Por la forma... Por el color...

Hace algunos de esos trescientos sesenta y cinco días, repitiéndose, sumándose de uno en uno, salimos a pasear mi hermana y yo, al mando de mi papá, en realidad el paseo fue un viaje de negocios, era época de calendarios, se refiere a que mi papá salía a vender publicidad impresa en calendarios, desde los de bolsillo hasta los que colgaban en las puertas y paredes y otras cosas más según el cliente.
Habían de los visibles y los invisibles, según mi mamá, más bien los con ropa y los sin ropa, cosas del pudor, pero bueno, el asunto es que esa mañana, partimos en el viejo escarabajo hasta los pueblitos aledaños.
Llegamos a un lugar muy alto entre las montañas, cerca de los humedales del páramo andino, lo particular del lugar es que debido a su gran producción ganadera, la mayor parte de gente se dedica a la curtiduría de pieles y a la confección de prendas como abrigos, zapatos y todo lo que se le pueda ocurrir a uno, que se puede hacer con piel.
En ese tiempo el pueblito no andaba tan comercial como se ha vuelto en estos últimos años, era más verde y menos cuadrado con respecto a edificaciones.
Esa mañana mi papá se dedicó a visitar los pequeños talleres, mientras mi hermana y yo correteábamos por el lugar.
De repente una revelación en el piso, encontré regadas por todo el campo pequeñas bolitas cafés, enseguida recordé que había visto esa bolitas es casa, bueno un poco más pequeñas, pero mi abuelita las llamaba pimienta, me dijo que existían dos tipos, la de sal y la de dulce, mmm, así que bueno seguramente las más pequeñas eran las de sal, y estas más grande son las de dulce.
Así que le dije mi descubrimiento a mi hermana, buscamos una bolsa en el auto y empezamos a recolectar nuestro tesoro.
Llenamos rápido la primera funda, al rato buscamos otras dos más.
Cuando nuestro papá salió del taller que estaba visitando, corrimos hacia él a mostrarle todo las especias.
Mi papa cambio de color, inmediatamente nos hizo tirarlas y no llevó al taller, allí el agua muerde por lo fría, y nos lavo copiosamente las manos.
Luego de que se le pasó la rabia, empezó a reír, y nos explico que las pimientas que supuestamente descubrí, no eran más que popo de borrego, que bueno que nunca se nos ocurrió probarlas...
Una historia que le encanta contar cuando está de buen humor.