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 La Puerta Cerrada (Gea desde el Caos)

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samuel17993
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MensajeTema: La Puerta Cerrada (Gea desde el Caos)   La Puerta Cerrada (Gea desde el Caos) Icon_minitimeVie Nov 18, 2011 1:44 pm

LA PUERTA CERRADA

La Puerta Cerrada (Gea desde el Caos) Puerta-entreabierta
INICIO


No sé por qué, pero recuerdo con temor esa noche de terror. Sigo pensando en cómo llegue, aún no sé si fue por magia o por algo humano, si por azar o devenir; si sólo fue una locura o una pesadilla, eso no lo sé. Pero lo recuerdo, como si hubiera pasado. Y no lo puedo recordar de verdad; si todo eso es verdad, si todo fue una mentira, una fiebre por el mal tiempo, en una noche de Diciembre en que nevaba cómo nunca nevó en muchos años.

Unos días atrás

Puedo ver la nieve que se agolpa, acariciando el cristal, yo estoy con mi mirada perdida por el cristal del autobús. Llevo ropa de abrigo y, aun así, tengo los dedos helados, casi muertos. No los siento apenas, tampoco mi nariz, que no sé cómo respira pues ni noto el aire ni mi respiración, ni mis partes de las piernas no protegidas por mi armadura. Intento calentarme. Es inútil, no sirve para nada.

El bus está prácticamente vacío y el silencio, como el frío, es el mayor compañero del vehículo como también la mayor conversación; ni una sola voz hace quebrar ese acompañante del transporte. Mientras yo sigo mirando por la ventana.


Los minutos pasan; miro el reloj, y sigue en el mismo lugar de antes el autobús. La nieve paraliza todo, tampoco quiere que nada siga su rumbo; desea parar los relojes, los coches y hasta las voces. Todo fuera del bus, está blanco y hasta cielo parece aun más blanco que nunca. Parece que estuviera ese bus por la carretera del Cielo, y que iba a aparecer un ser barbudo y gigante, llamado Dios, a parar el autobús.

Prefiero el infierno. Todavía siento, y casi prefiero la tortura satánica que la helada tortura del Cielo. Y ni quiero salir fuera. Prefiero quedarme en el bus, aunque no parara en mi destino, mi casa; que siguiera el bus por ese Cielo, y me hubiera quedado dormido, como un cadáver, para irme… ¿Al cielo? ¿No estoy en él? Entonces, iría al infierno, donde, por lo menos, hay calefacción. La Iglesia en lugares como ese no ganaba precisamente creyente, por lo menos de Dios; Satán era el verdadero Mesías de esas tierras tan frías, congeladas, fuera de su mano, de Dios.


Veo, algo lejano, una especie de Hostal. Una casa de campo, con un cartel de hospedaje. La economía del lugar, el turismo casi inexistente, de quienes viajan como yo, el único fruto que crece en ese Cielo, helado, blanco, tan blanco que hiela la sangre.

El bus para. Me acerco al conductor, el “autobusero” me mira.

- ¿Por qué paramos? — Le pregunto.

- No podemos seguir. Mira cómo de chungo está el cielo; más negro que un portugués esbozado— Me dice, como si no se hubiera mirado en un espejo; que aun más helado que un ruso que en pleno invierno se tira en ropa interior al río, tiene un color oscuro, no precisamente de hornearse al Sol.

- Pero si yo vivo poco más…

- Es imposible, joder. Si seguimos, corremos el riesgo de quedarnos; de que nos pueda pasar cualquier cosa en la carretera, que está fatal. No ha dejado de nevar en to` el día. Ni ha salido el Sol; es como si no estuviéramos en la Tierra.

- Pues… —Dudo. No sé ni qué decir; no tengo qué argumentar, no tengo la oratoria para hacerlo cambiar de idea. Nunca se me dio bien la palabra espontanea, y no puedo hacer nada. No. No. No es posible, no me queda nada y me tengo que aguantar; otros seguro que están igual, o en una situación parecida, o peor. Es así. Es mejor aceptarlo— nada… Si no queda otra… Pues habrá que dormir aquí.

- No se preocupe de pagar ni nada. Eso es cosa de la compañía. El mal tiempo siempre es imprevisible, aunque esto más que un mal tiempo, es un imprevisto impensable. De no haber ni una nube. Un calor casi primaveral. Vamos, casi mágico. ¿Quién diría esto, si parece que está hasta planeado?

- Bueno, el destino no existe, o por lo menos fijado; es voluble. ¿De qué serviría esta nevada?

- Ni idea, pero nos ha jodido bien; ¡y encima con vaselina! Yo que pensaba irme con mis hijos a la playa… El tiempo está loco. Vaya infierno era hace una semana estar con la familia en un octavo piso de cualquier piso de toda la Península…

- Dios es muy vengativo…,!Por Dios!. Hablando del rey de Roma. Hay un tiempo para todo. Hablando de otro rey de Roma.

- Jeje. Las palabras siempre tan irónicas. Siempre se divierten a nuestra costa. Salen solas, como magia.

- Sí, las palabras son nuestras reinas… Mágicas, como juegos de mangas, pero en metáforas que son símbolos de esto que tenemos a los ojos. Como he dicho, reinas. Y, nosotros, como los hombres que necesitan a las mujeres…

- Uh… Es que las mujeres tiene fama de ser juguetonas…

- Mala fama.

- ¡Y muy mala leche!

- Es que no ordeñan en buena vaca. A lo mejor, han ordeñado al toro…

- ¡Y muy caras!

- Es que toda lid cuesta mucho vencer. Por muy fácil que parezca. Cuando se ve la derrota, se lucha hasta la muerte.

- ¡Ay, mucha tontería…!

- Depende de quién sea… Algunas son mejores, otras peores.

- Vámonos a dentro, que me empiezo a estar hecho un lio… Debe ser el sueño… Deberíamos irnos a dormir.

- Venga.


Me adentro en ese hostal. Las habitaciones son las justas. Menos mal. Si no, compartir habitación… Es un lugar plenamente oscuro, sin casi luz. Encima no hay suministro por culpa de la nieve y la única iluminación es la de las velas. Sobre la calefacción, ídem; no hay más que unos radiadores de la prehistoria tecnológica. El frío es menor, pero lo sigue inundándolo todo. Nada parece pararlo.

Todo es madera, una madera insufrible, que resuena como un demonio. El ruido acongoja. También, irrita. En los oídos hace un daño profundo. Además huele a viejo, a desgana; todo está envuelto en polvo y otras muescas del paso del tiempo por aquel lugar, donde vamos a pasar la noche.

No tengo ninguna gana de quedarme, pero las circunstancias son éstas, y no queda más que abnegarse; decir que sí a la realidad, y esperar. Así son las cosas. Una putada. Pero no hay otra.


Voy a la recepción. Una pequeña oficina y una mujeruca, de esas viejas, pequeñas y castizas de las Castillas. Aunque es vieja, se le nota un atisbo de mujer hermosa, de antes. Posiblemente, de antes de la Guerra. O no. A veces, la piel engaña. No se puede fiar uno de las primeras impresiones. A veces, son traicioneras, aunque otras, nos enseñan la careta que recubre su piel.

Por ello, me pareció débil, cansada, anciana hasta en las fuerzas que no esperaban más de la vida que la tranquilidad y la paz, cosas que la vida misma le daba y le era recíproca con su carácter de la edad.

Me enseña las llaves. Parecen nuevas. Lo único nuevo de esa casa; las llaves son lo más renovado. Me dice que un día le rompieron las puertas, y tuvo que renovarlas todas, ya que, encima, la dijeron que había una plaga y había que exterminarla. Ja, la casa tiene más historia que mis huesos. Aunque no es verdad. Dice que no es tan vieja; un poco abandonada, sí, desde luego. Ella la compró porque era un afán de chiquitita.

- Era mi sueño… —Dijo suspirando la señora— Todo pasa tan rápido, aunque no parece que el tiempo pase. Eso es lo peor. ¡Vaya veneno! Primero la niñez es larga, porque los años siempre son menores a los que vienen; luego, cada año, es más corto sin saberlo, poco a poco.

- Little by Little…

- ¿Qué dices?

- Es en inglés. De una canción. Significa pequeño a pequeño, pero, también, poco a poco.

- Pues es muy inteligente. Es casi como lo que he dicho; que empieza de lo pequeño y de esto, se va haciendo un montón de arena donde nos ahogamos. En el desierto donde van a parar mis huesos… y los de todos…

- No me dé sustos, por favor.

- Claro. Es que estoy vieja y… Ya se sabe. Es un consejo: vivir. Simplemente, la vida, es vivir; aunque parezca tonto, estúpido y banal, la vida en sí, la que deseamos, es simplemente vivir; da igual cómo, pero por lo menos que queramos seguir viviendo. Yo, en cambio, espero a la muerte; no es en sí vida. Tampoco quiero morir, quiero vivir, un poco.

- Little…

- … a poco…

- By Little.

- Sí. Nada más.

- Es buena filosofía. Me suena a Estoicismo.

- La edad. Da experiencia. Que no es saber. Pero sí, experiencia. Seguramente, alguien sería más sabio que yo, siendo más joven. Pero la edad curte a la mayoría; a otros no, pero son pocos.

- Sí…

- Aquí es la habitación.

- Es muy reconfortable toda ella —Digo mientras me echo en la cama—, y muy cómoda la cama.

- Hay una ducha. Una tele, que cómo imaginaras, no funciona por la tormenta. ¡Ah! Y una radio muy vieja. Pero, como todo lo viejo, se pueden hacer cosas igual que con las nuevas. Muy modernas, pero duran pocas… Antes era para toda la vida, todo. No te podías arrepentir, pero, por lo menos, todo era más fiel… Son cosas de vieja.

- No, no. Lo viejo también tiene su belleza.

- Jaja… Ay… No. No te creas. Lo estético no. A lo mejor lo de los adentros, el conocimiento y los ideales. Nada más. Y de eso también hay en el futuro.

- Pero en el futuro, todo lo viejo, todo lo que no es futuro no cuenta… Sólo lo malo. Lo estético.

- Sí. Debe ser eso…, hijo. Yo ya soy tan vieja qué ya no lo sé.

- Cuanto más se sabe, más se sabe qué se desconoce…

- Sí, para desgracia, y para bien… Si no lo supiéramos seríamos como burros. ¡Y pobrecillos ellos, creo que hay burros más listos que los humanos!
- Como Platero.

- Ah sí… el burro de ese hombre… Sí, Juan Ramón. A mi hija se lo mandaron leer cuando era una adolescente. Ahora ella está en la ciudad…

- El tiempo es muy cruel.

- También bueno. Purga.

