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ImageShack.us EL TEATRO DEL MUNDO
(Reflexión)
Ya sé que este título puede parecer una copia del magnífico Auto Sacramental “El gran teatro del mundo” del no menos magnífico escritor Don Pedro Calderón de la Barca, pero, emulando a este insigne literato y, desde luego, salvando las enormes distancias que hay entre él y yo, (espero que todos los lectores me perdonen este atrevimiento), es una frase que ha llegado a mi pensamiento en el momento de asomarme esta mañana a la ventana y contemplar el paisaje.
Soy muy afortunada porque tanto desde un extremo u otro de los balcones de mi hogar, se presenta ante mi vista un horizonte amplio y hermoso que es la inspiración o musa de estos escritos míos sobre la naturaleza, tan frecuentes, y hoy, las palabra que han llegado a mi mente al contemplar el paisaje, han sido esas: “El teatro del mundo” Y voy a explicar por qué.
En la línea lejana donde el cielo se une con la tierra, se veía un cuadrado más o menos perfecto de luz rojiza que paulatinamente se tornaba rosada y pensé: “Son las luces del escenario” Como cuando esperamos que comience la función e, impacientes, no perdemos detalle, al ver las luces que van subiendo de tono, sabemos que, de inmediato, se descorrerá el telón y comenzará la escena. Así me pareció el día.
E inmediatamente se me ocurrió la pregunta: “Si nosotros, los que poblamos este mundo, según la famosa obra de Don Pedro Calderón, somos los actores de la obra ¿quién, a mi más humilde entender y olvidando la obra de Calderón, puede ser el director y quiénes los espectadores?” Y seguí pensando, e imaginando mientras contemplaba el hermoso amanecer. Poco a poco, se apagaban las luces de la sala y comenzaba la función. Primero con lentitud, hasta que el escenario se iluminaba por completo. –Despierta el día-. Todo está a la expectativa en espera del comienzo, se suceden escenas, diálogos que, al fin, nos llevan al nudo de la historia donde, cada cual, desempeña su papel. El director, siempre al cuidado de que las secuencias se desarrollen debidamente y si algún actor comete un error, la regañina no se hace esperar: “ten cuidado porque la próxima vez, te quedas sin papel”.
Bueno, ya intuimos quien puede ser el director. Ese ser misterioso al que llamamos Dios, energía, fuente, o luz, –incluso ciencia-, sobrenatural, superior o desconocida, que es quien o, lo que, nos ha puesto sobre esta tierra. Nos falta saber quienes son los que forman parte del público y disfrutan o critican nuestra actuación, y ahí la duda es más intensa. ¿Quién compra las entradas par ver la obra? –me pregunté-.
Después de cavilar durante un rato, he llegado a la conclusión de que los mismos humanos podemos ser tanto los actores como los espectadores ¡claro que sí! Porque en el mundo hay muchas obras de teatro, no sólo una. Nos unimos en grupos para formar historias, obras de teatro en las que participamos unos cuantos mientras otros, nos observan y comentan nuestras actuaciones. Y los que, en ocasiones, formamos parte del público, al mismo tiempo somos actores de otras obras, y así, vamos aprendiendo e interactuando unos con otros. Entonces pensé: ¡Qué bien hecho está el mundo! Sea quien sea el que lo haya creado, ha tenido que conocer a fondo la belleza, la sabiduría, el orden y el amor porque estas cosas están siempre presentes en este teatro diario que es la vida, el resto, forma parte de la interpretación de cada actor, de sus características declamatorias, del argumento de la obra que le toca en suerte, de los errores que comete en sus actuaciones y que debe rectificar… , de la mejor o peor interpretación del resto de los actores que le secundan, del escenario, más o menos agradable o incómodo en el que le toca actuar… Y así, en esta complicidad de actor/espectador, mejor o peor interpretada, se desarrollan las obras de la vida.
Y nos queda lo más importante ¿Quién es el autor de las obras? En el libro de nuestro insigne escritor, es Dios pero, a mi modo de ver, creo que cada cual debe de tener la facultad de poner al autor, el nombre que más le guste. (Que conste que no es que quiera enmendarle la plana a Don Pedro Calderón ¡Dios me libre de tal atrevimiento!!). Sí, se le puede llamar Dios, destino, suerte, libertad, dependencia…, etc. Hay infinidad de nombres para escoger y cada uno tiene su propio gusto.
Yo le pongo el nombre de “VIDA” y, mientras espero el comienzo de mi actuación diaria, seguiré contemplando el paisaje desde mi ventana todas las mañanas. Luego, entraré en escena.
Y termino esta reflexión con unos versos de Don PEDRO CALDERÓN DE LA BARCA de su gran obra “EL GRAN TEATRO DEL MUNDO” para que todos los recordemos:
Para eso, común grey,
tendré, desde el pobre al Rey,
para enmendar al que errare
y enseñar al que ignorare,
con el apunto, a mi Ley;
ella a todos os dirá
lo que habéis de hacer