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 La Carta de Mama II

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MensajeTema: La Carta de Mama II   La Carta de Mama II Icon_minitimeMar Mar 22, 2011 1:50 pm

El fin de semana se fue muy rápido. Como el buen tiempo lo permitía, los tres jóvenes amigos aprovecharon al máximo las actividades al aire libre que alternaron con períodos de merecido descanso.

El domingo por la noche, después de una buena ducha y comer algo liviano, Julio se acostó relativamente temprano. Recordó la carta a medio leer sobre la mesa y pensó que su madre logicamente esperaría impaciente una pronta respuesta. Apagó el televisor, fue hasta la mesa a buscar el papel manuscrito y se acostó nuevamente dispuesto a leer.

“Sabés que unos dias atrás me encontré en la calle con Anita, la que fué compañera tuya en la escuela primaria. No sé como no se enteró que estabas en Norte América, porque tu padre se encargó de decírselo a todo el barrio, de tanto orgullo que tiene. La cuestión es que no lo sabía y la tomó por sorpresa. Me pidió que te mandara un beso grande y su deseo de buena suerte. Esa es una chica que te convendría, buena y de familia. Acordáte que siempre te lo dije. Yo sé que esas cosas no se pueden imponer, pero si llegás a volver pronto, tené en cuenta el consejo de tu madre.
Las cosas acá siguen siempre igual. Todo está patas para arriba... Decí que con la jubilación de tu padre y mi pensión... nos arreglamos bien por ahora,... pero todo está carísimo...Y después el gobierno dice... que casi no hay inflación!...Caraduras tienen que ser, como de costumbre.”


Los ojos de Julio parpadearon pesadamente varias veces hasta que fueron vencidos por el cansancio y la modorra. La carta cayó sobre su pecho y él se hundió en un sueño profundo donde soñó con sus padres, sus amigos, su barrio y también con Anita.

A las siete de la mañana siguiente sonó la alarma de su despertador y con la práctica adquirida con la rutina diaria, se bañó, afeitó, vistió y desayunó automáticamente, antes de salir apurado hacia su trabajo.

Unos minutos antes de las ocho y media ya estaba sentado en su escritorio leyendo unos informes financieros por internet. Carlos y Raúl llegaron unos minutos después.
Los lunes siempre eran movidos en la empresa y éste no fué la excepción. Apenas si hubo tiempo para un breve corte al mediodía y un bocado a los apurones. La última información sobre los mercados de valores de Europa y Asia se atrasó mucho en llegar esa tarde y Julio decidió quedarse después de hora para analizarla debidamente y no tener que complicarse más de lo necesario a la mañana siguiente. Al salir, su jefe le hizo saber brevemente que apreciaba su dedicación al trabajo.

Eran casi las siete de la tarde cuando bajó del ascensor que lo traía desde el piso noventa y cuatro de la torre norte. El hall principal estaba casi desierto. Se hallaba realmente cansado y apuró el paso hacia la parada del autobús que lo llevaría a pocas cuadras de su departamento. Al pasar por la torre sur una fuerte ráfaga de viento caliente arremolinó unas pocas hojas secas y polvo en el suelo.

Al llegar, cerca de la ocho, no tenía ganas de prepararse nada. Calentó unas sobras que había desde hacía días en su heladera y se sentó en el sofá a mirar televisión sin muchas ganas. Cuando sobresaltado abrió los ojos otra vez vió que ya eran las once y media. Apagó el aparato y se fué directamente a la cama. Allí entre las sábanas revueltas estaba la carta de mamá, un poco arrugada. La deslizó en su maletín y se prometió que terminaría de leerla más tranquilamente por la mañana y que quizás redactaría una pronta contestación para que su madre la recibiera lo antes posible. Se durmió rápidamente pensando en su promesa y volvió a soñar casi lo mismo de la noche anterior, pero ésta vez con tanta vividez, que las imágenes permanecieron claras en su mente por largo rato después de despertarse a la mañana siguiente.

A pesar de haber dormido de un tirón no había descansado bien. Se notaba torpe en el ritual de sus preparativos diarios y eso lo hizo sentirse molesto. Cuando llegó a la parada de autobús, unos minutos más tarde que lo habitual, su transporte ya había pasado y tuvo que esperar el siguiente. Contra su costumbre, Julio se sentó frente a su escritorio unos minutos después de las ocho y media de la mañana, hora de entrada. Encendió su computadora, abrió su maletin y encima de todos sus papeles vió la carta de su madre. Decidió darle prioridad a finalizar su lectura antes de empezar a hacer cualquier otra cosa. Se sentó con el sol a sus espaldas, metió la carta en medio de una gruesa tabla de indicadores económicos y hundió la cabeza entre sus manos, como si estudiara los fríos números con dedicación.

“Hijo, quiero que sepas que rezo por vos todas las noches y pido siempre a Dios que te ilumine. Sé que estarás muy ocupado por lo que solo pido que te hagas de un ratito para escribirme unas líneas ni bien puedas. Sólo para saber como estás. No llames por teléfono porque sale muy caro. Además, con todas las visitas al médico entre tu padre y yo, nunca sé cuándo vamos a estar en casa.”

Julio levantó la cabeza al percibir un sonido extraño. Era un ténue rugir de motores que se superponía a los ruidos propios del salón de oficinas. Enseguida recordó que no era inusual escuchar a los helicópteros de noticias volar entre los edificios mas altos y bajó nuevamente la vista hacia la carta

“No quiero quitarte más tiempo Julito. No tengo otras novedades de importancia para contarte por ahora. Sólo te pido que te cuides y que pienses de vez en cuando en nosotros. Si podés, recordános el 11 de septiembre. Creo que para esa fecha ya habrás recibido esta carta. Allá el correo seguramente no es como el nuestro. Ese día cumplimos treinta y cuatro años de casados con tu padre. Toda una vida! Bueno hijo, ahora sí te mando un beso enorme y...”

Ahora el ruido aumentaba a cada segundo y era casi ensordecedor. Muchos de los empleados se estaban agolpando junto a las ventanas. Había gritos y algunos señalaban frenéticamente hacia afuera del edificio. Julio se levantó molesto de un salto y se unió a los demás. Su última visión fue una surreal y fantástica. Un enorme avión plateado de pasajeros se dirigía a una velocidad increíble, directamente hacia ellos. Antes del impacto y por sólo un instante, pudo distinguir nítidamente como las caras en la cabina de mando, detrás del plexiglás, reían con una mueca feroz de fanatismo.

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