- Aunque demasiado…

- Eso sí, un poco bien; no demasiado, porque mira… Aquí, en los huesos, casi para morirme en un momento… Es relativo…

- Y yo, estoy relativamente muy cansado… Me voy a dormir; aunque encantado de hablar con usted.

- Vale. Tiene una forma de hablar muy cortes; no parece ser joven; parece ser más mayor…

- Jaja… Me lo dicen mucho. Es un atractivo…

- Seguro que le siguen muchas jovencitas…

- Bueno… Me voy a dormir. Con Dios, señora.

- Con Dios…

Cierro la puerta. Tengo los huesos húmedos, a punto de estar en la situación de desgajarse del cuerpo y liberarse, e irse a la cama solos, como un muerto viviente. Eso es lo que parezco. Un muerto. Que, encima, está vivo, pero no lo parece. Tengo las manos, el cuerpo y hasta la piel de un muerto; la señora, que tiene ya la arena dorada de los años ahogándola, parecería más joven que yo, y no es un decir. Doy miedo. Me miro al espejo pequeño que hay en una esquina de la habitación, y, aunque no me sorprendo por lo cansado y por las circunstancias, me asusto. No parezco yo. Desde que ha empezado este viaje, no me reconozco y no sé el porqué, simplemente que me encuentro fuera de mí, y de todo.

Miro mi habitación, con ojo de buen cubero. Está llena de madera. Es madera. Austera. Armario empotrado, cama de matrimonio con Cristo y dos cómodas que tienen cada una un urinario, hasta una palangana hay. No tiene nada floral, que es la diferencia de la casa castellana vieja-del norte con la nueva-andaluza- del sur. Tampoco hay alegría. Sí misticismo. Da miedo y a la vez admiración. Me gusta, aunque algo alegre no la habría venido mal. No me quejo. Viene a la imagen de la “señora”. Y de pronto esta palabra me viene a la cabeza la figura de la Virgen María; es como un espejismo. ¿Subiría a los cielos? ¿Pero, hay Dios, siquiera? Pobre. Me siento mal, algo mareado. La pena, como un aguijón. Y la Impotencia.

Hago un giro de cabeza rápido. Adiós pensamiento. Tengo sueño. A soñar. Todos necesitamos soñar un poco. Aunque con Vigilia. El dormir parece una metáfora del idealismo, de uno realista, claro. Me rio. Me parece estúpido, pero es así; las verdades, me suelen sonar irónicas y graciosas, extremadamente hilarantes. Ay, I`m different, diría un inglés; aunque no me hace falta el inglés para ser más sugestivo, mas un Yo soy así, me vale.

Cojo la sábana, la abro y noto el calorcito. Está encendida la calefacción en la habitación; parece un oasis, del frío, un refugio contra el demonio helado. Me parece un hogar de verdad. El típico hogar tan… Hospitalario, como estar en casa. Jaja, parece de estampa de Navidad. Ay, cosas mías.


Me meto. Me alivia esa estufita, que es la cama ahora. Está caliente, y mi cuerpo helado. Sólo le falta salir humo para denotar el contraste entre las temperaturas. Sí, definitivamente parece un hogar, es muy hogareño. Desde la anciana hasta los muebles, es un frío pugnado por el calor de las habitaciones; todo ello recuerda a las historias viejas de los mayores cuando la Guerra o el Hambre. Cierro los ojos. No aguanto pensar más, más estupideces. Duermo plácidamente.


Estoy en una especie de cueva. Alguien me mira, desde las sombras. Sus ojos se me clavan, pero no le veo. Hace calor, pero fuera está nevando. Veo copos de nieve caer fuera de la cueva, y una luz argenta se proyecta sobre mi cuerpo. Parece que fuera parte del mito de Platón.

En ese momento, noto que estoy desnudo. No lo he percibido hasta ahora; es como si tuviera CIPA. Y esos ojos siguen mirándome. Son… Morados. Mi respiración se acelera, y esos ojos se acercan. Lentamente.

Ya veo sus piernas. Son como las de un insecto, no son piernas humanas. Parecen pegajosas; están revestidas de una especie de jugo que dan la apariencia de ser bilis. Asoma su faz, un rostro polifórmico. Antenas de hormiga, boca ancha, pómulos grandes y una especie de orejas de murciélago que son pequeñas y caen por la parte alta del cráneo.

Veo su cuerpo asqueroso, y siento náuseas y miedo. Miedo como nunca lo había sentido. Tiene una sonrisa ancha que me mira con sus dientes mugrientos y, a la vez, brillantes. Su brillo es rojo, como la sangre. Su saliva es sangre.

Sus extremidades traseras son las piernas, y con ellas levanta su cuerpo como un humano. El resto de patas son como látigos viscosos. Podría cogerme, apresarme con sus manos y no poder escapar, por los siglos de los siglos. Amen, sería mi última frase. O un grito de dolor con esas tenazas que parecen débiles, pero la fuerza de sus ojos me dice que tiene la fuerza de un toro que está en un encierro.

- Hola Pedro. Bienvenido —Su voz resuena como una cuchillada; es como un eco que aterroriza, más que un simple e inofensivo saludo. No de extrañar, proviniendo de una criatura así.



Me despierto. Estoy sudando, un sudor frío que me arde la piel. Un fuego helado que me deshace el cuerpo como si mis venas fueran cera. Me tapo con la manta, pero no es suficiente. Respiro. Y vuelvo a respirar, intento tranquilizarme, pero en el corazón se discurre esa sensación de fuego helado, que me sacude como una lanza de una estalactita. Sí, de algún modo, sigo en esa cueva.

Me sereno. No, no estoy en esa cueva, con ese ser, ese monstruo medio insecto; ese ser que parece mi “devorador”, el de los egipcios, ese ser hecho de los animales más dañinos para ellos. Casualmente, ellos fueron de los primeros en constatar la importancia de los sueños. No parece una casualidad. Un devorador. Mi devorador. Según Freud, debemos de tener todos uno; y, también, todos pasamos miedo hacia nuestros devoradores, los de cada uno.


Me levanto de la cama. No noto las extremidades. Recuerdo las de ese ser, y tiemblo; en ese instante, temo que las mías se conviertan en unas como las suyas. Mis pies descalzos pasan por el suelo. Veo la puerta entornada; alguien ha entrado aquí. El viento, una brisa que resuena por toda la habitación, penetra por la puerta.
Miro afuera. No hay nadie en el pasillo del Hostal. Sólo el silencio. Pregunto si hay alguien, y sólo me contesta mi eco, con la misma pregunta. Veo que pocos metros hacia adelante hay otra puerta entornada, que es a donde se dirige el viento que llega a mi habitación.

Vuelvo a la habitación y apago la radio por donde suena un ruido extraño, como de interferencia; es muy raro que esté encendida, que recuerde no la había encendido. Me pongo las zapatillas. Mejor taparse un poco, aunque sea imposible evitar ese frío. Me dirijo otra vez al pasillo y voy hacia la habitación abierta. La única. En las otras habitaciones no se oye ni la voz ni los ronquidos de los otros pasajeros del bus; todos parecen dormidos en un sueño tan profundo que ni la respiración resuena. Todo está demasiado silencioso. Demasiado frío.

Abro la puerta entornada, resuena y me critico por ser tan torpe al no saber que la madera cruje y puedo hacer el ruido que he hecho. No hay luz. Busco el interruptor. No lo encuentro, tiento la pared. Y noto un aliento helado. Hay unos ojos morados. La nobleza viril se me pone de corbata y el corazón hecha un esprint, como diciéndole al cerebro: imítame y echa a correr ya.

Entonces encuentro el interruptor junto cuando esos ojos los veo brillar como una luciérnaga en pleno albor del estío. No hay nada al encender la luz. Imaginaciones. La pesadilla se quedó en la almohada.

¿Estaré con fiebre? Me toco la frente y siento que mis manos heladas tocan un sudor ardiendo, como la forja de Vulcano cuando estaba tremendamente enfadado por los cuernos de Venus.


Entonces aparece ante mí una habitación extraña; que no sé, a primera mano, cómo describir. Es una habitación luminosa, pero de un color azulado-plateado, como el de la luna. Un haz de plata. Lo inunda todo, como una ola invisible e imaginaria. Como un manto que abrazara el ambiente y la sala.

Está llena de espejos colocados en las paredes, excepto uno. Es un espejo raro, bifaz. Hay en el mismo espejo, dos partes iguales de cristal. En él, mi reflejo se parte y hay un efecto extraño, está doblado, cada uno oponiéndose al otro, aunque esté en el mismo marco. Como una caja llena de espejos en donde todos, cada uno con una réplica mía diferente o deformada, se disparan hacia uno de los lados del espejo centro. De esa manera, los reflejos deformados ya por su constitución, se retroalimentan para deformarse y construir más y más imágenes.

Siento una sensación de extrañeza, de no saber cómo he llegado hasta allí; recuerdo que he ido a ver la puerta entornada y que la de esta habitación también lo estaba. Pero tengo en la cabeza esa impresión, de inconsciencia, de lividez; también de miedo, como es natural.

Me acerco hasta ese espejo central. Al principio todo parece un caos de imágenes sin sentido, sin orden, como los ojos de una mosca, con miles y diminutos reflejos. Están partidos estas imágenes al igual que si fueran mil espejos. Es un caos impensable de poder ver qué es todo aquello.

De pronto, la imagen me sorprende; cambia sin más. Mi corazón pega un salto, y la sangre empieza a hervir en esa caldera de hielo y halitos fríos. Todos esos trozos, como los de cerámica partida, se van reconstruyendo de alguna manera, y se tornan y funden en una sola imagen. Allí estoy yo, otro yo igual. Y puedo ver lo que él ve. Empiezo a ver en mis ojos dos imágenes, pero que son iguales; están partidas y son iguales. Pero la imagen del espejo se diluye en otra visión. Y la visión del otro se transforma igual, como la del espejo.


Estoy en donde conocí a Margarita. Lo sé porque lo recuerdo muy bien. Siento un escalofrío. De esto emergen dos sensaciones contrarias; se me revuelve el estómago, como al comer dos cosas opuestas en composición y sabor. Noto esa particular sensación de revoloteo en el estómago, la magia de la alegría; también esa de tristeza, de la nostalgia del pasado, de un pasado que ha volado en libertad y no ha vuelto y me da pesar. Ese pasado que quieres que vuelva y que, a la vez, deseas no encontrarlo nunca más.

