Un Buen Tipo, Pero Raro

Siempre me interesó observar como ibamos cambiando los temas de conversación con los muchachos del café a medida que pasaban los años. A los veinte eran casi exclusivamente minas, fútbol, autos y algún que otro proyecto. A los treinta fútbol, autos, minas, muchos proyectos, familia y trabajo. A los cuarenta fútbol, algo de autos, algo de minas, problemas de familia, líos en el trabajo, la sempiterna mala situación del país y una buena dosis de recuerdos. Pero después de los cincuenta, si bien seguíamos hablando de todo un poco, hicieron su aparición otros temas que antes jamás habíamos tocado. Empezamos a hablar de enfermedades y muertes prematuras. Pero sobre todo la rememoración de recuerdos, muchos recuerdos.

El comienzo de nuestras reuniones alrededor de la mesa, siempre eran con algún tema de actualidad general o particular de alguno de nosotros, pero al promediar la tarde, casi siempre a tono con la caída del sol, empezábamos a tirar recuerdos que nos hacían lagrimear o matarnos de la risa, según el caso, al verlos magnificados por el paso del tiempo.

En esa tarde particular, despotricamos un buen rato por las horas extras que Julito tenía que trabajar sin cobrarlas, por estar fuera de convenio; los líos de Rodolfo con sus pibes, que eran unos vagos de casi treinta años y parecían no querer irse nunca de la casa paterna y las exigencias del doctor de Osvaldo, que pretendía que dejara de fumar y adelgazace veinte kilos así como así. Cuando alguien repentinamente sacó de la galera el nombre del Moncholo Bisleri.

Todos nos acordábamos perfetamente del Moncholo y su fugaz aparición, años atrás, en nuestras vidas. Era un recuerdo un poco doloroso pero con aristas bastante divertidas. Por ejemplo Atilio, nos recordó el primer día que lo vimos, en una kermesse del barrio. Parecía tan perdido en un rinconcito, mirando para todos lados con los ojos bien abiertos, asombrado, que nos acercamos a él amistosamente para hacerle un poco de compañía. Cuando le preguntamos por su nombre pareció aún más atribulado, girando los ojos rápidamente para todos lados hasta posarlos con cierto alivio justo por encima del hombro de Tito, y nos dijo con voz temblorosa y finita:

- Bi... Bisleri...
- Ah – le respondí con una sorisa – ¿Pero y tu nombre?
- Fer..., Ferr...
-¿Fernando? – Lo ayudé pensando que el pobre era tartamudo.
- Sí... Sí... Eso es, Fernando.

Y mientras se hacían las presentaciones de rigor, con algunos comentarios para terminar de romper el hielo sobre los kioskos iluminados, la cantidad de gente y los puestos de entretenimiento, miré de soslayo con curiosidad por encima de Tito, hacia donde nuestro nuevo amigo había dirigido su mirada. No había nada allí que llamara la atención. Sólo un gran cartel con propaganda de Ferroquina Bisleri. Curioso, muy curioso pensé en el momento, pero en seguida me metí en la conversación con los otros muchachos, que ahora era más suelta.

Con Fernando hicimos buenas migas desde el principio, porque era un tipo tranquilo, sin pretenciones ni maldad, que lo observaba todo con la avidez de un chico. Ya ni me acuerdo quien de nosotros lo rebautizó Moncholo, por su aspecto. Claro, tenía la frente angosta y tirada hacia atras, los ojos redondos siempre bien abiertos que daban la impresión de no tener párpados porque nunca pestañeaba. Su boca era chiquita, redonda y protuberante, adornada por arriba con un puñadito de pelos rubios largos que hacían las veces de ralo bigote. Pero por debajo de ambas orejas, en el cuello, tenía unas marcas raras, como amplias cicatrices paralelas, que le daban un aspecto indiscutiblemente ictícola. La cara de un moncholo.

Puede ser que haya omitido mencionar que nuestro pueblo se halla a orillas del río Paraná y en lo que a peces se refiere, somos buenos conocedores.
De entrada notamos que Fernando era bastante reacio a contestar preguntas sobre su pasado, así que era un tópico que aprendimos a evitar con él. Cualesquiera que fueran sus razones, eran por código, respetadas. Tampoco nunca quiso decirnos donde quedaba su casa.

