del Agua y de la Tierra, y sus amigos Orientales, junto al perfume de la Dama de Negro, vengan aquí con nosotros desde su francesa Cartuja, desde sus Catedrales del Mar, castillos cristalinos, mazmorras ensombrecidas, bodas y velatorios, a contarnos sus historias humanas. Retumben hoy las arquillas antiguas y recostadas, abramos sus misterios, y escuchando el lamento de Andrómaca –aquella cuyo varón está combatiendo–, la que sufre por la muerte de Héctor, consiga apenar y afligir nuestros corazones transportándonos a tiempos de Euripides mientras cientos de Venus, Victrix, Áurea, Lubentina, todas marmóreas y frías, por nuestras manos tocando hojas cobran vida y velan con sus finas túnicas nuestra mortal visión, y acompasadas sus caderas, consigan que nuestro libido caliente los pulsos helados por la edad y el aburrimiento del ser viril… Y ya llegan piratas románticos que tienen a bien invitarnos con los cacahuetes humedecidos que el loro ciego y cojo de madera no ha querido comer, mientras este pájaro traslúcido, cuenta éste, la historia de los doce hombres muertos y el ataúd navegante, y el holandés que no encontraba puerto y narra el nombre de los antiguos veleros bergantines cargados con joyas y oros, apresados por el capricho del corpiño de una mujer que tiene mayor fuerza que todas las reinas de las Españas.
Suenan violines y jarras que golpean contra las mesas toscas y fastuosas con acompasados tragos que resuenan en las panzas calientes de los mínimos caballeros, que querían seducir princesas y Helenas, acariciando y conformándose, con escuchar cómo leyendo con voz de hielo, una prostituta de las altas Francias, contorsionista de posiciones, recita los poemas de la tierra más recta y seca, la más temerosa de Dios. Y aquí llega el cazador, y en esta posada de hojas rojas y cipreses de sombra alargada, se permite el descanso entre la Sombra del Viento, a los herejes, extranjeros, esclavos y mercaderes, aunque no sean de Venecia, ni mueran en ella, y a los príncipes de las mareas con sus zapatos altos lejanos, y a los lazarillos de Tormes, y burlones, y Don Juanes, junto a todos los actores del Teatro del Mundo.
Permitid qué os salude hermanos y hermanas y acomode vuestros pulsos al ritmo prosaico, pues no quiero ser el convidado de piedra, sino el mesonero que os sirva. Y si estamos en Guerra o en Paz, junten bestiarios antiguos y que bailen las ninfas al son de la flauta de Fausto hasta la extenuación con la Regenta, La Reina Negra del Ocho y todas las seducidas por Casanova, mas, si alguno siente desmayos, cerrar los ojos y relajaros con la música de Zaratustra y sentir en vuestros descalzos pies el Esplendor de la Hierba, o salid a la puerta y permaneced deleitándoos igual que un Guardián Entre el Centeno, entre las Flores del Mal, pues ya he sabido tu nombre, ¡lector!, permite ahora que te cuente otra historia, mientras llegan las primeras jarras de licor de miel preparadas por el mejor de los Médicos, y el Abanico Indio calma los calores nuestros cuerpos.
¡No! No preguntéis quién soy: ni dama, ni señor, ni príncipe, ni brujo, nada de pluma, simple espada, un escritor de Castilla que sabe, que las horas para ser Creador están contadas.
Rosas y Espadas: Déjame que yo también persiga al menos por un instante vital mi propio Rayo de Luna.