Margarita. Su nombre me crea una sugestión increíble. La imagino como ese día. Luego, me da sudor frío ; tiene ese poder de hacerme sentirme así, de ponerme una sonrisa y la de quitármela, patearme la sonrisa y dejarme en el fango. Y se me traban las palabras y las sensaciones, todo queda vacío. Se van despojando todo pensamiento. Sólo queda una imagen. Como de fotografía suya que, aunque no me hace más que pensar en esta foto, de alguna manera me deja mal sabor de boca.
De pronto veo cómo en el otro lado, mi yo camina; siento y pienso lo que él, mi otro yo. Somos un igual sin serlo. Puedo sentir cómo decido, en mi otro yo, pero no lo hace mi yo. Es como un recuerdo en imágenes. Como una película de mí mismo en que yo soy el actor principal y quien la observa desde mis ojos.


Última edición por samuel17993 el Vie Nov 18, 2011 5:08 pm, editado 1 vez
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sgrassimeli
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MensajeTema: Re: La Puerta Cerrada (Gea desde el Caos)   La Puerta Cerrada (Gea desde el Caos) Icon_minitimeVie Nov 18, 2011 3:36 pm

Cuesta un poco seguir lo descriptivo, pero es interesante como relato.
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MensajeTema: Re: La Puerta Cerrada (Gea desde el Caos)   La Puerta Cerrada (Gea desde el Caos) Icon_minitimeVie Nov 25, 2011 1:53 pm

Sgrass. gracias por leer. Un saludo de Samuel.
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MensajeTema: Re: La Puerta Cerrada (Gea desde el Caos)   La Puerta Cerrada (Gea desde el Caos) Icon_minitimeVie Nov 25, 2011 3:43 pm

La novela tiene su técnica.
Esta vale aunque esté sin pulir.

Van dos consejos que no son míos, que los recibí en su momento.

Este tipo de historias necesita mucha velocidad en lo superfluo y detenerse en lo significativo, pues el truco radica en que al lector le prenda la idea antes de que se aburra.
Cada capítulo debe contestar "quién, cómo, cuándo, dónde, qué, para qué, por qué". De esta forma el autor sabe que lo que está en su cabeza llega claramente al papel.
Los diálogos tienen dos funciones básicas: para identificar al personaje (no es este el caso) o para ocultar, estancar o confundir información. El narrador omnipresente lo sabe todo y no se acepta que mienta, entonces, pone en boca de los personajes un trozo de información, de modo que pueda ocultar lo que necesita y decir lo que precisa.

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MensajeTema: Re: La Puerta Cerrada (Gea desde el Caos)   La Puerta Cerrada (Gea desde el Caos) Icon_minitimeJue Dic 01, 2011 12:05 pm

Es que no es precisamente una historia de misterio, es un poco rara... Pero gracias por leer, luego cuelgo otra parte.
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samuel17993
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MensajeTema: Re: La Puerta Cerrada (Gea desde el Caos)   La Puerta Cerrada (Gea desde el Caos) Icon_minitimeVie Dic 02, 2011 3:09 pm

Canción de Primavera:

Camino por las calles, sin rumbo aparente. Mis pasos están a punto de hacerme caer de cabeza y partirme la maldita crisma. Estoy beodo total; más borracho que Dionisios en una de sus peores aventuras. Casi no puedo ver lo que hay delante, lo veo todo borroso. Como chiribitas en el aire. Las luces son más intentas, además. Todo parece más, mayor. Me parece que todo tiene mayor magnitud, más de sueño que realidad. Sí, como el típico borracho; y es que estoy borracho y lo natural es que tenga tales atributos, entonces no se llamaría borrachera, sino sueño.

No me reconozco ni yo mismo. Mis amigos corren, porque me he aventurado sin ellos unos pasos por delante, y me tienen que coger; ahora sí que casi me estampo y me quedo como un cromo en la acera. Estoy ardiendo, caliente. Tengo la fiebre del alcohol. La enfermedad que tiene ese mismo signo: el alcohol. No sé qué me pasa, pero necesitaba tomarlo. Hay algo que me ha invitado a esto.


Mis amigos me han cogido y me llevan prácticamente a rastras, cómo pueden; ellos están menos bebidos, pero lo están; se ríen de mi ebriedad. Parecemos un coro de cantantes de murmullos. Unos murmullos que parecen resonadores de una canción caótica y ensordecedora. Parecemos la cuadrilla de la muerte, y yo soy su capitán, su Millán-Astray . Soy el puzle, llevo un tiempo en que no sé cómo encajar mis piezas; las dudas me comen, y el alcohol ha aparecido como la manera de encontrar la solución, una musa malignas para, al revés de lo que creía, complicar mis problemas mucho más.

Vamos llamando la atención. Si estuviera en mis cabales, me daría vergüenza ajena. Pero en este estado no, me importa un comino. Y me uno a ellos. Más bien, lidero esa expedición. En la pugna del alcohol. No sé si sobreviviremos todos, eso ya se verá; posiblemente alguno caerá en la lid del coma etílico si seguimos así. Si no es así, ya vendrá la señora resaca con los estragos. Vestida de amante dolorosa. De una que se nos ha metido en la cama cuando no querías que estuviera, de manera que su presencia denote ese delito, el del haber hecho el amor con ella.


Cruzamos calles y calles, manzanas enteras, pasamos una callejuela y nos encontramos con un bar casi vacío. No del todo. Pero no hay precisamente un berenjenal, como el que se está acostumbrado en cualquier bar grande a esas horas. No sé cómo hemos llegado, entre los mil batacazos, que nos debiéramos haber dado al llegar, y que íbamos sin dónde poder caernos: caernos muertos, más bien, según las circunstancias.

Ni miramos el nombre del bar. Simplemente, entramos como un tercio cansado de la batalla, pero que todavía le queda la soberbia y la fuerza para continuar el embiste. Venden alcohol y nos vale. Nuestros gritos son el eco del canto de nuestra guerra. Hoy hay una de las más grandes, esto comparado a la Guerra de los Cien años, nada. Somos los ingleses e invadimos a los franceses. Sólo queda para defenderse la Doncella de Orleans.

Corre la roja sustancia del alcohol con la cola o la naranja. El camarero nos aprovisiona. Es un cruel, sinvergüenza y sin moral vendedor de armas, un traficante que se hace de oro a nuestra costa. Aunque éste es más bien un camarero harto de todo que le importa un comino quien se muera esta noche de glorias tan viejas como los tiempos en que nació el hombre. Glorias, sin contar esas veces en que la guerra parece ominosa, con su bajón correspondiente y el momento en que se llega al llanto. En ese momento, todo es ridículo. Pero el subidón es la ostia, siendo que me sienta con la posibilidad del imposible.

Sólo nos falta que yo, el Capitán Silver, me ponga a cantar: Ron, ron, la botella de ron. Entonces ellos se pondrían a coro. Y lo hago. Y sí, ellos me siguen. Somos ahora piratas en un barco Británico. En cualquier momento, nos podríamos revelar y el capitán, el musculito que nos mira con cara de simio, se pone nervioso. Empezamos a sospechar que ya, si es que antes éramos deseables, no somos bienvenido en este barco.


Me tranquilizo, aunque sigo eufórico. El resto sigue tan eufórico como antes y continúa con su griterío, que resuena en todo el local; damos la nota. Tanto que alcanzamos la nota más alta que pueda existir. Un grupo de chica menos numeroso nos está mirando. Las miro. Hay una que me llama la atención.

Está entre ellas, como refugiada, como una doncella protegida de un grupo de bárbaros hostiles. Pero aun así no parecemos unos bárbaros hostiles; les divierte nuestra conducta, como si no estuvieran acostumbradas al oleaje de tipos que son sangre JB Positivo.

Me acerco a ellas, lentamente, como si no fuera la cosa. Aunque tropiezo y entonces se ríen, se descojonan de mí y mi torpeza. Como un pato mareado, lo que parezco. Un pato que navega en el Ron, Ron de los piratas. Los Silvers no son ya lo que eran. En el S. XXI ya no hay lugar para ellos.

- Hola…

- Hola —Me contestan al unísono mientras me recupero del coscorrón y ellas se ríen a lo bajini.

- Creo que no andas con buen pie… —Dice la chica que miraba. Se ríe.
Tiene pelo castaño. Una cara ovalada y unos ojos marrones, muy vivos. Lleva una falda roja y negra con medias y una camisa con mucho escote por donde se insinúa, demasiado, un pecho muy hermoso. Pone en la boca una sonrisa picante.

- Oye, no deberías beber.

- Bueno… yo aguanto… Contró….lo. He tenido peores caídas…

- ¿Desde un acantilado?

- No soy ningún coyote…

- ¿Y a qué correcaminos perseguías, coyote?

- Uhmmm… A ti.

- Pues no te va a ser fácil atraparme.

- Bueno, yo siempre insistiendo. Mira Tróhoya (Troya),áaños (años) de asedio y al final cáyoo (cayó).

- Así que un Agamenón…

- No, noooo. Sería Ulises en todo caso. O como mucho Páharis (Paris).

- Ay, pero Paris ya tenía a Helena.

- Pues eso.

- Ja. Dos tonterías de mitología y de dibujos animados no me van a conquistar.

- Peee…ro es un buen comienzo.

- Pues vaya, sí que eres mal soldado.

- No sabes lo bieeeeeen que uuuu…so la espada.

- Bahhhh… No. Tú eres de tener que usar más el escudo —Y todas se ríen—. Aunque para humorista puede que vayas bien.

- Oye, que yo venía aquí de Galán.

- Jaja. —Se rien todas—

Seguimos la conversación. Nos reímos, mucho. Ella se pone muy hermosa cuando sonríe. Se vuelve su rostro brillantísimo. El resto de amigas nos dejan y se van con mi pequeña horda de compañeros borrachos. Su pecho cada vez sobresale más de su camisa. Sus piernas parecen muy suaves, propicias para ser acariciadas. Los labios rojos dan ganas de morderlos y saborearlos como la miel en un vaso de leche, en el cual es lo más dulce. Lo más dulce, lo más hermoso a la vista. Por ahora.

- Eres muyyyy guapa. No sabes cómo. Mira que me puesto tonto… —Digo con mi honradez alcohólica.

- Uhm… ¿Ah, pero era por el alcohol? —Me dice con una sonrisa.

- No —Digo como si estuviera sereno. Creo que me he serenado ahora—. Y muy lista. Tienes buen humor.

- Pero no me conoces enfadada.

- Ah, pues debe de ser interesante; ha de ser una experiencia cómo te pondrías. Muy gatita, por dios. —Me rio de mi idiotez. Menos mal que ella se ríe.

- Yo no araño. —Dice con cara seria, seria, pero se nota muy exageradamente que finge— Sólo un poco. —Ahora sonríe y parcer tener un calor increíble en su ser, está roja, levemente, pero en su piel se resalta mucho. Parece un ángel caído del cielo. El Dios que la haya desterrado, mala suerte, él se lo pierde; pero parece maravillosa.