- Es por acá, por el barrio – Decía vagamente con un ademán abarcativo – Una casa vieja y casi en ruinas cerca de la costanera. Créanme, no vale la pena que la conozcan...

En nuestras subsiguientes reuniones en el café del gallego Zomoza, Fernando prefería escuchar con suma atención a lo que se hablaba que intervenir directamente en la conversación. Era como si estuviese aprendiendo todo por primera vez. Cuando una vez le preguntamos por alguna novia, sólo se limitó a agachar un poco la cabeza sonrojada, sacudiéndola suavemente con una sonrisa enigmática, sin responder.

El domingo en que el gordo Osvaldo nos invitó a comer a la quinta para festejar su cumpleaños, nadie recordaba haber visto que el Moncholo probara bocado alguno, excepto por unos pedacitos muy chiquititos de carne asada que tragaba casi sin masticar. Cuando el gordo empezó a ofrecer trozos de un dorado a la parrilla que se veía espectacular, Fernando declinó cortezmente con un leve estremecimiento de su cuerpo, como un escalofrío. Sólo tomaba agua a sorbitos cortos, ni pizca de vino o gaseosas. Y de tanto en tanto miraba con ojos húmedos en dirección a la costa, más allá.

Ya lo considerábamos como a uno más de la barra, al Moncholo. Habíamos aprendido a aceptar su extraña compañía y su tolerancia incondicional a nuestros diferentes temas de debate diarios, siempre asintiendo pensativo y escuchando con gran atención, como si se tratara de trascendentes revelaciones, todas las boludeces que decíamos.

Pero un buen día el Moncholo apareció por el boliche con mal aspecto, como si estuviera enfermo. Se lo veía muy cansado, con los ojos vidriosos y la piel reseca. Abría y cerraba la boca como si le faltara el aire. Nos confió que no se sentía muy bien y todos los muchachos, alarmados por su salud , le aconsejamos ir a ver a un médico sin demora.

El Moncholo se sonrió algo emocionado por nuestro genuino interés y nos aseguró que eso era precisamente lo que planeaba hacer. Que no nos preocuparamos por él. Que todo iba a estar bien en uno o dos días. Al despedirnos esa noche, nuestro amigo se mostró mucho más efusivo que de costumbre. Nos abrazó a todos, uno por uno, agradeciéndonos nuestra sincera amistad, que él aseguró atesoraría por siempre. Cuando nos despedimos en la esquina del café, sentimos como una extraña premonición al verlo perderse en la noche, a la escasa luz amarillenta de los faroles, caminando con bastante dificultad.

A nadie realmente le extrañó que al otro día no apareciera. Ni el día después, ni al siguiente de aquel. Hasta que Atilio nos vino a buscar una fría tarde de otoño, bastante excitado, para que lo acompañáramos hasta la orilla del río, en la costanera.

- Quiero mostrarles algo – nos dijo a modo de escueta explicación y nos pidió muy serio que por favor fuésemos con él.

Todos caminamos en silencio las pocas cuadras que nos separaban de la costa. Cuando llegamos, Atilio señaló un bulto irregular cerca de la orilla.

Desparramados en desorden, se veían las zapatillas y la ropa de Fernando. Un gran surco en la arena unía el recorrido desde allí hasta las suaves olas que rompían lamiendo perezosamente la playa.

Cuento envolvente definiría.

De lectura fácil y envolvente donde no permites al lector dar un pare. muy agradable eso sí.

Aunque largo,no cansa, uno queda empapado de esa cotidianidad que se da entre amigos,Un final de pelicula que le deja un toque de melancolia a la historia.Ta buena,

Amigo Tano, muchas gracias por el tiempo de tu lectura y por tu comentario. Me alegra mucho que te haya gustado. Un saludo cordial,
Jose

Muchas gracias, Ciudadano. Aprecio sinceramente tu visita por mi cuento y el comentario, amigo. Un abrazo,
Jose

Sé el significado de buen tipo, pero dime Jose ¿qué significa ser un tipo raro? pobre Moncholo, tan esquivo y buen amigo como vosotros de él. Cuando escribo un poema y me lo comentan, me siento sumamente agradecida, pero pienso muchas veces -en el buen sentido de la palabra- ¿que sabrá nadie? de lo que siente mi alma, corazón, de mis penas y alegrias........Y eso mismo, estoy segura, pensó el de los ojos saltones.

