Cómo látigos tus ojos clavados en mí no me dejan mover, tus manos me aprietan y tu boca me obliga a besarte una vez más…
Despliegas toda tu furia contenida, abres mis piernas de una forma brutal… mis fuerzas no son suficientes lo sé. Es mejor perderme en las manchas escondidas del techo y no pensar si quiera en tu respiración que tortura mis oídos.
Te desesperas, aprietas mis muñecas como si fuera posible librarme de tu peso, me golpeas ya no siento nada… tan solo mis lágrimas saladas y frías que otra vez lo cubren todo.
Le temo tanto a las noches que los días son una condena… me desgarras por dentro cada vez más hondo sin darme tregua ni descanso…
¿A dónde fue el esposo que elegí para mí esa noche de Septiembre a quien jure respetar y cuidar por el resto de mi vida?... ¿Dónde quedó el perfecto padre de mis hijos que ahora deja llorando desconsolado a nuestro bebé en su cuna para saciar sus placeres más turbios? Y por sobre todo… ¿Dónde están las fuerzas que creí tener la primera vez que me hiciste daño para terminar con todo esto?...