- Uhmm… Interesante. —Hago una pausa reflexiva— No crees que con tanto Uhmm y ahhhh parecemos dos gilipollas…

- Unos grandes gilipollas. Como unos increíbles gilipollas. Que ya no saben ni lo que dicen. Que dicen cosas por gastar saliva.

- Pues es mejor no malgastarla…

- …que el agua es un gran problema actualmente. No seamos unos derrochadores.

- Es que somos muy malos. ¡Unos pecadores! —Grito con énfasis como un profeta que predice el apocalipsis.

- Ay, hay que decirlo a lo Chiquillo de la Calzada: Unos pecadó…res —Dice de una manera que me deja con cara de tonto, estupefacto y un miedo casi hilarante.

- Das algo de miedillo, más que risa.

- Pues no era mi intención —Dice con cara de resigna, pero con una gran sonrisa.

- Me encantas —Digo como un tonto. Me he colado. Pero enteramente. Me he colado por ella. Me gusta mucho. Ya no puedo evitar el deseo. Ella lo nota.

- Vámonos a mi casa…


Disimulando, salimos a codazos por el bar, que se ha llenado de pronto. Al salir, corremos medio borrachos por las calles. Casi se le rompen los tacones, y se cae, como yo. Pero hago de héroe y la cojo. Me encanta hacer de ese papel con ella. Al recogerla noto cómo me arde la sangre. La beso, un beso casi infinito. Pero no es suficiente. Seguimos corriendo, engullidos por el deseo. Estamos poseídos por él. Además, el beso ha aumentado esa posesión, es casi imposible de controlar. Ya no parecemos dos, sino uno. Dos cuerpos que son como mimos siguiendo los mismos movimientos, aunque bajo la batuta de la chica. Todavía ni me ha dicho su nombre.

- ¿Cómo te llamas, por cierto? —la pregunto.

- Margarita, Pedro...— Me dice como remarcando mi nombre, como si yo no me acordase de él; a lo mejor es que intenta acordarse ella del mío.

Los nombres son una condena. A veces, sólo recordamos los nombres que no nos interesa conocer, pero que deseamos poder nombrar, y otras no recordamos los nombres que podemos decir. Y entonces la hago de eco, pensativo:

- Margarita…

- Venga, es aquí. —Me dice, ajena a mi repetición nemotécnica.

Un piso algo embellecido por colores vivos se manifiesta ante nuestros ojos, como un ser sobrenatural que hemos rezado para que se manifestara. Para el deseo. Abre la puerta. Entro rozando su cuerpo después de que ella entre. Subimos en el ascensor mientras me acaricia y yo la beso el cuello. Los pisos parecen ser subidos por el ascensor de una manera lentísima. Agónica.

Logramos llegar. Vamos hasta su puerta y la abre con algo de dificultad, pero cede rápido. Deja el bolso y todo el bagaje. La guerrera se desnuda antes de llegar a la cama. Y la princesa guerrera me coge y me zarandea hasta la habitación mientras la acaricio y beso los pezones, su cintura y su cuello. Ella me va despojan de los pantalones.

Llegamos a la cama. Y ella con su cuerpo hace que nos caigamos sobre la cama. Suena un crujido, pero nos da igual. Su cuerpo y el mío se enredan y no podemos diferenciárnoslos. Estamos muy ocupados besándonos y acariciándonos. En medio de la catarsis sexual, se rompe la cama. Y simplemente nos reímos. Desgastamos nuestras últimas fuerzas. Como la alegría de los pueblos que firman la paz. Entonces, nos quedamos dormidos, profundamente dormidos. Todo parece onírico. Como el efecto del éter.

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MensajeTema: Re: La Puerta Cerrada (Gea desde el Caos)   La Puerta Cerrada (Gea desde el Caos) Icon_minitimeVie Dic 09, 2011 2:24 pm

Canción de Estio:


El coche pasa el asfalto lleno de baches. ¿Por dónde se ha metido esta mujer? Oporto no debe de estar lejos, pero el problema es que se ha metido, tozuda ella, sin hacerme caso, a una carretera comarcal. Cuando no se le quita de la cabeza una cosa así, es una cabezota. Es imposible hablarla. Encima está enfadada, porque no la doy la razón, como si fuera un objeto valiosísimo que debiera ser entregado como un regalo para ella.

A ver cuándo llegamos a Lisboa…. Ella en el volante me recuerda a una capitana que va circuncidando en su barco los mares, los mares del sur. Surca el oleaje de la mar, que brilla ante los arrecifes de coral, inmensos de color. Una gran lluvia está cayendo y podemos hundirnos en el mar por la cantidad de agua que cae del cielo. Daría miedo, pero con ella al mando nada parece imposible; e incluso dudando de que diga la verdad, parece que nos vaya a sacar del apuro. Es algo mágico, sobrenatural y, a la vez, con un poder humano increíble.

Ella maneja el timón con la fuerza de quien tiene el valor de, contra viento y marea, surcar esas bravas aguas y alcanzar puerto, isla o lo que sea. Aunque veamos con temor el que el agua, llena de coral brillante, se convierta en una hermosa tumba donde se olviden nuestros cuerpos, todo es posible. Y sigue cayendo agua. Cayendo sin clemencia, sin pausa. Y sus fuerzas no reniegan del mando, sigue aguantando. Aguantándolo todo. Entonces despierto.

Me dice:
- ¿Paramos? Está lloviendo mucho, pero podemos comer eso de ahí, lo que hemos guardado. Estamos cerca, pero es que tú no ves cómo me ruge el estómago.

- Bueno, mi capitán, no pasa nada. Paremos aquí. Echemos el ancla.

- ¿De qué hablas?

- Nada, cosas mías.

- Se te va la olla.

- Sí.

- Ya. Estás un poco pirado.

- Es lo que te gusta de mí.

- No. No. No sé ni por qué me gustas. —Dice con una leve sonrisa y una fingida expresión de desprecio, que hasta el peor de los actores sería capaz de mejorar.

- Por las cosas bonitas que digo, seguro. —Digo con alarde de héroe epopéyico.

- ¿Bonitas? ¿Te has oído lo que me dices…? Si lo más bonito que me has dicho es “Pásame eso, lo que tengo guardado en la mochila” o “¿follamos?” —Dice con una risa que hasta me pensé que era un cabrón sin sentido.

- ¿Ah, y se puede solucionar?

- Claro…

- ¿Con qué?—Digo con falsa duda.

- Con un beso.

Entonces la beso. El agua cae por el retrovisor mientras la acaricio la garganta con los labios. El agua se va extinguiendo de pronto, y va apareciendo el Sol de Verano. Es como si el Estío hubiera hecho acto de presencia de pronto. El Estío ya sí que parece tal. El calor inunda el coche.


Hemos parado al lado de un acantilado. El coche enfila hacia él, y al lado derecho la carretera se bifurca por una pendiente que lleva abajo de la cadena montañosa. No sabemos dónde estamos. Sabemos que es Portugal, aunque parece Galicia. Bueno, Galicia del sur, no es mucha diferencia. Digamos que no es tan extraño.

Miro hacia por debajo del acantilado. Las rocas se presentan peligrosas; luego, algunos metros más al norte el mar las viste mediante un choque con espuma, una espuma como con la que debió surgir Venus. Un cielo azul se presenta ante mis ojos, con los nubarrones alejándose por el noreste. Allí el calor es menor, una suave brisa acaricia la modorra y la tranquiliza como un niño. Una tranquilidad inefable embulle este lugar. Es eso lo que debía de sentir Rosalía de Castro al mirar su tierra. O debió de ser algo parecido a lo de que debieron sentir los poetas como Fray Luis de León o Juan Ramón Jiménez. Calma.

Margarita se acerca a mí, lentamente, moviendo su cuerpo en torno a mi espalda, y me toca los hombros como si los acariciara. Nos quedamos observando, como si las palabras no hicieran falta para decir lo que sentimos, pero debemos decirlas, y ella procede:

- Es muy hermoso.

Lo dice de una manera que parece un verso. Una oración a la naturaleza.

- Se respira paz —Dice—, y un no sé qué. Me gusta. Es como ese cuadro romántico en que aparece un hombre frente al mar embravecido.

- Aunque aquí está en calma.

- Pero sigue siendo muy hermoso. Todo tiene su belleza.

- ¿Todo?

- Todo lo que es vida. Libertad. Naturaleza.

- También en la naturaleza hay horror.

- Pero es como todo, su doble cara. Pero eso es inevitable.

- Toda moneda tiene su lis.

- Sí. Lo bueno es intentar sacar cara.

- Aunque siempre hay cruz.

- Sí, sí… Pero lo bueno es esto. Recordar lo bueno. Hasta lo malo a veces tiene hermosura…

- ¿Sábato?

- ¿Qué?

- Es un escritor argentino.

- Ah, ¿Y dijo eso?

- Algo parecido.

- Estaba algo loco, ¿no?

- Bueno, es una manera de decir que todo es relativo…

- …De cómo lo veas. Pero te digo que lo mejor es lo hermoso.

- Sí, sacar lo hermoso.

- Sí.

Me la quedo mirando. Ella sigue mirando. Todo lo que dice parece que sea una verdad inmutable. Aunque piense que el horror siempre está caminando, sí que es verdad que hay que sacar lo hermoso: sus palabras. Aun siendo falsas, parecerían flores; aunque vinieran de una planta o un arbusto horroroso, me lo seguirían pareciendo.

- ¿Bueno seguimos?

- Sí. Cómo quieras. Tengo ganas de llegar. Estoy cansado de estar ahí apretujado—Digo.

- Oye, pero si estoy conduciendo yo; tú puedes dormirte, cabrón…

- Pero no lo hago…

- Pero no por respeto…

- … sino por empatía.

- Claro, eso, ¿a cuántas se lo has dicho?

- A muchas… —Y en parte era verdad. Era una frase que había usado con otras.

- Ya se ve. Se ve que está ensayada —me dice con una sonrisa, como si creyera que había sido una broma—. Demasiado.

- Es que no llego a ser tan buen actor…

- Eres un vacilón.

- No, no vacilo, soy realista.

- Y un vacilón.

- Pero sólo un poco. —Digo añadiendo con una seña gestual.

- Sólo un poco, a ratos; el resto eres muy vacilón.

- Es que uno ya la doble personalidad no la puede esconder…

- Si un poco loco sí que estás, pero tanto ya no sabía… —Me dice como si lo dicho fuera una gran sorpresa de tal manera que se denota que era, como me había parecido antes, muy mala actriz.

- Por cierto, para actriz no vales; no sabes actuar.

- ¿Y para qué quiero actuar? Ya tengo suficiente con ser yo misma —Dice con mucha seguridad.