Hay gente que es más extrovertida, les cuesta poco hablar de sí mismos, y otros todo lo contrario......
Un relato grande, muy grande..! Vos me conoces y sabes como me llenan y emocionan tus escritos.

Felicidades Jose. Eres único a la hora de hacerme estremecer...

Te mando un beso...

Hola, querida amiga, un gusto, como siempre verte por aca. Generalmente aca le decimos un tipo raro, a alguien extraño, fuera de lo comun. Y moncholo en un pez de agua de rio (parecido a un bagre) que habita por estas aguas. Te agradezco infinitamente las hermosas palabras de tu comentario, porque lo que dices que mis escritos te producen, es el elogio mas bello que me puedan hacer. Creo que precisamente eso eso es lo que medianamente busca cualquier escritor.
Mil gracias, por tus visitas, por tus llecturas, tus comentarios, pero por sobre todo, tu invalorable amistad.
Un beso bien grandote!,
Jose

Muchas gracias por tu visita y tu elogioso comentario, Nomade. Me alegra que te haya gustado, amigo. Cordiales saludos,
Jose

Por llegar tarde me dejaron sin comentario, no voy a repetir lo que muy acertadamente dijeron los compañeros.
Una prosa que se disfruta de principio a fin, con tu sello caracteristica.

Que las hadas te acompañen

Muy buen cuento, que va dejando señales y encamina al lector a un final esperable pero no explícito. Me gustó la recreación de ese micromundo masculino del boliche, que cruzando ríos compartimos. Excelente título, que enlaza el realismo mágico del cuento con el lenguaje de boliche, directo y simple, que dice mucho en pocas palabras. Un saludo cordial, escritor. De lo mejor que leí en mucho tiempo.

Muchas gracias, Cynthia. Me alegra mucho haber recibido tu visita y ver que mi cuento te ha gustado. Siempre es un placer de los buenos verte por aca. Un beso enorme,
Jose

Amigo Marcelo, primero quiero decirte que es un placer conocerte y luego, agradecerte muy sinceramente por el tiempo de tu lectura de mi cuento y tu comentario. Me alegra mucho que lo hayas disfrutado. Para mi ese es un gran cumplido. Muchas gracias por tu visita y te envio cordiales saludos,
Jose

José como siempre... una muy buena inspiración. Me gocé totalmente estas letras.
Me quito el sombrero ante tí como escritor y luego te doy un aplauso grande.

Amiga Ethel, te agradezco con toda sinceridad tu tiempo al leerme y las lindas palabras de tu comentario. Me alegra mucho haber recibido tu visita y que te haya gustado mi cuento. Un gran abrazo con mi aprecio,
Jose

Un relato muy bien trabajado, lo fui leyendo y me sentia mirando en silencio conversar a los personajes, un gusto leerlo.
saludos
k

Consigues siempre que el lector vea la escena como en un teatro, donde los personajes cobran vida. Poco mas que agregar que lo que dicen los compañeros, felicitaciones Jóse.

Excelente José, no era que estabas desinspirado, no me lo pareció.
Besos
Lili

Muchas gracias Gara. Aprecio tu lectura y comentario, amiga. Un saludo cordial,
Jose

Gracias amigo Manuel, siempre es un placer recibir tus visitas por mis escritos. Me alegra que te haya gustado. Un gran abrazo,
Jose

Muchas gracias por tus palabras, amigo Jaime, Aprecio de verdad tu visita y comentario, y, como tu dices, en nuestra latinoamerica, la interpretacion de las palabras cambia un poco de pais en pais. Aqui "raro", aunque algunas veces se usa con la misma acepcion que en Chile, mayormente significa "extraño", "inusual". Un fuerte abrazo,
Jose

Te agradezco mucho tu visita y comentario, Lili. Tambien me alegra que te haya gustado, pero creo conveniente aclararte que este cuento ya hace mas de un año que lo escribi. Mi sequia inspirativa, si bien esta un poco mejor ahora, aun persiste.
Un besote con cariño,
Jose