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HISTORIA DE UNA RUPTURA
-Si me aseguro de que estás con ella, me voy.
-Pues vete.
Sólo oí su voz, no le miré a la cara, no podía, ni me atrevía. Temía descubrir la verdad en sus ojos. Se desnudaba para acostarse y noté como se detuvo para observarme. El aire comenzó a hacerse irrespirable. Tiré la blusa del pijama sobre la butaca y arrimé una silla al armario ropero. Me subí de pie en ella, abrí la puerta corredera del altillo y saqué la maleta grande que comencé a llenar de ropa. Estaba furiosa, no esperaba aquella reacción a mi advertencia sino súplica, palabras de disculpa, de amor. Lo tomé como una confirmación a mi sospecha y la negrura de un abismo sin fondo se apoderó de mi capacidad de reacción.
Sin mirar que vestidos cogía, metía en la maleta sin orden, prenda tras prenda. No oí los pasos de sus pies descalzos, sólo sentí como me aferraba con sus brazos musculosos y me empujaba contra la pared. Ambos vestíamos sólo la ropa interior no habíamos tenido tiempo de ponernos el pijama.
El momento se hizo de sensaciones. Sentí como me arrinconaba, me golpeó contra la pared pero noté su fuerza controlada para no dañarme. Estaba enfadado, el poco aire que nos separaba se llenó con una untuosa, espesa sensación de desgarro doloroso. La envoltura de confianza mutua que nos había unido siempre, estaba destrozada y por los huecos se escapaba la certidumbre de nuestro amor como fuente abierta dejando seca nuestra seguridad.
Su cara tenía una expresión desconocida, dura, muy dura. Su mirada incrédula y triste se clavaba en mi rostro a la espera de una palabra o, tal vez, una sonrisa…, o una aclaración que volviera a llevar a puerto nuestro amor. Sus manos grandes, apretaban mi cara en una caricia brusca. Oí su voz ronca, su aliento amargo estallando en mi boca:
-Te he querido siempre… Desde que te conocí te he sido fiel y ahora… por una sospecha… ¿quieres abandonarme? Te mataría ahora mismo.
Sus manos estrujaron mis mejillas y sentí como las lágrimas se desbordaban de mis ojos. Él no lloraba pero vi su dolor en lo más profundo de aquella mirada que tanto había amado. Volvió a golpearme contra la pared, con fuerza controlada, sin hacerme daño. Supe que pretendía demostrar su superioridad y desahogar así, la furia de su decepción para dar testimonio de su conocimiento sobre sus actos. Estaba seguro de lo que hacía, había firmeza en su actitud.
-Siempre te he querido…- repitió. Y con esfuerzo, me soltó para separarse de mí.
Comenzó a vestirse en silencio. Cuando subió la cremallera de su cazadora, comprendí que lo había perdido para siempre. Su dolor era palpable, podía olerse, tenía cuerpo, ocupaba un lugar en la habitación aunque era invisible.
Se marchó sin mirarme. Al abrir la puerta, el aire que me rodeaba, escapó tras él llevando entre sus manos descarnadas todo lo que yo era.
No volvió nunca.
MAGDA.