DESTACADO EL GUSANITO QUE SE PERDIÓ
En el interior de una jugosa manzana que estaba colgada de un árbol, vivía una familia de gusanitos. Además del papá y la mamá gusano, nueve hermanitos pasaban el día entrando y saliendo de aquella manzana que era su casita.
Una mañana, después de atiborrarse de cereales, los gusanitos estaban tan gordos que la manzana no pudo sostener el peso y ¡plaff...! cayó al suelo en medio de una barahúnda tremenda de muebles cacharros y trastos de todas clases que asustaron a toda la familia de gusanitos.
¡Menudo susto se llevaron! En un momento se encontraron todos amontonados unos encima de otros, enredados sin saber quién era quién hasta que, poco a poco, se fueron serenando y, aunque algo mareados, comenzaron a investigar el suceso.
-¡ A ver, dejarme solo!- decía el papá haciéndose el valiente -¡que nadie se mueva¡- y despacito, despacito, asomó la cabeza por la puerta de la manzana para ver a donde habían ido a parar.
Cuando el papá gusano comprobó que no había ningún peligro, dejó salir a la mamá acompañada de todos los gusanitos hechos un revoltijo para que los pudiera ir desenredando mientras los contaba, mirando que no le faltara ninguno y así, poco a poco, todos empezaron a correr por un lado y por otro.
-¡Es un campo de hierba!- decían muy asombrados -¡qué bien huele y cuánto sol!.
Y sin pensarlo más se pusieron todos a jugar al escondite.
Dindín, que era el más pequeño empezó a correr, a correr, para esconderse muy lejos y tanto se alejó que, cuando quiso darse cuenta, se había perdido.
Como no encontraba a ninguno de sus hermanos ni tampoco la manzana que era su casa, se puso a llorar a moco tendido sin saber que hacer.
De pronto, ante él apareció un gigante vestido de negro con unas espadas en la frente que lo asustó muchísimo y para hacerse el valiente, con voz temblorosa le preguntó:
-Y tú ¿qué cosita eres?
-Yo soy el gran escarabajo de la pradera ¿es que no me ves?- le contestó el gigante muy enfadado -¿qué haces tú por aquí, pequeño gusano?
-Estaba jugando al escondite con mis hermanitos y me he perdido- dijo Dindín, medio llorando, otra vez muy asustado- ¿tú podrías decirme dónde está mi casa?- preguntó pensando que aquel escarabajo tan grande también debía de ser muy listo.
El escarabajo grande que aunque parecía malo no lo era, le respondió a Dindín con su voz ronca:
-Súbete a mis espaldas y te llevaré un trecho por el camino a ver si la encuentras.
Díndín hizo lo que le indicó el gigante y mientras este caminaba, el gusanito aprovechó para echar una siestecita subido en aquella especie de autobús viviente. Al llegar a un cruce de caminos el escarabajo lo ayudó a bajar al suelo y le dijo:
-Te dejo aquí gusanito, yo tengo muchas cosas que hacer y no puedo alejarme más. Sigue camino adelante y encontrarás tu manzana.
Dindín volvió a caminar, a caminar, hasta llegar a un huerto lleno de lechugas y como empezaba a hacer calor, se metió entre ellas. Caminaba saltando de una a otra, enredado entre las hojas frescas y jugosas, cuando un ruido lo obligó a esconderse asustado. Del interior de una de las lechugas más grandes salió un ser enoooorme, que se arrastraba lentamente ayudado de un bastón. Dindín que nunca había visto nada igual, asombrado, le preguntó:
-Y tú ¿qué cosita eres?
El animal, se sorprendió al oír la voz del gusanito, se quedó mirándolo, se puso las gafas de ver y entre tos y tos, le respondió:
-Soy un viejo caracol ¿es que no me ves? Llevo la casa a cuestas y soy tan viejo que ya he visto nacer y morir lechugas a cientos, necesito un bastón para andar porque ya no puedo arrastra mi cuerpo, y la tos no me deja respirar.
Y diciendo ésto, sacó del bolsillo un frasco de jarabe para la tos, tomó un traguito con cara de asco y continuó caminando despacio, despacio. Dindín, que comenzaba a estar muy cansado y hambriento, le pidió que le indicara el camino para llegar a su casa y el caracol que además de viejo, era sabio y bueno, le acompañó hasta donde empezaba el prado de manzanos para que el gusanito encontrara la casa que había perddo.
Por el camino Dindín comenzó a ponerse muy triste y a sentirse muy mareado... muy mareado... y al llegar a la manzana que era su casita, se hizo una rosca sobre sí mismo y se acostó rápidamente en su cama sin preocuparse de la alegría que tenía toda la familia por volver a verlo.
Por la mañana al despertarse, Dindín se encontró con una sorpresa mayúscula. Su casita ya no era la manzana, estaba dentro de otra demasiado pequeña para él porque se sentía muy encogido. Pero ¡qué preciosa era! De un color amarillo dorado muy transparente, suave y sedosa. Intentó tocarla por un lado y por otro pero como le quedaba muy ajustada, apenas podía rebullirse y comenzó a hurgar con una patita en uno de los extremos hasta que hizo un agujero por donde pudo salir a explorar.
¡Eso si que fue una sorpresa! En cuanto estuvo fuera comprobó que...¡ya no era un gusanito! Su cuerpo tenía dos preciosas alas de color azul aterciopelado, una a cada lado de su cuerpo con unos dibujos blancos y negros preciosos. Dindín no había visto nunca una cosa tan bonita y cuando pudo advertir que al mover la alas se elevaba del suelo, sintió tanta alegría que comenzó a bailotear por el aire posándose de flor en flor.
Y entonces se dio cuenta de que ya no necesitaba ninguna manzana para vivir porque había llegado el tiempo de convertirse en mariposa. A partir de aquel momento, su casa era el aire, la hierba, las flores, el campo... y se sintió libre, tan libre, que volando, volando, se elevó cada vez más alto, hasta alcanzar el cielo, hizo un par de piruetas y bajó hasta la flor más hermosa que había en el campo, allí se acomodó y comenzó a
libar el néctar que desde entonces era su alimento.
Y colorín colorado…, este cuento se ha acabado!!!
MAGDA.