Seguimos conduciéndonos por la carretera. Atardece. El sol fenecía por el promontorio del hemisferio norte. Sus llamas parecen chocar desde allí con el mar atlántico. Desde la perspectiva parece que van a chocar, aunque el sol fuera a morir sin remedio, porque le toca rendirse ante la luna. La luna que se avecinaba desde un lateral, como observando al sol huir para prepararse a ocupar su lugar. Yo lo veo desde la ventanilla del coche como si fuera parte de ese espectáculo, pero desde otra dimensión, fuera de ella. Protegido en el manto de un simple espectador que me confiere el coche.

Margarita tiene cogido bien el timón, ya se ha puesto en la carretera correcta. Entonces, la carretera aparece ante nosotros con la noche. Ella enciende las luces y todo es ajeno a nosotros, sólo quedamos nosotros, en este coche, el único que viaja por la vía. Me cuesta no dormirme, es inevitable; doy varias veces con la cabeza en el frente del coche y me despierta el golpe. Ella se ríe. Me dice que me duerma. Pero yo no pienso rendirme. Soy cabezota y no pienso rendirme a su mandato.

El traqueteo del coche es cada vez mayor. Esta parte del asfalto es una birria, como hecha a base de arcilla y piedra. Aun siendo de esos materiales, hubiera sido mejor la carretera que cómo la habían hecho. Ni haciéndola mal y adrede sale tan defectuosa. O sí. Seguro que luego llega una empresa, la hace de nuevo, mal, para que después puedan volverla a hacer.


En ese momento mis párpados se caen lentamente, como un telón, y me encuentro soñando. Sueño que estoy en una cárcel. Parece que estoy bien cuidado; más que una cárcel es como un hotel. Soy un recluso que vive mejor que la mayoría de personas del mundo. Tengo una especie de biblioteca, donde tengo un montón de libros, una mesa con manjares y una vista a la calle hermosísima en donde se puede ver un lago rodeado de árboles con el sol saliendo como un fénix.

Estoy muy a gusto con mi vida, pero quiero salir de la cárcel; que aunque viva bien quiero salir a ver ese lago, esos árboles y todo lo que se ve de lejos. Luego aparece una persona que no veo la cara y que es el carcelero. Entonces al acercarse la veo. Es Margarita.

Me acerca las llaves y yo intento cogerlas. Pero ella las aleja y se ríe. Lo vuelve a hacer y vuelve a reír. Intento jugar a esa estúpida artimaña, pero ella hace lo mismo, y fallo y se ríe otra vez. Al final, agotado por la encerrona, no dejo el juego y no hago nada ya y, entonces, abre la puerta. Y se pone en medio de la puerta. Intento salir pero me impide salir porque me besa y, cuando lo hace, rápidamente me encierra; así juega conmigo, así lo hace mil y tres veces, y así continúo encerrado, con la puerta abierta.

Mi liberadora es también quien no me deja salir, quien me encierra ahora, y me vuelve a encerrar. Pero no quiero estar encerrado, y ella no me deja. Estoy harto y la echo a un lado. Corro y salgo a fuera. Así puedo salir al mundo, al aire libre. El lago está en frente. Y los árboles se despuntan por todos lados.

Voy por el bosque, que no parece tener fin. Camino a paso acelerado, más y más rápido. Cojo velocidad y empiezo a correr. Pasan los árboles sin más diferencia que la de mi cuerpo respecto al lugar anterior, que no sé ni dónde está. ¿Dónde estoy, dónde está la salida? ¿Cuánto queda?

En ese momento oigo un rugido. Me recuerda a algo. Es un rugido chillón pero fuerte, como el de unas tenazas y, algo tan diferente, como un mordisco. Unas tenazas, una boca. El sonido de un insecto gigante. Noto que algo se me sube por el cuerpo. Pienso que se me han puesto de corbata. Sólo falta que me mee en los pantalones.
Y una mano me coge, sé quién es y me dejo llevar mientras mi mirada perdida observa como algo se acerca, algo que se puede ya ver en forma de sombra, a sus espaldas y que ella no parece temer; tiene la fuerza que ninguna mujer puede pensar. Aguanta mi peso y puede llevarme metros y metros sin mi ayuda.

Corro con ella. Se ha puesto todo oscuro. No se ve a la luna, pero se nota que es de noche. Se vuelve a oír el sonido de antes, sigue sonando a nuestra espalda, siempre a la misma distancia. Y nosotros no dejamos de correr. Sin parar. Sin poder pensar, ni cansarnos. Ese ser nos persigue. Y el bosque es infinito, no acaba. Pero ella sabe por dónde ir, o eso creo.

Finalmente salimos. El ser no parece pasar el bosque. Allí en ese sanatorio, como una especie de monasterio, alejado del bosque a pocos metros, no se adentra, estamos a salvo. Ese ser no está aquí. Su grito caótico resuena por todo el bosque y se extiende por todo él como un eco, un señor de todo ese lugar donde es el Rey.
Inmersos en el caos. Eso es en lo que estamos. Ella me vuelve a encerrar. Y se va. La he traicionado. He salido a huir de su santuario y me unido a ese bosque donde reina ese monstruo que casi me mata; ahora estoy solo. En la celda.


Despierto sudando frío. Todavía no hemos llegado, pero queda poco.

- ¿Qué te pasa, Pedro?

- Una pesadilla.

- ¿De qué era?

- No lo sé. No lo sé.

- Y si no lo sabes, ¿cómo sabes que era una pesadilla?.

- Porque tenía miedo, un miedo horroroso.

- ¿Pero qué has soñado?

- Contigo

- Ah, así que soy una pesadilla… —Me dice con un tono y unos gestos que indican que soy un ingrato por decirlo. Si me hubiera reprimido de haberlo dicho, se hubiera enfadado de que no la digo qué había soñado.

- No. Tú no.

- Ya, claro. Eso es para arreglarlo.

- No.

- Ah, y encima no lo solucionas…

- Pero, pero…

Se ríe. Se ríe. De repente está enfadada, ahora contenta. No hay quién entienda a una mujer.

- Te pones de una manera… —La digo con rintintín.

- ¿Cómo? —Me contesta con cara de perra enseñando los dientes.

- No sé…

- ¿Cómo?

- De pronto enfadada, de pronto alegre.

- Pues soy así…

- Pero no lo entiendo…

- ¿Y algo malo en ello?

- Sí.

- ¿Cuál? —Dice aun más enfadada. Parece la carcelera de mi pesadilla.

- Qué no tiene sentido

- …

- Es muy raro…

- …

- …

- ¿Raro? —Dice con una incógnita que lleva en el fondo algo de mala leche, de muy mala ostia. Es un volcán a punto de explotar al haber entrado agua en su caldera. El humo sale por sus ojos— Pues no digo lo raro que eres tú —Me replica echando ceniza sobre sus palabras, sobre cada saliva gastada—; no digo cómo me enfada cuando te quedas mirando a otra tía, cuando me mientes, que lo haces, o al equivocarte y buscas una manera de escudarte cuando sólo tú tienes la culpa.


Y el terremoto del volcán llega. Pasa por todas las tierras, moviendo cada pequeña fracción de suelo que antes parecía el lugar más apacible del mundo; luego van llegando olas gigantes del Maremoto que inundaron como un diluvio universal todo, sin compasión.

El silencio ocupa el coche. Un silencio de muerte, de epitafio provocado por el volcán que aún siguen sus gases en el ambiente y sus cenizas en el aire como un polvo que cuesta quitar. Es el silencio de la desolación que se acopla a las telarañas del coche; luego siento que la maraña de palabras soltadas ha hecho que al igual que el polvo atraiga a las telarañas de esos animales tan peligrosos y que dan un miedo horrible habitualmente en las mujeres.

Una pequeña mezcla de odio y dolor. Se van juntando y explotando, como una mala digestión que va a hacerme devolver o qué sé yo; que el estruendo no suena, pero que puedo notar cómo mi esófago va a explotar.

No nos miramos. No nos atrevemos. No nos queremos ver. No hay piedad. No hay canción ni sonido que perturbe nuestras posturas. No decimos nada. No vamos a hacerlo. No vamos a rendirnos. No vamos a ceder. Si nos vieran desde fuera, cualquier ser humano, o extraterrestre, posiblemente se pondrían a reír ante la típica escena amorosa en que riñe una pareja; pero sólo estamos nosotros, viéndonos hacer el idiota, y no hay quien nos quite la tontería, una pugna en que no hay perdones ni paces ni rendiciones siquiera.

Ya se ven las luces de la capital de Portugal. A lo lejos hay, como un espejismo onírico, incierto, un manto amarillento ladeado y cercado al igual que satélites por figuras oscuras, que deben ser edificios de hormigón. El GPS nos indica dónde ir y ella sigue sus órdenes. En unos minutos hemos llegado al hotel, no demasiado cutre, en que nos hospedamos. Salgo del coche a la vez que ella.

- Lo siento —Musita—, creo que me he pasado.

- Olvidémoslo. Simplemente no ha pasado nada.

- Vale —Dice con cara de niña buena.

Cogemos las maletas, vamos a recepción donde tardamos varios minutos en que nos atienda alguien y nos dé las llaves para subir. Subimos en el ascensor. Allí ella me coge de la mano. Me sonríe. Esa es la paz. El fin del conflicto. Hemos llegado, nos lo confirma el ruido del montacargas. Al bajar de él hace un ruido a oxidado increíble. Me parece que podría haberse caído en cualquier momento. La miro y sus ojos muy abiertos me dicen lo mismo.

Abre la puerta de nuestra habitación. Se han abiertos las puertas del Tártaro. Dios, María y Jesús, rezamos, rezamos porque esta noche las cucarachas no se nos presenten de parranda. Otra vez la mirada de confesión mutua y muda. Nos sentamos en la cama, que rechina como si estuviera a punto de partirse como la cama donde hicimos el amor por primera vez.

- Por lo menos nos recuerda a…

- …a la noche donde la cama se nos partió haciéndolo.

- Sí… —Dice melancólica— Pero las cucarachas no van a perdonar; va a ver una guerra entre ellas y nosotros; seguro que cuando menos lo esperemos están allí. Ella están siempre para rebuscar, encontrar el hueco y presentarse ante nuestros ojos, para que chillemos y demos ganas de morirnos. —Concluye con metafísica y un gesto de asco que le quita la seriedad a la oratoria sobre cucarachología.

- Será mejor comprar antibichos y demás.

- Un arsenal. Porque con todo esto no se rinden, saldrán por todos los lados. —Dice con pesimismo.

- Bueno, podía ser peor.

- Ser nosotros cucarachas.

- Eso es muy kafkiano.

- Kafka estaría de acuerdo con nosotros.

- No lo creo… Samsa era un espejo de sí mismo, y es quien se convirtió en cucaracha.

- Pues lo siento por él, pero nada de confraternizar con el enemigo.

