La encrucijada de Arturo. Capítulo X.

Ingresado en un reformatorio.

Uno de aquellos días, al intentar robar el bolso a una señora, todo se complicó para mí, pues no me dio tiempo de huir, ya que una mano presionaba mi brazo tan fuerte que me hizo gritar de dolor. Fue como si me lo estuviera aplastando un cepo trampa y me lo estuvieran arrancando. Rogué a aquel hombre que atenazaba mi brazo que me lo dejara libre, pero este no tenía intención de hacerlo, todo lo contrario. Cada vez sentía más presión: “Te lo voy arrancar de cuajo ladronzuelo, te aseguro que no volverás a robar”.
Al malestar físico, tuve que añadir uno más doloroso – el psicológico – Cuando con voz autoritaria dijo: ¡Soy policía!. Me preguntó por el nombre de mis padres y dónde vivía. A la primera pregunta le mentí, recurriendo de nuevo a la versión de que no tenía familia. En cuanto a la segunda le dije la verdad, “que vivía en la calle, debajo del puente”. Después de oír mi respuesta aún me apretó más, ya que no terminaba de creerse lo que le decía, pero ante mi insistencia de decir la verdad – y para mi alivio – me soltó el brazo; respiré hondo y pensé para mí mismo que ya estaba todo solucionado, pero su intención no era dejarme libre, ni mucho menos. Ya que con una voz autoritaria dijo: ¡Niño estás detenido! Le seguí sin replicar – cabizbajo – y me condujo a un centro para menores difíciles.
Una vez ingresado, nunca lo vi más, pero me acordé de él, por el brazo que me dejó inservible durante todo un mes.
Pronto me di cuenta, de que aquel centro de menores era una cárcel de castigo para niños de la calle. Además de sufrir el hambre, no dudaban en golpearnos la espalda para redimir el mal ocasionado a la sociedad; también se daba algún caso de violación por algún pederasta que sentía especial atracción por los niños. Aunque tengo que decir que tuve suerte de no ser elegido por ninguno de aquellos mal nacidos.
En principio, me negué en mi interrogatorio a decir la verdad, gran error mío, pues los internados que habían cumplido la pena eran devueltos a sus familiares, sin embargo, el que no tenía familia permanecía allí hasta su mayoría de edad, que en aquella época era a los veintiún años.
Yo no deseaba esperar tantos años para salir del reformatorio, debería de reflexionar contando la verdad, y aunque omitiera que no tenía padre, diría que tenía abuelos, ya que esperaba que estos fueran más tolerantes conmigo.
También era consciente de la acérrima disciplina de aquel centro y, que al no decir la verdad el día que me tomaron los datos respecto a mi familia, no me libraría de unos meses de calabozo. Pero aun así, aceptaría aquel castigo, antes que esperar hasta mi mayoría de edad. Y no me equivoqué: me costó un mes de calabozo.
Cuando salí de aquel calabozo oscuro, sin apenas ver la luz, y la escasez de espacio para moverme, creí que había perdido las facultades de andar. La luz cegó mis ojos, y no fui capaz de ver, pero no tardé en recuperarme, y me dispuse a aceptar lo que el destino me tenía reservado.

Interesante comienzo. A esperar para ver que dirección toma la historia (aunque ya se despuntan algunas brechas). Un abrazo.

Mi querida Silvina, en realidad esta es la continuacion de "La Brisa de la libertad" tambien escrita por Josan.

Sabes compadre Josan habiendo leido esta segunda parte y recordando la primera se me esta haciendo interesante esta tu historia y de las dos partes que he leido esta me parece mejor lograda.

Estare en espera de la tercera entrega.

Gracias por la aclaración (en ningún lado se aclara que es una continuación de ello o que es una segunda parte. Si es así, el compañero me lo confirmará y lo pasaré a obras en partes). Luego de ella, fuí a leer "La brisa de la libertad" que me pareció si más introductorio a este relato (que encuentro también más logrado)
Gracias, nuevamente.

Apreciada Silvina:
Tienes razón amiga, la culpa es solo mía, por no especificar bien la continuación de cada capítulo, en lo sucesivo y para evitar confusiones al lector, al final de cada relato, reflejare el título de continuación, ya que hasta el final de la obra, quedan muchos capítulos por leer, y sorpresas inimaginables para el lector.
Mis disculpas, y gracias a Ángel caído por aclarártelo.
Un beso y abrazo fraternal amiga, Josan

Imagino que son interesantes Jaime, pero esto ya depende de el lector que es el que tiene la última palabra, de momento puedo adelantar, que Arturo nuestro protagonista, fue un niño que en nuestra posguerra de España tuvo que vérselas con el hambre y los malos tratos de su padre,que decidió abandonar a éste y sus hermanos para aventurarse en la búsqueda de una vida mejor. Así, trabaja para distintos señores, pasa por un reformatorio, es engañado, hace el servicio militar y conoce a Ana, el amor de su vida. Éstas son sus memorias, ricas en anécdotas y llenas de vida, reales en un 80%, que conocí al protagonista, como conozco la palma de mi mano, ya que junto vivimos en nuestra niñez y adolescencia experiencias de vida, y por último, que se trata de un primo hermano mío.
Como siempre te doy las gracias por tu constancia en mis letras amigo, y te dejo un abrazo muy grande, Josan