Buenos Aires, 31 de agosto de 2001.-
“Querido hijo, espero que al recibir estas líneas te encuentres bien y te vayas adaptando bien a tu nueva vida. Nosotros por acá estamos bastante bien, con nuestros achaques de siempre y extrañándote mucho. Todos tus tíos, primos y algunos de tus amigos que he visto me pidieron que te mande sus saludos y la abuela Matilde te envía su enorme cariño y la estampita de San Cayetano, bendecida, que encontrarás en el sobre junto a esta carta.”- Julio, vienes con nosotros? – lo llamó impaciente Raúl, uno de sus compañeros - Mira que ya salimos.
Julio, un poco sorprendido por la hora y fastidiado por la inoportuna interrupción, dobló apresuradamente la carta de su madre que recibiera la tarde anterior y la guardó en uno de los bolsillos interiores del saco. Se levantó de su escritorio y le hizo una seña con la mano a Raúl que ya iba saliendo con Carlos por el pasillo que corría entre los cubículos.
- Ya voy – le dijo, agarrando el portafolios y siguiéndolo hacia la doble puerta de vidrio del inmenso salón dividido.
Era el primer viernes de setiembre y la temperatura bastante agobiante del verano apenas si empezaba a mostrar algún alivio en Manhattan. Como todos los viernes a las cinco de la tarde Julio se reunía con sus otros dos compañeros de habla hispana después de la oficina, para aliviar un poco las presiones de la semana de trabajo, charlar y tomar alguna que otra cerveza.
Hacía ya un poco más de seis meses que trabajaban juntos en la gigante consultora financiera. Lo tres eran jóvenes con brillante porvenir que habían sido seleccionados en sus respectivos países inmediatamente después de graduarse. El contrato era por una pasantía de un año con posibilidades de trabajo permanente en la empresa, dependiendo del rendimiento. Julio de Argentina, Raúl de Chile y Carlos de México, estaban a cargo del creciente número de clientes que necesitaba asesoramiento financiero en español. Eran más o menos de la misma edad y sin ataduras de familia. Los tres vivían en el mismo edificio al otro lado del río Hudson, en pequeños departamentos individuales pagados por la compañía mientras durara su interinato.
En el bar, entre unos tiros de pool, tragos y charla se hizo muy tarde. Fue pasada la una de la madrugada cuando Julio por fin se tendió exhausto cuan largo era sobre su cama tendida, sin molestarse en cubrirse.
Por la mañana se despertó con dolor de cabeza, sin duda como consecuencia del alcohol de la noche anterior. Se preparó un café fuerte y mientras lo tomaba lentamente mirando la maraña de edificios y cables por la ventana, se acordó de la carta de mamá. Fué hacia donde estaba su saco prolijamente colgado, la sacó del bolsillo, la desdobló y alisó sobre la mesa mientras se sentaba para leerla con detenimiento.
“Sé que alla hace calor porque, como me explicaste, tenemos las estaciones cambiadas. Acá todavía hace bastante frío y el invierno no se termina de ir. Tu padre anduvo engripado unos días con bastante tos y congestión, pero ya está mejor. Viste? eso es por todos esos años de fumador empedernido que ahora le pasan la cuenta. Menos mal que vos escuchaste a tu madre y nunca agarraste el vicio, no como la tonta de tu hermana que se cree una mujer superada porque larga humo como una chimenea todo el día. Y el aliento que tiene!
Hijo, quiero que me cuentes cómo estás. Si vivís cómodo. Si te alimentás bien. Si pudiste hacer amigos. Cómo te tratan en el trabajo y si ya sabés si vas a quedar efectivo o no. Vos sabés que acá en casa tu pieza te espera intacta como la dejaste. Pero si te piden de quedarte, aunque nos duela el corazón y te extrañemos mucho, sabemos que es por el bien de tu futuro y si tu futuro esta allá, bueno, allá deberás estar entonces.”Riiiinnnggg, riiiinnnggg! – Comenzó a sonar el teléfono insistentemente. Julio tuvo que hacer un esfuerzo para salir de su encapullamiento y reconocer el sonido intruso. Se levantó de mala gana y descolgó el auricular.
- Hola – dijo sin mucho entusiasmo – Quién es?
- Quién va a ser compadre? Hay mucha gente que te conoce aquí? – le contestó la voz de Carlos bromeando – Sabes que hora es? Tenemos una cancha de tenis rentada por una hora para las diez, y te recuerdo que no es barata. Vas a ir o qué?
- Ufff! Me había olvidado hermano. Me cambio rápido y te paso a buscar en menos que canta un gallo.
- Qué? Tú y tus jodidos dichos argentinos. Dale, apúrate que te espero – dijo Carlos y colgó.
Julio maldijo su memoria, se vistió apresuradamente, agarró unas botellas de agua de la heladera, su equipo de tenis y salió casi corriendo del departamento. La carta quedó sobre la mesa bajo la taza de café, cuya base dibujó una ténue aureola marrón sobre el delgado papel.
SIGUE