- Oye, ¿y si fuera yo una cucaracha?

- No lo eres porque soy tu novia, y yo no me junto con tales animales. —Dice con una manera que me hace pensar que me ha llamado animal.

- Será mejor bajar a cenar. Y ya… —No quiero decir dormir, porque para dormir así haría falta una coraza o un traje aislante a lo película de hospital— intentaremos dormir.

- Intentar. Más bien intentar.

- Podría ser peor…

- Que cayese una bomba nuclear y quedásemos solo nosotros en la tierra y encerrados en este hotel.

- Sería bueno para una historia, o un Reality Show.

- Pues oye, no lo digas muy alto, que te quitan la idea. —Entonces nos reímos.


Bajamos a cenar. Nos sentamos en unas mesas apartadas. El comedor, la comida y todo en general es igual, en todos los aspectos, a la habitación; si la comida era mala, lo es la decoración y la limpieza; lo son los baños que ha ido a probar Margarita y ha tenido que mear de cuclillas. Nos apartamos algo de comida por el ritual de cenar, pero ninguno quiere.

- Es una pesadilla —Dice con una sonrisa histriónica.

- Podía ser peor —digo. En realidad no, pero intento aliviar la tensión.

- No me mientas. Hemos superado el umbral. ¿Tú sabes cómo estaba el baño? Si parecía que habían cuidado jerbos y animales de laboratorio ahí.

- Seguro que hay un laboratorio secreto. Una bruja con hechizos y pociones, un vampiro y Frankestein que acaba de venir del hielo después de matar al doctor.

- También una máquina del tiempo, el Santo Grial y Papa Noel.

- O hay un sótano secreto lleno de zombis preparados para dominar el mundo. —Digo con un tono a lo película de conspiraciones.

- Y Alicia que se ha salido del País de las Maravillas.

- Yo de esta historia no he leído.

- Ni yo. Maldito Disney.

- A lo mejor debajo de esto está el Walt Disney congelado.

- JAJA… Y un bosque mágico donde se esconde la fantasía.

- Sí, “el otro lado” —Digo en tono Cuarto Milenio e Íker Jiménez.

- Lo que se hace cuando se viven momento de este tipo; se inventan historias.

- Se llama evasión de la realidad; también lo son el fútbol o los programas del corazón.

- Si, pues dicen que es mejor que imaginar. Joder, y las risas que te echas… —Dice Margarita imitando la voz de un futbolero típico. Yo entreabro una sonrisa algo irónica y miedosa.

Se me queda mirando y me dice:

- Vale, poner voces no es lo mío.

- Pues no… —Digo con la mayor honradez.

- Vaya, vaya, así me tratas.

- Soy realista. Terroríficamente realista. Imaginación al poder, pero con la lengua…

- Ya bien larga. Un día te vas a envenenar al morderte. —Me dice con una especie de tirantez que es un tipo de ataque por lo de antes.

- Buah… Yo como las cucarachas, aguanto. Resistiendo. El que gana es que resiste más.

- Sí, pero todo cede.

- Eso está claro. Toda torre alta es más fácil de tirar que una pequeña y con buenos contrafuertes y con mucha anchura.

- Pues yo, a parte de las torres gemelas, no he visto caer ningún rascacielos.

- Pero ese es un ejemplo. Si hubiera sido más ancho, hubiera sido más difícil.

- ¿Cómo hemos empezado esta conversación?

- Sobre la higiene del hotel… —Digo yo introspectivamente.

- Y hemos acabado hablando de torres…

- Sí.

- Lo que hace el aburrimiento… —Me dice con un gesto de asentimiento que me perturba.

- Oye, aburrida estarás tú.

- Pues sí. Fuiste tú quien dijo: “vámonos a Portugal, que quiero conocerlo”.

- Pero tú lo aceptaste… No vengamos con discusiones. —Zanjó yo.

Nos subimos pronto a dormir. Dormir, es un decir, y no porque la carne conduce a la acción amorosa; es más, la cama permitiría que contrajéramos una enfermedad sexual, o no, simplemente higiénica. Finalmente decidimos dormir en el suelo. Sí, en el frío suelo, y para calentarnos, esta vez sí, nos conduce al sexo. Una cosa extraña y experimental que añadir a la lista de cosas absurda, en la que hasta ese día pocas había, como la de rompérsenos la cama la primera vez que hicimos el amor. Cosas del directo.


Finalmente hemos decidido abandonar el hotel. Vamos a otros hoteles de Lisboa. Nos sale a un pico el irnos a otros, también cerca de las afueras, pero son mejor. Decente y con bastantes turistas. Lo de los turistas es claro: el típico japonés con una cámara nos ha salido en la recepción con sus tres o cuatro cámaras, como Watson con los relojes, que según por la cantidad de cámaras que tiene debe ser, en realidad, un pulpo. De pronto imagino un pulpo sacando fotos. Me parece surrealista, o fantasioso, simplemente las dos cosas.

Entre el grupo hay una morena con los pechos grandes y redondeados, que se insinúan, y lo que es directamente mostraste enteros, por el vestido de verano que lleva. Me mira, no para de mirarme con unos ojos verdes que dan ganas de echarse a arrodillarse como lo haría Odiseo con Atenea.

La mujer empieza a hablar con un empleado del hotel. Margarita y yo la observamos mientras esperamos para dejar nuestras llaves, por si acaso y no pase ningún contratiempo con ellas. Habla francés, de esos que ni en las películas, en ese francés que la lengua de quien lo pronuncia parece llevar una magia inefable del deseo. Margarita me mira de soslayo, como mira la celosa, y vuelve sus ojos hacia ella y parece que la maldice y cuelga imaginariamente.


No sé cómo conseguimos que nos metan en un tour, y en el que está ella. La Francesa. Latina pura y dura. Seguimos en el bus, pero al llegar al puente nos paramos, hay un pinchazo. Al bajar, la veo y no puedo quitarla el ojo; Margarita no está atenta a verme, aunque la molesta verme tan poco entusiasmado con la excursión, que me recuerda a las de cuando era un crio enano. La francesa es muy bella. Tiene una piel de ébano azabache que brilla casi como el sol, no parece hasta francesa, porque es más como si fuera mora, en algún sentido, más ibérica que franca. Su pelo oscuro es muy largo, que está libre de coletas ni ninguna decoración de relativa a ceñir cabelleras, y le llega casi hasta la mitad de la espalda. Sus piernas largas, curvas que son curvas de verdad, impresionablemente marcadas, y un trasero más hermoso que rostros denominados “bellos”.

Frente al aire del mar, una voz (que en mi otro yo, la de la habitación de los espejos, me suena familiar) en mi cabeza resuena como un pensamiento, pero que suena más a orden: “Hazlo. Mírala. Esos pechos tan redondo, tan…” No me hace falta que esa voz me lo diga, ya estoy imaginando como son en mi cabeza; como sería ella desnuda, totalmente desnuda. Vuelve la voz: “Corre. Joder, eres tonto si no te lanzas. ¿A qué tienes miedo? ¿No serás un cobarde… Pedro?”. No soy un cobarde. Está claro, tiene que venir a mis brazos…

La escapada le es a Margarita muy interesante; a mí también, pero por el turismo, en concreto del galo. No la presto atención. En cambio la mujer francesa se ha dado cuenta de mis ojos que la miran sin quitarla ojo. Se insinúa, aunque sin que lo sepan los demás, sólo nosotros cómplices del juego; mientras Margarita se enfada, no por ese juego oculto, sino que desde hace tiempo que no la escucho ni ya somos los dos tontos de los primeros días que jugamos a los enamorados tortolitos.


Nos sentamos a cenar. Yo sigo mirando a la Francesa, y ella a mí. El juego sigue, pero nos interrumpe algo. Un nuevo elemento en la escena: mi novia que trae a un italiano.

- Francisco della Mirallandola —Dice el italiano con ese tono musical alegre del italiano, de un puro latino de Roma—, encantado…

- Pedro, Pedro Toll Fernández —Digo seco.

- ¿Toll?

- Es “catalá”. Soy de Aragón, pero es muy común. Ya sabe, historia: Aragón- Cataluña.

- Sí, sí, lo sé. —Entonces me echa una chapa de la unión del Reino de Aragón y el mundo actual que ni un español de hoy hubiera soportado, pero es un pesado e idiota italiano con un gusto insoportable por lo hispano, sobre todo, por Gaudí y Cataluña.

Yo no le aguanta, pero mi novia le tenía mucha simpatía; se habían conocido en la excursión y ahora eran grandes amigos. Yo me hacía el simpático con él, mientras que yo jugaba con la Francesa desde allí. Era un juego a tres bandas: hablar con el italiano, engañar a mi novia y coquetear con la Gala.

La Francesa, o la Gala, da igual el adjetivo nacional que le doy, se levanta, esperando que yo lo haga; pero yo no lo hago, y juguetea y espera a que lo haga. Sonrío a los dos, que charlan sobre algo del tito Mussoloni del s.XXI, el Berlusconi, y no es un tema que me ha apasione. Entonces, con una excusa estúpida de que estoy indispuesto, que me duele el estómago y me encuentro mal, me despido de ellos; que, al poco de levantarme, la Francesa me mira con esos ojos que dicen: “Vamos”. Entonces la voz de antes asoma y revienta mis oídos: “Ya es hora, ya es hora; ya es la hora, ha llegado la hora”, en un tono militar-festivo que hace hervir mi sangre que favorece su ardor por el consumo de más de una copa.

Se queda fija en una postura sensual; sobre la pared del otro lado del comedor sus ojos me atacan, como una flecha, y yo, disimuladamente, mientras recorro el camino hacia la salida de la sala, ella se irgue y me sigue; y al llegar casi a la puerta, me coge de la mano, levemente, como sellando un pacto. Siento sus manos suaves en mi piel, un aroma que es dulzón e hipnótico (y no es nada poético, lo es de verdad), y las miradas se clavan la una en la del otro, fijándonos en el iris de cada uno; que todo se para, los relojes dejan de anotar segundos, la gente está quieta y sólo quedamos los dos fuera de escena, en otro lugar.

De pronto me quita la mirada y me arrastra por el corredor del hotel hacia el ascensor del hotel; al poco reacciono y ayudo a llegar a él. Subimos y una ojeada el uno al otro nos deja claro todo. Es como si fuera que estuviéramos en otro mundo (no recuerdo que fuera así todo esto, y pienso que la escena no fue tan rápida, ni se paró el tiempo, y hasta conversamos, pero no estoy seguro).

- Me llamo Dione —Dijo con acento francés, tan musical y deliciosamente apetitoso como esperaba.

- Yo me llamo Pedro.

