Se refregó las manos en el delantal y presurosa fue a atender la puerta pensando que tal vez algún inoportuno vendedor o esas mujeres que venían a hablarle de Dios venían a interrumpir su estructurada tarea matinal. Las papas hirviendo, el pollo en el horno, en media hora tendría lista la cena, al mediodía picaba algo y se acostaba con sus telenovelas, visitando mundos y palpitando emociones que le eran ajenas como casi todo lo suyo.
Abrió maquinalmente la puerta, su marido le insistía con eso de la seguridad, como para prevenir estaba ella, el destino era el destino, qué joder.
- ¿Sra Saldívar? –
- Sí, soy yo, qué necesita –
- Necesito hablarle, es …importante –
La hizo pasar, la mujer era imponente, ella a su lado parecía aún más pequeñita, olía a buen perfume y estaba maquillada como las de la tele - se ve que ésta no tiene nada que hacer –
- ¿Me espera por favor? –
Fue corriendo al baño, tiró el delantal, se soltó el pelo, se cambió la blusa y se pintó los labios. Volvió agitada al living, observando de refilón los muebles impecables, el orden, la pulcritud y se envalentonó.
- La escucho –
- Mire, pensé mucho antes de tomar la decisión de venir a verla, sé que está enferma y bueno…pero esta situación no puede seguir –
Ella se mantenía calma y la mujer se incomodaba, pudo ver las gotitas de sudor en su frente, los pelos que comenzaron a empaparse y se quedaba muda, lo que advirtió ponía más nerviosa a la fulana.
- Su marido y yo hace años mantenemos una relación…amorosa, él no se atreve a decírselo, tiene miedo que a usted le pase algo, pero…creo que debe saberlo, además estoy cansada de vivir escondiéndonos, sus hijos ya son grandes –
La Señora de Saldívar seguía imperturbable sin emitir palabra.
- Me daría un vaso de agua –
- ¿Quiere un café? -
- No…sólo agua… por favor –
La mujer se atragantaba bebiendo y continuaba hablando.
- Bueno, por todo…qué se yo, me parece que sería mejor blanquear esto –
La señora de Saldívar se sintió la heroína de su telenovela de la tarde, ésa que pasara lo que sea no perdía la compostura ni dignidad de gran señora. Le llegó de la cocina el olor a pollo quemado, se acomodó la cabellera y se dispuso a dar el toque de gracia.
- Mire, sabe doña. Primero le digo que estoy sana como un bebé, así estamos bien, me encantan las noches que puedo ver en la tele mis programas preferidos sin el señor Saldívar haciendo zapping todo el tiempo y esos sábados y domingos que me quedo sola descanso como los dioses –
- Pero… -
- Y ahora perdón, la despido porque se me está quemando el pollo –
Lili Frezza