Hablamos, pero poco; nos besamos inmediatamente. — Me parece que mis recuerdos me engañan; creo recordar que hablamos más días; que las impresiones que se describen en mi otro yo tardaron más en presentarse, en que las notará. Empiezo a notar que todo es muy extraño, demasiado— Entramos en su habitación. Su boca roza mi cuello, mientras ella coge de sus bolsos las llaves. Mete la llave en la cerradura de la puerta a la vez que la cojo de la cintura; al poco cede y se abre. Al entrar siento la felicidad al mayor nivel que pudo haber tenido un amante ante tal espécimen atrapado.


Al otro lado se desconecta mi otro ojo, y ahora sólo puedo ver a mi otro yo desde el espejo donde puedo ver a mi alter ego con la Francesa. Desde las sombras de la habitación salé el “ser” de antes; ellos no lo ven, ni temen como yo; retrocedo unos pasos, como si el monstruo pudiera traspasar el espejo. Y se acerca lentamente con lo que parece una sonrisa enorme, con toda la saliva expuesta por sus labios y la satisfacción mayor que pueda haber en un ser tan horrible. La de ver cumplido su deseo. Mientras se acerca, y yo, en shock, posó poco a poco mis pies en un retroceso hacia atrás.

El “ser” sale del espejo y se introduce en mi mundo; entonces sí que temo, sí que quiero huir de verdad y no puedo hacer más que retroceder hacia un lugar sin salida, a mis espaldas, donde otro espejo me espera. Aun sabiendo que es inútil mi huida, continuo, pero el espejo está ya rozando mi piel, aunque no me doy cuenta y voy introduciéndome dentro. No me doy cuenta, pero estoy en otro lugar. Al poco de ver una habitación que me parece haber visto antes, como un deja vu, encuentro que el “ser” también se adentra en el espejo. Lo tengo al lado. Toca mi cuerpo, y lo atrapa con todas mis manos. Chillo, pero es inútil.

Consigo soltarme, y una sustancia negra se derrama por la habitación; sigue sonriendo, y ahora su cuerpo me recuerda más a un escarabajo pelotero. Intento mirar por donde huir, pero él tapa la única salida. Él se impone como el guardián de un horror sin esperanza, es un carcelero, y miro a todas partes y no encuentro salida. Casi en la esquina este de la habitación, me intento inútilmente defender. Él va con su paso lento, religioso y rítmico, silencioso y perturbador, y yo le miro y él ríe, sigue riendo y yo estoy mucho más asustado que antes, sabiendo que estoy atrapado.

Me agarra con sus garras, chillo por si alguien me escucha, pero no parece haber nadie a kilómetros de allí, y estoy sólo, sin posibilidades; y quiero llorar, pero no puedo, y tengo ganas, unas ganas terribles, como las que siento ante ese ser, que ya no tengo tanto miedo porque estoy agotado y deseoso de que me mate, pero nada de eso ocurre, ni puedo llorar ni él me va a matar. Me coge con sus garras por mis costillas, su sustancia negra se pega a mí, a la pared, y su ser se convierte en una especie de caparazón, o de cárcel orgánica, en donde no puedo salir.

Pego fuerte en el esqueleto negro en que me ha encerrado. Doy con mis puños hasta que mis nudillos sangran; hasta que mis huesos empiezan a sonar como si se hubieran de romper, hasta que me canso y cedo, porque no hay escapatoria. Respiro lentamente. Suspiro una bocanada de aire y mi corazón late como el martillo que golpea la fragua; que me golpea el pecho, clavado por entre las costillas por esa cosa, y que creo me va a romper en dos, al igual que un tronco de madera.

Pienso en lo que me ha sucedido hasta ahora. En mi doble visión con mis dos yoes; de lo de cómo conocí a Margarita, el viaje a Portugal y la Francesa. Hay algo en todo ello que me suena mal; que me rechina en mis recuerdos. Repasemos…


Margarita y yo es verdad cómo nos conocimos, aunque yo iba tan mal porque papá había muerto; que mis amigos me habían dejado tirado, medio borracho y que había entrado en el primer que vi. Patético. Puede que no tenga buena memoria, pero estoy seguro de eso, de que lo que digo es verdad, o eso es lo que pienso; que todo lo que he visto ha sido algo extraño, pero que parecía real, que yo me lo había creído.

Sí que hicimos el amor en su casa, pero fue al día siguiente cuando ella tuvo el valor de llamarme, y yo fui como un corderillo; y me conto todo eso que no puedo ni pronunciar, y todas esas cosas se quedan en la piel, y sólo se las dices a alguien desconocido, porque no puedes más, y me sentí como ella, derrotada, pero con ganas de luchar como nunca antes lo había hecho. Porque ella era una boxeadora, siempre en la lid, combatiendo; nunca se rendía, tiraba la toalla, y recibiendo mil golpes, en su cara, en el estómago, en su corazón, siempre miraba a la cara de su enemigo: la soledad.

Sí, la quise porque era humana. Porque aunque oí de su boca que “Yo nunca he tenido amor; yo he tenido quien me escupa a la cara, quien me llame puta y que mi novio me deje y me diga que me enrolle con su amigo, que él quería a otra, que estaba más buena. Eso es querer para mí: que sea una idiota, y me dejen echa una mierda…” Me sentí una puta mierda. Como una grandísima mierda, y todos mis problemas se esfumaron. Recordé una frase de Baroja que decía algo así: de que todas tus penas se reducen cuando ves a alguien peor que tú. Y sí, me sentí así, y también sentí un asco terrible, de vomitar.


¿Qué iba después? Meses de relación en que le costó decir un te quiero, en sonreír de verdad; porque ella sonreía como una cortesana de las que sonríen hasta cuando las maltratan. También que nunca me reí tanto con su amiga “la Descalza”, que echaba unos escupitajos del tamaño de un huevo; de cómo nunca volví a ver a mis amigos, y estos se fueron apuñalando unos a otros, de que yo me fui, y menos mal. Se podría decir que algo lleno de emociones. Era primavera, y dice que altera. Yo me alteré y me transformé, es verdad, pero como lo hacen las orugas, aunque algunas, como yo, al final salen de su capullo. Pero en Portugal la cagué y bien cagada.
Sí que paramos, y nos enfadamos, pero no estuvimos en dos hoteles diferentes; estuvimos en el mismo, uno de pocas estrellas donde conocimos al italiano. Le conocimos en los primeros días, y le ayudé a subir las maletas; que puñetera gracia tenía, no sabía cómo subir maletas, porque las subía de unas maneras que no nos lo podíamos creer.

De excursiones pocas… Todo el día con el italiano pa`llá pa`cá… Lloviendo y por esos andares conocimos a la “francesa”; que a ella, Margarita, le cayó bien, pero que se puso celosa enseguida. Recuerdo cómo el italiano nos acompañaba y nos reíamos juntos; de que ella se puso atrás de por dónde caminábamos, y casi no habló. El italiano intentaba meterla en el grupo, pero creo que estaba intimidada por la chica, tan guapa, tan redicha y, ¿por qué no decirlo? Que sabía cosas que ni ninguno había oído de Lisboa, Portugal o todo el mundo. Una mujer muy letrada, y que, siendo Margarita una cabecita de saber, le quitaba terreno; eso es lo que me pareció.
El italiano nos acompañaba a todos los lados, y me empezó a molestar mucho; y a Margarita la Francesa, que se llamaba Estelle. Claro, cada uno protegía al otro. No era de extrañar que me enfadara, aunque fuera de manera totalmente estúpida; y que nos pillara liándonos en nuestra propia habitación; que llorará de una manera que aún resuena en mis oídos; que me odiará, que me gritará, que yo me callará como un cobarde.

Nunca nos volvimos a ver… hasta…



Hay una televisión delante de mí. De pronto se ha encendido. Y sé que voy a ver algo que no me gustará. Ese ser, es lo que quiere. No quiero ver, bajo la mirada; me siento una mierda. Unas manos se apoderan de mis cabeza y abren mis párpados, dejan, obligan, enseñan las imágenes; que se acumulan escenas, con su llanto, con su gritos; lo oigo en mi cabeza. Suena como parte de mi conciencia. La veo, hermosa, vestida con sus mejores galas para reconquistarme, y se encuentra con que la digo “te quiero” a la otra, la palabra que tanto la había costado decirme y que yo soltaba como si fuera tan sencillo.

Quiero no ver, pero las imágenes estallan, como big bans que brotan una pesadilla en mi cabeza. La veo en casa, sola; desnuda en el baño, mirándose en el espejo y con el móvil que no suena porque soy tan cobarde como para no hacerlo. Viendo la televisión con unos tipos gritándose y odiándose como quisiera odiarme a mí. Las noches sin dormir, con su corazón latiendo, esperando que venga yo a llamarla; pero no vengo, porque yo no soy ningún príncipe azul, ni lo seré…

Ahora sí que quiero llorar, pero no caen los cristales de mi vida, del espejo de mis sentimientos. Ahora quiero llorar y que mis lágrimas se conviertan en un diluvio universal, pero sólo es un sueño; y no cae nada. Se van agolpando los cristales en mi ojo, y no puedo ver, me quedo ciego y dolorido en lo que era, y no puedo borrar.
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samuel17993
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MensajeTema: Re: La Puerta Cerrada (Gea desde el Caos)   La Puerta Cerrada (Gea desde el Caos) Icon_minitimeDom Dic 18, 2011 8:00 pm

Canción de Otoño:


Juventud, divino tesoro,
¡Ya te vas para no volver!
Cuando quiero llorar, no lloro…
Y a veces lloro sin querer.
Rubén Darío, Canción de Otoño en Primavera

A veces uno piensa que es sólo uno, un Pedro, una Margarita, un x; y con el tiempo se da cuenta de que hay muchos yoes, caminando como fantasmas, como sombras; que van embozados y cubiertos con un sombrero de ala ancha para no verse el rostro, y apuñalarlo. No son ellos, porque no recuerdo apuñalar a alguien; que yo sepa no he matado nunca. Pero esos espectros aparecen en forma muy variadas a matarte, a pagar su deuda y así poder irse en paz. Algo así se podría decir que pasa. Eso es lo que me pasaba.


Sigo allí, entre esa coraza en donde me he quedado inmóvil. Llevo unas horas así. Con los oídos chirriando, como el sonido de cuando paran los trenes, y te hacen un daño terrible, porque sabes que no puedes pararlos y es inevitable que te duelan.

Estoy agotado. Mi aliento sale por mi boca como el del boxeador caído en el ring, casi muerto, en la línea de la vida y la muerte, la conciencia y la inconciencia. El televisor de la sala se enciende; primero asoman los atisbos de las rayas que indican que está fuera de emisión, y en un fogonazo, como el de la pirotecnia o el fuego de las musas que quería que inspiraran en sus obras, desvanecido en una niebla de la propia televisión, aparece otra vez mi alter ego, ese títere.

Lo veo y esa extraña conexión óptica vuelve, y veo a dos yoes, y soy un bicéfalo vital, como uno de esos hombres que tienen dos familias que no se conocen entre ellas y que si lo hicieran se provocaría el caos y la destrucción de su propia vida.


Estoy sentado en las sillas de un bar. El bar se encuentra en un lugar de Roma. Hablo poco italiano, y estoy en un bar de un hispanoamericano, a estilo de un relato de Gabriel García Márquez. Han pasado un año y unos meses desde que los dejáramos Margarita y yo; y hago como si no hubiera borrado la parte en que estuvimos juntos. Me suena el móvil, un mensaje nuevo. Otra de esas pesadas, otra amante de un día; o que engatusado varios días, semanas o según me apeteciera y luego la he dejado tirada, literalmente, en algún rincón. “Me la sopla”, pienso mientras saco un cigarro y lo enciendo, y al camarero le da igual pues sigue fregando, lo único que puede llegar a hacer. No tiene mucha clientela el hombre, de tanto trabajar que tiene blancas como de vampiro las manos.

Parece un hombre frío, sin miramientos; que su rostro es siempre serio; que se viste de traje como en los bares de “los señoritos” de antes. Y sobre todo no habla si no le hablan antes, estudia al cliente, es decir, a mí, por el entre cejo y sus opiniones se las guarda si no se la piden. Entonces puede ser el mayor Guerrero de Marte y Sabio de Minerva que te puedas encontrar entre los hombre de la picardía de la pobreza, que no la da la letra si no la guerra, y que puede ser también defecto, pero nadie es perfecto.

En el momento le miro a los ojos y le digo:

- Todas las mujeres son iguales…
- Sí, las féminas nunca dejarán de ser Evas.
- Sí, así, tontas y siempre atadas a las costillas.
- Cuidado señor con eso; no vaya a ser que la costilla se la arranquen…
- Sí, sí, ¡qué fieras, pero qué patéticas!
- Todos los somos, señor. Hasta seguro que usted ha llorado. Eso es parte de la patética humanidad. Si no…
- Yo nunca lloro.
- Sí, señor. Bueno, yo hasta cuando me quemo lloro.
- Yo me quemo mucho, pero hay que resistir…
- Hay de cuidar la fortaleza.
- Sí, sí. Hay quien quiere destrozarte, más peores, hienas, son las mujeres. Por eso, el hombre, es decir, yo, las jodo antes… —Entonces echo una sonrisa, y el se ríe no sin esa sonrisa que quiere decir: “Ahora te tengo, listo”.
- Pues joder es una palabra muy malita… Allá por mi tierra el coger lo que siembra se tiene de norma.
- Yo soy el buen labrador, el mejor de los que deja la semilla de sus corazones. Luego saco frutos, y cuando putrefactos se quedan al final de verano o principios de otoño, me voy por donde vine. —Doy otra calada, los ojos rojos lo observan con inquietud y a la vez una tranquilad que parece que lo haya calculado.
- Aun así los mejores frutos son los que da el mismo árbol que ha dado muchos frutos antes…
- Claro, maduras las plantas.
- Pero también tienen más problemas para agricultor, ya que tienen otras necesidades…
- Ay, ¿pero no hablábamos de mujeres, por dios?
- Sí, señor.

(Mi alter ego lo observa vanidoso. No me creo ser yo el que habla. ¿He fumado yo alguna vez? ¿O he sido un gran hombre de labia? Se despide del camarero, no sin darle con algunas cuestiones inquietantes sobre las mujeres: “¿Qué haría usted sin ellas? Por dios, que sólo le quedarían los hombres para el amor. Y no creo que eso es lo que quiere” y contesta con: “Pues trabajar, y no estar con tanta tontería en la cabeza, mucha chuminada oliendo desde sus piernas”, de una manera que me da miedo, de asesino, carnicero y fascista, más otro apelativo ominoso.

El bar está en las calles de cerca del Vaticano. A lo lejos puedo ver la Basílica y la plaza de Bernini. Toda Roma parece que desea ser la Roma Imperial, pero que ya no puede alcanzar, pues es otra; el lujo de sus edificios no es su valor económico sino estético que hasta el menor de los prostíbulos de esa zona tiene su piso decorado a lo “neolatino”. Sólo la Roma de Mussolini, que a la urbe escupe desde su tumba con su horror de edificios facciosos y sus ritos del brazo “romano”, se escapa de esa urbanidad preciosista, seria y sensible, hermosa y horrorosa por el temor que producen alguna de sus grandes contracciones.)


Voy a ir a otro bar. Me han dicho que a la esquina sirven los mejores cafés y las italianas de Berlusconi se engalanan como heratos de nuestro tiempo, aun defenestrado su Augusto. Entro allí con una gran cristalera que muestra un interior acogedor, lleno de color y añoranza romana, de pizza, pasta e italiano lombardo.

Allí la veo. Con el italiano riéndose, mirándose, lo que creo que es una muesca, botón de lo que no hacen en públicos: besarse, acariciarse, amarse… La furia, el odio, y la terribilitá se anegan en mí como el cauce de un río se inunda de agua contaminada. Voy directo a ellos. No me ven hasta que mi voz los aturde y me miran.

(La coraza de “ese ser” ahora se convierte en una especie de transformer o de ser flexible-insecto que me mira con su cara, que se ha multiplicado como los ojos de una mosca. Se ríe y resuena su eco en mi cabeza, me revienta los tímpanos, se divierte haciéndome sufrir; y a la vez parece desear enseñar con toda esa instrumentalogía cinematográfica. Es como si quisiera obligarme a ser ese ser que no soy, que no soy; que no era ni seré. Él sabe lo que pienso. Unos brazos que salen del interior de esa extraña ameba que se ha pegado a mi cuerpo, y se deslizan y me cogen, se posan entre mis párpados y me abren los ojos, que intentan cerrarse; quiere que vea.

Él está hablando de ella, y ésta no lo contesta mientras el italiano se pone nervioso. Recoge su ira, acumula todo el caudal volcánico que ha acumulado, sedimenta en su corazón sus sentimientos y habla. Entonces todas las cuitas se desparraman de palabras llenas de coraje, de lamento y alegría por abandonar nuestra vida juntos, y de cuchillo que me raja; mientras ese ser pegado a mí me clava sus brazos que parecen agujan medicinales por entre mis costillas, esas que antes a mi otro yo le han dicho me podían arrancar, y me hacen gritar y sufrir. No aguanto el dolor, pero continúa. Continúa su insulto no mal sonante que a mi alter ego le llenan la sangre de mi dolor su ira, esa con que mira a Margarita y quisiera quemarla y no desojarla como antes.

El ser insecto sigue torturando, clavando su medicina y riendo más y más; yo me ahogo y quiero redención. Mi alter ego sale del bar, y se encamina al bar de antes. Paran las cuchilladas, y mi cuerpo cae, inconsciente, aunque mi alter ego sigue, y puedo aún, no sé cómo, notándolo y percibiéndolo.)


He entrado en el bar de antes, el camarero ha visto mi rostro y me ha servido una copa, que ahora me bebo; y las copas que me va dando, se zambullen en mi rostro, quiero boxear, destrozar la cara de alguien. Nado entre el ácido de un odio que se acumula, se desintegran mis alegrías en una especie de edulcorante del odio mismo; el edulcorador sólo hace que se profundice el daño del ácido, que se me mete en el cuerpo, (el de los dos, en mi inconsciencia que ve toda la escena como un sueño) y me inflama la sangre.

- No. —Me dice al pedirle otra copa— Los males del corazón no se deben estimular, eso es no más que engañarse.
- Yo no me engaño.
- Engañarse es sólo tecnicismo. El engaño es cuando no haces lo que de verdad piensas y deseas.
- Matar a…
- No. No, no, no… —Me contesta como un niño.
- A mí mismo.
- Bueno, eso puede, pero no. Hay no es la clave.
- Quisiera no ser yo.
- Eso no se puede. Así que respuesta negativa.
- Cambiar el pasado.
- Pero tampoco se puede. No hay máquinas del tiempo. Respuesta Incorrecta.
- ¿Y qué es?
- Lo sabes, pero como todo, yo no lo sé, o no del todo, sólo lo intuyo; tú eres quien lo sabe, en alguno de esos mares turbulento que ahora sientes, por ahí, está el naufragio.
- ¿Mi…?
- El dolor.
- Ya… Traicionarme a mí mismo… O lo que es lo mismo, traicionar a…
- Sí. Uno se da cuenta de que las traiciones no son individuales siempre, también son colectivas. Yo no soy un truhan del amor, al revés, pero allá en mi país los locos asesinos de cualquier grupo terrorista es un buen ejemplo. Las FARS y demás no son más que una traición; hablan de Libertad y matan. Los musulmanes igual; les proponen el cielo, pero pecan matando en un atentado. Y no hablemos de ejemplo antiguos. Hasta Bolivar… No digo más, porque es la figura del independentista salvador, y esas cosas, como cuando hablan de Jesús era mentira, hacen daño. Las verdades que son mentira no dueles; es al revés, cuando las mentiras se convierten en verdad cuando duelen. Y las verdades que crees por no sé quién, también duelen por tener que pensar que son mentira, porque la imagen de ti de los demás suele hacer más daño. Por eso lo importante es saber qué somos, y ha a donde quieres ir.
- No lo sé —Pronunció con la cabeza echada al mostrador, y con los ojos chispeantes, muestra de tener ganar de llorar.
- Por tanto, hasta esto podría ser una imagen de la gente, o de mí mismo —me señalo la cabeza—, y ser mentira.
- La mentira, como digo, es de quien tiene el poder de decir qué es verdad…
- No pareces un camarero… —Le cuestiono con sinceridad borracha.
- Bueno, es que me doy a filosofar detrás de la barra. Como Fito Cabrales en más de una de sus canciones en que se refleja de camarero.
- Fitoterapia.
- Natural 100%. Y te digo dudar, y pensar en cosas que digan, aun falsas, es bueno para saber que es verdad y mentira para ti mismo. Pensar no es decir cosas ya sabidas, eso es nemotecnia, el pensar es dudar, dialéctica.
- Ay, vaya dolor de cabeza, y me tengo que ir a coger un avión ahora para España… ¡Vaya vacaciones!
- Viajar no es pasárselo bien, es…
- Deja por favor las cosas filosóficas, eso para los locos filósofos; yo soy un simple mortal con mis tonterías y demás. Así estoy a gusto…
- Sí, que esto parece más bien un relato de Platón…
- Sí, y sería más bien kafkiano.
- O Freudiano.
- O vete a saber tú… —Le contestó sujetándome la cabeza.
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